Unión Proletaria •  Opinión •  21/09/2023

La experiencia de la Internacional Comunista en la construcción de partidos de tipo bolchevique (5)

El capitalismo experimentó un período de estabilización parcial desde 1922 hasta 1929. La economía de los países capitalistas entró en la fase de as­censo cíclico acompañado de una mayor concentración y centralización de capital. Ya en 1925 el índice de la producción industrial mundial fue 20% más alto que antes de la guerra. Crecía con rapidez el poderío económico de los monopolios.

Se fortalecían relativamente los regímenes estatales bur­gueses, después de que derrotaran el asalto directo al régimen capitalista en una serie de países en el período anterior y las acciones revolucionarias de 1923. Se pasó a la fase de desarrollo lento del proceso revolucionario. En el campo de las relaciones internacionales, el “plan Dawes” (1924) y los Acuerdos de Locarno (1925) apuntaban a solucionar las contradicciones entre las potencias imperialistas mediante la colusión antisoviética de éstas.

“No puede caber duda –explicaba Stalin- de que con el tiempo deben vencer las tendencias negativas para el capitalismo y favorables para la revolución, pues el imperialismo es incapaz de resolver las contradicciones que lo desgarran; pues únicamente es capaz de paliarlas de momento, para que vuelvan a manifestarse y se desarrollen con nueva y demoledora fuerza. Pero es indudable también que actualmente prevalecen las tendencias positivas, favorables para el capitalismo. (…) Por esta razón asistimos a cierta fase de calma en Europa y América, calma ‘turbada’ por el movimiento revolucionario nacional en las colonias y ‘ensombrecida’ por la existencia, el desarrollo y el fortalecimiento de la Unión Soviética”. [1]

La estabilización parcial del capitalismo estuvo acompañada tam­bién del reforzamiento de la influencia ideológica y política de la bur­guesía y de la socialdemocracia en los trabajadores, de la propagación de las ilusiones parlamentarias y reformistas en las masas. El caldo de cultivo para esos fenómenos fue el ascenso de la economía ca­pitalista, el mejoramiento de la situación económica de una parte de la pequeña burguesía de la ciudad y del campo, y el aumento de los salarios de algunos sectores de la clase obrera.

Los ideó­logos burgueses afirmaban que el capitalismo había restañado definiti­vamente sus heridas, que ya no le amenazaban conmociones revoluciona­rias y que las cuestiones sociales se resolverían cada vez más con “métodos constructivos” y a través de compromisos.

La socialdemocracia consideraba que comenzaba la transformación reformista gradual del capitalismo. Según sus líderes, el crecimiento de los monopolios y de las tendencias monopolistas estatales restringe la competencia, conduce a la superación de la anarquía de la producción y significa el paso al “capitalismo organizado”, convirtiéndose cada vez más el Estado en un órgano supraclasista. Ampliando la representación de la clase obrera en el Estado y en los órganos econó­micos de los monopolios, aseguraban que se lograría la transferencia gradual de la dirección por el “capitalismo organizado” a la propia sociedad, lo cual sería, supuestamente, la tran­sición al socialismo[2]. Sobre ese “fundamento teórico”, la socialdemocracia lograba en mayor medida que antes atraer las organizaciones reformistas de ma­sas al camino de cooperación de clase con la burguesía.

Al contrario, los comunistas señala­ban que la estabilización capitalista transcurría en el marco de la crisis general del capitalismo, por lo que era parcial y temporal y llevaba implícita inevitablemente la posi­bilidad de nuevas explosiones sociales y de choques interimperialistas. Tenía importancia radical el que el sistema mundial del capitalismo ya no dominara del todo. La propia existencia y el desarrollo del socialismo en la URSS minaban los cimientos del orden capitalista. En el mundo, se desple­gaba la lucha entre dos sistemas socioeconómicos opuestos. Esta pugna se manifestaba con extraordinaria agudeza en el campo político: la lu­cha de clases alcanzó un nuevo nivel porque, en la arena mundial, hizo ahora su aparición una clase obrera que tenía su EstadoNingún pro­ceso estabilizador del capitalismo podía eliminar la importancia históri­ca y universal de la ruptura de la cadena del imperialismo y del naci­miento del mundo del socialismo.

Analizando concretamente esa estabilización del capitalismo, la Internacional Comunista había predicho en 1928 el advenimiento de la profunda crisis econó­mica que estallaría al año siguiente.

La victoria de la Revolución de Octubre había despertado el movimiento de liberación nacional de las colonias, al tiempo que se acentuaba el desarrollo desigual de los países capitalistas en provecho de los Estados Unidos.

La reciente derrota de las tentativas revolucionarias del proletariado y el ascenso económico aumentaban la ilusión de las masas en las posibilidades de la política reformista, pero no podían abolir las leyes del capitalismo, ni eliminar la lucha de clases. La ofensiva de la burguesía contra los trabajadores no tardó en provocar el crecimiento de la resistencia de éstos.

En los años de estabilización parcial del capitalismo aumentó el número de regímenes de tipo fascista o militares autoritarios, donde los derechos civiles habían sido recortados considerablemente o liquidados, los parlamentos ha­bían sido disueltos o fascistizados, los partidos obreros y los sindicatos clasistas estaban prohibidos o limitados en su labor, con la particulari­dad de que los comunistas eran perseguidos con la mayor saña. Se in­troducía un sistema reaccionario único de propaganda y educación. Sus rasgos distintivos eran el anticomunismo, la hostilidad a la democracia, el chovinismo y el militarismo. La ideología fascista estaba impregnada totalmente de demagogia, inclusive social. El reforzamiento (o incluso la omnipotencia) del poder ejecutivo condujo en una serie de casos al es­tablecimiento de la dictadura personal. Bajo el régimen fascista, en la vida de la sociedad y en el Estado desempeñaba un papel especial el parti­do fascista que disponía de sus propias formaciones armadas. El fas­cismo procuraba también apoyarse en los círculos más reac­cionarios del ejército.

