Armando B. Ginés •  Opinión •  21/09/2025

La magia de los dados

Einstein dejó para la posterioridad la inmortal frase de que Dios no jugaba a los dados con el  universo, sentando las bases del conocimiento científico, esto es, que la taera del ser humano no era  otra que descubrir las leyes de la causa y el efecto de todo fenómeno físico. 

Por tanto, el sentido único y profundo de la vida es conocer lo invisible de todo lo que nuestros  sentidos alcanzan a percibir. 

Marx tomó el testigo de tal aserto al sumergirse en la faexna todavía más compleja de desvelar las  leyes históricas del devenir humano.  

El existencialismo sartriano nos invitó a vivir en la paradoja de vivir la libertad como una  obligación inexorable: lo queramos o no siempre tenemos que elegir entre dos o varias opciones. 

¿Qué es entonces el azar y el libre albedrío si todo lo que sucede en la vida y el universo está  dictado por leyes ineludibles de la historia o de la naturaleza? Responder esa inquietante pregunta  es entrar en el limbo de la metafísica y del lenguaje. Pura elucubración intelectual o mera retórica  academicista. 

Si el único sentido de la vida es vivirla, ¿por qué y para qué resolver enigmas mentales sin  solución? Algún filósofo anónimo dijo alguna vez que la filosofía se reducía a un aquí y un ahora, el resto era palabrería vana, poesía o dicurso redundante. 

Pero hay que vivir, la alternativa es dejar de existir, o sea, levantar la mano contra uno mismo y huir a la eternidad. 

Supongamos que todas las personas deseamos vivir. Una realidsad ecuménica de la actualidad es  que todas habitamos, ya sea en la periferia o en Occidente en el rol de centro generador de sentido  dominante, dentro de un régimen más o menos severo denominado capitalismo. 

Los fundamentalistas del mercado a ultranza, sin apenas gobierno salvo en las esferas policiales y  militares, hablan desde décadas de la magia del mercado, tan querida por Thatcher, Reagan,  Friedman, Mises, Hayek, Rand y otras lumbreras políticas y gurús doctrinales. 

La magia del mercado fue el comodín de Reagan en la inmensa mayoría de sus alocuciones  públicas. El poder del eslogan repetido hasta la saciedad resulta demoledor. Dejemos que millones  de personas tomen decisiones más o menos racionales en completa libertad y todos los beneficios  sociales, económicos y políticos vendrán dados de suyo regando de felicidad a toda la mundanidad  humana. 

En la realidad histórica, esa presunta magia del mercado solo ha ocasionado desigualdades  extremas, dictaduras fascistas, guerras en los arrabales imperales y crisis financieras y sanitarias. El  mercado mecido en su magia es una máquina de destrucción masiva, creativa en la pluma lírica de  Schumpeter.  

Sin gobierno sólido y coherente, impuestos progresivos y regulaciones que pongan límites a la  obtención privada y salvaje de beneficios, la mano invisible solo trae desgracias para muchos y  riqueza excesiva para poquísimos. El cambio climático y las pandemias son paradigmas de ese  apocalipsis que asoma su patita desde hace tiempo. Cosas mágicas sin casi relevancia para los  acólitos del neoliberalismo.

La deidad en la que creen los fundamentalistas del mercado reside en la metafísica, es una creencia  ideológica más allá de toda verificación racional y empírica. De esa mágia irracional vivimos la  inmensa mayoría de mortales. 

Si miramos el mundo con cierta objetividad y mesura, todo parece caótico. El caos gobierna el  mundo pero nadie se hace responsable de esta madeja de conflictos tan enredada. Los neoliberales  siguen apelando a la mano invisible y mágica del mercado capitalista, de esta forma nadie es o se  hace responsable de la cruda realidad en la que nos movemos. Todo parece obra de un dios  veleidoso. Las decisiones del dios cristiano son inescrutables. Él sabrá. A los mortales solo nos cabe acatar sus caprichos y esperar temerosos al inabarcable sueño de la eternidad, dichosa para los  creyentes y bien jodida para los ateos. Es lo que hay. Pascal, por si acaso existe dios, sentenció que  lo mejor era creer. ¡Menudo prestidigitador era el inefable francés! ¿Y cómo se puede creer cuando  no se cree? ¡Ay, matemático Pascal de mis entretelas, eso es hacer trampa probabilística! 

De alguna manera, Luke Rhinehart en su irónica y desmesurada novela El hombre de los dados retoma esta magia evocadora del azar.  

El protagonista, psiquiatra él con el mismo nombre que el autor de la narración, ve que con los  métodos tradicionales de análisis, sus pacientes siguen tal cual, no sanan ni reducen sus tensiones o  traumas existenciales o emocionaloes para regresar a la normalidad. 

Y se le ocurre una idea genial, que cada paciente (y él mismo) elija sus opciones buenas o malas y  hagan lo que los dados dicten. Aquí no hay ética que valga: hagamos lo que los dados quieran.  Disparate o no, la novela plantea situaciones chocantes que obligan a reflexionar sobre la vida  neurótica y acotada por imperativos morales, culturales, económicos, ideológicos, sociales y  políticos que a todos nos constriñen a diario. 

Yo decido entre varias alternativas y dejo al dado que me diga lo que debo hacer, es decir, intento  delimitar la incertidumbre a unas pocas variables. Estamos ante una mano invisible condicionada  por mis propios deseos y miedos. ¿No es eso puro capitalismo? 

Si bajamos a la realidad cotidiana, lo que veneramos como libertad es un dado en el que nos vienen  ya escritas las opciones viables para ejercer mi libertad individual. Y no las escribo yo, las edita  para mi la estructura capitalista, el poder económico de mi familia, la clase social a la que  pertenezco, mi género, mi país de nacimiento y categorías socioeconómicas, culturales y religiosas  de similar tenor. 

Poco más puedo añadir a una cara del dado, si es que quedara alguna por rellenar. La libertad viene  predeterminada antes de nacer. Los dados de Rhinehart están trucados y la magia del mercado no es  más que una burda mentira ideológica de aquellos privilegiados encaramados en la cúspide del  sistema capitalista. 

El dado de Rhinehart es radicalmente individualista, sin embargo los hombres y las mujeres reales  son sociales, sin la otredadn no somos nadie.La única libertad real sería la que rompiera el dado en  mil pedazos. Y esa opción no se contempla en ningún dado capitalista. ¿Por qué será?


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