José Haro Hernández •  Opinión •  08/12/2020

¡Libertad, libertad, libertad!

Son los nietos de quienes propiciaron una guerra civil e implantaron una dictadura para someter a los de abajo y quedarse con el país entero; los herederos de aquellos caciques y señoritos que durante siglos dibujaron un paisaje feudal en las tierras de España; los descendientes de los espadones y la clerigalla que nos han alejado de cualquier atisbo modernizador; los que, en fin, consideran ‘su gente’ a quienes sueñan con fusilar a 26 millones de españoles. Y a pesar de todo, hace unas semanas, tuvieron la desvergüenza de, al calor del debate respecto de la Ley Celaá de educación, alzarse en el Congreso al grito vibrante y reiterado de ‘¡Libertad!’, cuando lo que cabría esperar es que de aquellas recias y patrióticas gargantas saliera más bien el Cara al Sol, que de seguro es lo que a la mayoría de ellas y ellos les pedía el cuerpo, dado su incontestable currículo y permanente actitud bronca.

Así pues, la derecha carpetovetónica de toda la vida, aquélla que ha hecho del mantenimiento del injusto y arbitrario orden secular la razón de su existencia y que siempre ha propiciado, mediante la violencia, soluciones autoritarias de gobierno, de repente utiliza el templo de la democracia parlamentaria para reivindicar, exaltada y vehemente, la libertad. Frente a un gobierno que estaría conduciendo al país por la senda del totalitarismo ‘socialcomunista’.

Obviamente, algo hay que no encaja en todo esto. Quienes para mantener unos privilegios seculares han recurrido históricamente a la negación de la libertad, incurren en una grosera exhibición de cinismo cuando la reclaman por sentirla, en su febril y fanatizada imaginación, amenazada. La trampa reside en darle a este impagable bien una concepción privativa y excluyente: es inherente a determinadas clases sociales e ideologías y de su goce queda marginado el resto. Dicho de otro modo: quienes han sido tocados por el destino para acaparar poder y riqueza, así como aquéllos ideológica y políticamente adscritos a la servidumbre, ejercitan su propia libertad a expensas de la de los demás. Aznar lo ilustró maravillosamente bien cuando, hace unos años y bajo la innegable influencia del dios Baco, se preguntó en voz alta, ante un concurrido auditorio, que quién era la DGT para decirle a él cuánto vino podía beber. El del trío de las Azores reivindicaba su derecho a ingerir el alcohol que quisiera antes de conducir, sin reparar en que su plasmación representaba la puesta en grave riesgo del derecho de los demás a la vida, la integridad física y la propiedad.

En el mismo orden de cosas, quienes demandan poder enviar a sus hijos a centros educativos cuyo ideario religioso coincida con el suyo, donde se segregue a los alumnos por razones socioeconómicas y de sexo, están pidiendo que el dinero de todos financie su concepción ideológica de la educación, detrayendo así recursos que han de destinarse a una enseñanza pública plural, gratuita e inclusiva, cuya calidad e implantación se ven así mermadas en la misma proporción que el derecho constitucional que la ampara.

Siguiendo el hilo, la derecha se arroga exclusivamente la prerrogativa de llegar a acuerdos con la izquierda abertzale. De hecho lo hizo, o al menos lo intentó, incluso cuando ETA estaba muy activa. Pero cuando es la izquierda quien sustancia esos pactos, aun cuando ello contribuya a la estabilidad del Estado y a la tenencia de unos presupuestos que este país necesita como agua de mayo, estamos ante una maniobra criminal que persigue el blanqueo del terrorismo. Es decir, unos son libres para establecer alianzas cuando sus necesidades políticas así lo requieran; otros, no.

Paradigma de qué entiende por libertad la derecha, en este caso la extrema derecha murciana, es su recurso a la llamada Ley de Protección del Mar Menor(que en realidad protege poco)amparándose en que cercena la ‘libertad de empresa’ y se trata de una ley ‘liberticida’. Diáfano: el interés de la agroindustria por producir sin cortapisas ambientales(y sociales)a fin de maximizar sus beneficios, prevalece sobre el derecho colectivo a un Mar Menor limpio y un medio ambiente sano. Es un poco como la oportunidad que otorga a las grandes fortunas la existencia de paraísos fiscales: como diría Aznar, quién es el Estado para decirme a mí dónde llevar mi dinero, sobre todo si basta con acercarme a Madrid.

En una reciente entrevista en un periódico español, el expresidente Obama decía que ‘las ideas de la Ilustración, como la lógica, la razón, la objetividad, la confirmación de hipótesis, la existencia de verdades objetivas, vamos a tener que defenderlas todo el tiempo porque, de lo contrario, regresarán los viejos espíritus de las edades oscuras para imponerse de nuevo’. Lo que no podíamos sospechar es que tendrían la cara dura de volver envueltos en la bandera de la libertad.

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