Socialismo 21 •  Opinión •  27/05/2020

Pandemia, la catástrofe del neoliberalismo y la esperanza del socialismo

Hemos entrado en un periodo de alta inestabilidad y de gran incertidumbre, que cierra en catástrofe el capítulo de la globalización del capitalismo neoliberal que se ha implantado en los últimos 40 años. La presencia y la intervención del Estado en la economía se reclaman de nuevo, sin distinción de clases, pero con intereses enfrentados.

Hacia la tormenta perfecta

Son muchos los focos de inestabilidad latentes y muy graves problemas que se generarán cuando alguno de estos focos desencadene una nueva crisis. Cada uno de ellos abrirá procesos de consecuencias difíciles de ponderar y con toda probabilidad se enlazarán unos y otros focos, como el virus y el petróleo, creando situaciones de gran complejidad y bastante inabordables por el sistema. Si estos focos estallan con simultaneidad, la incertidumbre se convertirá en un caos general para la humanidad. 

El primer foco lo constituye la pandemia del coronavirus. No se sabe si el combate que se lleva está dando resultados definitivos o si se extenderá aún más y se reproducirá en cualquier otro momento. Las consecuencias económicas de la pandemia no se pueden valorar con un mínimo de precisión todavía ni permiten otear el futuro. El sistema, impulsado además por la globalización ha creado una inextricable red de conexiones económicas. A medida que pase el tiempo, irán surgiendo nuevas complicaciones

La solución que se ha adoptado hasta ahora por los principales centros de la economía mundial es la de inyectar liquidez a todo el sistema financiero, con la esperanza de que esta liquidez evite su colapso, el hundimiento de la actividad y la destrucción del aparato productivo. Estas torrenciales ayudas financieras no eliminan, sin embargo, la baja rentabilidad del capital productivo, la nula solvencia de muchas empresas y la enorme inestabilidad financiera derivada del crecimiento incontrolado del mundo financiero, como ponen de manifiesto todos los datos que se manejan a nivel global y su comparación con la economía real, que dan como resultado que la esfera financiera tiene en estos momentos mayor entidad que la existente cuando estalló la crisis de 2008. Al contrario, la masa de nuevos fondos incrementará el volumen del endeudamiento general. Esto es: el castillo de naipes se irá agrandando y con ello aumentando los peligros de ruptura de la cadena de activos y pasivos, de derecho y obligaciones que conforman el entramado del extremadamente hipertrofiado mundo financiero. Se está tratando de apagar el fuego existente ahora, pero alimentando con pura gasolina las posibilidades de nuevos incendios.

Esto escribía a modo de conclusión Michael Robert este mismo mes de mayo: “El Instituto de Finanzas Internacionales, un organismo comercial, estima que la deuda global, tanto pública como privada, superó los $ 255 billones a fines de 2019. Eso es $ 87 billones más que al comienzo de la crisis de 2008 y sin duda va a ser mucho más alta como resultado de la pandemia. Como escribe Robert Armstrong, del FT : “la pandemia plantea riesgos económicos especialmente grandes para las compañías con balances muy apalancados, un grupo que ahora incluye gran parte del mundo corporativo. Sin embargo, la única solución viable a corto plazo es pedir prestado más, sobrevivir hasta que pase la crisis. El resultado: las compañías enfrentarán la próxima crisis con montones de deuda aún más precaria”.

La política monetaria de la Reserva Federal, el BCE y otros bancos está pensada sobre todo para salvar a las empresas y ayudar al capital a superar la crisis. En mucha menor medida y con bastante menos atención se destina a amortiguar los dramáticos efectos sociales de la crisis, reproduciendo la orientación de la política neoliberal de la crisis de 2008 y de décadas pasadas.

El petróleo se ha convertido en los últimos tiempos días en un gran foco de inestabilidad, entre otras razones por los efectos de la crisis sanitaria en la producción, el trasporte, el turismo y la movilización social. Aparte de las complejidades políticas, el hundimiento del precio del petróleo puede tener unas secuelas financieras desoladoras, sobre todo en Estados Unidos. Este país ha aumentado considerablemente su capacidad productiva implicándose en el método del “fracking”, que ha canalizado enormes inversiones y que requiere de un precio del petróleo más alto del que hoy se negocia en los mercados. Cientos de empresas petrolíferas de Estados Unidos se están cerrando y la falta de rentabilidad general augura una situación insostenible que dista de estar superándose. La quiebra de empresas petroleras se dejará sentir profundamente por el endeudamiento que tienen con el sistema financiero y bancario, y con ello los peligros de que desate una crisis financiera inmanejable.

