Rafael Fenoy Rico •  Opinión •  30/09/2025

Dependencia improductiva: La cosificación de las personas

Aviso: Este texto es pura ficción, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

El relato pretende analizar un aspecto básico del modo de producción capitalista. Para este sistema político-económico, las personas son «objetos», instrumentos para la producción y el consumo. Sirven exclusivamente para poder acumular plusvalías.  !Si no sirves, para que te quiero! Alguien puede opinar que es una exageración, pero basta mirar lo que ocurre todos los días para confirmar la veracidad de esta exclamación.  Quienes dirigen la economía, quienes de verdad tienen el poder, sólo entienden de ganancias y estas deben producirse a costa de lo que sea. Exterminar a quienes son dependientes por improductivos es su máxima aspiración. Optimizar la acumulación de capital eliminando a seres improductivos, porque además de no aportar absorben para vivir parte de la energía del sistema. La explotación de miles de millones de seres humanos y de todos los ecosistemas, que puedan producir algunas riquezas, es una constante. Y ello produce la acumulación exponencial de las mismas a escala planetaria. Cada vez menos individuos (cuesta calificarlos de personas), acaparan mucho más que todo lo que la humanidad ha ido produciendo en milenios. ¿Hasta dónde y  cuándo, llegará a finalizar esta condena? Su voracidad es eterna. A la vista de que la extracción de plusvalía, en la Tierra, y su acumulación consecuente tiende a su agotamiento, ya se orientan hacia otros planetas para proseguir este macabro “juego”.  Para proyectar las nuevas colonizaciones utilizan energías humanas recaudadas en forma de impuestos por los gobiernos de estados poderosos, que a su vez acaparan más activos de los pueblos sometidos a vasallaje (Sistema recaudador parasitario). Ni un solo ser humano, o forma de vida, está protegida de la inmensa avaricia,  de quienes hoy gobiernan el mundo a la sombra de los grandes conglomerados empresariales e inmensos fondos de inversión. Estos imponen, a los políticos que gobiernan los Estados, obligaciones para hipotecar al pueblo, que deberá pagar intereses a decenas de años vista. Para hacer frente a las enormes deudas públicas todas las personas tienen que contribuir. Sus salarios, sus haciendas tienen que ser “recaudadas” en pro del pago de las deudas contraídas.  Para que esa recaudación se lleve a cabo es preciso contar con un aparato recaudador, que evidentemente requiere consumir algunos recursos del sistema. A pesar de la abrumadora carga impositiva, que padece la población, la masa de activos recaudada no llega para todo y entonces se produce la “priorización” del gasto mediante los “presupuestos”

Por ejemplo, en un país imaginario, con sólo el presupuesto de la casa real, o del pago de políticos, cargos de confianza, subvenciones a partidos políticos, campañas publicitarias…, las personas dependientes estarían atendidas dignamente. ¿Por qué los políticos dan prioridad en el gasto a la casa real, a la financiación de sus partidos, salarios de sus cargos públicos o sus campañas publicitarias electoralistas?   La respuesta no parece sencilla, aunque lo sea,  porque la inmoralidad es abrumadora. Los políticos saben (o deben saber) las penurias que está pasando una buena parte de las personas en ese país.  Los políticos saben (o deben saber) que la justificación última para cobrar impuestos es el bien común. Los políticos saben (porque lo saben) que si se dedican los recursos, que se obtienen de los impuestos, a atender las necesidades de las personas más vulnerables, las personas dependientes, las personas enfermas, no quedará ni un euro para pagarles sus sueldos y mantener el sistema parasitario. Los políticos saben (porque lo saben) que deben justificar ante su electorado que no dediquen fondos suficientes para garantizar los derechos humanos a quienes viven en el país. Y la justificación es muy, pero que muy sencilla, ¡esto les pasa por su indolencia! ¿Y cómo justificar la enfermedad? Hasta no hace mucho, y aún hay multitud que lo piensan, se decía ¡Es la voluntad divina!  Y esta voluntad de la divinidad también estaba más que justificada: a)  por la ¡maldad!, de quien padece la enfermedad o el infortunio. b) Mejor aún por los ignotos planes de esa divinidad. Toca inevitablemente convocar a la Religión, o mejor dicho a la manipulación de la Religión, que ofrece a quienes creen en la divinidad de turno, la posibilidad de tenerla contenta mediante rituales, liturgias, promesas, para que esas personas creyentes no lleguen a formar parte de ningún plan divino que les condene a la indigencia, a la enfermedad, a la más frustrante dependencia e incluso de una dolorosa muerte. ¡Más libranos de todo mal Más aún, si la muerte llegara,  garantizan estos credos una vida eterna. Un ser feliz para siempre “no se sabe cómo, ni dónde”. Mucho más, porque esa felicidad será compartida con todos sus seres más queridos que ya fallecieron. ¿Quién no se deja llevar de tan extraordinaria promesa? La individualidad de la respuesta es precisamente el veneno ideológico que encierra, ya que según esas Religiones, el creyente no tiene que contar necesariamente con sus “hermanos” y “hermanas” para ¡salvarse! Con que cada cual individualmente se preocupe de si, basta. Si es una mala persona,  ¡no importa! Siempre queda el arrepentimiento y sobre todo el perdón de cualquier acto malvado. Desde una simple mentirijilla, una masturbación, hasta la extorsión, el asesinato más abyecto o incluso el genocidio más brutal. ¿Cuántos genocidas habrán entrado en cualquiera de los paraísos prometidos? Por ello pecados sociales no existen en ninguna religión conocida. Pertenecer al aparato que extorsiona a un pueblo no genera culpa alguna. Y si ese aparato apoya a la religión de turno mucho menos, ya que sólo le falta al dogma definir que la afiliación a un determinado partido sea garantía de salvación.

En ese mundo imaginario, a lo largo de siglos, se ha ido conformando una corriente de pensamiento liberadora del parasitismo. Abstrayéndose de las promesas venturosas de las religiones o de los representantes políticos neoliberales, de los parásitos capitalistas ocultos tras ellos, pretende que las personas se desarrollen felizmente a lo largo de toda su vida. Persiguen conseguir esta “utopía”  aunando el esfuerzo colectivo de quienes viven en sociedad para evitar ser parasitados por poderes económicos o políticos, extraños. Se requiere la aportación de cada cual en función de su capacidad, para poder garantizar que cada cual pueda atender su necesidad.  El deber de la acción socialmente necesaria se hace evidente.  la humanidad viviría en armonía y con todas las formas de vida del planeta Tierra. En ese país imaginario muchas personas comenzaron a sintonizar con esta opción alternativa al individualismo egoísta. Esas personas comprendieron que era esencial participar organizadamente, asociándose a otras personas, no para pedir limosnas, sino para resistir el parasitismo y mejorar su realidad. Desterrando de esta forma el concepto de “Dependencia Improductiva”.


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