Ignacio Marín •  Opinión •  17/11/2021

Triunfo en la derrota

Las ascuas resisten a extinguirse en la terraza del Tano. La brisa que llega del parque Rivadavia inflama los rescoldos de la parrilla recordando de paso que la llegada del verano austral es inminente en Capital Federal. Sin embargo, los muchachos no están para disquisiciones climáticas. Esperan expectantes a que el especial de Televisión Pública comience a arrojar los datos del primer escrutinio. Les unen sus orígenes en la militancia peronista, en la facultad, en sindicatos o en movimientos sociales. Algunos coincidieron en La Cámpora, juventudes kirchneristas. Pero ahora, buena parte están desencantados con la alianza gobernante.

Bruno, es uno de tantos seducidos por la coalición Frente de Izquierda y de Trabajadores, la organización que está abriendo un espacio a la izquierda del peronismo. Afila el cigarrillo nervioso en el cenicero, con la sien apoyada en la otra mano. Su voto fue de castigo para la gestión de la pandemia de Alberto Fernández, pero ahora duda de su decisión. ¿Quizá tendría que seguir votándole para contrarrestar el retorno del macrismo y el auge de la derecha libertaria de Milei?

Las cejas de todos se arquean cuando aparece en el televisor el mapa de la República Argentina, con la Capital Federal y las 23 provincias coloreadas según la coalición dominante. El silencio que se apodera de la terraza del Tano se rasga momentáneamente por la primera reflexión electoral.

—Uh, zafaron—. Bruno esperaba un desplome del peronismo.

Las elecciones de medio término suelen ser una máquina de desilusionar votantes y militantes, y esta vez, no fue una excepción. Con un abstencionismo alto para un país en el que es obligatorio votar, las expectativas de desgaste de la coalición de Gobierno y resurrección del macrismo se moderaron en las urnas. Hasta tal punto que Axel Kicillof, gobernador de la provincia de Buenos Aires, celebraba los resultados. Celebraba su triunfo en la derrota. Porque en su distrito, el de mayor peso electoral del país, pudieron salvar la sangría que vaticinaban las encuestas, quedando solo un punto por debajo de la coalición en la oposición, Juntos por el Cambio. De este modo, la formación de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner se mantendría como primera fuerza en el Congreso.

Pero a pesar de la reducción de la distancia, los macristas tienen más motivos para celebrar. Han arrebatado al peronismo el control del Senado, en un momento crucial para la reconstrucción del país tras la pandemia y para posicionarse de cara a las elecciones de 2023. En la ciudad de Buenos Aires, la victoria de Juntos por el Cambio fue aún más rotunda. María Eugenia Vidal, antigua gobernadora de la provincia homónima, casi duplicó en votos al candidato del Frente de Todos.

Sin embargo, lo realmente novedoso de estos comicios está alejado de los dos motores tradicionales de la política argentina. Por el lado de la izquierda, el Frente de Izquierda y de Trabajadores de Nicolás del Caño viene a horadar el caladero de votos tradicional del peronismo. Con más de 1,3 millones de votos y el 6% de los votos a nivel nacional, han logrado colocar cuatro diputados nacionales en el Congreso y romper su techo electoral. Pero con ese porcentaje y un componente de castigo al peronismo por parte de sus antiguos votantes, parece improbable que el resultado crezca dentro de dos años.

El auténtico fenómeno de estos comicios ha sido la irrupción en el Congreso de la extrema derecha de Milei, un sujeto excéntrico de ideología ultraliberal en lo económico y ultraconservador en lo social, hasta el punto de enfrentarse de manera encendida tanto con el sistema fiscal como con el aborto. Toma el testigo directamente del estilo de Bolsonaro o Trump irrumpiendo con cuatro diputados en el Congreso -con un nada desdeñable 17% obtenido en Capital- en un momento en el que la presencia de la ultraderecha en todos los escenarios políticos del mundo es tendencia.

Una tendencia inédita en Argentina hasta ayer, ya que las diferentes fuerzas que forman parte de Juntos por el Cambio, solían atraer a ese votante radicalizado, seducido por los discursos de odio y antisistema, de confrontación con los sistemas de protección social y desengañado por la gestión de Fernández. Ahora, en un momento de incertidumbre para la sociedad argentina, de deja vú de una eterna recuperación, de brechas sociales cuyas costuras llevan aguantando demasiado tiempo, la irrupción de esta extrema derecha viene a sumar otro factor de riesgo para un país agotado.

Por eso, en la terraza del Tano, la emoción del primer momento, del análisis improvisado, del cálculo urgente, ha dejado paso a una sensación generalizada de desasosiego. Una punzada de preocupación, viscosa y tenaz, como el calor de una noche de noviembre en la capital de la nación. Bruno apaga finalmente su cigarrillo en el cenicero, con las mismas certezas con las que comenzó a ver el especial de Televisión Pública. Con las mismas certezas con las que votó esa mañana. Con las mismas certezas con las que votó en las PASO. Con las mismas certezas con la que afronta Argentina entera los dos años que quedan hasta las elecciones presidenciales. Ninguna.

*Ignacio Marín es periodista, politólogo y activista. @ij_marin


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