Las mujeres del almacén
“Almería es la huerta de Europa”. “La Meca de la agricultura bajo plástico”. “Almería, tierra de agricultores”. “La ONU escoge Almería como modelo agrícola para el futuro”. “La agricultura de Almería es la más potente de España”. “La exportación agroalimentaria de Almería crece un 6,6% a pesar de la COVID”. “En Almería, la vida te sonríe”. “Nosotras sabemos cuánto hemos trabajado según nos duele el cuerpo”.

Dori Falder llegó a Almería hace dos décadas para iniciar una nueva etapa vital trabajando en el sector agrícola almeriense. No en el que llena los titulares, no en el que sonríe. En el real, en el que produce. En el almacén Costa de Almería. Allí recuerda sus primeras horas en la Meca de la agricultura bajo plástico. Rememora, con la incredulidad de quien narra una historia deseando que fuese inventada, una jornada en la que entró a las once de la mañana y salió a las cuatro de la madrugada. “Mis compañeras se miraban y se decían: ‘si te vas tú, me voy yo’, pero allí no se iba nadie”. Los familiares se agolparon a las puertas del almacén, preocupados por la ausencia de sus seres queridos. Aún no existían los smartphones. No les había pasado nada: estaban trabajando. Siempre trabajando.
Veinte años después, Dori está sentada en la mesa de negociación del convenio sectorial como delegada de CCOO y forma, junto a Selfa, Marisol, Alicia, Fina, Antonia, Vero, Loli, Mamen y Manolo, el comité de empresa de Murgiverde Vícar. Ellas hicieron historia la pasada navidad junto al resto de envasadoras almerienses. Fueron a la huelga tras dos años de bloqueo patronal a la renovación del convenio sectorial, fundamentado en la consolidación del Salario Mínimo Interprofesional que el tejido empresarial se negaba a asumir.
Precariedad laboral, violencia patriarcal
Motivos había para elegir. Todos se pueden concretar en el reclamo de unas condiciones laborales y de vida dignas frente a su realidad material. Las trabajadoras de los almacenes sufren la ausencia de un salario mínimo garantizado, ya que las empresas se niegan a planificar el trabajo para que las trabajadoras cumplan 40 horas durante todas las semanas, lo que provoca que los sueldos mensuales sean muy dispares entre sí. Tampoco tienen derecho a las vacaciones pagadas, ya que mientras no trabajan, van al paro.
Además, viven en sus propias carnes el abuso de la contratación temporal mediante contratos eventuales, algo que se refleja en la inestabilidad de las plantillas. La temporalidad es un rasgo característico de un sector agroalimentario profundamente estacional. Esto se traduce en que las trabajadoras no tienen asegurado, en su mayoría, un empleo fijo con el que llevar mensualmente dinero a casa. La situación de la juventud en los almacenes no difiere: es abocada a los contratos eventuales, en línea con la tónica habitual de una provincia donde, según datos del SEPE de 2018, el 94% de los contratos registrados en Almería a menores de 30 años eran temporales.
Mención aparte merece la imposibilidad de conciliación laboral, ya que no cuentan con un cuadrante estipulado que permita la organización del trabajo. De hecho, es norma general esperar un mensaje por la noche para saber a qué hora entran al día siguiente, o si, simplemente, tienen que ir a trabajar. “Hay trabajadoras con 62 años, eventuales, que tienen que trabajar más de nueve horas al día porque no pueden irse a su casa por miedo a que las despidan estando tan cerca de la jubilación. Les ves su cara y es un castigo”, comenta Dori.
La división sexual del trabajo tiene su reflejo latente en este conflicto. En los almacenes las mujeres envasan y los hombres cargan, descargan y transportan. “Muchas de mis compañeras desearían dejar el envasado y coger la transpaleta, pero es impensable. Ni el jefe de almacén lo permitiría, ni a ellas se les ocurriría”, sentencia la delegada de CCOO. No es casualidad que sea precisamente el personal del manipulado el que ocupe el nivel más bajo de la tabla salarial del convenio colectivo.

Tabla salarial extraída del convenio colectivo del manipulado de Almería.
No obstante, la gota que colmó el vaso fue la propuesta de una cláusula COVID por parte de los empresarios. Una medida con la que pretendían, con la excusa de la incidencia del virus en los almacenes, alargar la jornada hasta las diez horas diarias, contando estas nuevas horas como ‘horas COVID-19’ para así evitar pagarlas como extraordinarias. “Si te pueden recortar un céntimo, te lo recortan”, sintetiza la sindicalista.
Una huelga entre beneficios
“A pesar del mantenimiento de la cifra de kilos exportada en la campaña 2019/2020, el valor ha crecido un 6,8%, hasta alcanzar los 2.866 millones de euros. Si se tiene en cuenta la media del último lustro, los ingresos procedentes de las exportaciones hortofrutícolas han crecido un 21,3%. El valor exportado ha crecido especialmente en septiembre, noviembre y enero, así como en abril y mayo, coincidiendo con el confinamiento por la COVID-19”, informa El Economista a raíz de un estudio de Cajamar sobre el sector agroalimentario almeriense. “El informe del Servicio de Estudios de Cajamar recoge, a raíz de los datos aportados por la Fundación Tecnova, la evolución que ha experimentado [la industria auxiliar agroalimentaria] en los últimos dos años, entre 2017 y 2019, en los que la facturación ha crecido un 2,5% hasta situarse en 1.274,5 millones de euros”. El campo almeriense produce riqueza al alza, pero quienes lo trabajan sufren condiciones laborales más que abusivas.
Llegó la huelga. El paro se vivió, en las semanas previas, con preocupación. La alta tasa de contratos eventuales hacía que, previsiblemente, fuesen pocas las trabajadoras que secundasen el paro. Con un contrato eventual, es el patrón quien decide si vuelven o no a trabajar para la siguiente campaña. Pero las asambleas de trabajadoras fueron un éxito. Las trabajadoras eventuales dieron un paso adelante y se plantaron, respondiendo a la convocatoria. La patronal presionó hasta el último momento, maniobrando para intentar frenar la movilización obrera. Pero esta ya era una realidad. Con la navidad en la mente y el frío en el cuerpo, los piquetes ocuparon las puertas de los grandes almacenes de la provincia. Sin embargo, en los pequeños centros de trabajo, allí donde no hay sindicatos, la huelga no fue mayoritaria. “Donde hay látigo no llegamos”, comentaba Fernando Piedra, delegado de CCOO.
Las jornadas de huelga estuvieron marcadas por la tensión entre unas trabajadoras valientes y una patronal profundamente reaccionaria asustada. Vivimos enfrentamientos, intentos de atropello y agresiones. Escuchamos las coacciones a las plantillas para entrar al almacén por la puerta de atrás. Vimos los almacenes llenarse de esquiroles, amigos y familiares de los patrones, para sacar adelante el trabajo. Un hecho tan insólito como ilegal, denunciado por los sindicatos.
El paro terminó, pero no el conflicto. La tercera ola del coronavirus paralizó las movilizaciones de cara al exterior, pero a lo interno la mesa de negociación sigue caliente, con mediadores para intentar firmar un nuevo convenio sectorial que hoy sigue sin ser una realidad. El mayor desencuentro se vive en la jornada ordinaria máxima semanal y la subida salarial ajustada al incremento del Salario Mínimo Interprofesional. Escuchamos los golpes de pecho que provoca la agricultura almeriense, pero no los reclamos de quien día a día la planta, la recoge, la envasa, la carga y la descarga. La agricultura no crea riqueza en los despachos, sino en los campos y almacenes donde nuestras manos la trabajan.