Se hacía evidente que los movimientos fascistas no desaparecían ni dejaban de ser un peligro, por mucho que el clima de estabilización parcial del capitalismo los redujera a un segundo plano como instrumento de la burguesía. Ésta prefería ejercer su dictadura de clase bajo formas democráticas, pero sin dejar de apoyar al fascismo en una u otra medida, como su reserva para el caso de agudizarse la lucha de clases.

Ya desde la Primera Guerra Mundial, se había hecho habitual la formación de gobiernos socialdemócratas o con participación socialdemócrata, lo que ponía de manifiesto la fuerza social que estos reformistas conservaban, la contracción de la base social de los partidos burgueses y su incapacidad para gobernar sin la cooperación de los dirigentes obreros conciliadores. Este “éxito” político de la socialdemocracia reforzaba en ella sus tendencias oportunistas y ofrecía a la burguesía la posibilidad de ampliar así la base social de su dominación política.

Los dirigentes socialreformistas ceñían su política a colaborar con el desarrollo capitalista. Se justificaban apelando dogmática y unilateralmente al marxismo, por cuanto éste siempre ha apoyado el progreso capitalista contra los restos del viejo régimen feudal. Sin embargo, “olvidaban” que el marxismo no consiste tanto en interpretar el pasado, sino sobre todo apoyarse en sus resultados para cambiar el presente, promoviendo la lucha de los obreros por sustituir el capitalismo por el socialismo. Esta amputación se volvía aún más traidora y criminal en la etapa imperialista del capitalismo, en la cual los monopolios frenan el desarrollo de las fuerzas productivas a escala global de una manera tal que lo hipertrofian en unos pocos lugares, momentos y sectores, a costa de atrofiarlo para la mayoría de la humanidad, reduciendo así el crecimiento de condiciones favorables al socialismo. Y este perjuicio atañe no solamente a las condiciones de carácter objetivo, sino muchísimo más a las de carácter subjetivo por encadenar políticamente a la capa superior minoritaria de la clase obrera a la opresión imperialista de la inmensa mayoría proletaria y trabajadora.

De ahí que los logros sociales de la actividad gubernamental socialdemócrata fueran sumamente modestos: salvo atender algunas de las necesidades más apremiantes de los trabajadores, no nacionalizaban ninguna industria ni realizaban las reformas democráticas prometidas. Esto generaba desilusión en el movimiento obrero, el cual sentía cada vez más la necesidad de una política que le asegurara independencia ideológica y política, así como eficacia en su lucha.

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La política de los comunistas en la nueva etapa

La estabilización parcial del capitalismo imponía a la clase obrera la necesidad de pasar del asalto revolucionario a la lucha de po­siciones, sin dejar de rechazar la línea socialreformista. Advino, como señaló la Internacional Comunista, la fase de un “desarrollo más o menos prolongado de la revolución mundial”[3]. Se promovieron a primer plano las tareas de contrarrestar la ofensiva del capital, defender las reivindicaciones económicas y políticas inmediatas de los trabajadores, preparar en todos los aspectos a la clase obrera y sus organizaciones. A los comunistas se les planteó con mayor urgencia que antes el cometido de consolidar los partidos comunistas, fortalecer­los en los sentidos ideológico, político y orgánico, ampliar y afianzar sus vínculos con las masas.

Stalin urgía a los comunistas a “utilizar el período de calma para fortalecer el Partido, bolchevizarlo y lograr que esté ‘siempre preparado’ para hacer frente a toda clase de posibles ‘complicaciones’ pues ‘no se sabe el día ni la hora’ en que ‘vendrá el esposo’, abriendo el camino a un nuevo ascenso revolucionario”.[4]

Desarrollando los acuerdos del III y el IV Congresos de la Internacional Comunista, había que elaborar una combativa política de clase que considerase la nueva situación y las nuevas tareas, así como la perspectiva de enconamiento de las batallas de clase en el futuro. A esto dedicó sus sesiones el V Congreso de la Komintern, celebrado en Moscú del 17 de junio al 8 de julio de 1924, ya sin Lenin que había fallecido a inicios de ese año. Este hecho imponía la necesidad de reivindicar y asimilar el contenido revolucionario auténtico del marxismo que el líder bolchevique había prestigiado, máxime frente a su tergiversación socialdemócrata en auge en los países capitalistas y, en la URSS, frente al intento de confundirlo con el trotskismo y de sustituirlo por él. Al frente del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, Stalin defendió que “El leninismo es el marxismo de la época del imperialismo y de la revolución proletaria”.[5]

La cuestión central, discutida en el V Congreso de la Internacional Comunista y en el V Pleno ampliado del CEIC, fue la cuestión del forta­lecimiento ideológico-político y orgánico de los partidos comunistas, de su transformación en partidos verdaderamente combativos de nuevo ti­po, de la creación de un movimiento proletario de masas cuya bandera fuesen las ideas marxistas-leninistas. Los jóvenes partidos comunistas, a pesar de estar en primera fila de la lucha proletaria, todavía no eran fuertes, experimentados, de masas, ni dominaban el arsenal de la política marxista-leninista.

En aquella situación histórica, las tareas de consolidación de los partidos comunistas fueron formuladas como política de “bolcheviza­ción de las secciones de la Internacional Comunista”. En los respectivos documentos de la IC, la esencia de la bolchevización fue definida como asimilación por las secciones de la Internacional Comunista de cuanto “en el bolchevismo ruso había y hay de internacional y de aplicación general”; como consideración y utilización de la “experiencia del Parti­do Comunista (bolchevique) de Rusia en las tres revoluciones rusas y, por supuesto, de la experiencia de toda otra sección que tuviese en su haber serias batallas”.