La expansión financiera de las últimas décadas ha tenido como base la desmedida creación de dólares para cubrir los déficits exteriores de la economía norteamericana. Es tal la cantidad de dólares en los circuitos financieros del mundo que si se desatase la desconfianza sobre la divisa americana el hundimiento de su valor abriría una gran crisis. Parece como si nadie quisiera prender la chispa que encienda este asunto, en particular China que hasta ahora es la primera economía mundial en posesión de activos en dólares, entre otros motivos porque la desvalorización del dólar implicaría la desvalorización de una parte importante de las reservas de todos los países. Pero en el mundo financiero, tal como está la situación no se puede descartar una pérdida repentina de la confianza en la moneda americana para que una debacle comience.

En parte la colocación de dólares en el mundo ha tenido como razón el que la divisa americana desde la Segunda Guerra Mundial ha sido la moneda de reserva a escala mundial. Sigue siéndolo aún a pesar de la latente crisis del dólar y de algún terreno que le ha comido el euro como moneda de reserva. Que los países mantengan el dólar como reserva equivale a que los países le dan un crédito gratuito a Estados Unidos, reforzando estos su papel de gran potencia económica. No obstante, se sabe que por parte de China y de Rusia se está tratando de sustituir o al menos reducir el papel del dólar en las transacciones internacionales y como activo financiero. Hay ensayos ya para que los Estados puedan emitir monedas virtuales de reserva. Sí esto llega ocurrir, el poder americano y su capacidad política infame, tan utilizada para de reprimir a algunos países, quedarían menoscabados y, por otra parte, las amenazas sobre el dólar se multiplicarían.

La UE a la deriva.

El desastre de la UE está suficientemente certificado, pero la crisis del coronavirus ha reabierto las tensiones y probado que a la hora de la verdad cada país tiene intereses propios. Lo novedoso de la actual situación es que la tendencia al resquebrajamiento de la UE va a agudizarse y que los problemas para avanzar hacia la unidad fiscal, como gran objetivo, o la mutualización de la deuda para afrontar colectivamente dificultades actuales se han complicado sobremanera. Cada país tendrá que hacer frente a una situación económica, social y política diferente, lo que entraña políticas fiscales también diferentes. Por otra parte, ha surgido ya la necesidad de que el Estado intervenga en múltiples ámbitos económicos y sociales y en particular en sectores productivos básicos para salvar a empresas condenadas al hundimiento como está pasando, por ejemplo, con las compañías aéreas y las fábricas de automóviles. Si los Estados incurren en gastos públicos enormes para preservar sus aparatos productivos, muchas veces en competencia y con intereses contrapuestos entre países, no se facilitará que esos gastos públicos se traten de financiar conjuntamente por la UE.

Problemas adicionales a esta incertidumbre económica son la guerra comercial no resuelta y en peligro de cobrar fuerza, con el origen del virus como pretexto, con los cambios tecnológicos en el núcleo de las tensiones y se llega a hablar ya de conflictos armados, en el contexto de una crisis generalizada a escala mundial. La situación de China queda muy comprometida en este marasmo, lo que añade interrogantes por su peso a esta situación preñada de incógnitas.  El caso español, claro está, exige un análisis propio, si bien hay que resaltar su débil posición en este contexto catastrófico en que está colocado el mundo. En algunos datos básicos negativos como la tasa de paro, la precariedad, el bajo nivel del gasto público, sobre todo en los gastos sociales, el tamaño del déficit público, el volumen de la deuda pública, el endeudamiento exterior, la dependencia del turismo, la economía española se sitúa en puestos destacados del ranking de los países de la UE.  Por no referirse a la complicada situación política, con el telón de fondo del agotado régimen de la transición, cuya clave de bóveda sigue siendo una monarquía tan ilegitima como corrupta, y que deja pendiente un proceso constituyente.

La crisis económica ya estaba aquí.

Las previsiones sobre la economía mundial y en particular las relacionadas con los países desarrollados hace tiempo que apuntaban a un debilitamiento o a una recesión de los principales países. Así, además, lo auguraban las instituciones internacionales. Sobre esta evolución ha irrumpido la pandemia generando un gran primer desastre como ya ponen de manifiesto las cifras de paro en algunas economías y que se reflejan en unas perspectivas mucho más sombrías. Hay que dejar de lado las muy insensatas previsiones que algunos se atreven a realizar, como el gobierno español, cuando la crisis está en sus comienzos y no se sabe los múltiples canales y vericuetos por los que se propagará en el conjunto de la economía y en algunos sectores prioritarios, como puede ser, por ejemplo, el sector del automóvil.

