Frijol camagua
Clemencia compró frijol camagua, iba por chiles dulces y cebollas, pero el frijol le salió al paso desde el canasto de nía María. Primero se paró de cabeza, saltó, levantó las manos y bailó, pero Clemencia estaba entretenida buscando los chiles más galanes. El camagua no se dio por vencido y utilizó su última herramienta, se lanzó de panzazo sobre los manojos de siente montes, sabía que era la única forma de captar la atención de la despistada.
Con cinco chiles en la bolsa, Clemencia buscó las cebollas, pero como un montarral espeso de finales de invierno, aparecieron frente a ella los siete montes. Sintió el aroma de su infancia llegado desde las montañas de la Sierra de las Minas. Se le erizó la piel y se le dejaron caer en manada el puño de recuerdos cuando vendían queso fresco, crema, requesón y suero en la casa de sus padres en Teculután, Zacapa.
Los años en los que si llovía su madre les gritaba desde donde estuviera, que fueran a tapar los espejos con una toalla y que le desconectaran el televisor, rituales que Clemencia no sigue y que no les enseñó a sus hijos. De hecho, sus hijos no saben qué es el requesón y mucho menos el suero de vaca, si ella les contara que su madre ponía una herradura de caballo atrás de la puerta con una trenza de ajos, no le creerían le dirían que de dónde sacó esa historia. Mucho menos les diría que regaba la entrada de la casa con agua de siete montes o que el manojo lo dejaba en un jarrón abajo del mostrador.
¿Le creerían si les contara que creció barriendo el patio con escoba de escobillo? Primero le preguntarían qué es escobillo. No, sus hijos no la imaginarían así, regando el patio con palangana o lavando la ropa a mano y tendiendo la ropa en un lazo. Mucho menos le creerían que también ordeñaba las vacas que compró su abuelo materno para que su madre comenzara con un negocio y no estuviera a la espera de que Silverio, su esposo, le diera dinero.
Pero es que, si les contara que sus pies se le llenaban de niguas, le dirían que qué le pasó, que, si se siente bien o está delirando, que qué es todo eso de lo que está hablando. No le creerían que creció comiendo tortillas, mismas que están prohíbas en su casa, como la papa, los elotes, los plátanos y todo lo que dice su entrenadora personal y la nutrióloga de la familia que no se debe comer.
Es su culpa, Clemencia se lleva la mano al pecho, a los lejos escucha la voz de nía María que le pregunta qué va a llevar, pero no distingue, no capta qué le dice, la ve mover los labios, pero no entiende lo que le está diciendo. Es su culpa, se dice a ella misma, es su culpa por no enseñarles de dónde viene, cuáles son sus raíces, por eso son unos adolescentes arrogantes, que creen que porque tienen dinero y cinco empleados en su casa al servicio de todos sus caprichos les pertenecen como si fueran sus zapatos.
Es su culpa no haberlos acercado a su familia, a sus raíces, en cambio sí con la familia de su esposo, adinerada, con buenos modales, que viajan alrededor del mundo cuando se les da la gana y viven de vacaciones en vacaciones. ¿Por qué renunció a su identidad? Un golpe de realidad le cae como balde de agua fría, por qué escondió a su familia y nunca los visitó si nunca le hicieron daño, al contrario, sus padres se desvivieron por ella y sus cinco hermanos. ¿Por qué sus hijos no conocen a sus tíos ni a sus abuelos?
¿Por qué se inventó un título universitario que no tiene? ¿Para no avergonzarlos en ser la única en la familia sin título de la universidad? Qué estúpida, se dice y se da un golpe en la cabeza con la mano. Nía María le sigue preguntando que qué va a llevar, ve a Clemencia más despistada de lo de siempre, ¿con quién estará hablando ahora?
Clemencia va al mercado todos los jueves, la lleva uno de los dos pilotos, aunque las empleadas encargadas de la casa son las que hacen las compras en el supermercado, Clemencia tiene el mismo ritual de los jueves desde hace quince años. Necesita sentir las verduras y las hierbas frescas, sabe que jamás se compararán con las del supermercado por mucho dinero que pague al comprarlas.
Nía María le sube la voz, qué te pasa Clemencia, le pregunta y la hace volver en sí. Nía María, cómo está, deme por favor un manojo de cebolla, quisiera llevarme los siete montes, pero no tengo en dónde ponerlos y regáleme por favor cinco libras de frijol camagua. Los frijoles se dan la mano y comienzan a saltar juntos, por fin la Clemen se los llevará, les encanta ver desde las ventanas de la cocina el patio lleno de grama verde, la piscina y el jacuzzi, aunque después terminen envueltos en masa y tuza. Clemencia ha visto el frijol camagua durante años, siempre a mediados del invierno y cuando es el tiempo del atol de elote, los elotes asados con limón y sal, del chipilín con arroz y crema y de los tamalitos de frijol camagua. Compra una rapadura canche y un ayote sazón.
De cuando en cuando a Clemencia le dan estos golpes de realidad, la llama la tierra donde nació, siente en la boca del estómago un halo helado cuando tiene nostalgia, pero nunca se ha atrevido a regresar, solamente les envía dinero a sus padres mensualmente. Es mucho lo que tiene qué perder, una vez al mes nía María le lleva tortillas, Clemencia se las come a escondidas en su habitación, con queso fresco que compra en el mercado. Después las vomita, sería incapaz de subir de peso y que sus amigas la juzguen y peor aún su familia política. El frijol camagua se lo lleva de regalo a las empleadas para que hagan sus tamales, lo mismo con el ayote y la rapadura y vean que mala empleadora no es.
Se despide de nía María, se sube al automóvil donde la espera el piloto y se va, en el camino se prepara para entrar de nuevo en su personaje, deja ser Clemencia y se convierte en Valentina, en fingir se ha convertido en una experta, total, todo lo que tiene alrededor es falsedad. Se lleva las manos a la cara imaginándose que, si en su pueblo supieran que se ha puesto de nombre Valentina para encajar en sociedad, inmediatamente le llamarían tina, bañera, chorro de agua, charco, ojo agua donde toman agua las vacas, hasta el frijol camagua y los siete montes se reirían de ella, sabe que en el oriente no perdonan.
28 de septiembre de 2025.
Estados Unidos.