Bolchevizar cada partido comunista era desarrollar las tradiciones revolucionarias de su pueblo y continuar “cuanto hubiera de verdade­ramente revolucionario y de verdaderamente marxista en la I y en la II Internacional.”[6]

El V Congreso de la Internacional Comunista condenó los puntos de vista de que la masividad conduce inevitable­mente a la degeneración oportunista. En la construcción de los partidos comunistas pueden surgir peligros: de un lado, la “amenaza de transformarse en ‘sectas’ de comunistas ‘puros’ que poseyeran ‘buenos’ prin­cipios, pero que no supieran entrar en contacto con el movimiento obre­ro masivo del período de que se trate; de otro lado, el peligro de transformarse en un partido semisocialdemócrata amorfo si el partido no sabe combinar la lucha por ganarse a las grandes masas con la fidelidad a los principios del comunismo”.[7]

Luchando así en ambos frentes, la organización comunista pudo realizar un trabajo ideológico-educativo y una política acertados y, por consiguiente, desarrollarse y fortalecerse sobre una base sana.

Los partidos comunistas debían estructurarse sobre la base de las células en los lugares de trabajo, relegando las células territoriales a formas auxiliares. La relación entre los militantes y entre los organismos que componen el partido debía regirse por el centralismo democrático, “de modo que no sólo las directrices y la dirección vayan de arriba a abajo, sino que vaya de abajo a arriba la expresión verdadera, libre, de opiniones y de la voluntad de toda la ma­sa de miembros de nuestro partido. El centralismo democrático es no sólo disciplina, sino disciplina más la verdadera elegibilidad de los órganos dirigentes, más la libertad de discusión dentro del partido de todas las cuestiones (menos en los mo­mentos de acción inmediata cuando la cuestión ha sido ya resuelta), más la verdadera independencia de los miembros de filas del partido.”[8]

De lo contrario, el partido sufriría continuas crisis internas, como las que hoy echan a perder los procesos de unidad comunista y llegan incluso a disuadir a los militantes de seguir intentándolos, a pesar de que son absolutamente necesarios e insustituibles.

La bolchevización era concebida como unidad de la teoría y la práctica: la labor ideológico-educativa sólo pueden realizarse acertadamente en unidad indestructible con la lucha de clases cotidiana, viva, como parte de ésta.

La realización de esta transformación de los partidos comunistas tropezaba, en el exterior de ellos, con la represión burguesa y con la oposición de los dirigentes socialdemócratas. Y, en su seno, con el surgimiento de desviaciones de derecha y de “izquierda”. Pese a ello, la política de bolchevización, que siguió aplicándose en los años 30, permitió la formación en los partidos comunistas de la aptitud para elaborar, sobre la base del marxismo-leninismo, una línea política acertada y para llevarla a la práctica de modo creador en las circunstancias de ca­da país.

La Komintern aportó un enorme trabajo de formación marxista-leninista de los cuadros de los partidos comunistas, mediante la constitución, a partir de marzo de 1926, de la Escuela Leninista In­ternacional (ELI) del CEIC en Moscú, y poco después también de la Universidad Comunista de Trabajadores del Oriente (UCTO). También lanzó publicaciones en 40 lenguas y editó las obras de Marx, Engels, Lenin, Stalin y otros importantes dirigentes del movimiento comunista internacional.

La bolchevización contri­buyó a que en la mayor parte de los partidos comunistas se formara una sólida mayoría dirigente marxista-leninista y se afirmaran los principios marxistas-leninistas de dirección: el vínculo irrompible entre la teoría y la práctica, el espíritu revolucionario, la intransigencia con las desvia­ciones, una buena organización, el colectivismo.

En condiciones complejas de estabilización parcial del capitalismo y de acentuación de la influencia del reformismo en el movimiento obrero de masas, los partidos comunistas, gracias a la política de bolcheviza­ción, además de conseguir que la vanguardia de la clase obrera no aban­donara las posiciones revolucionarias, lograron el fortalecimiento ideo­lógico-político de esta vanguardia.

A pesar de que, en el período de 1924 a 1928, el número de comunistas en el mundo capitalista disminuyó casi a la mitad, las secciones de la Internacional Comunista en los países ca­pitalistas agrupaban a 445 mil personas, el sector más consciente de la clase obrera que abrazó firmemente el camino del marxismo-leninismo.

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La lucha por la estrategia leninista para la revolución mundial

Una de las importantísimas tareas de la Internacional Comunista y de los partidos comunistas con motivo de la estabilización parcial del capitalismo fue el estudio de la cuestión de las vías del proceso revolu­cionario mundial en la nueva situación histórica, de la modificación de las interrelaciones entre las principales fuerzas de dicho proceso. De la solución acertada de esa cuestión cardinal dependía toda la estrategia y la táctica del movimiento obrero revolucionario y comunista interna­cional.

Pero, desde 1926 hasta 1928, los trotskistas fortalecidos por el grupo de Zinóviev y Kámenev volvieron a obstaculizar la labor tratando de imponer a la Internacional Comunista su teoría de la “revolución permanente”, caracterizada por una forma “izquierdista” y un contenido realmente derechista. No sólo le hicieron perder el tiempo (aunque fueran una expresión inevitable de la resistencia que la masa pequeñoburguesa de la URSS oponía al avance del socialismo), sino que alentaron la desviación “izquierdista” en el movimiento comunista al interpretar la táctica de frente único como traición a la revolución en los países capitalistas a cambio de poner a salvo a la URSS. La versión trotskista de esta lucha entre líneas políticas es la cantinela de la mayoría de los “historiadores objetivos” -en realidad, burgueses- que revisan la experiencia de la Komintern, del PCUS, del PCE y de otros partidos para alejar a las nuevas generaciones de comunistas del camino ascendente que hizo posible los inéditos progresos que aportó la victoria sobre el fascismo en la Segunda Guerra Mundial.