El mismo sin sentido tiene hacer pronósticos sobre la letra que describirá la próxima recuperación, que si una V, que si una L o cualquier otro garabato. Lo único seguro es que se entra en una fase siniestra y desoladora en el mejor de los casos y que pueden desencadenarse procesos inesperados que conduzcan a una gran catástrofe, como hemos tratado de exponer por los múltiples factores de inestabilidad que atenazan la economía mundial. Las consecuencias sociales, económicas y políticas están por descubrirse si bien para las economías más débiles y para los sectores sociales más desatendidos y vulnerables la catástrofe ya ha llegado. 

Para el trabajo político de la izquierda este pronóstico es insoslayable. El sufrimiento para una inmensa parte de los pueblos está garantizado. Lo que entendemos por el «Sistema», tratará de hacer caso omiso de lo acontecido y procurará con sus enormes medios de acción y propaganda convencernos de que, a pesar del gran desorden existente, es inexorable la vuelta a la normalidad. Ante la ante la conmoción originada por la pandemia nos hablan demagógicamente de una «nueva normalidad», pero los objetivos se orientan ya restablecer el mismo modelo económico y social, es decir, dejar todo como está en lo esencial, y si acaso corregir algunos aspectos insostenibles dependiendo de la presión social y política que se genere. La intención desde luego es afianzar la esencia de la sociedad capitalista y reproducir la ideología y prácticas de la política neoliberal. Las inyecciones masivas de liquidez que están desarrollando los bancos centrales van dirigidas sobre todo a preservar la estructura de la propiedad y el aparato productivo. En mucha menor medida y con ambigüedades y barreras insuperables para muchas de las víctimas, se trata solo de amortiguar las dramáticas consecuencias sociales que ya han emergido y de evitar en lo posible explosiones políticas, sin dejar de amenazar con regímenes autoritarios si la contestación se excede.

La crisis de 2008 y la salida que finalmente se le dio a pesar de la conmoción inicial están muy recientes como para no tenerlas en cuenta. Se tratará primero de culpar a los gobiernos anteriores por su mala gestión y los abusos cometidos con el gasto público. Se inventarán patrañas como la que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades (¿quienes), o como que para remontar la crisis había que trabajar más y cobrar menos. Finalmente se impondrá la austeridad como orientación básica de la política económica y social y se acometerán recortes brutales en los gastos destinados a los servicios públicos esenciales y la protección social. Cabría preguntarse el coste que tendrá en términos económicos la pandemia si sus efectos se hubieran reducido con una atención prioritaria permanente al sistema sanitario. La comparación estremecería. Mientras tanto se gastaron cientos de miles de millones de euros en rescatar al sistema bancario, siempre protegido, como ahora se está haciendo con el papel que desempeña la banca privada en la intermediación para financiar a los Estados que siguen sin poder acudir directamente al BCE para colocar su deuda. Luego, cuando sobrevenga la crisis de la deuda, habrá que rescatarla nuevamente porque, como es habitual, las pérdidas hay que socializarlas y apropiarse de los beneficios cuando se producen. El Banco de España ya ha hablado recomendando años y años de ajustes y contrarreformas.

Hay que aclararse.

Ante tal estado de cosas presentes y futuras, surgen para la izquierda algunas grandes preguntas. ¿Pueden resolverse los problemas sociales y económicos con la misma política que, en última instancia, sin restarle importancia al virus, ha generado esta impresionante crisis? ¿Pueden hallar remedio esos problemas insistiendo en la política de austeridad, recortes, acoso al estado del bienestar, indiferencia ante las desigualdades y las penalidades de una parte inmensa de las ciudadanías? El debate nos parece zanjado por la historia y la razón. De no mediar cambios sustanciales en el fundamento del sistema, de una ruptura, no cabe esperar alivio alguno de la desolación existente y si vaticinar un empeoramiento de las condiciones en las que viven muchos países, hasta Continentes, incluidos los países económicamente más desarrollados.

Si se tiene una respuesta clara y rotunda a estas cuestiones, que no son nuevas en la historia porque la barbarie nos visita una y otra vez, toda la izquierda con voluntad de transformar la realidad, junto con las organizaciones de la clase trabajadora y los movimientos sociales, tiene que comprometerse en buscar una alternativa ideológica, moral y económica para intentar superar esta crisis con un proyecto de sociedad radicalmente distinta a la civilización dominante. Ello entraña modificar y romper con las pautas del consumo y producción neoliberales así como corregir las enormes desigualdades en que se asienta el mundo actual.

