Armando B. Ginés •  Opinión •  26/12/2025

Mearse de miedo o mear en las caras de Trump. Musk y Bezos

¿Es fascismo lo que hace Amazon al obligar a sus trabajadores y trabajadoras a mear en una botella o bote para no perder ni un milisegundo de productividad? Así de esta manera tan original evita los desplazamientos al baño, que están restringidos a 10 minutos por jornada laboral.

Un ludita rompería a martillazos hasta hacer añicos esos recipientes urinarios donde el muchimillonario Jeff Bezos explota a conciencia a su sufrida plantilla y rasga a la vez su dignidad como personas.

Amazon y las grandes tecnológicas de Silicon Valley vienen anunciándonos desde finales del siglo XX que llega la inevitable automatización robótica y la inteligencia artificial para hacer del mundo un lugar diferente. Dicen los prebostes de la IA que se destruirán millones de puestos de trabajo al tiempo que emergerán nuevas tareas profesionales. Lo que se va por lo que viene. Falso de toda falsedad.

La introducción de las nuevas tecnologías no es inevitable sino decisión de los jerarcas, accionistas y directivos para bajar lo salarios, degradar las condiciones laborales y crear un pàramo de libertad empresarial donde los derechos de los y las trabajadoras se esfuman por arte de magia.

Si el proceso tecnológico no se realiza de forma dialogada entre patronal y sindicatos con la anuencia decisiva del poder político y legislativo, la IA a lo bestia y la robótica serán meras imposiciones de la clase dominante, que hará realidad su sueño húmedo de despedir a toda su plantilla. Sucede que los antiguos sindicatos de clase se han quedado muy atrás en sus propuestas: no salen del estado de bienestar volado por el neoliberalismo y tampoco avanzan en un programa que supere el régimen capitalista vigente. Se han anclado en el conformismo socialdemócrata y así nos va a la clase trabajadora. La utopía sindical de hoy en día es de extremo centro: escasa o nula reivindicación y mucha negociación orgánica a la baja de cara a la galería.

No obstante, la máquina por sí misma siempre necesitará de las manos y el cerebro humano para alimentar sus frías entrañas de silicio.

Estar en contra de la tecnología de modo visceral no es de recibo, pero sí dejar que las mentes de unos cuantos iluminados poshumanistas elijan el futuro de las inmensas mayorías.

Toda revolución tecnológica tiene consecuencias sociales. Por tanto, esa alegría por la IA es irracional y solo brinda beneficios a una casta de capitalistas a escala global, Musk y compañía.

Detrás del alud fascista que ahora estamos viviendo están los grandes emporios tecnológicos para imponer un nuevo universo vital y laboral acorde con sus intereses capitalistas. Democracia jamás rimó bien con Google, Facebook, Tesla, X y Amazon.

Detrás de la onírica singularidad no hay más que humo y vacío. La clase trabajadora habita la cruda realidad: empleos en precario, consumismo evanescente, vivienda imposible, educación privatizada, presente incierto y pánico al futuro. Esa situación sociocultural es propia de ambientes fascistas.

Para edulcorar esa situación el sistema capitalista necesita la guerra social contra los otros, inmigrantes, y las otras, las mujeres. Ese desvío ideológico permite a los Trump y camarilla sacar pingües beneficos políticos y económicos.

Mientras todos y todas estamos inmersos en la competición salvaje por la supervivencia, las clases hegemónicas siguen a la suyo: socilializar las pérdidas y privatizar las ganancias.

Hay que mearse encima de Bezos, Musk, Trump y tantos otros para romper el bote o la botella que nos esclaviza. O eso o la miseria de la severa explotación laboral. Esa es la auténtica singularidad futurista que nos ofrecen los fascistas y parafascistas de hoy en día.


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