Aunque, ya en los dos últimos congresos de la Komintern en vida de Lenin, se concluyera que el país soviético era el principal baluarte de la revolución mundial, la cuestión de la posibilidad de la victoria del socialismo en un solo país, en la URSS, en medio del cerco capitalista, no fue entonces objeto de amplia discusión. En el VII Pleno ampliado del CEIC (1926), la negación de esta posibilidad fue el caballo de batalla de la oposición trotskista-zinovievista, al que el informe de José Stalin asestó un golpe demoledor, con el apoyo de la mayoría de las personalidades del movimiento comunista internacional.[9]

La Internacional Comunista subrayó que el multifacético fortalecimiento del País de los Soviets significaba “continuación, reforzamiento y despliegue de la re­volución socialista internacional”; que la URSS objetivamente era el centro principal de la revolución internacional y los éxitos del socialis­mo en construcción ejercían con su ejemplo enorme influencia revolucionadora y provocaban un desplazamiento en la correlación real de fuerzas, debilitando el capitalismo mundial.

Como explicaba Stalin, “la sola existencia del Estado Soviético supone un peligro mortal para el imperialismo. Por eso, ningún éxito del imperialismo puede ser estable mientras exista y se desarrolle el Estado Soviético”.[10]

La derrota ideológica de los puntos de vista antileninistas del trots­kismo, el desarrollo de las orientaciones marxistas-leninistas sobre cues­tiones de las vías de la revolución mundial y la construcción del socialis­mo en la URSS fueron uno de los importantísimos aspectos de la lucha por una estrategia acertada del movimiento comunista en aquel perío­do. Fueron también una premisa necesaria del ulterior fortalecimiento ideológico-político de los partidos comunistas.

Las conclusiones del movimiento comunista sobre los problemas fundamentales del desenvolvimiento de la revolución mundial fueron resumidas en el Pro­grama de la Internacional Comunista[11] aprobado por el VI Congreso de la Internacional Comunista que sesionó en Moscú del 17 de julio al 1° de septiembre de 1928.

Este Programa partía de que la revolu­ción mundial “se compone de procesos diversos no simultáneos: revoluciones puramente proletarias, revoluciones de tipo democrático-bur­gués que se transforman en revoluciones del proletariado, guerras nacionales de liberación, revoluciones coloniales”. Dada la variedad de condiciones objetivas, en el Programa fue for­mulado el planteamiento sobre tres tipos de países y de las vías corres­pondientes de paso al poder proletario.

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El difícil reto de trazar una táctica revolucionaria en condiciones adversas

Era un correcto desarrollo de la estrategia revolucionaria del proletariado, pero dejaba un tanto oscurecida su traslación a la táctica, a la política, a las formas de transición a la revolución. Ya el V Congreso había reinterpretado la consigna de gobierno obrero-campesino como sinónimo de dictadura del proletariado, en vez de como una forma de transición a la revolución proletaria: “La consigna de gobierno obrero y campesino se traduce para la Internacional Comunista en la lengua de la revolución, en la lengua del pueblo, como dictadura del proletariado”.[12]

Y, hacia fines de los años 20, la Komintern se limitaba a la formulación general del objetivo estratégico. En el Programa de la Internacional Comunista las orientaciones estratégicas para el primer tipo de países se relacionaban de un modo demasiado directo con la ca­racterística socioeconómica. No se tomaban en consideración en grado suficiente los factores ideológico-políticos, lo cual daba lugar a cierto esquematismo y rigidez. La consigna de un Gobierno obrero-campe­sino como Gobierno de transición al poder proletario no se veía aplicable a las nuevas condiciones de los países capitalistas desarrollados. El Programa tampoco estipulaba la posibili­dad de promover consignas de transición cuando no había situa­ción revolucionaria.

Pero es precisamente en la lucha por las reivin­dicaciones de transición como se acumula la experiencia política capaz de llevar a las masas de millones de trabajadores a nuevas metas, a la toma por la clase obrera del poder político. La renuncia a plantear consignas de transición dificultaba la versión de las orientaciones revolucionarias de los comunistas al lenguaje de la práctica. Esas dificul­tades constituían, a su vez, el caldo de cultivo para el sectarismo de “izquierda”.

Esta renuncia se correspondía con cierta subestimación de la relativa independencia de las tareas democráticas generales. El movi­miento revolucionario obrero sostenía una enérgica lucha contra la amenaza de guerra, contra las medidas reaccionarias de los gobiernos burgueses, por la ampliación de los derechos electorales de los trabaja­dores, etc. Sin embargo, esas tareas solían plantearse sólo en conexión directa con la propaganda de la necesidad de la revolución socialista. No se contemplaba la necesidad de desarrollar el movimiento democrático de las clases populares, análogamente a cómo los comunistas trabajaban por desarrollar el movimiento sindical sin imponerle la condición de asumir la necesidad de la revolución socialista y de la dictadura del proletariado.

