Elier Ramírez Cañedo •  Opinión •  16/12/2016

Estados Unidos y la guerra cultura: ¿Acaso una elucubración?

Enmienda-Platt Estados Unidos tiene una vasta experiencia en la práctica de la guerra cultural contra todo proyecto alternativo a su hegemonía en el escenario internacional. La CIA y la guerra fría cultural, de Frances Stonor Saunders, constituye un libro imprescindible –la investigación más completa sobre el tema- para comprender esta realidad. Este libro demuestra cómo, en los años de la Guerra Fría, el programa de guerra psicológica y cultural de la CIA contra el campo socialista, fue su joya más preciada.

“Un rasgo importante –señala Stonor- de las acciones emprendidas por la Agencia para movilizar la cultura como arma de la guerra fría era la sistemática organización de una red de “grupos” privados y “amigos”, dentro de un oficioso consorcio. Se trataba de una coalición de tipo empresarial de fundaciones filantrópicas, empresas y otras instituciones e individuos que trabajaban codo a codo con la CIA, como tapadera y como vía de financiación de sus programas secretos en Europa occidental”.

En 1967 las revelaciones periodísticas que destaparon la financiación encubierta de la CIA al Congreso por la Libertad de la Cultura dieron lugar a un airado escándalo y supusieron un grave revés para la reputación de la maquinaria persuasiva estadounidense, que se encubría bajo el término de “Public Diplomacy”.

La guerra cultural es aquella que promueve el imperialismo cultural, en especial Estados Unidos como potencia líder del sistema capitalista, por el dominio humano en el terreno afectivo y cognitivo, con la intención de imponer sus valores a determinados grupos y naciones. Es un concepto que, entendido como sistema, integra o se relaciona con elementos de otros términos que han sido de mayor uso como el de guerra política, guerra psicológica, guerra de cuarta generación, smart power, golpe blando, guerra no convencional y subversión política ideológica.

No es el arte y la literatura –aunque el arte y la literatura se usen como instrumentos o como blancos de la guerra cultural- el objetivo principal de la estrategia de guerra cultural del imperialismo contra un país en particular. El terreno en que se desarrolla la guerra cultural es sobre todo el de los modos de vida, las conductas, las percepciones sobre la realidad, los sueños, las expectativas, los gustos, las maneras de entender la felicidad, las costumbres y todo aquello que tiene una expresión en la vida cotidiana de las personas. Lograr una homogeneización al estilo estadounidense en este campo, siempre ha estado dentro de las máximas aspiraciones de la clase dominante en los Estados Unidos, en especial, desde que su élite comprendió la diferencia entre dominación y hegemonía, y que esta última no podía garantizarse sólo a través de instrumentos coercitivos, sino que era imprescindible la manufactura del consenso.

La guerra cultural desarrollada históricamente hasta nuestros días por Washington, no es una vana elucubración, sino que se sustenta en hechos concretos y comprobados, operaciones abiertas y encubiertas de las agencias del gobierno de los Estados Unidos, declaraciones de los líderes de esa nación y documentos rectores de su política exterior, tanto en el plano diplomático como militar.

Zbigniew Brzezinski, uno de los principales ideólogos imperiales, quien fuera asesor para Asuntos de Seguridad Nacional del expresidente Carter, en su obra, El Gran Tablero Mundial, expresaba:

“La dominación cultural ha sido una faceta infravalorada del poder global estadounidense. Piénsese lo que se piense acerca de sus valores estéticos, la cultura de masas estadounidense ejerce un atractivo magnético, especialmente sobre la juventud del planeta. Puede que esa atracción se derive de la cualidad hedonista del estilo de vida que proyecta, pero su atractivo global es innegable. Los programas de televisión y las películas estadounidenses representan alrededor de las tres cuartas partes del mercado global. La música popular estadounidense es igualmente dominante, en tanto las novedades, los hábitos alimenticios e incluso las vestimentas estadounidenses son cada vez más imitados en todo el mundo. La lengua de Internet es el inglés, y una abrumadora proporción de las conversaciones globales a través de ordenador se originan también en los Estados Unidos, lo que influencia los contenidos de la conversación global. Por último, los Estados Unidos se han convertido en una meca para quienes buscan una educación avanzada.”

