Socialdemocracia y clase media: los templagaitas de toda la vida
El monstruo fascista ya está presente en medio mundo, incluídas las cultas, vetustas y sofisticadas sociedades de la Unión Europea y Estados Unidos. Alemania también era una sociedad culturalmente avanzada antes de la Segunda Guerra Mundial y pasó lo que pasó con el nazismo asesino.
Los signos que anuncian una debacle más o menos inminente está ahí. El ascenso de las ultraderechas, populismos reaccionarios y nacionalismos irredentos está eclosionando hasta en los muy mesurados ellos y muy socialdemócratas ellos y muy equilibrados ellos países escandinavos, referencia entre el mito y los hechos objetivos de las izquierdas moderadas adictas a la fórmula eufemística de la economía social de mercado.
La socialdemocracia y las clases medias, prisioneras de la ideología pactista y miedosa del tendero, aquella que se instala en la equidistancia centrista de esperar a ver qué pasa del mientras nosotros tengamos víveres y propiedades reales o simbólicas para subsistir, eluden el conflicto social y político contemporizando con las proclamas incendiarias de los Trump, Meloni, Orban, abascales y ayusos del teatro occidental.
Mientras tanto, los derechos humanos y laborales empiezan a resentirse. Vuelven las insidias contra el feminismo (aborto, agresiones sexuales…), las inmigración y contra la comunidad LGTBIQ+.
La percepción subjetiva de pertenecer a la clase media, de tener algo que perder, invita a la inacción y a mirar a otro lado. En el fondo, piensan que la ultraderecha lleva algo de razón cuando ataca a los y las inmigrantes indocumentados (hay que poner freno a esta invasión), al feminismo reividincativo (las mujeres ya han conseguido la igualdad, ¿qué más quieren?) y los derechos de las y los trabnajadores (en época de crisis hay que apretarse el cinturón y ser más austeros).
En este escenario complejo, la socialdemocracia juega a dos bandas, dando bandazos, nunca mejor expresado, a diestra y siniestra, eludiendo el conflicto evidente de la reacción en marcha. Por una parte, realiza declaraciones rimbombantes y estériles para contentar a su base izquierdista mientras su alma capitalista de derechas apacigua las críticas de la izquierda radical que confronta con el fascismo en auge. Su espíritu de ultracentro no quiere ver los huevos de serpiente que se están gestando ahora mismo. En el fondo, las izquierdas acomodadas piensan en su fuero interno que todo pasará dejando algunas magulladuras en las clases populares y trabajadoras sin que su peculios personales sufran en exceso este embate cultural, político, económico e ideológico de las derechas ultras y de las formaciones neofascistas.
Craso error histórico el de las socialdemocracias venidas a menos y de las clases medias pusilánimes. Como dejemos al facismo las riendas políticas lo que puede instalarse es un régimen totalitario que arramblará con todo, de arriba abajo. Por supuesto que una tercera conflagración mundial es más que posible. El ciclo que estamos viviendo invita a estar más que a la expectativa, pero no a quedarnos en la mera cautela de verlas venir.
Apaciguar y templar gaitas ha sido de siempre el compromiso político de las socialdemocracias de variado signo, creando consensos débiles a través de concesiones profundas a los poderes fácticos.
Veremos por donde salen las clases medias y las izquierdas posibilistas. De su vaivén político dependerá el futuro inmediato. O se convierten en voceros del miedo o aúnan fuerzas con el poder democrático que surge de las calles y del grito progresista y popular. A corto plazo pueden valer las declaraciones sensacionalistas; a medio plazo, el facismo tiene mas medios y altavoces mediáticos para hacer llegar sus mensajes criminales. La pasividad y el silencio hará grandes a los líderes de la ultraderecha.