Es lo que hay

Dicen que 600 aviones despegan todas las noches desde China a Europa cargados de objetos que realmente no necesitamos. Sabemos, pero no queremos pensar en ello, que con esa acción de comprar compulsivamente estamos alimentando al monstruo que acabará devorándonos, pero, como la cría de gacela que come hierba en la sabana a veinte metros de una manada de leones, lo hacemos como si nuestras acciones no tuvieran consecuencias, sobre todo contra nosotros mismos.
Unos defienden que no debemos preocuparnos, que forma parte de nuestra libertad individual y que el mercado lo acabará regulando. Que si se producen algunos daños colaterales como el incremento de las desigualdades, la pobreza, el colapso del planeta, las guerras, las dictaduras, la explotación laboral o las migraciones masivas es porque hay que regular mejor los sistemas, las transacciones, los procedimientos, las leyes, pero que el sistema es bueno y funciona, que de hecho es el mejor, el único que existe.
Otros mantienen que somos víctimas del capitalismo, que nos ha anestesiado, que nos engaña con sus continuas trampas y que, por ello, no somos responsables sino víctimas.
Algunos chicos refinados y cultos como Pedro Vallín o Javier Gomá, nos cuentan desde la atalaya de sus lecturas conceptuales y eruditas que el problema es que necesitamos educarnos en la incertidumbre, en la provisionalidad, en que no hay respuestas definitivas, porque han muerto las grandes ideologías.
Paralelamente, una buena parte importante de los jóvenes parece vivir en otra dimensión, en parte por cómo los hemos educado, en parte, porque el turboliberalismo es más inteligente que todos nosotros, sobre todo con su jugada maestra de meternos un espía, un agente de seguridad y un carcelero con forma de teléfono en el bolsillo.
Y, finalmente, un señor que esos mismos jóvenes ya no conocen nos sigue cantando desde las plataformas y, para unos pocos, desde CDs o vinilos que de vez en cuando la vida nos gasta una broma y nos despertamos que sin saber qué pasa, chupando un palo sentados, sobre una calabaza.
Quizá eso pensaría Kurt Vonnegut cuando escribió Matadero cinco, pero, claro, realmente ya apenas nadie lee libros de verdad sobre todo si fueron escritos en el pasado, aunque sea un pasado cercano porque, como nos dice José Carlos Ruiz en Incompletos, el pasado ha dejado de existir porque “el sujeto hipermoderno del siglo XXI ha pensado que la experiencia de vida de sus antepasados no es válida para encarar el devenir del siglo XXI”.
Ahora vayan a tomarse una caña o un ansiolítico que ya mañana, como decían en el siglo XX unos cómicos con chaqué y bombín, “hablaremos del gobierno”.