Mi marido es el estómago de la casa
Así se refería una esposa a su marido en una reunión social. Y es que la expresión no es en absoluto banal. Con ella daba a entender la centralidad de su cónyuge en relación a la cantidad de alimentos ingeridos. Pero más allá del cuánto (asimismo, nada desdeñable), me gustaría hablar del que. ¿Qué comen los hombres?,y porqué lo comen.
En muchas ocasiones, en el contexto de un restaurante, si un hombre y una mujer piden un chuletón y una ensalada, el camarero intuitivamente sirve la carne al hombre y la ensalada a la mujer. Lo mismo ocurre con la degustación de vinos. Esta situación naturalizada, no lo es en absoluto. Para entender este proceso de asimilación se debe acudir al discurso dominante que lo ha posibilitado, y éste no es otro que el derivado de la cultura patriarcal.
Esta desigualdad, de géneros en el acceso al consumo de carne, proviene del hecho que el hombre ha sido quién la ha obtenido en la mayoría de las culturas y, con ello el poder. Por contra, según indica Peggy Sanday, en las economías de sociedades no tecnológicas, basadas en vegetales, la mujer ostenta un rol principal como proveedora/recolectora del sustento alimentario, y por ello son más propensas a ser igualitarias.
Pero además, la supremacía masculina en dicho acceso integra una desigualdad/discriminación por motivo de especie que celebra el consumo de carne. Y con ello me gustaría hacer hincapié que hasta aquí he hablado únicamente de “carne”, “chuletón”, que podríamos estar de acuerdo en denominarlos “materia prima del patriarcado”. Pero, ¿y, dónde está el animal?, ¿qué se ha hecho del ser viviente, del ser sintiente?. Resulta ser que el animal, tanto su nombre como su cuerpo, son convertidos en ausentes como animales, para existir como carne y sus múltiples denominaciones (lomo, solomillo, costilla, etc.). Esto vendría a ser un filtrado o borrado de todo indicio de vida y sintiencia; una anestesia emocional para evitar cualquier posible solidaridad interespecie del humano, en pro de la industria cárnica. Por tanto, los animales vivos son los referentes ausentes (concepto acuñado por Carol J.Adams en “La política sexual de la carne” (2016)), en el concepto de carne. Según Teresa de Lauretis, “la carne por definición es algo violentamente privado de todo sentir”.
En cuánto a la mujer, no sólo está sometida a un acceso diferencial a la carne, sino que es carne en si misma para la cultura patriarcal. Es fácil entender este aspecto, tan solo basta acudir a la gramática pornográfica. Según Adams, cuándo se interpela a muchos hombres sobre sus fantasías sexuales, estos responden con partes del cuerpo impersonales, desmembradas: “tetas, piernas, vaginas, nalgas”. La carne para el consumidor medio ha sido reducida a eso: partes de un cuerpo sin rostro, pechugas, piernas, ubres, nalgas. Por tanto, esa parte de un todo a la cual se reduce a la mujer: “pedazo de culo”, “soy un hombre de pechuga”, etc., confirman la aplicabilidad del referente ausente a la mujer, o lo qué es lo mismo, su cosificación.
Claro que también se puede argumentar que los hombres pueden ser llamados “semental” o “cachas”. Pero esto es un claro ejemplo de que los hombres se poseen a si mismos como “carne”, mientras que las mujeres son poseídas.
Así pues, el paradigma de los cuerpos subalternos, cosificados, ubicados en la periferia del hombre blanco, burgués, heterosexual, representa un sufrimiento, tortura, explotación y eventualmente muerte, absolutamente innecesarios (siempre lo fueron), y, por ello, debe llegar a su fin. Tanto animales, como mujeres, deben reapropiarse de ellos mismos como agencia, en aras no ya de un futuro, sino de un inmediato, imprescindible y antiespecista presente.
*Antropólogo social y biológico.