Este es el mismo Brzezinski que en 1979, en un memorándum enviado a Carter, recomendaba el siguiente curso de política a seguir hacia la Mayor de las Antillas: “El Director de la Agencia Internacional de Comunicaciones, en coordinación con el Departamento de Estado y el Consejo de Seguridad Nacional, deben incrementar la influencia de la cultura estadounidense sobre el pueblo cubano mediante la promoción de viajes culturales y permitiendo la realización de coordinaciones para la distribución de filmes estadounidenses en la Isla”.

Varios documentos de los conocidos como Programas de Santa Fe, elaborados por diversos tanques pensantes en la década de los 80 para que sirvieran de base al diseño de la política exterior de los Estados Unidos son muy enfáticos en cuanto a la guerra cultural contra el campo socialista. En el programa de Santa Fe II se proclamaba: “La USIA es nuestra agencia para llevar a cabo la guerra cultural”, mientras que en el de Santa Fe IV se concluía: “Lo más importante es la destrucción cultural, según prescribe Antonio Gramsci. Al cambiar la cultura, el cambio político y económico está virtualmente asegurado”.

Recientemente se dio a conocer un documento de extraordinaria importancia para comprender las estrategias actuales del gobierno de los Estados Unidos en el campo de la guerra cultural. Se trata del Libro Blanco del comando de operaciones especiales del Ejército de Estados Unidos de marzo de 2015 bajo el título: Apoyo de las Fuerzas de Operaciones Especiales a la Guerra Política.

Lo que plantea en esencia este Libro Blanco es que los Estados Unidos deben retomar la idea de George F. Kennan -antiguo experto estadounidense en el tema soviético y arquitecto de la política de “contención frente al comunismo” en el Departamento de Estado-, acerca de la necesidad de superar la limitante del concepto que establece una diferencia básica entre guerra y paz, en un escenario internacional donde existe un “perpetuo ritmo de lucha dentro y fuera de la guerra”. Es decir, que la guerra es permanente, aunque adopta múltiples facetas y no puede limitarse al uso de los tradicionales recursos militares. De hecho, el documento expresa que existen modos de hacer la guerra mucho más efectivos. Que se puede hacer la guerra sin haberla declarado, e incluso hacer la guerra al tiempo que se declara la paz.

“La guerra política es una estrategia apropiada para lograr los objetivos nacionales estadounidenses mediante la reducción de la visibilidad en el ambiente geopolítico internacional y sin comprometer una gran cantidad de fuerzas militares”, destaca el documento desde sus primeras páginas. “El objetivo final de la Guerra Política –continúa más adelante- es ganar la “Guerra de Ideas, que no está asociada con las hostilidades”. La Guerra Política requiere de la cooperación de los servicios armados, diplomacia agresiva, guerra económica y las agencias subversivas en el terreno, en la promoción de tales políticas, medidas o acciones necesarias para irrumpir o fabricar moral”.

En otro de sus análisis, este Libro Blanco sostiene que con el fin de la Guerra Fría Estados Unidos abandonó el hábito de realizar la Guerra Política y que “ya ha llegado el momento de que la Guerra Política recupere su posición predominante en la ejecución y la política de seguridad nacional estadounidense”.

Este Libro Blanco es solo uno entre muchos estudios y recomendaciones de doctrinas y estrategias militares elaboradas en Washington, que cada día asignan un rol más protagónico a los componentes culturales e ideológicos en sus estrategias hegemónicas.

La guerra cultural contra Cuba

La guerra cultural contra Cuba no comenzó el 17 de diciembre de 2014, aunque es obvio que a partir de esa fecha se ha intensificado. Desde el propio triunfo revolucionario en 1959 Cuba ha enfrentado tanto los impactos de la oleada colonizadora de la industria hegemónica global -lo que Frei Betto denomina globocolonización- como proyectos específicos de guerra cultural diseñados, financiados e implementados por el imperialismo estadounidense, sus agencias y aliados internacionales, con el objetivo de subvertir el socialismo cubano.

Al respecto señaló Ricardo Alarcón:

“La agresión cultural contra Cuba empezó en 1959 y no terminó con el fin de la “guerra fría”. No solo existe todavía sino que no cesa de aumentar. Conserva una dimensión encubierta, clandestina, dirigida por la CIA, pero, además, desde comienzos de la última década del pasado siglo tiene otra dimensión pública, descaradamente abierta. El caso cubano es, por estas razones, absolutamente único, excepcional.

