Óscar Sotelo Ortiz •  Opinión •  31/08/2018

Lo que dejó la consulta anticorrupción

Lo que dejó la consulta anticorrupción

El 26 de agosto se realizaron las votaciones para aprobar los mandatos de la llamada consulta anticorrupción. Cerca de 11’671.420 colombianos y colombianas acudieron a las urnas en este nuevo ejercicio democrático.

El resultado real es que faltaron 468.922 votos para cumplir con el 33.3% del umbral electoral fijado. Nuevamente se quema en la puerta del horno una iniciativa de corte progresista por la vía de las urnas en Colombia, si se tiene en cuenta los resultados desfavorables del plebiscito por la paz y la victoria tanto parlamentaria como presidencial de las fuerzas reaccionarias del país en la pasada contienda electoral.

Lo que se perdió

En términos generales, la consulta anticorrupción fue la primera consulta popular que se realizó a nivel nacional de acuerdo a los mecanismos de participación ciudadana que emergieron después de la constitución del 91. En términos reales, era una propuesta de reforma política ciudadana que buscaba en la aprobación de siete puntos, un mandato legal que pretendía castigar de manera parcial el fenómeno de la corrupción en la política.

Más allá de reducir el sueldo de los parlamentarios, que era en esencia una de las medidas más conocidas del ejercicio, la consulta quería atacar el cíclico proceso de desfalco en la administración pública que agencian permanentemente políticos y contratistas. Según cifras oficiales, este sumario de la corrupción en Colombia redondea los 50 billones de pesos que son arrebatados del erario cada año.

Antipolítica y abstención

El fenómeno de la jornada fue la abstención con un 68% de personas que no acudieron a las urnas a estrenar este instrumento de participación política. Sin embargo, aun cuando en Colombia existe una histórica tendencia de abstención a la hora de enfrentar procesos de iniciativa ciudadana, que convierten la no-participación en la hegemónica regla, lo del pasado domingo no tiene precedentes pues una tercera parte de los colombianos enviaron un mensaje poderoso en contra de las prácticas de la vieja clase política tradicional.

La consulta se mostró desde un principio en contra de los “políticos” y de sus estructuras a nivel nacional, regional y local. Era natural que los agentes de esta descomposición, no movieran sus maquinarias para legalizar por la vía electoral una serie de mandatos que iban en contra de sus polutos privilegios. No se vieron las prebendas, los transportes, el pago a cambio del voto y todo lo que los partidos tradicionales hacen para llevar a las urnas a la ciudadanía. Toda la votación obtenida en la consulta fue honesta y consciente.

Superar los 12 millones de votos que exigía el umbral electoral era de entrada una acción quijotesca. Al fantasma de la abstención se le agregaba un evidente desgaste del debate público derivado de seis meses continuos y sin descanso de politización que conllevó la campaña electoral en el primer semestre del 2018.

Legitimidad y alternativa

Los 11 millones de votos que alcanza está iniciativa son el síntoma de una considerable franja de población que se empodera de la política, que está cansada del saqueo que representa la corrupción. No son votos de nadie, es claro, pues en ellos reside una diversidad y pluralidad de difícil capitalización para cualquier proyecto político, pero, y esto también es claro, si son el acumulado de una posible alternativa que cada día parece estar más cercana.

Si bien la consulta no alcanzó a investirse de legalidad para hacer cumplir sus mandatos, si se invistió de una legitimidad desbordante y vinculante, que incluso le da más votos favorables que el actual Presidente de la Republica quien se eligió con 10 millones de sufragios. Legitimidad que le da estatura moral para exigir que el mandato tenga cumplimiento en las altas esferas del Estado, como un primer paso para extirpar el cáncer de la corrupción en el tejido sociopolítico colombiano.

Darle cumplimiento a los mandatos de la consulta, será una de los retos del nuevo Gobierno, que tendrá la dicotomía de obrar en consecuencia con la ciudadanía que dijo “no más corrupción” o satisfacer a la vieja clase corrupta que hoy celebra temerosa los resultados de la cita electoral.

Ganadores y perdedores

El primer ganador es la gente, pues en cada una de las elecciones recientes los números en favor de iniciativas democráticas como la paz, la propuesta de Colombia Humana para la Presidencia y ahora el rechazo a la corrupción, van aumentando. Ya son 11 millones de colombianos que se ponen de acuerdo en señalar que en una democracia real, la voz y el protagonismo son de la ciudadanía.

También ganan los promotores de la consulta, en especial su principal fuerza, la Alianza Verde, y su dirigente más destacada, Claudia López. Ganan porque tuvieron no solo la iniciativa que en su momento careció de apoyos, sino porque contra viento y marea lograron movilizar un gigantesco acumulado alrededor de una exigencia ambivalente, la campaña anticorrupción: popular en la opinión pública, amenazante para políticos de las clases dominantes.

Pierden las clases dominantes tradicionales, que han hecho de la política un negocio particular y descompuesto. Siguen manteniendo sus privilegios, siendo un ejemplo los 6.840 millones de pesos anuales que seguirá recibiendo la bancada del Centro Democrático en Senado, pero con una legitima fuerza democrática exigiendo cumplimiento del mandato y honestidad en la función pública. Con el resultado del domingo, las castas corruptas quedaron notificadas.

El gran derrotado de la consulta es Álvaro Uribe Vélez. El expresidente orientó desde sus cuentas de Twitter no votar la consulta, pero antes había señalado públicamente que la apoyaría, que se pondría la camiseta de la campaña y se movilizaría por ella. Al final, como ya es costumbre, engaño al país.

Alternativa

Es imprescindible entender que la potencia transformadora está en la “ciudadanía libre”, que, sin ser aun mayoría electoral, hoy muestra capacidad de movilización decisiva. El acumulado logrado en la Consulta Anticorrupción, sin ser propiedad de nadie, es una importante reserva democrática que está llamada a ser la protagonista de los posibles acontecimientos del cambio.

Expresión de lo nuevo, esta reserva confronta lo viejo y sus aberrantes formas. Exige una extraordinaria capacidad de creatividad e innovación de quienes lideran el nuevo momento, dibujando el reto de darle iniciativa a la resistencia, evitando a toda costa, nuevos y devastadores fracasos. Hoy el síntoma es una nueva derrota, mañana tendrá que ser la primera victoria.

Artículo publicado originalmente en el Semanario Voz


Opinión /