Izquierda Castellana •  Opinión •  08/11/2022

Brasil en la encrucijada

Brasil en la encrucijada

La reciente victoria de Lula en las elecciones presidenciales en Brasil, en paralelo con la victoria de los bolsonaristas en la mayoría de estados (17 de los 27), así como en la Cámara de Representantes en el Senado, configura un panorama complejo y difícil de prever en su futura evolución. Antes de hacer algunas reflexiones sobre la coyuntura actual en Brasil, queremos apuntar unas consideraciones que sirvan para comprender mejor esa realidad desde el punto de vista histórico, geográfico, demográfico y económico.

Brasil tiene 215 millones de habitantes, distribuidos desde el punto de vista étnico y religioso de la siguiente forma:

Blancos – 47%; pardos (mestizos) – 43%; negros – 8%; indígenas y otros – 3%.

Católicos – 54%; evangélicos – 27%; otras creencias – 5%; no profesan ninguna religión – 14%.

Es un territorio vastísimo (con 8.500.000km2 es el quinto país en extensión del mundo) y cuenta con una amplia gama de recursos naturales.

El origen de Brasil como colonia portuguesa es consecuencia del Tratado de Tordesillas (1494), en el que las Coronas de Castilla y Portugal, las dos potencias marítimas más importantes a finales del siglo XV, reparten sus áreas de influencia en función del meridiano que discurre a 370 leguas al oeste de Cabo Verde. Las tierras descubiertas más allá de esa delimitación corresponderían al dominio castellano, y las que quedasen al Este quedarían bajo exclusividad portuguesa. Sin embargo, aquel pacto -con el que Castilla pretendía garantizar su control sobre los territorios recién avistados y Portugal el monopolio sobre la ruta africana hacia Asia- situaba la mayor parte de la aún desconocida costa brasileña en el área de influencia lusa. Los portugueses pusieron pie en territorios americanos por primera vez en el año 1500, durante una expedición dirigida por Pedro Alvares Cabral, procediendo a establecer sus primeras colonias mercantiles en las zonas litorales a partir de entonces.

Durante la etapa colonial, que discurre desde el año 1500 hasta principios del siglo XIX, Portugal va adueñándose del territorio y consolidando su hegemonía política, cultural y religiosa sobre la región, primero mediante capitanías y luego con un sistema de gobierno centralizado (con la constitución del denominado Estado de Brasil a partir de 1549). En seguida Portugal comenzó a explotar la madera del palo-brasil, se introdujo el azúcar, se dio con importantes minas de metales preciosos y se empleó abundantemente mano de obra esclava africana e indígena en haciendas, yacimientos y plantaciones.

En 1580 la Corona portuguesa recae en manos de los Austrias -los Felipes- tras una crisis dinástica, originada por la defunción sin herederos de los monarcas lusos Sebastián y Enrique; Felipe II se convierte así en rey de Portugal y reúne bajo su mando todos los territorios ultramarinos de la Monarquía Hispánica, situación que se prolonga hasta 1640. Esta circunstancia conlleva que el Tratado de Tordesillas quede en suspenso y se produzca un fuerte impulso a la colonización de las regiones interiores de Brasil más allá de los límites establecidos en 1494, hasta alcanzar unas fronteras muy parecidas a las actuales. Al contrario que otros pueblos nativos americanos, los tupíes, guaraníes, macro-yê o arahucanos -entre otros muchos grupos de los que habitaban Brasil en la etapa precolonial- no habían conformado imperios ni ciudades-estado, estando caracterizados por su naturaleza semi-nómada. Dichos pueblos fueron siendo progresivamente masacrados, sometidos y cristianizados por los colonos lusos. Estos últimos también tuvieron que combatir las pretensiones de franceses, holandeses e ingleses por asentarse en la zona, así como aplastar las rebeliones de los esclavos africanos organizados en quilombos y, finalmente, reprimir algunas revueltas a finales del siglo XVIII y principios del XIX.

En 1808, debido a la invasión napoleónica de los pueblos ibéricos, el príncipe regente Dom João, su familia y corte se exiliaron en Brasil. Este exilio dentro del territorio colonial portugués supuso que Brasil ascendiese a categoría de reino y que la capitalidad del imperio portugués se trasladase en ese momento a Río de Janeiro. Durante la siguiente década, la orfandad monárquica facilitó la aparición de movimientos liberales y constitucionalistas en Portugal, lo que motivó el retorno a Europa de una parte de la familia real en 1821. Con el rey João de vuelta en Portugal y permaneciendo su hijo Pedro en América, sería el propio príncipe quien patrocinase y dirigiese el proceso de independencia, convirtiéndose en emperador de Brasil en 1822. En contraste con la mayoría de procesos independentistas americanos, la separación entre la metrópoli portuguesa y la antigua colonia brasileña se caracterizó por ser un proceso relativamente pacífico que tuvo como resultado la aparición de una única y gran entidad política soberana.

