La controversia de las movilizaciones en tiempos de pandemia

Soy un hombre, blanco, hetero, CIS y, en tales circunstancias, cabe deducir que, con toda probabilidad, formo parte de ese gran sector de la sociedad que vive a rebufo del feminismo, siempre llegando tarde, tratando de asimilar cada nueva lucha que inician las mujeres, intentando entender el último movimiento de ficha cuando en realidad ellas ya han visualizado el jaque mate que vendrá después. Me consuela, solo en parte, pensar que todos esos conservadores y ultraderechistas conforman una rémora mucho más pesada para el cambio. A fin de cuentas, yo tan solo encarno al alumno poco aventajado.
Hoy, en la víspera del 8-M, una fecha que ya hace años viene siendo épica en el marco de los logros feministas, voy a osarme a hacer una valoración personal sobre este atípico aniversario, envuelto por la controversia pandémica, y lo novedoso de esta ocasión es exclusivamente lo referente al virus y el estado de alarma, porque polémica ha habido cada año sin excepción.
Así que voy a escribir brevemente sobre algo que aún no ha ocurrido, como bien sabe hacer el miserable Hermann Tertsch, quien, recordaréis, grabó la crónica del “fracaso” de la huelga de 14-N antes de que esta comenzase. Para no caer en la misma falta de ética, yo no haré predicciones de oráculo, tan solo aportaré mi humilde opinión.
Pues resulta que, debo decirlo, no termino de ver lo de las manifestaciones este año. Muy por encima de las espurias motivaciones que haya tenido la Delegación de Gobierno en Madrid para prohibirlas, más allá del circo que inequívocamente organizan los medios de comunicación al llegar esta fecha y no dejándome convencer por las críticas demenciales que arrojan muchos al hablar de las potenciales transmisoras del virus mientras se toman una caña en el bar a cara descubierta, aun así, la verdad, no lo veo.
Dudo mucho que fuese posible gestionar adecuadamente la afluencia de esos miles de personas que, afortunadamente, arden en deseos de salir a la calle a gritar que “El machismo mata”, no acabo de creerme lo de los grupos de 500 manifestantes y tengo serias dudas sobre la imagen que estas concentraciones ofrecerían al mundo. Y, si bien ofrecer una imagen impoluta no debe ser el principal motivo de preocupación de los colectivos feministas, cualquiera que se haya ocupado alguna vez de la organización de este tipo de eventos sabe que una manifestación es eso: proyección hacia la sociedad.
Debo aclarar que este relativo desacuerdo con las celebraciones del 8-M no me viene de ningún tipo de psicosis o pánico generado por la pandemia pues padezco de una mente anticientífica que me bombardea constantemente con el mensaje irracional de que no pasa nada, que no me voy a contagiar haga lo que haga, pero son muchas las escenas dolorosas que vi aquellos días de confinamiento estricto mientras me movía entre las UCI, los cementerios y las colas del hambre, tratando de documentar con mi cámara lo que estaba ocurriendo. Poca broma con eso.
Más que el miedo, lo que me lleva a opinar así es la sensación de que tal vez esta celebración es una más de tantas cosas importantes de las que nos hemos tenido que privar durante este último año. Por respeto a los mayores, por no desdecir a los científicos y porque, qué carajo, seguro que podemos reinventarnos de alguna manera para que este día no pase sin pena ni gloria al tiempo que mantenemos a salvo a los mayores —me consta que en ello están trabajando muchas—.
Dicho esto, y porque soy mi más obcecado hater, me propongo cuestionar a partir de este párrafo todo lo que he escrito hasta ahora, ya sin el sesgo de lo políticamente correcto. Pues a ello voy.
Seamos francos, ya sabemos que el sector conservador y todos sus panfletos subvencionados nunca cederán a ofrecer una imagen digna sobre las protestas feministas. Eso que llamamos patriarcado ofrecerá, sin excepciones, un campo de batalla para preservar sus/mis privilegios y eso no cambiará mientras existan dichas prebendas, así que mal harían las mujeres si concentrasen sus esfuerzos en pretender que la prensa o cualquier otro poder trasladase a la ciudadanía una imagen favorable de los movimientos feministas. Esto no ocurrirá ni en el mejor de los panoramas.
Respecto a la cuestión sanitaria, es delirante que, en mitad del esperpento nacional que llevamos meses viviendo, las miradas se centren de nuevo en el 8-M. Medidas sanitarias contradictorias, cambios de criterio, políticos y borbones vacunándose a escondidas, control social y un Gobierno que, ante el miedo a sufrir desgaste, pasa la patata caliente a las comunidades, acaudilladas por personajes como Ayuso, ya denunciada por homicidio imprudente en la gestión de las residencias de mayores. En cuanto a la dificultad para mantener la distancia de seguridad, honestamente, me sentiría mucho más seguro en el corazón de una concentración feminista que en cualquier vagón del Metro de Madrid.
Así que, dado que la imagen que se proyectará sobre la pared de la caverna será indefectiblemente peyorativa, me parece legítimo que las mujeres se sientan libres de actuar como mejor consideren para frenar la violencia machista, que también provoca muertes. Cosas más impopulares hicieron en su día las sufragistas para conquistar el voto femenino.
A todas esas mujeres de morado que, sin caer en la irresponsabilidad y en la insensatez, han decidido echar por la calle de en medio, incumpliendo las medidas del estado de alarma, en un acto de desobediencia, para acudir a la llamada del 8-M, les traslado todo mi desacuerdo y también mi más firme apoyo. Asumir ciertas contradicciones forma parte de cualquier revolución.
Me parece pertinente acabar con una magistral frase que recuerdo de uno de los personajes de la película “El juicio de los siete de Chicago”. Aunque ficcionada, la pieza se basa en un hecho real: el juicio político al que fueron sometidos algunos organizadores de una manifestación ocurrida en Chicago, en el año 68, para protestar contra la guerra de Vietnam.
Tom Hayden trataba desesperadamente de mantener una actitud intachable para causar buena impresión al juez, con la esperanza de ser absuelto de la acusación de incitación a la violencia y le irritaba la actitud irrespetuosa de sus compañeros activistas hacia el magistrado, así que Abbie Hoffman, otro de los acusados, le dijo en tono calmado e irónico: “Esto es una revolución, me temo que alguien acabará ofendido”.
Pues eso, siempre habrá ofendidos, pero tal vez sea un daño asumible. Que lo decidan ellas.
*Juan Zarza. Fotógrafo y documentalista
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