El análisis del fascismo y la necesidad de combatirlo ayudaron a avanzar hacia la superación de estos defectos. La tendencia del imperialismo a la reacción lleva implícito el peligro fascista, el cual aumenta con rapidez al agudizarse la lucha de clases. El Programa de la Internacional Comunista dejó de exagerar la naturaleza pequeñoburguesa del movimiento fascista y estipuló que la ofensiva de la burguesía imperialista adquiere forma de fascismo en circunstancias históricas especiales: “la inestabili­dad de las relaciones capitalistas, la existencia de considerables elemen­tos sociales desclasados, el empobrecimiento de los grandes sectores de la pequeña burguesía urbana y de la intelectualidad, el descontento de la pequeña burguesía rural y, finalmente, la permanente amenaza de ac­ciones masivas del proletariado. Para asegurarse una mayor estabilidad del poder, su firmeza y constancia, la burguesía se ve obligada cada vez más a pasar del sistema parlamentario al método fascista independientemente de las relaciones y combinaciones interpartidarias”.

Advirtió de la necesidad del fascismo de tener una base de masas, de no considerar fascismo a toda corriente política reaccionaria y de no considerarlo como forma política preferida del capitalismo monopolista. Ponía en guardia tanto contra el menosprecio del peligro fascista como contra la pasividad generada por la creencia en la fatalidad de su advenimiento.

El período de relativa calma en la lucha revolucionaria exigió que los partidos comunistas centraran su atención en la lucha por las reivin­dicaciones parciales de la clase obrera y de todos los trabajadores, frente a la “racionalización capitalista” y a la colaboración con ella de los reformistas. Esa racionalización tiene dos aspectos: el orgánico-técnico y el social. Los comunistas, naturalmente, no han sido nunca adversarios del progreso técnico y de una mejor organización del trabajo. Por tanto, lo que hacía falta “no era la lucha contra toda racionalización de la producción, sino la lucha contra una racionalización tal de la produc­ción que empeore la situación de los obreros”. Se retiró la consigna de control obrero porque, en condiciones de la estabilización capitalista, tendía a degenerar en colaboración de los obreros con los patronos.

Para desarrollar la lucha por sus reivindicaciones parciales, la clase obrera necesitaba formar un frente unido. Sin embargo, en aquellos momentos, su fracción socialdemócrata -que era la mayoritaria- participaba en los gobiernos y difundía el engaño de que ya no había ningún adversario al que fuera necesario oponer un frente obrero unido. El camino que propugnaba no pasaba por la lucha de clases, sino por el perfeccionamiento y la reforma gradual del “capitalismo organizado”, a través de la alianza de la socialdemocracia con los partidos burgueses.

La socialdemocracia rechazaba categóricamente el frente unido con los partidos comunistas. De este modo, las propias condiciones objetivas del período de estabilización parcial del capitalismo, así como la políti­ca socialdemócrata de colaboración de clase con la burguesía eran un gran obstáculo para articular un frente unido. En este contexto la política comunista de formación de un frente unido no podía desplegarse sin contrarrestar la política socialdemócrata de colaboración de clase con la burguesía. Claro es que, dada la situa­ción, era difícil evitar la agudización de la lucha de los partidos comu­nistas contra la socialdemocracia.

El V Congreso de la Komintern sostuvo que “La unidad desde abajo y, a la vez, las negociaciones con la cúspide son un método que es necesario em­plear con bastante frecuencia en los países donde la socialdemocracia constituye aún una considerable fuerza.” En consonancia con esta tarea, el congreso señaló que “la conquista y no la destrucción de los sindicatos, la lucha contra la deserción de afilia­dos a los sindicatos, la lucha por el reingreso en los sindicatos de quienes los abandonaron, la lucha por la unidad siguen en pie y deben llevarse a la práctica con toda decisión y energía”[13]. El congreso llamó a trabajar en los sindicatos reformistas a pesar de la oposición de la burocracia refor­mista de derecha, y propuso toda una plataforma de tareas inmediatas, la lucha por el cumplimiento de las cuales podía consolidar la unidad de los obreros. Los sindicatos eran considerados por los comunistas co­mo el principal campo de lucha por un frente unido de los obreros.

Y Stalin llamaba a “Impulsar y llevar hasta el fin la lucha por la unidad del movimiento sindical, teniendo presente que no hay medio más seguro para conquistar las masas de millones de obreros. Es imposible conquistar las masas de millones de proletarios sin conquistar previamente los sindicatos, y es imposible conquistar los sindicatos sin trabajar en ellos y sin ganarse allí la confianza de las masas obreras mes tras mes, año tras año. De otra manera, ni pensar se puede en la conquista de la dictadura del proletariado”.[14]

El V Congreso afirmaba que “Ningún Partido Comunista podrá conducir al combate a masas proletarias decisivas ni vencer a la burguesía mientras no tenga una sólida base en la fábrica y mientras cada fábrica no se haya convertido en una ciudadela del Partido Comunista”.[15]

El VI Pleno del CEIC, de marzo de 1926, recomendó a los partidos comunistas llegar a un acuerdo con los obreros socialdemócratas, siempre tratarles como “camaradas, con corrección”, promover —para poner en movimiento a las masas—sólo consignas que fuesen aceptadas por los obreros de toda orientación política y reivindicaciones parciales “capaces de atraer también a algu­nos sectores semiproletarios y pequeñoburgueses”.

Pero la combinación del sectarismo de los dirigentes socialdemócratas y de la presión de los “izquierdistas” llevó a la Komintern a una generalización excesiva sobre el “proceso de transformación del ala derecha del movimiento obrero en ala izquierda de la burguesía y, en algunos lugares, en un ala del fascismo”[16]. Clara Zetkin fue de las primeras en oponerse al empleo de la fórmula de socialfascismo, que, a su juicio, provocaba choques completamente in­necesarios que no hacían sino perjudicar la causa de la formación del frente unido.[17]

Cuanto más lejos avanzaban los partidos socialdemócratas por el camino de conciliación con la burguesía, tanto más difíciles se volvían las condiciones de organización de la unidad de acción de la clase obre­ra. La socialdemocracia, que arrastró a masas de millones de obreros a la política de colaboración de clase con la burguesía y avanzaba cada vez más a la derecha, minaba las posibilidades de unidad de acción so­bre la base de la lucha de clases. El anticomunismo de la socialdemocra­cia de derecha ahondaba la división política de la clase obrera, exacer­baba las relaciones entre los partidos comunistas y socialdemócratas. En Alemania, por ejemplo, los dirigentes socialdemócratas no repara­ron en utilizar los órganos represivos burgueses para perseguir a los comunistas.

