Kepa Tamames •  Opinión •  25/10/2017

Perros, judíos…

Siempre manifesté sincera repugnancia por toda expresión que refiera a colectivos sociales con el fin de obtener una carga de desprecio: “Sucio gitano”; “Perro judío”; “Puto negro”… No menor asco me causan esas que, a modo de ‘comparación justificativa’, mencionan a ciertos grupos zoológicos cual si de zanahorias se tratase: “Lo torturaron como a un cerdo”; “Huían como ratas”; “Me tratan como a un perro”. Los canes son, en efecto, un sector muy recurrente en dicho campo. Tales expresiones encierran, como digo, un inequívoco elemento justificativo, y al tiempo muy turbador, pues desde su propia génesis pretenden dejar claro que no resulta especialmente reprobable torturar cerdos, perseguir ratas o maltratar perros, sino más bien que lo erróneo radica en el hecho de que las víctimas sean humanas.

Sí, este artículo va sobre ‘lo de Cataluña’. Porque la lista de teorías y prácticas segregacionistas hace ya tiempo que sobrepasó lo insoportable. Escucho demasiadas veces en estos días que “los policías fueron acosados y perseguidos como a perros”. Y en boca además de las propias víctimas o de las de sus allegados en lo emocional; lo cual agrava el asunto, si acaso ello es posible.

Me cuenta Rosa que dos de los perros originarios de su asociación (Héroes de 4 patas) fueron vetados por la organización de un festival donde pensaban dar a conocer su labor. Esta consiste en dar a conocer a la sociedad el trabajo que realizan los canes en los diferentes campos de ayuda o rescate: bomberos y policía. No hace ni tres años decidieron crear una oenegé cuyo objetivo primordial es buscar familia a sus asistentes peludos, una vez que estos han alcanzado cierta edad y no pueden por razones físicas realizar el esfuerzo que requieren sus misiones. Me he mostrado siempre crítico con el uso de animales en labores policiales, y me mantengo en mi postura. Lo que no es óbice para que me emocione una decisión como la de Rosa y sus compañeros de cuerpo. Me consta que muchos de estos animales reciben malos tratos (en particular los usados por empresas de seguridad), y sé también que otros muchos llevan un día a día rico y equilibrado, no muy diferente en lo básico al que pueda llevar mi perra Patty, con la que cada día voy a la oficina y a la que ofrezco durante las horas de tarea el mejor sillón de la sala.

Los humanos hemos discriminado a lo largo de nuestra [poco virtuosa] historia a ‘los otros’ en razón de su etnia, de su género, de su status social… y ―sobre todo― en razón de su especie: te niego derechos básicos por no ser humano. En alguna parte leí que esta actitud discriminatoria se denomina antropocentrismo. Desde una perspectiva etimológica, me parece del todo pertinente. Como me lo parece el término especismo para designar la discriminación arbitraria y prejuiciosa entre unos animales no humanos y otros. Si un comportamiento es verificable, hay que ponerle nombre, aunque nada más sea que por ahorrarnos tiempo y recursos mentales. Mas conviene no engañarnos pensando que la razón ideológica última de vocablos (etiquetas) como payo, goy o animal es muy diferente.

Siendo así, ahora estigmatizamos perros por haber pertenecido a un cuerpo policial dado, y de paso a la entidad que les busca una jubilación digna. O quizá el orden sea el inverso, poco importa a estas alturas.

Lo he manifestado en petit comité, por puro miedo (jo sí que tinc por!) a ese fascismo que todo lo inunda, y que estos días se revela con inusitado desparpajo. Y ahora toca vomitarlo. Conozco de forma indirecta lo que sucedió en la Europa de entreguerras durante los primeros años 30, leyendo aquí y allá, tratando de ordenar grosso modo ideas y conocimientos. Y hasta es muy probable que haya fracasado con estrépito en ambos propósitos. Pero lo que sí percibo con dolorosa nitidez es que ‘esta vez no podremos decir que no lo sabíamos’. Sean perros, judíos…

Kepa Tamames


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