Kepa Tamames •  Opinión •  30/09/2025

Imbéciles arrogantes

Cuenta la leyenda que solo hay algo peor que un tonto, y es un tonto con iniciativa. Y conviene aclarar aquí que, por desgracia, no se trata de una leyenda.

Entiendo que el aforismo viene a decir que si hay un tonto en el pueblo, al menos que se quede tomando el sol en el banco de la plaza, oyendo las conversaciones de los viejos del lugar, iguales que las de ayer, idénticas a las de mañana. Que el tonto no se encargue de encender cada noche el alumbrado público, que no dirija el tráfico de la avenida principal, que no llene de agua las piscinas municipales al comenzar cada temporada de baños.

Al tonto hay que ayudarle, hay que comprenderle, hay que empatizar con él, porque al castigo divino que le tocó en desgracia no debemos añadir ni la chanza ni el desprecio. Pero toda esta retahíla de cosas sabidas no traen consigo que al tonto deba dejársele suelto, con un libre albedrío que con toda seguridad dejará a oscuras el municipio, formará caóticos atascos en el centro, o dejara secas las piletas también este año. Es tan justo ser amable con el tonto como impedir que acceda a los mandos del avión.

Aunque no debiera, he de aclarar que con el término tonto no pretendo aquí hacer referencia necesariamente al ciudadano con escaso intelecto o aquejado de algún tipo de disfunción mental, sino al tonto de capirote, al bobo que entrena y al imbécil de manual. Me encanta la etimología de imbécil, por cierto, que se refiere a quien teniendo experiencia vital no sacó mucho de ella. Era imbécil en la Roma clásica el que no poseía el bastón o báculo (in‑baculum), entendiendo que quien sí lo necesitaba era por viejo, que es tanto como decir por sabio, por la experiencia atesorada y buen conocedor de los problemas de la vida y de sus remedios. Me parece a mí que suena tan poético como lógico.

Pero retomemos el verdadero significado e intención del título, y apreciaremos en él dos partes. Se puede ser solo imbécil, y se puede ser solo arrogante. Ninguno de ambos estados es deseable, supongo, mas ser imbécil suele venir de serie, mientras que la arrogancia se adquiere con absurdo empeño. Dice la Biblia en Proverbios 26:12 que “Hay más esperanza para el necio que para el arrogante”, queriendo decir con ello que al menos el tonto se da cuenta de que necesita aprender, mientras que el arrogante se empeña en convencerse de que sabe, y tiene por tanto demasiado orgullo como para percatarse de su idiotez (esta adquirida, como quedó dicho), se hace así adicto al «mal saber», o directamente a la ignorancia. Es sumamente interesante en este sentido el llamado Efecto Dunning‑Kruger (y su contrario).

Y es así que si a la naturaleza de tonto se le une la de arrogante tenemos ante nosotros una bomba de relojería presta a estallar no ya en cualquier momento ―que también―, sino en repetidas ocasiones, causando gravísimos daños a la sociedad en general, más que al imbécil arrogante.

Pues bien, añadamos a este cóctel explosivo un tercer elemento, y nos vamos acercando a la situación actual, fruto de las tres patas sobre la que se sustenta la sociedad española, y quizá mundial. Ha de subrayarse que a esos imbéciles arrogantes los hemos puesto nosotros a los mandos de la aeronave, para que dirijan nuestros destinos, para que nos representen en los parlamentos y estamentos públicos, para que tomen decisiones arriesgadas para todos menos para ellos, pues ya se encargan de pillar privilegios y no soltarlos si no es con una patada en el trasero, entiéndase por tal no votarlos.

Dicen que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, y habría que añadir que también es el único que tropieza infinidad de veces en la misma urna. Roban, traman, dictan y practican el nepotismo sin descanso, y sin descanso les elegimos de nuevo a ellos o a sus delfines, que vienen ya resabiados, sin la menor disposición a la honradez que se supone a todo servidor público, no vaya a ser que si no me lo llevo yo se lo llevará el compañero.

Con lo cual, blanco y en botella: urnas vacías, y a ver qué pasa entonces. Poco o nada perdemos con ello, dadas las horribles consecuencias de lo que ya tenemos.


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