Trump, los aranceles y la falacia de la paz
Recientemente en una entrevista telefónica concedida al medio conservador Fox News (08/09/2025), el mandatario estadounidense Donald Trump manifestó que sus aranceles han contribuido alcanzar acuerdos de paz en todo el mundo. “Los impuestos ofrecen «una gran vía hacia la paz y la salvación de millones de vidas» enfatizó. Lo que por cierto es como la gran mentira del año, propia de un personaje nefasto que tiene una imagen muy negativa a escala global y muchos ya lo consideran un nuevo Führer.
Cuando el presidente neoconservador, Trump afirma que sus aranceles “trajeron paz al mundo”, la frase condensa tanto su propia visión del poder como el modo en que interpreta la realidad política económica, vale decir, “la confrontación como señal de fuerza”. Sin embargo, los datos disponibles muestran un panorama más complejo, con resultados dispares tanto para Estados Unidos como para la economía global.
Durante el presente año, el gobierno de Trump ha impuesto una serie de aranceles a productos provenientes principalmente de China, India, Brasil, Japón además de aplicar gravámenes al acero, aluminio y otros bienes procedentes de Europa y otros países. El objetivo oficial era reducir el déficit comercial y recuperar empleos manufactureros, algo que por cierto no se ha logrado hasta ahora.
Los resultados económicos, sin embargo, fueron mixtos. Estudios de la Reserva Federal de Nueva York y del Peterson Institute for International Economics estiman que el aumento de los aranceles costó a las familias estadounidenses entre 700 y 1.000 dólares anuales por el encarecimiento de bienes de consumo.
Las industrias que dependen de insumos importados, como la automotriz y la electrónica, han enfrentado mayores costos de producción, lo que reduce su competitividad frente a otros países. El sector agrícola también ha resultó severamente afectado. China, principal comprador de soja y carne de cerdo estadounidense, respondió con medidas de represalia. Para paliar las pérdidas, el gobierno tuvo que destinar más de 28.000 millones de dólares en subsidios al campo, lo que diluyó buena parte de los beneficios fiscales esperados.
En términos de comercio exterior, el déficit total de Estados Unidos no se ha reducido de forma significativa, las importaciones desde China disminuyeron, pero fueron reemplazadas por compras a otros países no tan significativas como Vietnam y México. A nivel internacional, la política arancelaria de Trump ha producido un replanteamiento de las cadenas de valores globales.
Muchas empresas multinacionales comenzaron a diversificar su producción, trasladando parte de sus operaciones fuera de China hacia otros destinos asiáticos y América del Norte.
Este proceso, conocido como estrategia comercial o regionalización productiva, buscó reducir riesgos geopolíticos, pero también incrementó los costos logísticos y de producción.
La Organización Mundial del Comercio (OMC) ha perdido influencia, y el sistema comercial multilateral ha quedado más frágil. Varios países adoptaron medidas proteccionistas similares, dando paso a una etapa de comercio internacional más politizado y menos previsible.
Aunque algunos expertos económicos señalan que estas tensiones impulsaron a China a reforzar su autonomía tecnológica y a estrechar lazos con economías emergentes (BRICS+), no hay evidencia de que los aranceles estadounidenses hayan contribuido a una mayor estabilidad económica o un mejoramiento de la cooperación internacional.
Más allá de los resultados económicos, las afirmaciones de Trump tienen un componente claramente político. El presidente concibe las políticas comerciales como instrumentos de autoridad y soberanía nacional. Desde esa perspectiva, la imposición de aranceles representa una forma de “defensa” frente a lo que él considera prácticas desleales, y la firmeza frente a adversarios económicos se presenta como una garantía de paz por respeto o simplemente amenazas.
Sin embargo, esta visión simplifica una realidad más compleja, pues las tensiones derivadas de la guerra comercial aumentan la incertidumbre global y deteriora las relaciones con aliados tradicionales. Más que lograr la paz, los aranceles han producido una gran incertidumbre y nuevos equilibrios basado en la competencia estratégica entre potencias, en donde China junto a los BRICS tienen mucho por ganar.
El balance general muestra que la política arancelaria de Trump está teniendo costos económicos internos considerables y efectos internacionales duraderos y no necesariamente positivos. No ha logrado reducir el déficit comercial ni repatriar empleos de forma relevante, y sí ha generado un entorno global más fragmentado. Mientras tanto, la deuda del Gobierno de EE.UU. está aumentando progresivamente, lo que es una «amenaza para el orden monetario internacional».
En términos políticos, la retórica de “paz a través de la fuerza económica”, funciona dentro de una narrativa chauvinista, pero carece de respaldo practico. El legado de aquellos aranceles es, en última instancia, el inicio de una etapa de desglobalización progresiva, donde la economía mundial se mueve menos por eficiencia y más por estrategias geopolíticas, lo que finalmente refleja que Trump nunca ha sido un gestor de paz, pues lo demuestra su complicidad ante el genocidio de los sionistas israelí en Gaza, los ataques a los centro nucleares de Irán y los intentos por invadir Venezuela con el cuento del tráfico de estupefacientes.
Como conclusión podemos decir que los aranceles de Trump y su guerra comercial, ha traído como consecuencia un inflación que persiste, se estanca el crecimiento económico, el dólar se encuentra débil, se produce la caída de las acciones, caos en los mercados, se produce fuga de capitales, inversores caen en la incertidumbre, quiebra de industrias, suben los costos de producción, crece el desempleo y la precariedad, con una economía estadounidense que se encuentra en fatiga y va camino a la recesión. Las consecuencias de los aranceles son enormes, con efectos globales, además de ser una amenaza la estabilidad económica mundial y de una paz tan cacareada por el inquilino de la Casa Blanca, que nunca llega y que puede tener imprevisible consecuencias geopolíticas.