Hugo Cuevas Soria •  Opinión •  09/05/2019

El motor del cambio feminista: una organización basada en la sororidad

Es una lástima que en los telediarios se aborde el feminismo de forma superficial, simplista y, muy a menudo, paternalista y que, por ello, una inmensa parte de la sociedad se pierda la posibilidad de disfrutar de los debates propios de organizaciones feministas. Hablo de debates profundos, no de aquellos que se dan en la barra de un bar y que, por su superficialidad y falta de contenido, solo a veces se muestran subversivos, pudiendo promover un cambio social en escasas y valiosas ocasiones. Es por eso que debemos rebatir día a día los rancios argumentos que suenan en los medios de comunicación. Si las feministas no pusiéramos el grito en el cielo cada vez que un periódico deportivo sexualiza a una compañera o se justifica, por vía judicial, una agresión machista, es evidente que no estaríamos viviendo el cambio de los últimos años. Y, cuando una sociedad cambia, los actores que promueven ese cambio cambian con ella, lógicamente, el feminismo no es una excepción, de hecho, es un movimiento con un motor de cambio y adaptación increíble.

Resulta interesantísimo analizar cómo se producen los cambios de contenido y discurso dentro del feminismo, ya que este, por su condición de movimiento social, carece de cadenas de mando, estructuras organizativas cerradas o definidas, ni forma de afiliación o condiciones mínimas para que un individuo se incluya en el colectivo, más que su propia decisión o deseo de pertenencia. De modo que no se puede analizar en los términos en los que se analizaría un partido político centralizado y vertical ni uno asambleario y horizontal. Aunque más parecido a este último, el feminismo se articula en una estructura abierta, todo el mundo puede participar, horizontal, nadie ostenta un cargo de poder, y se encuentra en un estado de indefinición continua ya que no está atado a unas bases constitutivas, ni existen unas normas que rijan su funcionamiento. Hablamos por lo tanto de un movimiento tremendamente plural, hay tantos feminismos como opiniones se producen dentro de él, un movimiento que se depura en continuo debate y cuyas conclusiones, aceptadas hoy, serán rebatidas, redefinidas o reaceptadas mañana, adaptándose siempre a las necesidades de la comunidad. Se podría pensar que imita la teoría fundacional del neoliberalismo y su fanatismo de libre mercado, la teoría de “la mano invisible” de Adam Smith, ya que sujetos libres producen ideas que satisfacen las necesidades ético-intelectuales del consumidor, a la vez productor, en una situación de libre competencia, creciendo así aquellas ideas que más se adecuan al conjunto de los individuos. No obstante, dicho modelo obvia la influencia corruptora que la acumulación de capital imprime al libre mercado y que, de forma irremediable, implica que a mayor acumulación de capital mayor concentración del poder. Pero, existe una diferencia radical entre ambos modelos de estructuración social: en el feminismo ni la propiedad privada ni el dinero existen. Por ello es un modelo que nos recuerda más a la concepción del poder de Foucault, un poder que no tiene una elite definida, sino que se encuentra en cada individuo “libre” de la sociedad y que se representa cuando este reproduce su opinión con sus actos, verbales o no, convirtiéndose en receptor-consumidor de la ideología-cosmovisión de otros y emisor-productor de la suya propia. Un poder que, tal vez, se muestra más observable en el funcionamiento de las redes sociales: todos los individuos, dueños de su poder por pequeño y limitado que este sea, influyen más o menos en la masa actuando como generadores de opinión, mediadores, jueces o incluso como modelos a seguir en los debates, modas, preferencias, aceptaciones y valoraciones sociales… Y esto cristaliza en forma de “me gusta”, “retuits”, seguidores y demás “clics” en redes sociales. No es casualidad que los sujetos neoliberales nacidos en el auge de la posmodernidad encontremos nuevas formas de organización que representan derivas del modelo organizacional que nos crio, el capitalismo de libre mercado.

