La Revolución Industrial: sangre y dignidad esclava y ludita
La historia oficial la escribe el poder, esto es, la que se enseña en las aulas convencionales y la que vomitan a diario los grandes medios de comunicación. De eso no hay duda alguna. Y la que nos han contado viene a ser un relato de próceres con sable y sabios con mentes prodigiosas que han hecho todo para que el mundo progrese sin fin.
Eso sí, próceres y sabios han tenido que luchar contra multitud de enemigos, básicamente el pueblo llano y la clase trabajadora que a veces entraban en rebeldía contra los altos intereses de la clase dominante por nimias cuestiones: querían libertad, salarios dignos, igualdad real y otras fruslerías por el estilo.
No nos vamos a remontar a épocas remotas, basta con situarnos a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, en los albores de la la llamada Revolucion Industrial, cuando el capitalismo iniciaba su andadura en Inglaterra y el Reino Unido de Gran Bretaña señoreaba su colonialismo a escala global. En ese tiempo también se tejía la urdimbre de la nueva Roma imperial, esto es, los Estados Unidos de raíz británica y fundamentalismo cristiano en sus versiones protestantes.
Parece un camino de rosas el recorrido por el ufano capitalismo desde Manchester hasta Silicon Valley, sin embargo la trayectoria cosnumió sangre obrera y esclavista a mansalva. El neoliberalismo fascista de hoy no hubiera sido posible sin la explotación y asesinato masivo de mujeres y hombres por mor del sacrosanto beneficio empresarial, brutal margen que posibilitó la capitalización del régimen económico ahora en vigor universalmente, salvo alguna isla o territorio díscolo perdido en la maraña neoliberal.
Muchos grandes emporios societarios y fortunas personales tienen su origen en la esclavitud de millones de africanas y africanos y en las manos encallecidas de niños, niñas, mujeres y hombres de Manchester y sus condados colindantes.
Esas gentes maltratadas con severidad en aras de un progreso egoista que permitieron amasar poder y caudales prodigiosos a la clase hegemónica no fueron sumisas ni se rindieron a su suerte como un manso rebaño de ovejas dóciles. Antes al contrario, opusieron tenaz resistencia y dignidad con acciones de rebeldía y sabotaje por un reparto de la riqueza más equitativo, por la libertad real y por la igualdad política, económica y social.
El relato breve y veraz de los hechos dice que los estados sureños norteamericanos producían algodón con mano esclava, que luego exportaban a la metrópoli donde en las fábricas manchesterianas lo transformaban en paño para la exportación manos infantiles y adultas sin apenas derechos laborales. Látigo y sueldos de hambre: esas fueron las herramientas imprescindibles y criminales para el desarrollo inicial del capitalismo.
En esa época de miseria, la negitud esclavizada realizaba sabotajes de toda índole para mejorar su existencia: destrozar maquinaria, robar alimentos, enfrentarse al propietario, sus secuaces y sus capataces a pecho descubierto, escaparse de la ira de los esclavizadores, manifestarse colectivamente. Todo valía en esa lucha desigual por la dignidad humana, aun a riesgo de la furia desmedida de sus explotadores, que en muchas ocasiones deban muerte a los cabecillas de cada conato recurrente de rebelión.
Mientras tanto, en la cuna de la Revoluciñon Industrial emergió un movimiento espontáneo de trababjadores y trabajadoras, tundidores, calceteros, hilanderas, con una actividad frenética en los años 1811 y 1812, los luditas, liderados por un meme extraordinario, el general Ludd, personaje de leyenda que nunca existió en carne y hueso.
Los luditas o mecanoclastas destruyeron cientos de factorías que introducían maquinaria con la consabida consecuencia funesta de incremento de desempleados y pronunciada baja de salarios. Las máquinas producían más por menos costes aunque la calidad de sus productos fuera ínfima. Los luditas no estaban contra el progreso tecnológico, antes al contrario, lo único que querían poner de manifiesto es que la máquina en manos de capitalistas solo producía astronómicos beneficios para sus propietarios y hambre para el pueblo.
Por cierto, la IA y la automatización de los locos poshumanista dela singularidad de Silicon Valley pretenden lo mismo. La Historia vuelve a repetirse siempre en contra de la clase trabajadora.
Sobre la sangre de luditas y la negritud esclava se ha erigido el monumento asesino del capitalismo. Esos son los héroes anónimos del primer empuje criminal del régimen capitalista.
Que cada cual extraiga sus propias conclusiones. Eso sí, tengamos en cuenta con Balzac que “la resignación es un sucidio cotidiano.” Ni luditas ni esclavas ni esclavos africanos se resignaron jamás ni aceptaron con sumisa prestancia sus precarias situaciones vitales. De su memoria brotan las verdaderas ramas de la dignidad humana, la igualdad y la libertad.
