¿Puede EE. UU. “sancionar” al Presidente cubano y dos matones doblegar la rebeldía?
El pasado 11 de julio, fue otro viernes de matones, de anuncios amenazadores desde la otra orilla, de medidas coercitivas contra Cuba, sus instituciones y dirigentes, incluido el Presidente de la República Miguel Díaz-Canel Bermúdez. Atrás, fueron los de siempre, la horda mediática antisocialista y contrarrevolucionaria, a machacar sobre lo mismo. A reciclar la agenda mediática de criminalización y a recalentar, en el nuevo caldo aportado por el Departamento del Estado, las mismas narrativas por las que le pagan.
Es un hecho, los anuncios han de tener consecuencias fácticas. El Presidente de un estado soberano, legítimamente elegido, estará imposibilitado de viajar a los Estados Unidos y de participar en los eventos internacionales que tienen lugar allí, en las sedes de la ONU. Tampoco lo podrán hacer los demás hombre dignos «sancionados».
¿Pero resultan estas limitaciones lo más trascendente? Claro que no. Estamos frente a una operación mediática, con pretensiones más viejas y venenosas. Lo que observamos forma parte de la aplicación contra nuestro archipiélago del Manual de Guerra de Cuarta Generación (4GW) que han venido aplicando contra los pueblos y gobiernos que no aceptan sus dictados.
Como apunta una nota del Ministro de Relaciones Exteriores Bruno Rodríguez Parrilla en la red social X, ‟Podemos demostrar que se trata de una operación de propaganda y amplificación. Usuarios desde la Florida replican compulsivamente los contenidos para imponer narrativas vs el gobierno cubano” (…)
Es el uso maquiavélico del ciberespacio comunicativo, la aplicación en las nuevas telarañas de las “redes sociales” de los mandamientos de Joseph Goebbels. En una zona, la correspondiente a lo político, plagada de lo tóxico, manipulador y subversivo. Para incendiar el caos y subvertir sistemas políticos. Como lo demuestran su intromisión en la vida política de un sinnúmero de países, las conocidas ‟revoluciones de colores” en Kirguistán, Ucrania, Venezuela, Nicaragua…
En Brasil, terminaron con los enjuiciamientos a Dilma Vana Rousseff y Luis Ignacio Lula da Silva. Y en Bolivia des-ordenaron el escenario previo al 21 de febrero de 2016 y el del Golpe de Estado a Evo Morales en año 2019. Ofensiva mediática en contra del gobierno, coligada con aspectos relativos a la vida social y con la vida íntima del líder que se ataca.
En el caso cubano, hace varios años se traza y refuerza una agenda mediática que permita instalar en la percepción de sus lectores y seguidores, la idea de un Presidente “represorˮ, “dictador” e “ilegítimo”. A través de incesantes y persistentes mensajes, desde su publicaciones en la web y por sus redes anti-sociales. Lo culpan de todas las dificultades, para asentar en los consumidores de sus falacias que es un político incapaz de gestionar la crisis y conducir el país hacia la prosperidad.
Su plan es producir los agentes de cambio para la transición retrógrada hacia el Capitalismo; actores capaces de atentar contra sus propios intereses y en beneficio de su verdadero enemigo, de subvertir el sistema político. Su objetivo central es provocar el estallido, la desestabilización interna y el derrocamiento del gobierno. Y la posibilidad de “ahorrarse” una intervención militar directa.
De ahí, lo contraproducente de responderles “haciéndoles el juego”, de replicar replicando su personalización chancletera; de caer en sus trampas al re-producir sus matrices de significaciones. Al reutilizar, desde nuestros medios, sus propios términos, sin despojarlos de sus connotaciones malignas. Lo que contribuiría, sin quererlo, a torpedear nuestra agenda y defensa, la construcción y orientación de ese sujeto político que ha de sostener, ataque tras ataque, nuestro proyecto emancipador y la soberanía de nuestro país.
Revisemos los significados del término ‟sancionarˮ, según el diccionario de la lengua española (RAE), y preguntémonos entonces: ¿Puede Trump ‟sancionarˮ al presidente cubano?
De asumirlo, acríticamente, aceptaríamos una potestad jurídica que el gobierno de los Estados Unidos, ni Marcos Rubio poseen. Que, por demás, se contrapone con el derecho internacional vigente. Sería algo así como aceptar y reproducir lo del “embargo” y no denunciar al bloqueo.
Frente a un castigo sí estamos, pero no de su persona. Se “sanciona” al ciudadano cubano, aprobado como diputado y que funge como Presidente, cumplimentándose lo refrendado y legislado. Se pretende criminalizar al máximo dirigente de un Partido no electorero, aglutinador de voluntades y acciones por el bien colectivo, y, con él, al “alma de la Revolución”. Se ataca y se busca aniquilar a un símbolo, que representa, más allá de instituciones, a un devenir rebelde, a la nación insurrecta, a la Cuba irredenta.
Digámoslo bien alto, lo decidido y “autorizado” es un nuevo acto de agresión contra lo que significa Díaz Canel. Otro paso, en la escalada de guerra cultural contra Cuba. Enfrentamos los cubanos una guerra (4GW), de carácter sistémico, porque se opera en todos los ámbitos posibles y se materializa en acciones de todo tipo. Incluida la guerra cultural que silenciosamente contribuye a la despolitización y al desinterés, al fomento del descontento popular y a la satanización de los dirigentes políticos. No por gusto, se lanzó en esta fecha, hay una pretensión de azuzar el odio para la desestabilización interna del país.