Benjamín Torres Gotay •  Opinión •  09/10/2017

Un rollo de papel para Puerto Rico

Siempre debimos saber que si Donald Trump venía a Puerto Rico, en la circunstancia que fuera, iba a actuar como Donald Trump.

Esto puede parecer una perogrullada, pero no lo es, porque se crearon tantas expectativas sobre su visita con motivo del paso por aquí del devastador huracán María, que muchos parece que olvidaron que el presidente de Estados Unidos es, pues, Donald Trump.

Aterrizó a las 10:41 de la mañana y se anunció que se había ido a las 4:07 de la tarde, 53 minutos antes de lo que se había informado.

Mientras estuvo en escena, tuvimos un encuentro cara a cara con el Donald Trump que el planeta ya conoce y que nosotros debíamos conocer también.

Todas sus expresiones fueron de elogio a su respuesta a María. Minimizó la tragedia que vive Puerto Rico al decir que en Lousiana hubo una “catástrofe real” con el huracán Katrina y que debíamos estar orgullosos de que aquí solo hubieran muerto, certificados hasta el momento en que el habló, 16 (después se dijo que son 34).

Nos recordó también que la tragedia en Puerto Rico le ha costado mucho al presupuesto del Gobierno de Estados Unidos.

No dirigió ni una palabra de compasión, solidaridad, empatía, a los miles de damnificados. A Rosselló y a González solo los dejó hablar para que lo elogiaran.

A González específicamente le dijo: “Jenniffer, ¿crees que puedas decir un poquito de lo que dijiste hoy de nosotros?”. La comisionada residente lo complació, acotando sus expresiones con un “gracias, señor presidente, por todo lo que ha hecho por la isla”. De Rosselló dijo: “Ni siquiera es de mi partido, pero empezó desde el principio a apreciar lo que hicimos”.

Los alcaldes de Arecibo, Carlos Molina, y de Ponce, María “Mayita” Meléndez, quienes se han pasado en los medios reclamando ayuda para sus pueblos, tuvieron tiempo para un sonriente “selfie” con Trump, pero no para hablarle de las necesidades de sus constituyentes.

Faltaba más. Trump fue a la Calvary Chapel en Guaynabo, una zona que no se conoce por haber recibido ninguna devastación más notable de la que hay en el resto del país. Allí, el presidente proclamó, pletórico de alegría: “¡hay mucho amor en este sitio!”.

Y se produjo allí también la imagen sobre esta visita que no podrá borrarse del subconsciente colectivo de Puerto Rico por mucho tiempo: con incontables personas pasando las más básicas necesidades, Trump, evidentemente divertido, repartió bolsas de arroz y tiró rollos de papel toalla a personas que parecían más interesadas en tomarle o tomarse fotos que en lo que el presidente tuviera que ofrecerles.

Querían algunos que anunciara el fin de las leyes de cabotaje. Que tras ver la destrucción con sus ojos se conmoviera su fibra humana y pidiera lo que de verdad hace falta aquí, un paquete de rescate. Que reconociera con la mano en el corazón que la respuesta hasta ahora no ha sido apropiada. Que eximiera a Puerto Rico de pagar su parte de la reconstrucción.

Querían que tuviera un gesto humano. Querían que Trump fuera otro.

Nada de eso resultó de la visita. Lo único que va a perdurar de este día es la foto de Trump, sonriente, imitando los ademanes de un baloncelistas, tirando rollos de papel como el dictador etíope Haile Sellasie tiraba pedazos de carne a los hambrientos, solo que en este caso era a gente sonriente y con teléfonos en mano.

De vuelta en Washington, dijo que sigue pensando que Puerto Rico puede hacer más por su propia recuperación. Ahí quizás lo que Trump quiso decir con los rollos de papel: séquense las lágrimas, pónganse a trabajar y pa’ Washington ni miren.

Fuente: El Nuevo Día


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