El empleo como objetivo sin tener en cuenta sus condiciones

En los años 60 del pasado siglo, en países europeos como Italia o Francia y en sectores vinculados a la sanidad de algunos países latinoamericanos, se produce una verdadera revolución en la forma de concebir la actuación sobre la salud de los empleados por parte de los propios trabajadores.
Las luchas de los trabajadores en el seno de las grandes empresas, sus formas unitarias de organización y sobre todo la conciencia de que son ellos mismos los que pueden y deben modificar sus propias condiciones de trabajo, suponen una verdadera revolución de la práctica obrera en materia de condiciones y organización del trabajo y especialmente en salud laboral.
Hasta entonces la mayoría de las veces la respuesta se producía puntual, y en algunos casos violentamente, ante el accidente y después desaparecía. A partir de los 60 se construye un nuevo modelo de intervención de los trabajadores en las condiciones laborales. Un modelo permanente y que no precisa del suceso -precisamente su objetivo es evitarlo-, un modelo que lideran los trabajadores porque son ellos los que conocen y sufren las consecuencias de los riesgos, incorporando al experto como asesor y no como mediador “científico” del empresario.
El modelo obrero de salud laboral
Como todos los modelos, tiene sus características definitorias y diferenciadoras. Nace del movimiento obrero de base y pegado a la empresa, relaciona y subordina la salud al marco político y económico, se basa en la participación directa y sostenida del trabajador, supera el modelo compensatorio tradicional y rompe con sus perversiones monetizadoras, busca la eliminación del riesgo y no meramente la reparación de sus consecuencias, amplia el campo de actuación a las enfermedades y daños del trabajo, incorpora la interacción con la familia y el territorio, aprovecha la experiencia y la reflexión del trabajador sobre su tarea como fuente del conocimiento elaborado y de las propuestas de solución, funciona con la “inteligencia colectiva” de los trabajadores, en intercambio permanente de ideas y propuestas, y se desarrolla en base a la colaboración y no a la subordinación entre trabajador y experto. Los trabajadores lideran su proyecto. El consenso auténtico es posible a partir de la autonomía real que dan el poder y el conocimiento de los trabajadores. Y es siempre un consenso provisional.
El nuevo instrumento operativo del modelo obrero son los mapas de riesgo. Sus raíces se encuentran en las tradiciones higienistas y ambientalistas. Se rompe con las corrientes que responsabilizan al individuo de sus males. El mapa de riesgos precisa inexcusablemente de la aportación informativa e interpretativa de los trabajadores.
En realidad el nuevo modelo se construye seleccionando conceptos de la mejor tradición histórica, conocimiento y experiencia en la materia, pero con un enfoque radicalmente nuevo. La observación, la relación actividad/enfermedad, la importancia del entorno, el sistema de información permanente y la epidemiología, la interrelación de las partes y la actuación integral. Lo nuevo es el papel de los trabajadores y su hegemonía. El trabajador pasa de ser sujeto observado a sujeto auto-observante de su actividad. A ello se suma el funcionamiento como “intelectual colectivo”, clave para la aportación y renovación de las actuaciones e imposible en una organización jerarquizada, autoritaria y burocrática.
Las aportaciones científico-técnicas de un sector renovador de médicos, fisiólogos, sociólogos, juristas, psiquiatras, epidemiólogos y sindicalistas rompieron con la tradicional dependencia del orden científico establecido y aportaron consistencia a un modelo de raíz obrera que por primera vez cumplía los requisitos para ser alternativo.
La necesidad de un amplio respaldo del modelo exige un adecuado lenguaje sintético que se va construyendo y va calando entre los trabajadores. Lemas como la salud no se vende ni se delega: se defiende. Conceptos como medicina de los trabajadores y mapa de riesgos. Se propagan rápidamente entre los trabajadores y consiguen calar en los medios de comunicación y en la sociedad.