Tal situación acentuó el sectarismo de izquierda en el movi­miento comunista. A partir de 1927 y coincidiendo en el tiempo con la agudización de la lucha de clases y con la ofensiva del socialismo en la URSS, la Internacional Comunista em­pezó a elaborar una táctica que más tarde recibió el nombre de “táctica de clase contra clase”. En el IX Pleno del CEIC (febrero de 1928), con ratificación posterior en el VI Congreso de la Komintern, se destacó la necesidad de acentuar fuertemente la lucha contra la socialdemocracia como “agente del imperialismo y puntal de la reac­ción”, así como contra su ala izquierda considerada como una rémora que impedía a los obreros socialdemócratas pasar al Partido Comunis­ta. Se recomendó reforzar la lucha contra los políticos reformistas en las campañas electorales. Se consideró ahora inadmisible la táctica apli­cada en 1925 y 1926, cuando los partidos comunistas de algunos países presentaban candidatos conjuntos con la socialdemocracia contra los candidatos de los partidos burgueses reaccionarios. Se planteó que cada huelga fuera “arena de pugna entre comunistas y reformistas por la direc­ción”. Empezó a descartarse toda posibilidad de proponer la unidad de acción a los partidos socialdemócratas. El frente unido comenzó a interpretarse como incorporación de los obreros socialdemócratas a la lucha bajo las consignas de los comunistas y contra la dirección de las organizaciones reformistas.

La política de “clase contra clase” en el momento de su elaboración no suponía rechazar la idea de frente unido. Por el contrario, la nueva política había sido concebida como medio de ganar a los obreros socialdemócratas que empezaban a cuestionar la colaboración de clase con la burguesía. Gracias a ello, al frente de la burguesía le serían contrapuestos los esfuerzos mancomunados de la clase obrera en su conjunto y se ele­varía la capacidad combativa del proletariado y su conciencia.

Se calculó que había comenzado un proceso que abriría los ojos a una parte de los obreros reformistas, ya que la burguesía —que había utilizado la socialdemocracia para la estabilización política del capitalismo y para implantar su política de coparticipación— había pasado en varios países a liquidar los gobiernos socialdemócratas o a desalojar la socialdemo­cracia de los gobiernos de coalición.

Sin embargo, el VI Congreso no valoró de manera suficientemente dialéctica la realidad de la socialdemocracia y de su relación con la burguesía imperialista, al obcecarse con el colaboracionismo de sus líderes en el período último: “La socialdemocracia ha jugado, durante todo el período transcurrido, el papel de última reserva de la burguesía, de partido ‘obrero’ burgués”[18]. Por tanto, no tomaba en consideración la posibilidad de que se repitiera el caso de Italia en que no fue la socialdemocracia, sino el fascismo, la última reserva de la burguesía.

Partía de la convicción de que la socialdemocracia ya se ha­bía pasado por entero a la burguesía, a pesar de diferenciar entre sus dirigentes y sus masas obreras. Sostenía que, “aun teniendo en cuenta el proceso de radicalización de los obreros en el propio seno de la socialdemocracia y esforzándose por extender cada vez más su influencia entre ellos, los comunistas deben desenmascarar implacablemente a los líderes socialdemócratas de ‘izquierda’, como los más peligrosos agentes de la política burguesa en el seno de la clase obrera y conquistar a la masa obrera que abandona fatalmente a la socialdemocracia”. Tal fatalidad no se produjo y, de hecho, se contradecía con un hecho que el mismo VI Congreso ya había constatado: “A pesar de la agravación de la lucha de clases, el reformismo da indicios de su vitalidad y de su tenacidad política, en el movimiento obrero de Europa y América”.

En definitiva, no fue tanto la táctica de “clase con­tra clase”, sino su sesgada concreción lo que llevó a tensionar en exceso las relaciones de los comunistas con los miembros de las organizaciones socialdemócratas. Esto dificultaba no sólo la construcción del frente unido obrero, sino también el estableci­miento de la alianza de la clase obrera con los grupos intermedios de la población, aliados objetivos del proletariado en la lucha contra el poder del capital monopolista.

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La concreción de la lucha en dos frentes: contra el reformismo y contra el “izquierdismo”

No cabe duda de que el sectarismo causó un gran daño a la lucha por el frente obrero uni­do. Pero no tiene fundamento alguno el intento de los autores burgue­ses, reformistas y revisionistas de aprovechar el análisis autocrítico de los comunistas para endosar al movimiento comunista la responsabili­dad por el mantenimiento de la división y la disminución de la capaci­dad combativa del movimiento obrero. En la práctica, fue precisa­mente la Internacional Comunista quien propagaba activamente la idea de que el logro de la unidad obrera era necesario en extremo y que había que buscar caminos reales hacia esa unidad. Orientados por esta idea, los partidos comunistas en su actividad práctica superaban muchas ve­ces las expresiones sectarias, pugnaban por lograr la unidad de las ma­sas obreras y democráticas en la lucha por reivindicaciones sociales y democráticas concretas.