Durante la etapa imperial (1822-1889), Brasil disputó varias guerras con sus vecinos y basó su riqueza en la producción de café, una transformación económica que fue posible en buena medida por el trabajo esclavo, hasta que quedó abolido a finales de siglo. En esas décadas fue consolidándose el papel del ejército como una estructura de poder político y económico fundamental. Sería el aparato militar el encargado de ponerle fin al Imperio y proclamar la República en 1889, en un movimiento que no resultó especialmente conflictivo. El emperador se exilió en Portugal y nacieron así los Estados Unidos del Brasil (1889-1967). El siglo XX estará marcado por diferentes golpes de Estado y gobiernos de naturaleza militar, como el de Getúlio Vargas y João Goulart, entre otros. Las Fuerzas Armadas brasileñas suponen cuantitativamente la mayor potencia castrense de América Latina y la novena del mundo, y desde el punto de vista cualitativo gozan de la plena complicidad de la burguesía brasileña. Es muy reseñable su poderío económico y su conexión privilegiada con las empresas e industrias estatales.

La Delegación de IzCa que asistió por primera vez al Foro de São Paulo en 2001 (en La Habana) tuvo la oportunidad de conocer a Lula da Silva, que aún no era Presidente de Brasil (había sido derrotado en las últimas elecciones). En el transcurso de ese Foro se puso de manifiesto la profunda admiración que Lula sentía por Fidel Castro, así como la simpatía que este sentía por el líder brasileño.

En el año 2003, Lula gana las elecciones presidenciales e inicia su primer mandato presidencial contando con una correlación de fuerzas institucional precaria. A lo largo de la legislatura tuvo que renunciar a bastantes de sus ejes programáticos, entre los que hay que destacar un proyecto que nunca se llegó a poner en práctica: una especie de cartilla de racionamiento orientada a asegurar las necesidades básicas alimentarias de toda la población, al no ser asumible financieramente por el Estado. Sin embargo, durante ese primer mandato y los dos siguientes, incluyendo los años en que gobernó Dilma Rousseff, la pobreza -especialmente la extrema- se redujo de una forma muy significativa (en una década unos 30 millones de brasileños/as salieron de ella).

En líneas generales, y teniendo en cuenta la mencionada correlación de fuerzas, los Gobiernos de Lula y Dilma tuvieron unos efectos claramente positivos en la sociedad en los ámbitos de la alfabetización, la salud pública, la cultura, etc. La precariedad política se puso dramáticamente de manifiesto cuando la derecha consiguió expulsar de la Presidencia a Dilma e inhabilitar a Lula como candidato a las siguientes elecciones presidenciales. 

La situación mundial, la correlación internacional de fuerzas, ha variado sustancialmente, también en cierta medida en América Latina. Resulta difícil entrever, al menos para nosotros, si esos cambios van a favorecer la adopción de políticas progresistas y favorables al conjunto de las clases populares brasileñas. Es importante destacar que el MST, movimiento campesino que hace dos décadas tuvo un gran impulso en los progresos de la candidatura de Lula hacia la Presidencia, no está en su mejor momento. 

Volvimos a coincidir con Lula en algunos otros encuentros del Foro de São Paulo, siendo este ya presidente, como el que se celebró específicamente en el propio São Paulo en 2013. Las intervenciones de Lula en ese Foro, seguramente condicionadas por su estatus presidencial, fueron de una gran moderación, asumiendo que había que coexistir con el capitalismo. Seguramente eso es así de cierto en Brasil; parece obvio que en ese país no hay condiciones objetivas ni subjetivas para impulsar un cambio que vaya más allá de lo que Lula representa. La cuestión es si finalmente este nuevo periodo presidencial va a significar, aunque sea de forma limitada, avances en las condiciones de vida materiales y culturales de las mujeres y hombres del pueblo trabajador brasileño; o si, por el contrario, y partiendo de la base de que tenga que renunciar incluso a los más mínimos avances, se generará e impondrá la frustración y el desánimo entre la clase trabajadora conduciendo a un descreimiento en la política y la lucha popular por años. Obviamente deseamos que esto último no ocurra, y que los avances, aunque sean limitados, puedan materializarse. Ese es el deseo del actual movimiento comunero.

Izquierda Castellana, 4 de noviembre de 2022.

Fuente: https://izca.net/2022/11/04/brasil-en-la-encrucijada/


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