Isaac Enríquez Pérez •  Opinión •  30/10/2025

El capitalismo de la exclusión: Amazon, la robotización y la supresión de 600 mil empleos

Las revoluciones tecnológicas tienden, históricamente, a trastocar las formas en que se organiza el proceso económico y la sociedad en su conjunto. Las suspicacias y resistencias sociales que ello despierta también son una constante en la historia de 250 años de capitalismo. El ludismo fue enarbolado por los artesanos ingleses de principios del siglo XIX que con su descontento privilegiaron la destrucción de máquinas como las de hilar o lo telares incorporados desde la revolución industrial en ese país. Le mecanización trajo consigo la amplia modificación de las condiciones de trabajo con sus consecuentes flagelos como la caída de los salarios y el desempleo. Más que una oposición a ultranza de los luditas respecto a la tecnología per se, su inconformidad se suscitó por el uso de estos progresos por parte de los capitalistas en aras del empobrecimiento de la clase trabajadora. En esta misma tónica, 120 años después, en el contexto de la Gran Depresión, el largometraje de Tiempos modernos –protagonizado por Charles Chaplin– esbozó una crítica a la deshumanización del obrero y su reducción a un simple apéndice, impuestas ambas por la máquina y su fusión con la cadena de montaje y la producción en serie.

Aunque las máquinas y, en general, la tecnología generan inconformidades entre los trabajadores afectados y desplazados, existe un consenso respecto a al incremento de la productividad, a la simplificación de las labores y al confort que generan. Sin embargo, cabe matizar que la tecnología no es neutral, sino que favorece principalmente a quienes poseen un amplio ingreso y –especialmente– a quienes ostentan el poder y la riqueza. Siendo una constante su amplia contribución a los procesos de acumulación de capital y a su concentración y centralización.  

Estas reflexiones vienen a cuento porque la empresa Amazon anunció recientemente (octubre de 2025) su interés en privilegiar la inteligencia artificial y la robotización en sus procesos de producción y comercialización (http://bit.ly/4qtHiBo y http://bit.ly/43y23BZ). Después de Walmart, Amazon es el segundo empleador en los Estados Unidos con un millón 200 mil puestos de trabajo en activo –un crecimiento de empleos que se triplicó desde el año 2018. De ahí que el anuncio del proyecto de automatización de sus procesos no sea nota menor. Más relevante resulta cuando la empresa de comercio electrónico se propone sustituir hacia el año 2033 a 600 mil trabajadores por robots sólo en el país norteamericano. La meta estriba en duplicar para ese mismo año la cantidad de mercaderías vendidas por este gigante tecnológico. Hacia el año 2027 se espera no aperturar 160 mil puestos de trabajo en los Estados Unidos, redundando esta medida en una reducción de 30 centavos de dólar en cada mercancía que Amazon recolecta, embala y entrega al consumidor final. A más largo plazo, la empresa pretende la automatización robótica en el 75% de sus procesos y que los almacenes de entregas al menudeo operen sin empleados y se adopte plenamente la inteligencia artificial.

El plan empresarial de Amazon contempla la fabricación de robots para cumplir con esas metas. Kiva –brazo empresarial de Amazon adquirido en el año 2012 por 775 millones de dólares (https://shre.ink/o7c4)– es el fabricante de esas máquinas, que ya operan y se especializan en labores como el movimiento de productos, su manipulación, su selección, su clasificación, su almacenamiento, su identificación y su embalaje. De lo que se trata es de crear almacenes de entrega rápida sin seres humanos. En su almacen de Shreveport (Luisiana), Amazon utiliza a mil robots, que redundan en la contratación de un 25% menos de personal que se emplearía si dicha planta no estuviese automatizada. Ese modelo empresarial se replicaría en otros 40 almacenes hacia el año 2027. Para matizar los impactos sociales y en la imagen de esta corporación, en sus documentos ejecutivos se omiten términos como inteligencia artificial y robotización, mismos que son suplantados por un lenguaje políticamente correcto como “tecnología avanzada”. El incremento del comercio electrónico y las ventas en el contexto de la pandemia del Covid-19 indujo un incremento sustancial de las contrataciones laborales; de ahí que ahora se opere una transición no ya no al crecimiento de la empresa, sino a la mejora de la eficiencia en sus procesos; y a ello contribuye el millón de robots que ya colaboran en los almacenes de Amazon a escala mundial. Entonces Amazon transitará en muy pocos años de creador masivo de empleos a destructor de los mismos vía las operaciones automatizadas y la eficiencia robótica y generativa.   

La transición hacia una sociedad de las vidas prescindibles es un proceso que está en marcha en los márgenes del capitalismo contemporáneo, y la tecnología en sus distintas facetas tiende a intensificar ese tránsito acelerado con el propio macro-experimento social de la pandemia del Covid-19 y el confinamiento global. Que una corporación como Amazon apele a la robotización y a la intiligencia artificial supondrá amplios cambios en el campo laboral por el efecto de réplica que otras empresas globales adopten respecto a los procesos seguidos por el gigante tecnológico. Corporaciones como Walmart, UPS, Microsoft, Ford Motor Company, entre otros corpotativos del sector bancario ya siguen o toman en cuenta seguir los pasos de Amazon. Actividades laborales como las propias de los call center –que a Microsoft le reporta ahorros por 500 millones de dólares tras echar mano de la inteligencia artificial–, los departamentos de operaciones en el sector bancario/financiero, entre otras labores de oficina, podrían ser potenciadas con el avance tecnológico a expensas del sacrificio de puestos de trabajo. Se trata de un amplio proceso de destrucción masiva de empleo y de intensificación de la precariedad laboral al conservarse empleados contratados por horas.

