José Haro Hernández •  Opinión •  26/11/2025

La precariedad y la desigualdad hunden la democracia

La estabilidad de este Gobierno no está amenazada sólo por la ultraderecha judicial, sino fundamentalmente por la gente cabreada que no llega a fin de mes.

Por las calles del Londres de principios del siglo XX paseaba un exiliado ruso llamado Vladimir Illich Ulianov, más conocido como Lenin(con perdón). Ante el fuerte contraste que presentaba una calle comercial, opulenta, plagada de gente elegante, frente a otra situada a tan solo unos metros, jalonada de viviendas insalubres y obreros mal vestidos, exclamó: ‘¡Dos naciones!’ Expresaba así la tremenda desigualdad que asolaba un país, Inglaterra, por entonces primera potencia industrial y colonial del mundo, cuyas clases burguesas y medias, que vivían francamente bien acaparando los frutos de ese desarrollo económico, coexistían con un proletariado que no escapaba de su condición miserable.

Bien, pues en estos tiempos las democracias capitalistas europeas están a un paso de alcanzar niveles de desigualdad comparables a los del primer cuarto del siglo pasado, circunstancias que terminaron precipitando al mundo hacia dos devastadoras guerras mundiales. En esta carrera por ver quién llega antes al borde del precipicio de la extrema injusticia social, destaca la España gestionada por un gobierno que se declara progresista. De hecho, nuestro país registra el mayor porcentaje de personas en riesgo de pobreza y exclusión social de Europa Occidental y el tercero de la UE, tras Bulgaria y Rumanía, a pesar de que sus rentas per cápita están muy por debajo de la española. Vergonzosamente, ocupamos el primer puesto en pobreza infantil. En este ámbito superamos incluso a los poco desarrollados países del Este. Alguien debería explicar cómo es posible que esto ocurra en la cuarta economía del euro, que además crece últimamente muy por encima de la media europea.

Demoledor a este respecto es el Informe sobre exclusión social presentado hace unas semanas por FOESSA, fundación vinculada a Cáritas. El texto aporta una serie de datos, a cuál más estremecedor sobre nuestra realidad social, que desmontan el discurso oficial triunfalista de que ‘España está que se sale’, un remake de aquel ‘España va bien’ con el que el gobierno de Aznar nos martilleaba allá por los años 90. FOESSA señala, entre otras cosas, que la clase media representaba en 1994 el 58% de la población, catorce puntos más que en 2025. Que la precariedad laboral afecta al 47% de la población activa y que el 11% de la clase trabajadora acude a los comedores sociales para poder alimentarse. Como consecuencia del incremento imparable del precio de la vivienda, el 45% de quienes viven de alquiler no puede afrontar los gastos cotidianos. Por el contrario, en la cúspide de la pirámide social, los accionistas del IBEX 35 prevén embolsarse en 2025 unos dividendos por valor de 42.000 millones de euros, un 31% más que el año anterior. En fin, los beneficios de los grandes oligopolios empresariales están alcanzando niveles sin precedentes.

Y lo peor de todo es que el panorama que se presenta ante las generaciones jóvenes es, todavía, más perturbador: incluso aunque provengan de familias de clase media, los trabajos precarios que se ven obligadas a aceptar y los alquileres que no pueden pagar, las condenan a descender en la escala social por debajo de sus progenitores. Vamos camino de una sociedad extremadamente desigual, como aquélla que tanto impactó al líder de la Revolución de Octubre.

Esta situación ha movido a la editorial de un periódico, considerado portavoz del establishment y uno de los pilares de la socialdemocracia liberal gobernante, a pedir que ‘políticas como una mejor redistribución de la renta, una reforma fiscal realmente progresiva, la ampliación del parque de vivienda asequible o la reducción de la temporalidad laboral deben debatirse de forma prioritaria’. Algo deben estar viendo algunos, desde sus atalayas periodísticas, para instar a los suyos a que esto cambie en lo tocante a las cosas del comer, no sólo para mantener el poder, sino la propia democracia.

Lamentablemente, quienes hoy ocupan el Ejecutivo, encantados de conocerse a sí mismos, alardean continuamente de lo bien que va este país porque las cifras macroeconómicas están disparadas, obviando la mugre que se acumula bajo la alfombra de un Estado del Bienestar venido a menos. Incluso esa izquierda, otrora combativa, que hoy se sienta en el Consejo de Ministros, nos explica que, aunque ‘algunas cosas’ no funcionan bien desde una perspectiva progresista, hay que aglutinarse en torno a La Moncloa para cerrar el paso a la ultraderecha. El resultado es que tenemos unos gobiernos, tanto el estatal como los autonómicos, que se limitan a administrar el festín que los ricos se están dando con cargo al crecimiento del PIB y a costa de la precariedad laboral y habitacional de la juventud trabajadora.

Y es precisamente el descontento que este estado de cosas genera en sectores cada vez más amplios, lo que puede acabar con las libertades y los derechos que aún mantenemos. Quien amenaza la estabilidad de este gobierno no es sólo la extrema derecha judicial, que se ha lucido con la condena prevaricadora al Fiscal General, sino fundamentalmente el cabreo de la gente que no llega a fin de mes. joseharohernandez@gmail.com


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