Las Tecnologías de la Información y las desigualdades educativas del siglo XXI
Vivimos momentos de primacía digital que conllevan cambios estructurales que nos afectan positiva y negativamente.
Las comunicaciones se han globalizado, y nos han sacado de nuestro aislamiento local dándonos acceso al conocimiento y a la relaciones internacionales, pero internacionalmente no de forma igualitaria, pues para ello hacen falta: estructuras físicas que lo soporten, una formación de los ciudadanos, saber muy bien cuáles son las verdaderas necesidades de cada grupo de población y no dar palos de ciego con inversiones que no llegan a nada y una clara voluntad por parte de los gobiernos para reducir la brecha digital de sus ciudadanos, que inexorablemente se convierten en nuevos analfabetos digitales, cuyas posibilidades de trabajo se reducen a la mínima expresión. En contrapartida, se abren nuevas oportunidades para aquellos más competentes digitalmente.
La educación digital debería ser un derecho, puesto que es lo que hoy, en muchos ámbitos sociales, dará acceso a un trabajo. A estas alturas, hablamos todavía de una utopía: no hemos ni siquiera conseguido que todos los niños del mundo puedan simplemente aprender a leer y escribir.
Y frente a estas desigualdades, existe un aspecto de mayor calado dentro de las relaciones que se pueden establecer entre tecnología, educación y trabajo: la dignidad del ser humano que también se está viendo afectada.
Mientras existen países todavía en la Edad Media, en términos de desarrollo económico, cultural y tecnológico, en el primer mundo se está desarrollando en paralelo otro tipo de esclavitud y pobreza en la que el ser humano termina siendo considerado una pieza y servidor “de esas grandes `máquinas´ que llamamos sistemas: sistema productivo, sistema económico, sistema político, sistema educativo, etc. (…) Los excesos o cualquier faceta humana acentuada unilateralmente violenta o anula otras dimensiones de lo humano que son vitales para su dignidad”. (Humanismo para el siglo XXI, Juan Antonio Estrada)
José Antonio Gabelas cita a Chesterton: “hemos dejado de creer en Dios para creer en cualquier cosa”. Continúa: “La fascinación por la tecnología nubla la visión y dota de una particular miopía la responsabilidad de la sociedad, la política de la familia (…) Los intereses de la industria, el vértigo de la gratificación inmediata, la firme convicción de que lo nuevo es lo bueno; el deseo de estar ahí, la ansiedad del por si acaso, el confundir ser con el ser visto, son algunos reflejos de esta tecno-utopía”. Y concluye: “Estamos en un proceso que no tiene vuelta atrás (…) Urge cambiar la dirección: invertir el endiosamiento de la tecnología, explorar un nuevo humanismo” (La tecnología, una nueva religión, Disidentia.com).
¿Cómo afrontar entonces desde la escuela y la enseñanza de las tecnologías las nuevas necesidades sociales y laborales? Tengamos siempre presente el concepto de educar que el Papá Francisco defiende: extraer lo mejor del corazón del ser humano; no es sólo aportar conocimiento y tecnología sino primar “el desarrollo emocional de los alumnos y su formación moral. La búsqueda de una nueva etapa de reencantamiento social y educativo difícilmente será posible si las TIC continúan siendo herramientas técnicas orientadas exclusivamente a la adquisición y transmisión de conocimientos, pero incapaces de participar en las metas sociales y morales que persiguen la educación y la sociedad” (Los desafíos de las TIC para el cambio educativo. Metas Educativas 2021, EOI).