Las preguntas que surgen ante este escenario promovido por Amazon son las siguientes: si únicamente en los Estados Unidos se suprimirán o dejarán de contratar 600 mil empleos, ¿quién comprará los productos? ¿Quién aportará al sistema de pensiones? ¿Quién pagará el impuesto sobre la renta? ¿Los robots –eufemísticamente denominados “cobots” o “co-workers”– se encargarán de todo lo anterior? ¿Dónde quedará el trabajo como derecho humano fundamental y como mecanismo de cohesión social? ¿Cuál es el papel del Estado en torno a esta exclusión social? ¿Cómo construir un nuevo contrato social entre el Estado, el capital y la fuerza de trabajo tras el masivo impacto laboral del acelerado cambio tecnológico? ¿Cuál será el rumbo de los sistemas de seguridad social en el mundo? Estas preguntas suponen dilemas políticos y éticos en el contexto de un capitalismo rentista, especulador, neo-extractivista, automatizado y excluyente de la fuerza de trabajo, y que con mucho rebasa a Amazon y que envuelve al conjunto del sistema económico. Del mismo modo, suponen pensar formas de regulación del uso excluyente de la tecnología y rediseñar legislaciones laborales que realmente garanticen el derecho al trabajo en condiciones dignas.

El problema es estructural y, a su vez, remite a las nuevas formas en que se organizan los procesos de producción y comercialización. Es un problema económico mundial que se vincula con la retracción del crecimiento de la natalidad en múltiples países y con los llamados tecnocráticos a una renta básica universal proveída por el Estado, y que tiene como trasfondo la erosión y envilecimiento de la diginficación humana dada por el derecho al trabajo. Aunque la incorporación de nuevas tecnologías al proceso económico implica, a lo largo de la historia del capitalismo, transformaciones y adaptaciones entre las generaciones jóvenes en edad laboral, lo que se perfila en la sociedad contemporánea es una masiva exclusión y desaparición de profesiones y oficios tradicionales, y la aparición de un trabajador apegado al aprendizaje continuo, a la versatilidad, a la adapación acelerada y al cultivo de la empatía. El hacer y mover cosas en la manufactura se automatizó a lo largo de las últimas cuatro décadas con las máquinas-herramienta y la robotización, en tanto que las trabajos intelectuales o del pensamiento –como el de los médicos, dentistas, abogados, contadores, arquitectos, ingenieros informáticos, programadores de computación, periodistas, analistas de datos–, en sus fases repetitivas, pueden ser replicados y automatizados por la llamada inteligencia articial.  

Sin embargo, cabe matizar que los impactos y las trayectorias evolutivas de la inteligencia artificial, así como sus impactos estructurales son difíciles de anticipar debido a la misma celeridad y voracidad del cambio tecnológico. Más difícil se torna el prever su cauce porque son pocas las corporaciones y los países a escala mundial las que concentran y centralizan estas tecnologías generativas y es amplio su poder excluyente de lo humano y acaparador de la información y el conocimiento. Pese a ello, los agoreros no hacen esperar su ansiedad demencial: Elon Musk, en noviembre de 2023, sentenció que “estamos ante la presencia de la fuerza más disruptiva de la historia. Llegará un punto en el que no se necesitará ningún trabajo. Puedes tener un trabajo si lo quieres para satisfacción personal, pero al final de cuentas la inteligencia artificial lo realizará todo” (https://shre.ink/o7so).

Después de las orgías especulativas y del capitalismo punto com de los años noventa, la vuelta a un capitalismo desbocado vía la robotización, el Big Data y la inteligencia articial, está muy cerca. De ahí que los Estados y la acción colectiva global asuman la responsabilidad de la regulación mundial del conjunto del cambio tecnológico y de su consustancial carácter excluyente y su concentración desigual. Sin esos contrapesos del sector público –más allá de las implicaciones geopolíticas y geoeconómicas de la lucha en torno a la inteligencia artificial–, el cambio tecnológico y su uso desmedido y su concentración ensancharán las brechas digitales, ampliarán las desigualdades extremas globales, y extenderán la restricción o la nulificación del derecho a la explotación en el campo laboral. Dejado a los caprichos e intereses creados de los agentes decisores del mercado, el uso y apropiación de la tecnología –en sí mismos transnacionales– pone en riesgo derechos humanos fundamentales, como el del trabajo, aunque también puede socavar los derechos de autor, los derechos de propiedad intelectual y los derechos de privacidad. Sin amplias acciones y regulaciones públicas, se corre el riego de que los grandes conglomerados tecnológicos desborden su poder, vigilancia y dominación, a la par de que afianzan la exclusión social y abonan la entronización de la sociedad de los prescindibles.

P.D.- De última hora el futuro nos alcanza: el 27 de octubre de este 2025 Amazon anunció que al día siguiente 30 mil trabajadores de oficina serán despedidos para sustituirlos por la inteligencia artificial y la robotización (https://shre.ink/oSZQ). Se impone la idea de emplear a menos humanos en labores de rutina y repetitivas en la empresa; no solo se trata de los trabajos manuales, sino también las labores corporativas, cognitivas y burocráticas en aras de incrementar la eficiencia y reducir costes. Se abre, entonces, el camino para una transformación profunda del campo laboral.

Académico en la Universidad Autónoma de Zacatecas, escritor, 

y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación 

semántica y escenarios prospectivos.

Twitter: @isaacepunam


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