Curioso e irónico, aunque rematadamente lógico, es que uno de los movimientos sociales más subversivo, sino el que más, encuentre sus herramientas en el propio sistema que pretende destruir, algo similar a lo que plantea Clara Serra en su libro “Leonas y zorras”: Desmontar la casa del amo con las herramientas del amo. El feminismo tiene la capacidad de unir, en una sociedad de egos fagocitados, a sujetos con ideas individualistas tremendamente interiorizadas. Para ello ha conformado un colectivo en el cual la diversidad es algo positivo y la libertad de opinión deja de implicar una lucha de egos hermanándose mediante la sororidad. No es que se “respeten” todas las ideas, erróneas o no, como a menudo plantea la ideología neoliberal en nombre de una libertad de expresión corrupta, que todo lo justifica y ya no diferencia lo verdadero de lo falso, la posverdad. Es que se ha creado un colectivo en el cual el sujeto neoliberal se destruye y construye, ósea se deconstruye a cada instante. Siguiendo una ruta puramente psicoanalítica, los sujetos pueden vivenciar con libertad, pues el grupo no juzga, sino que acompaña al cambio, las contradicciones que el patriarcado les impone, contradicciones que todas hemos experimentado a lo largo de nuestra vida cuando, por ejemplo, no hemos encajado dentro de los roles de género que las estructuras de poder nos exigen y, por ello, dichas contradicciones internas han sido exteriorizadas, vivenciadas, con malestar. De esta forma se crea un conglomerado de sujetos que, pese a ser diferentes, reman en la misma dirección ya que todas comparten, no una identidad ideológica claramente definida, sino una identidad emocional: todas somos las hijas bastardas de un patriarcado maltratador.

Ya que carece de líderes y bases constitutivas, el mecanismo que marca la inclusión, dirección y estrategia del movimiento es ese híbrido antes descrito entre la mercadotecnia del poder de libre mercado y la concepción de Foucault, basado en los debates sororos y deconstructivos. En cualquier caso, pese a que sea un movimiento que se halla, por naturaleza, en continuo cambio, podemos intentar definir sus claves:

Inclusión: en una sociedad neoliberalizada, en la cual los sujetos tienden cada vez más a la individualidad, diferenciando las características del “yo” frente a los otros mediante etiquetas ególatras que lo hagan único e inigualable, el feminismo ha conseguido colectivizar la diversidad. El feminismo no pide carnets, respeta las diferencias, las reenfoca, cambiando el actual enfoque de competitividad social por una perspectiva que abraza la diversidad como algo valioso que nutre al colectivo. Da igual cómo te definas: mujer u hombre, anciana o joven, de izquierdas o derechas, trans o cis, homo, hetero, demi o… La cuestión es que, si te defines, y sientes, como una persona que quiere luchar por una sociedad más libre e igualitaria, serás recibido con la sororidad que caracteriza al colectivo. Mención especial y excepcional para aquellos movimientos que ocultan su machismo con la etiqueta del feminismo, como sería el caso del “feminismo liberal” que promueven desde el partido político CS. Promover nuevas formas de explotación de la mujer, regulando sin garantías la prostitución y la gestación subrogada, para adaptar sus ya mercantilizadas vidas a la economía neoliberal jamás será feminismo, sino viciar un más que legítimo debate entre regulacionistas y abolicionistas. Algunos partidos, colectivos o individuos que se definen feministas, solo lo son de puertas afuera.