Lo es también porque lo que se nos hace en el terreno cultural ha sido siempre parte integrante de un esquema agresivo más amplio, que ha incluido una cruel y permanente guerra económica, y la agresión militar, el terrorismo y otros actos criminales, cuyo propósito, explícitamente detallado en una infame ley yanqui, es poner fin a nuestra independencia”.

Un componente fundamental de la guerra cultural de los distintos gobiernos de los Estados Unidos contra la Revolución Cubana, ha sido la guerra psicológica y mediática. El libro Psywar on Cuba. The Declassified History of US Anti Castro Propaganda, de Jon Eliston, publicado en 1999, revela como Washington practicó contra Cuba durante décadas la agresión psicológica y propagandística y que ella incluía libros, periódicos, historietas, películas, panfletos y programas de radio y televisión.

Otro de los campos predilectos de la guerra cultural de los Estados Unidos contra Cuba, ha sido el de la historia. Se manipula y tergiversa nuestro pasado, se atacan sus bases más sensibles y simbólicas, precisamente porque se pretende barrer con el ejemplo de la Revolución Cubana desde su propia raíz. El actual presidente del Instituto de Historia de Cuba, René González Barrios ha investigado y disertado durante varios años sobre este tema. En su conferencia, El desmontaje de la Historia expone algunas de las líneas principales en las cuales se observa la intencionalidad del enemigo:

Exaltación de la década del 50 y la figura de Fulgencio Batista.

Idealización del pasado capitalista, sobre todo en las esferas económicas y culturales y contraposición con los éxitos alcanzados por la revolución en estas esferas.

Reescritura de nuestras guerras de independencia y revaloración de la burguesía nacional que emergió con la neocolonia.

Sobrevaloración de los artistas e intelectuales cubanos que marcharon al exilio tras el triunfo de la revolución.

Satanización del proceso revolucionario, sus líderes, artistas, e intelectuales comprometidos con él.

Creación de sitios en Internet diseñados para fomentar la nostalgia por el pasado.

Promoción de actitudes desmovilizativas, apolíticas y desideologizadas, entre artistas e intelectuales, fundamentadas en la historia.

Hacer ver la revolución como un proceso de privaciones, agonías y sufrimientos. Eliminar la alegría de la épica revolucionaria y sus triunfos.

La organización de eventos internacionales para analizar la historia de Cuba desde la perspectiva imperial, así como la edición de obras de traidores o enemigos de la Revolución.

En Miami existe hoy un denominado Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo” que se dedica a la producción de libros, ensayos y documentales, así como a la celebración de talleres y conferencias sobre el período de la Revolución Cubana en el poder. Y por supuesto, toda la “producción cultural” de este instituto está dirigida a la construcción de una historia de Cuba plagada de mentiras y tergiversaciones. La misma labor realiza la llamada Academia de la Historia de Cuba en el exilio ¿De dónde salen los fondos para tales instituciones? ¿Será solamente de fundaciones y organizaciones filantrópicas e independientes?

Es innegable que la administración Obama concentró sus mayores esfuerzos en ir convirtiendo la guerra cultural e ideológica contra Cuba, en el núcleo duro de la política hacia la Mayor de las Antillas e ir eliminando paulatinamente el enfoque de política anterior –considerado fallido- que buscaba el cambio de régimen fundamentalmente a través del colapso económico. No ha habido expresión más clara sobre esta intención, que las propias palabras del presidente estadounidense, dos días después del anuncio del 17 de diciembre de 2014: “Pero como va a cambiar la sociedad –se refiere a Cuba-, el país específicamente, su cultura específicamente, pudiera suceder rápido o pudiera suceder más lento de lo que me gustaría, pero va a suceder y pienso que este cambio de política va a promover eso”.

Quizás hacia ningún otro país como Cuba, Obama ha implementado con tanto esmero el llamado soft power–poder blando-, una de las caras de la doctrina del smart power –poder inteligente-, concepto manejado por Joseph Nye. En el 2004, Nye explicaba el concepto de poder blando, de la siguiente manera:

“¿Qué es el poder blando? Es la habilidad de obtener lo que quieres a través de la atracción antes que a través de la coerción o de las recompensas. Surge del atractivo de la cultura de un país, de sus ideales políticos y de
Fuente: Cubadebate


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