La responsabilidad principal de las dificultades en conformar el frente único recaía en los dirigentes reformistas de la socialdemocracia que aprovecharon la estabilización parcial y temporal del capitalismo para recrudecer su lucha sectaria contra el comunismo y para ahondar la división de la clase obrera.

Ante esta actitud del partido que arrastraba a la mayoría del proletariado, cabe preguntarse si la Internacional Comunista luchó acertadamente en los dos frentes –contra el reformismo y contra el “izquierdismo”-, o si cedió a esta última desviación.

V. Stalin, el principal dirigente de la Internacional Comunista, planteó esta cuestión a principios de 1926 de manera irreprochable[19]:

“Que se debe luchar siempre y en todas partes contra los derechistas y los “ultraizquierdistas”, es cosa absolutamente cierta”. Pero “La cuestión de la lucha contra los derechistas y los ‘ultraizquierdistas’ no debe ser juzgada desde el punto de vista de la equidad, sino desde el punto de vista de las exigencias del momento político, desde el punto de vista de las necesidades políticas del Partido en cada momento dado… la lucha contra los derechistas y los ‘ultraizquierdistas’ no debe ser planteada de modo abstracto, sino concretamente, en dependencia de la situación política”.

Además, Stalin advertía que la exigencia de luchar contra el reformismo no nos debe llevar a conciliar con el “izquierdismo” por temor a ser acusado de derechista: “En 1908, en la Conferencia de toda Rusia del Partido, cuando Lenin luchaba contra los ‘ultraizquierdistas’ rusos, y los derrotó en toda la línea, también había entre nosotros gentes que acusaban a Lenin de derechismo, de haberse desviado hacia la derecha. Sin embargo, todo el mundo sabe ahora que Lenin llevaba entonces razón, que su punto de vista era el único revolucionario, y que los ‘ultraizquierdistas’ rusos, que hacían gala entonces de frases ‘revolucionarias’, eran, en realidad, unos oportunistas”.

Entonces, Stalin pasaba a concretar esta lucha en dos frentes para el período de estabilización relativa y parcial del capitalismo: “¿Por qué el peligro de derecha es en estos momentos el más grave? (…) El paso del auge a la calma, ya de por sí, por su misma naturaleza, aumenta las probabilidades del peligro de derecha. Si el auge engendra ilusiones revolucionarias, haciendo del peligro de izquierda el peligro fundamental, la calma, al contrario, engendra ilusiones socialdemócratas, reformistas, haciendo que el fundamental sea el peligro de derecha, En 1920, cuando el movimiento obrero iba en ascenso, Lenin escribió el folleto ‘La enfermedad infantil del izquierdismo’. ¿Por qué escribió Lenin ese folleto precisamente? Porque el peligro de izquierda era entonces el más grave. Creo que, si Lenin viviera, escribiría ahora otro folleto, titulándolo ‘La enfermedad senil del derechismo’, pues hoy, en el período de calma, cuando las ilusiones conciliadoras deben aumentar, el peligro de derecha es el más grave”.

Gracias a este correcto diagnóstico, la Komintern mantuvo su carácter revolucionario en aquellos momentos de reflujo de la revolución, evitando caer, al mismo tiempo, en el ultraizquierdismo. ¡Ya quisiéramos tener, en la actualidad, una mayoría comunista que tuviera tan clara la necesidad de combatir esta desviación, la necesidad de vincularse a las masas obreras sometidas al reformismo!

Con carácter general, Stalin consideraba “necesario que el Partido sepa conjugar en su labor la máxima fidelidad a los principios (¡no confundir eso con el sectarismo!) con la máxima ligazón y el máximo contacto con las masas (¡no confundir eso con el seguidismo!), sin lo cual al Partido le será imposible, no sólo instruir a las masas, sino también aprender de ellas, no sólo guiar a las masas y elevarlas hasta el nivel del Partido, sino también prestar oído a la voz de las masas y adivinar sus necesidades apremiantes”.[20]

Consideraba “que atravesamos un período interrevolucionario, que en los países capitalistas vamos hacia la revolución y que la tarea principal de los Partidos Comunistas consiste en abrirse camino hacia las masas, en fortalecer la ligazón con las masas, en conquistar las organizaciones de masas del proletariado y en preparar a las amplias masas obreras para los futuros choques revolucionarios”.[21]

Esta directriz se explicitaba en: “Abrirse paso hacia las masas obreras de espíritu socialdemócrata, extraviadas en el laberinto de la confusión socialdemócrata, y conquistar así para el Partido Comunista la mayoría de la clase obrera. La tarea consiste en ayudar a los hermanos extraviados a encontrar el camino y a ponerse en contacto con el Partido Comunista. Aquí puede haber dos métodos de tratar con las masas obreras. Un método, específicamente intelectual, es el de tratar a fustazos a los obreros, es el método de ‘ganarse’ a los obreros, por decirlo así, con el látigo en la mano. Huelga demostrar que ese método no tiene nada que ver con el método del comunismo, pues no atrae a los obreros, sino que los aparta. El otro método consiste en hallar un lenguaje común con los hermanos extraviados, con los que han ido a parar al campo socialdemócrata, ayudarles a salir del laberinto del socialdemocratismo, facilitarles el paso al lado del comunismo. Este método es el único método comunista de trabajo”.[22]

Esta línea de masas presidió la táctica aprobada, tanto en el V Congreso, como en el VI Congreso de la Komintern:

El V Congreso “Rechaza categóricamente por erróneas, por una parte, las tendencias derechistas que exigen la conquista previa de la mayoría estadística de toda la clase obrera y consideran que no se puede discutir siquiera de batallas revolucionarias serias antes de haber ganado para el comunismo al 99 por ciento de los trabajadores y, por otra parte, la opinión de la extrema izquierda, que todavía no ha comprendido el alcance universal y decisivo de la consigna ‘¡A las masas!’ y que a veces parece creer que los partidos comunistas pueden ser organizaciones de una minoría proletaria terrorista que, sin abarcar a las masas, pueden conducir a éstas al combate en cualquier momento”. [23]

