Susana del Calvo Penichet •  Opinión •  08/12/2016

Fidel, entre amigos

Leer este mensaje en Radio Habana no me fue fácil, porque este panaroma todavía lo viven en muchos rincones del mundo, en Cuba ha desaparecido pero tenemos la esperanza de como decía Fidel, fiel seguidor de de las ideas martianas, un mundo mejor es posible.

Amiga y hermana, en estos momentos de tristeza, es tan poco todo lo que se pueda decir, queda claro sólo el amor a Fidel, a la Revolución cubana y gratitud con Dios y la vida por haber vivido en su misma época y haber conocido su grandeza.

Comparto mi historia contigo y quiero compartirla con millones y motivar a tantos a que compartan su historia de amor con Fidel.

Mi historia de Amor con Fidel

No puedo condenar a los que hoy se regocijan por la muerte de Fidel, más bien me produce tristeza que esas personas, no tengan la capacidad de sentir la grandeza de ese ser humano. Yo viví en Cuba varios años y muchos me preguntan si lo conocí personalmente y lo que no saben es que tengo una historia de amor con ese hombre, pero ahora llegó el momento de contarla y para eso, debo empezar hablando de mi padre.

Mi padre, Arístides, nació mucho antes de la Revolución en un pueblito cerca de la Habana llamado Alquizar; me contaba que él y su hermano mayor tenían solo un par de zapatos y se turnaban para ir a la escuela con ellos; un día uno, un día el otro. Los zapatos se rompieron y así fue como solo estudió hasta 2do grado. Mi abuela Felicia tuvo once hijos, cuatro murieron muy pequeños, de diarreas, tétanos y otras enfermedades. Siete sobrevivieron a base de pan duro y de lo que procuraba mi abuelo Tomas cuando lograba trabajar como peón en una finca por cortas temporadas. Mi padre recorría descalzo y casi desnudo largos trillos en esa finca de Alquizar para llevar a su papá, que trabajaba de sol a sol en esos surcos y por unos centavos, una lata con un masacote de plátano verde hervido con sal que llaman fufú y que mi abuelo devoraba. Siendo aún un niño, mi padre empezó a trabajar en una panadería y entraba en la noche hasta la tarde del día siguiente por una libra de pan fresco y una libra de pan duro que mi abuela rociaba con agua de azúcar prieta para repartirla equitativamente entre todos. Ya de adulto y muy joven, en el año 1951 se embarcó como polizón en el barco Corazón de León rumbo a Venezuela y una vez en altamar se presentó ante el capitán para pagar su pasaje con trabajo. Fue así, como después de estar a punto de naufragar, llega a este país, donde pasó épocas de bonanza y épocas de pobreza, aquí forjó una familia de siete hijos con una venezolana, mi amada madre Alidis y nos enseñó miles y millones de cosas, valores, principios y amor a nuestra patria Venezuela y a la de él que hicimos nuestra, Cuba. Nos enseñó sus canciones y sus historias, nos hablaba de Fidel y de la revolución que estaban haciendo allá y yo soñaba con estudiar en un de esos colegios que vi en un documental llamado La Nueva Escuela y lo logré! Paradójicamente tengo que agradecerlo a una lesión de rodilla que sufrí y por lo que viajé a Cuba donde me operaron.

En esa época (1982) no existía convenio petrolero ni nada más que pura y desinteresada solidaridad. No llegué como hija de cubano, sino como una venezolana más a través del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP) y como era un tratamiento largo, me dieron la oportunidad de estudiar bachillerato, luego me otorgaron la beca para medicina.

Un día, contándole a mi papá sobre una de esas temporadas de trabajo voluntario en el campo mientras estudiaba en la universidad, me empezó a bombardear con preguntas, pues ese año nos había tocado en su pueblo, Alquizar. El me preguntaba tratando de ubicarse para saber exactamente en qué finca había estado y después de responder todas sus preguntas, se le humedecieron los ojos y me dijo: esa era la finca donde trabajaba mi padre… yo lo abracé, pero solo entendí la magnitud de lo que él sentía cuando me dijo: «Si cuando yo era un niño pobre y hambriento, que andaba descalzo y sin esperanza por esos surcos con una lata de fufú para papaito, me hubiera imaginado que 50 años después, una hija mía iba a estar en esos mismos surcos trabajando voluntariamente mientras estudia Medicina, yo hubiera sido un niño feliz y hubiera corrido con alegría!».

Es indescriptible lo que sentí y sentimos en ese momento, es como si de repente y a pesar de las lágrimas, se hubiera borrado de sus ojos toda la tristeza pasada de su vida y de la de tantos millones de hambrientos de esperanzas.

Siempre admiré y quise a Fidel, pero ese día empecé a amarlo y a verlo reflejado en mi vida, en la alegría de mi padre, en los ojos de una persona a la que pude ayudar a sanar y hasta en la vida de mis hijos.

Esa es mi historia de amor con Fidel y me emociona imaginar que existen millones de personas en todas las latitudes, que tienen una especial historia de amor con él.

Ana Gineth Morales Fuentes

Fuente: martianos.ning.com


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