Parece claro que ante el individualismo y el carácter privado en que se fundamente la vida social, se hace imprescindible reforzar el poder económico del Estado para luchar contra la desigualdad por los mecanismos que le son propios, la fiscalidad y la distribución del gasto público, y para levantar una legalidad que impida la sobreexplotación y el abuso de los menos contra la inmensa mayoría: mercado laboral, condiciones de trabajo, tiempo de jornada,  salarios y rentas mínimas garantizadas,  derechos sociales, libertad y participación de todos los ciudadanos en la conformación de un nuevo paradigma de convivencia y de respeto, el tema está pendiente con toda de urgencia, a la naturaleza. Pero también es necesario dotar al Estado de instrumentos suficientes para intervenir en el proceso productivo a través de apropiarse de los recursos imprescindibles para controlar y planificar las bases económicas del funcionamiento de la sociedad. El sistema financiero, tan decisivo como vulnerable, ha de estar en manos del poder público. Así mismo, sectores económicos esenciales deben estar nacionalizados y no en manos del capital y los intereses privados. Energía, transporte, comunicaciones, medios de información etc. deben estar al servicio de todos los ciudadanos y controlados por las instancias políticas democráticas. Por lo demás, una política progresista no puede detenerse en la distribución de la renta, sino que ha de atacar la distribución de la riqueza acumulada, de la que se ha apropiado fundamentalmente la burguesía para asentar indefinidamente su régimen de explotación.

Si, el socialismo.

Por supuesto hay que ser consciente y no cabe ocultar que todos estos pasos significan un avance hacia el socialismo, como la otra parte del dilema que afronta la humanidad. Hay que recobrar la ideología e impulsar proyectos que impliquen una transformación radical del orden establecido y que respondan a las necesidades del conjunto de la población.

Nada de estos planteamientos es nuevo. Representan, adecuados a las circunstancias actuales los objetivos por los que todos los movimientos progresistas han luchado a lo largo del tiempo. ¿Y cómo proseguir la lucha en las condiciones adversas en que se encuentra la izquierda, sin olvidar nunca que las fuerzas ligadas al capitalismo pondrán todos los medios, y la fuerza necesaria, incluida la implantación de regímenes autoritarios de ideología fascista, para impedirlo y consolidar el sistema? Recuérdese de nuevo la crisis de 2008.

Primero, como se acaba de resaltar, con un rearme ideológico y una superación de las ambigüedades programáticas en las que se asientan las reivindicaciones. Por ejemplo, no es posible avanzar si al mismo tiempo se acepta neoliberalismo de la Europa de Maastricht y se admiten acríticamente todas las restricciones que emanan de las instituciones europeas. No se puede pasar por alto la reciente sentencia del tribunal Constitucional alemán poniendo el freno a la cooperación entre los países europeos y apagando las ilusiones de esperar transferencias significativas entre ellos. No se puede abordar una reconstrucción del país, ahora que la palabra ha hecho fortuna frente a la necesaria transformación, cuando soporta una pesada losa de deuda pública y exterior, impagable, en gran medida ilegitima y creciendo sin freno.  Un tema específico de gran calado al que darle alguna respuesta, agravado porque toda esa deuda está escriturada en una moneda, el euro, que no es la propia y sobre la que no se tiene ninguna soberanía como se tenía antes de su implantación, entonces con un Banco Central en cada país para dar respuesta con la política monetaria, cambiaria y también fiscal a los problemas singulares que cada sociedad afronta.

Sobra ingenuidad en las filas de la izquierda y falta realismo para comprender la naturaleza histórica del conflicto existente, del dilema que la humanidad enfrenta.

Para impedir que la nueva crisis descargue en las espaldas de los trabajadores, los más desfavorecidos y los más vulnerables; para evitar la reproducción del sistema según los métodos conocidos u otros que se inventen ante los cambios inevitables que tendrá que experimentar la sociedad; y en fin, para tratar  de alcanzar las reivindicaciones populares, desde los servicios públicos esenciales – sanidad y educación- , pasando por otras pendientes de implantarse – dependencia, guarderías, residencia de ancianos, centros de acogida…-, hasta remediar la agravación  de  dramáticos  viejos problemas –vivienda, desnutrición, hambre , si hambre- , todas ellas excluyen el móvil del beneficio y las privatizaciones. Por el contrario, concluyen en un fortalecimiento del Estado y del sector público.

Para impulsar estas estas ideas socialistas, es imprescindible la participación y movilización de la mayoría social, del pueblo, articuladas e impulsadas por los movimientos sociales y los sindicatos, pues sólo las masas son capaces de modificar los cursos de la historia. Y a su vez, para ello es imprescindible elevar la conciencia de la población y construir, rearmar ideológicamente y organizar, -hay que insistir organizar-    una izquierda que se afane en la real transformación de la sociedad con objetivos y convicciones claros.

La tarea está pendiente y a ella hay que dedicar todos los esfuerzos por parte de las personas comprometidas con derribar el capitalismo y avanzar en el proyecto liberador del socialismo.

Socialismo 21. Mayo de 2020

Fuente: https://observatoriocrisis.com/2020/05/26/pandemia-la-catastrofe-del-neoliberalismo-y-la-esperanza-del-socialismo/


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