“El refuerzo de la lucha contra la socialdemocracia desplaza el centro de gravedad del frente único hacia la base, pero de ningún modo disminuye, incluso lo aumenta, el deber de los comunistas de hacer distinción entre los obreros socialdemócratas que se equivocan sinceramente, y los líderes socialdemócratas, viles servidores de los imperialistas. Igualmente, la consigna “ir a las masas” (incluso a aquéllas que siguen a los partidos burgueses y a las que siguen a la socialdemocracia) no es de ningún modo retirada del orden del día, sino, por el contrario, se plantea todavía más en el centro de todo el trabajo de la Internacional Comunista”.[24]

En definitiva, la línea política de los comunistas en los años veinte del siglo pasado fue globalmente correcta. Permitió que acumularan experiencia de lucha y formaran en su seno y en el sector avanzado del proletariado la mayor disposición para las futuras batallas de clase que se desplegarían en los años siguientes. Durante la década de 1930, se demostró que la firmeza en los principios de la táctica marxista-leninista acaba llevando a la clase obrera a la victoria, no inmediatamente, sino cuando las condiciones objetivas lo permiten y de una manera que no siempre se puede prever de antemano.

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NOTAS:

[1] La situación internacional y las tareas de los partidos comunistas, J. V. Stalin, obras, t. 7: https://www.marxists.org/espanol/stalin/obras/oe15/Stalin%20-%20Obras%2007-15.pdf

[2] Sozialdemokratische, Parteitag 1925 in Heidelberg. Protokoll mit dem Bericht der Frauenkonferenz. Berlín, 1925, S. 7, 283; Sozialdemok­ratischer Parteitag 1927 in Kiel. Protokoll mit dem Bericht der Frauen­konferenz. Berlin, 1927, S. 166-170; Karl Kautsky. Die materialisasche Geschichtsauffassung, Bd. II. Berlin, 1927, S. 469-470, 474-475, 595; R. Hilferding. El capitalismo, el socialismo la socialdemocracia. Mos­cú-Leningrado, 1928, pp. 106-108.

[3] La Internacional Comunista en los documentos. 1919-1932. Moscú, 1933. https://www.dropbox.com/s/x250rybcl7hi0j4/INTERNACIONAL%20COMUNISTA%2C%20VI%20Congreso%20de%20Internacional%20Comunista%2C%20Primeira%20Parte.pdf?dl=0 https://www.dropbox.com/s/z6rbvn5c05hwxx7/INTERNACIONAL%20COMUNISTA%2C%20V%20Congreso%20de%20Internacional%20Comunista%2C%20Segunda%20Parte.pdf?dl=0

[4] Sobre el Partido Comunista de Checoslovaquia, J. V. Stalin, t. 7.

[5] Los fundamentos del leninismo, J. V. Stalin: https://www.dropbox.com/s/i7h5nm7v77xxqib/STALIN%2C%20Cuestiones%20de%20leninismo.pdf?dl=0

[6] La Internacional Comunista en los documentos. 1919-1932. Moscú, 1933.

[7] Ibíd.

[8] Ibíd.

[9] Una vez más sobre la desviación socialdemócrata en nuestro partidohttps://www.marxists.org/espanol/stalin/obras/oe15/Stalin%20-%20Obras%2009-15.pdf

[10] La situación internacional y las tareas de los partidos comunistas, J. V. Stalin, t. 7.

[11] https://www.dropbox.com/s/x250rybcl7hi0j4/INTERNACIONAL%20COMUNISTA%2C%20VI%20Congreso%20de%20Internacional%20Comunista%2C%20Primeira%20Parte.pdf?dl=0

[12] Sobre la táctica comunista, V Congreso de la Internacional Comunista: https://www.dropbox.com/s/x250rybcl7hi0j4/INTERNACIONAL%20COMUNISTA%2C%20VI%20Congreso%20de%20Internacional%20Comunista%2C%20Primeira%20Parte.pdf?dl=0

[13] La Internacional Comunista en los documentos. 1919-1932. Moscú, 1933.

[14] La situación internacional y las tareas de los partidos comunistas, J. V. Stalin, t. 7.

[15] Sobre la táctica comunista.

[16] Ibíd.

[17] Sexto Pleno ampliado del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. Actas taquigráficas.

[18] Tesis sobre la situación y las tareas de la Internacional Comunista. VI Congreso de la Internacional Comunista: https://www.dropbox.com/s/z6rbvn5c05hwxx7/INTERNACIONAL%20COMUNISTA%2C%20V%20Congreso%20de%20Internacional%20Comunista%2C%20Segunda%20Parte.pdf?dl=0

[19] La lucha contra las desviaciones derechistas y “ultraizquierdistas”, J. V. Stalin, t. 8: https://www.marxists.org/espanol/stalin/obras/oe15/Stalin%20-%20Obras%2008-15.pdf

[20] Sobre las perspectivas del P. C. de Alemania y sobre la bolchevización, J. V. Stalin, t. 7.

[21] Una vez más sobre la desviación socialdemócrata en nuestro partido. J. V. Stalin.

[22] Discurso en la comisión alemana del VI Pleno ampliado del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, J. V. Stalin, t. 8.

[23] Sobre la táctica comunista.

[24] Tesis sobre la situación y las tareas de la Internacional Comunista.

Fuente: https://www.unionproletaria.com/la-experiencia-de-la-internacional-comunista-en-la-construccion-de-partidos-de-tipo-bolchevique-5/


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