Jesús Arboleya Cervera •  Opinión •  05/07/2018

Estados Unidos: con Corea sí, pero no con Cuba

Una pregunta que ha sido repetida a los funcionarios de Estados Unidos en los últimos días es la razón por la cual pueden negociar con Corea de Norte y no con Cuba. La respuesta ha sido la misma: en Cuba nada ha cambiado, a pesar de que acaba de inaugurarse un nuevo gobierno, bajo la presidencia de Miguel Díaz Canel.

No deja de ser llamativa esta respuesta. La moraleja es que las premisas que condicionaron la política norteamericana hacia Cuba, y ahora se repiten, siempre fueron falsas. El problema de Estados Unidos con Cuba no radica en un supuesto accidente de lo que denominaron el “castrismo”.

Incluso si aceptáramos esta lógica para justificar la opción de no negociar, la verdad es que menos ha cambiado el gobierno de Corea del Norte. Al contrario, los recientes acuerdos con ese país, aunque aún sin precisar sus aspectos concretos y determinada su irreversibilidad, han servido para exaltar la dirección de Kim Jung-Un, hasta ahora considerado el peor enemigo de Estados Unidos en Asia.

La primera razón que entonces salta a la vista para explicar la negativa norteamericana de negociar con el gobierno cubano es que, a diferencia de Corea del Norte, Cuba no posee armas nucleares y ello le resta importancia en la agenda norteamericana.

El otro impedimento para negociar con Cuba es Cuba misma. Como reflejan documentos desclasificados, desde los primeros momentos Estados Unidos llegó a la conclusión de que no podía convivir con el régimen revolucionario cubano y ello desencadenó una guerra en muchos frentes, que perdura hasta nuestros días.

Si bien, como reconoció Obama en su momento, esta guerra fracasó en su intención de derrocar al gobierno cubano, en particular el bloqueo económico ha resultado funcional para evitar el despliegue de todas las potencialidades de la Revolución y la demostración sin trabas de las virtudes del modelo. Trump se suma a esta lógica perversa, que nada tiene que ver con el bienestar del pueblo cubano, como ha declarado, ni acarrea beneficios a los propios norteamericanos.

También existen factores que convierten a Cuba, junto con México, en los países latinoamericanos donde la situación doméstica de Estados Unidos más influye en las relaciones bilaterales con ese país.

En el caso de México, las raíces del conflicto se remontan a 1848, cuando le fue arrebatado más de la mitad de su territorio. En la actualidad se destaca el tema migratorio y la presencia de una población que crece exponencialmente, influyendo en el balance demográfico norteamericano, lo que ha originado una reacción xenófoba y racista en sectores que constituyen la base electoral de Donald Trump.

A ello se suman los intereses económicos existentes entre los dos países, condicionados por una relativa decadencia de la competitividad norteamericana, lo que explica los intentos proteccionistas de la agenda trumpista, así como la porosidad de una frontera por donde transita el tráfico de drogas, armas y personas, en buena medida reflejo de males intrínsecos de la sociedad la estadounidense, que no pueden ser resueltos mediante la construcción de muros o el despliegue de tropas.

En el caso cubano, también influyen antecedentes históricos que acompañan la vida de ambas naciones. Cuba fue la primera neocolonia norteamericana y el enfrentamiento a este régimen determinó los objetivos de la Revolución Cubana, precisamente en el momento en que Estados Unidos extendía este sistema de dominación en el Tercer Mundo.

La guerra contra Cuba promovió la construcción de una fuerza política contrarrevolucionaria de origen cubano dentro del territorio estadounidense, que extendió su influencia a otros aspectos de la vida nacional, en particular en las estructuras políticas del sur de La Florida, así como el Congreso y la burocracia federal. Para esta fuerza resulta vital mantener la beligerancia contra Cuba y ello explica su reticencia a cualquier tipo de negociación entre los dos países.

Como Trump necesitó de ese sector para el respaldo a su gobierno, le entregó la política hacia Cuba a pesar de que la mayoría del pueblo estadounidense, incluso dentro de la comunidad cubanoamericana e importantes sectores del partido republicano, respaldan la iniciativa encaminada al mejoramiento de las relaciones entre los dos países llevada a cabo por Obama.
 

Visto el caso, quizás para enmendar las cosas y continuar negociando en el sentido que interesa a ambos países, lo que en realidad hace falta cambiar es el gobierno de Estados Unidos, una probabilidad que no parece imposible y que muchos, dentro y fuera, agradecerán.
 
Fuente: Progreso Semanal

Opinión /