Francisco González Tejera •  Opinión •  10/07/2016

Nada cambió, solo los aplausos silenciosos

Nada cambió, solo los aplausos silenciosos
No tuvieron la decencia de dignificar y reparar a quien fue perseguido por sus ideas, prefirieron, aunque se definieran “de izquierdas” y aplaudieran en silencio, agitando sus manos en el aire, ponerse del lado de los criminales de lesa humanidad.
 
Luisa trataba de consolar la frustración de Marcelo, pero no bastaba con la empatía para sanar aquella enfermedad del alma y del cuerpo. Los miles de asesinados parecían brotar de cada grieta del territorio volcánico. El miedo y el sufrimiento ilimitado se respiraba en el sur del sur isleño, entre los bancales de las tierras del Conde de la Vega, repletos de fosas comunes clandestinas, un aroma de muerte entre el fuerte viento cortante, un silbido diabólico que afectaba las mentes de un pueblo destrozado.
 
-Todos son lo mismo Marcelo, no estés mal, todos los partidos que entran en el juego electoral en España son parte del régimen, acatan sus normas, sus prebendas, son incapaces de reparar por lo que has pasado tanto tú como toda tu familia. –Dijo serena Luisa entre la brisa marina, mientras tomaban café en el bar de Facundo en el Castillo del Romeral-
 
Lo habitual ya era llegar al poder la mayoría de las veces mediante pactos prometiendo “una nueva forma de hacer política”, para en pocos meses ser lo mismo que los corruptos antecesores, vulnerar derechos laborales de los empleados públicos, recibir dinero de la mafia urbanística en sobres y maletines, evitar por todos los medios que se conozcas los crímenes fascistas.
 
Ese “más de lo mismo” indignaba a las pocas personas decentes, conscientes de que hacía apenas ochenta años en Canarias estaban asesinando a más de cinco mil republicanos y anarquistas, como si no pasara nada, políticos cómplices entran en ese juego, bloquean la exhumación de fosas comunes, humillan a las familias de las víctimas utilizándolas para sacarse la foto ante la prensa, para luego dejarlas tiradas sin poder recuperar los huesos de sus parientes masacrados.
 
Los dos ser perdieron de la mano por el camino del muelle, “al menos me queda este cariño” pensaba Marcelo, la tristeza, la depresión y esa enfermedad mortal le invadía los últimos órganos que todavía no estaban afectados. Al otro lado de la realidad algunos brindaban con cava junto a los herederos de los asesinos, celebraban que una fosa más se quedaba sin abrir, que los apellidos manchados de sangre obrera seguirían gozando del prestigio y la excelencia, el hedor de una falsa democracia construida entre los huesos del genocidio. 
 
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