Dirección: lógicamente, el feminismo tiene como objetivo, por definición, la lucha por los derechos de las mujeres. Pero, cuando esa lucha implica la concepción de nuevas realidades más libres e igualitarias que la actual, ¿cuál es la definición de esa nueva sociedad? Entorno a esta pregunta inicial se abre todo un horizonte de realidades alternativas con sus consecuentes cuestiones: ¿Qué es la libertad? ¿A quiénes afecta? ¿Cuál es prioritaria, la colectiva o individual? ¿Cuáles son los límites de la libertad de expresión? ¿Y la igualdad? ¿Es lo mismo que equidad? ¿Qué cabida tienen las discriminaciones positivas? ¿Cuál es el papel de las instituciones? ¿Son suficientes los cambios legislativos o la lucha está en la psique de la calle? O más concretamente: ¿Cómo se lucha contra un micromachismo? ¿Es ética la maternidad subrogada? ¿Qué es el género? ¿Debemos luchar por abolirlo o buscar feminidades/masculinidades alternativas? ¿Cuál es el papel de los hombres en el feminismo? ¿Ética de la prostitución, abolición o legalización? ¿Qué hacemos con el lenguaje (-@, -x, -as, -os, -es)? ¿Comprar una camiseta «yo soy feminista» en Zara es feminismo de clase? ¿Nos movilizamos igual cuando las víctimas son extranjeras que cuando son nacionales? ¿Ética del aborto? ¿Aplicar o no las listas cremallera o cuotas mínimas?… La lista es interminable y no es mi intención resolver ninguna de ellas, sino más bien que sirvan como ejemplo de cómo el feminismo aborda la perspectiva de esa nueva realidad a la que aspirar. Así, el objetivo del feminismo queda definido, y redefinido, mediante un continuo debate basado en la crítica constructiva, sorora, y en la deconstrucción de esta sociedad a través de sus individuos, empezando por nosotras mismas, dando lugar al refinamiento de las posturas del colectivo tanto en su discurso como en la vivencia propia y particular del feminismo de cada compañera. La principal prueba de ello somos nosotras mismas y la huella que hemos dejado, ya sea en otras compañeras, en nuestra familia y amigas o en la inmensidad de las redes sociales, cada lectora de este artículo recordará haberse enfrentado a más de uno de estos debates, muchos de ellos ya superados, otros en proceso y una infinitud de nuevos debates por afrontar. Además, reconocerá al mirarse al espejo el proceso deconstructivo por el que ha pasado su sistema de valores y su cosmovisión: nuestras queridas gafas.

Estrategia: evidentemente, por lo ya desarrollado en el artículo, la forma de influir o generar un atractivo en la sociedad del feminismo no es algo que esté definido por una cúpula, ni siquiera algo que se decida de forma asamblearia, existen tantos discursos como feministas lo defendemos. Pero, precisamente por esa estructura difusa y horizontal del movimiento, existe una característica que se repite con frecuencia dentro de los debates, proclamas y consignas feministas: la apelación a los sentimientos. Ya que no existe una cohesión claramente definida dentro de las diferentes visiones y debates del feminismo, si algo nos une y atrae al movimiento es la cohesión emocional, traducida concretamente en un sentimiento, una vez más: la sororidad. Las feministas soñamos juntas con un mundo mejor, reímos a carcajadas cuando nos reunimos, nos indignamos y nos defendemos cuando atacan a cualquiera de nosotras y lloramos al unísono cuando otra compañera es asesinada. Y es que sin sororidad no se podría articular una convivencia sana en un colectivo tan amplio y diverso, con tantas subjetividades e ideas dispares.

Debido a esta organización basada en el amor del hermanamiento, al que llamamos sororidad, el feminismo es capaz de asimilar la diversidad, convirtiéndolo en un movimiento imparable, el único capaz de luchar no solo su propia guerra, sino toda aquella en la cual se cuestione un sistema de opresores y oprimidos, ya sea el colectivo lgtbiq+, animalismo, edadismo, anticapitalismo… Siempre habrá una compañera dispuesta a ponerse otras gafas más, arrimar el hombro y trabajar por el amor a una sociedad más justa e igualitaria.

Fuente:  https://www.elsaltodiario.com/el-blog-de-el-salto/motor-cambio-feminista-organizacion-basada-sororidad


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