Los resultados reales conseguidos en la aplicación del modelo por los trabajadores en grandes empresas, conocidas internacionalmente, facilita la rápida propagación de las experiencias y su reconocimiento y prestigio.
Durante un tiempo la hegemonía en las ideas y en las prácticas, en el campo de la salud laboral, pasa a los trabajadores y supone una verdadera explosión que, aún amortiguada, trascenderá al futuro.
Del no se delega a la prevención como negocio
La crisis de los años 70, sus efectos devastadores en el empleo y las ofensivas neoliberales para superar la crisis en beneficio del capital, provocan dos secuelas: el repliegue y burocratización del movimiento obrero y la digestión asimilable por el poder del modelo obrero de los 60, una vez eliminada su acidez. El objetivo pasa a ser el empleo y no sus condiciones. El engaño es que, una vez pasada la etapa más dura de reconversión y paro, el empleo se ha mantenido como objetivo social preferente y se han olvidado, o han pasado a último plano, las condiciones de vida y de trabajo.
La mayoría de aquellos conceptos fueron incorporados en su faceta técnica o burocrática por la OIT en convenios y por la UE en directivas. Sus elementos esenciales y más duros para el sistema se degradaron y ello dio lugar al modelo actual. Así, se pasó del liderazgo de los trabajadores a su “participación” y “colaboración”, sometidas eso sí a múltiples resistencias y restricciones. Participación más tolerada, protegida y financiada en las altas instituciones que en los centros y en los tajos. Lejos del contacto directo y diario con la realidad. Se han multiplicado los cursos de prevención sobre los riesgos laborales, financiados con cargo al erario público y de los que se benefician especialmente los empresarios al eludir sus obligaciones de formación.
Los especialistas y el conocimiento experto se convirtieron en los referentes acreditados para las decisiones, las técnicas y las normativas. Y todo el poder volvió al empresario. Para el trabajador, las políticas de prevención son percibidas como ajenas y no se involucra en ellas. Simplemente las sufre.
Desde las mutuas, siempre gestionadas por la CEOE, hasta las OCA, organismos privados de control y certificación autorizados por las administraciones, o la propia AENOR, hoy todos los sistemas de prevención que deben de proteger a los trabajadores y a los equipos están gestionados y en manos de los empresarios [1].
Los servicios de prevención, hoy ya completamente en manos privadas, son la culminación de la decisión de un gobierno del PSOE y de la total destrucción de aquella idea obrera, con origen en el tajo, desarrollada por la CGIL italiana, en la que colaboraron sectores profesionales muy cualificados que pusieron sus conocimientos al servicio de los trabajadores organizados [2]. En España se produjeron diversos ecos que fueron recogidos por CCOO y especialmente por Ángel Cárcoba [3] y el Gabinete de Salud Laboral de la Confederación pero también por parte del Ministerio de Sanidad y el INSHT [4].
NOTAS
1. GRANADO, Octavio y DÍAZ PEÑA, Miguel Ángel. Mutuas y Corrupción. Público. 08.01.2015.
2. BELLI, Andrea. “Delega” e “non delega”: la CGIL davanti all´infortunio e alla malattia professionale. Tesi di laurea in storia del movimiento sindicale. Università degli studi di Firenze. Anno Accademico 2000-2001.
3. CÁRCOBA, Ángel. La salud no se vende ni se delega, se defiende. El modelo obrero. Madrid, Ediciones GPS, 2007. En relación con el modelo obrero de salud laboral hay una amplia bibliografía de los años 60, 70 y 80, sobre todo, pero no únicamente, italiana, parte de la cual puede encontrarse en el libro coordinado por Ángel Cárcoba.
4. GARCÍA GÓMEZ, María Montserrat. Los mapas de riesgos, concepto y metodología para su elaboración. Revista de Sanidad e Higiene Pública. Nº 4. Julio-Agosto 1994.
Fuente: https://www.mundoobrero.es/pl.php?id=10919