La maldad de la TV
Desde sus inicios, la televisión ha hecho de la producción de la maldad uno de sus rasgos distintivos. No me refiero a la simple promoción de la guerra, la justificación hollywoodense del colonialismo o de la violencia como forma control de los desadaptados. Hablo de algo más simple y cotidiano: la destrucción de reputaciones.
Así ha actuado la industria cultural durante años, con particular saña contra los procesos históricos en los países dominados. No otra cosa han hecho durante décadas contra Fidel Castro, el Ché Guevara, Allende, Perón o Evita, para no hablar de la demonización del liderazgo anticolonialista africano o del mundo árabe. Cuando no son invisibilizados, los líderes o de esos países son descalificados o ridiculizados en los productos audiovisuales que se venden a las masas, a veces como historia, a veces como entretenimiento. Los incómodos, los rebeldes, siempre serán blanco de la industria de la domesticación cultural. Así, lo dice el Manual del Capitalismo. Y así se practica.
Moíses Naím, un oscuro agente imperial y el canal colombiano RCN, enemigo a muerte del pueblo venezolano y de la Revolución Bolivariana, acaban de darse un “culazo” con una serie de tv basura con la que pretendieron manchar la memoria del Comandante Chávez. La idea no era crear una trama que ficcionara la vida de Chávez, respetando (dicen sus hipócritas productores) la verdad histórica, sino algo que la televisión sabe bien: que destruyendo el imaginario y la épica del enemigo se abona el terreno para la destrucción de su proyecto. La trampa del entretenimiento (como ya lo reveló Vance Packard) es que te toma con las defensas bajas. Cuando te sientas a ver una serie o una película, tu mente y tu cuerpo se hallan en una suerte de pre disposición positiva, en un estado de relajamiento que favorece la penetración del mensaje.
Así, la fórmula era sencilla y es lógico que a un tipo como Naím le pareciera genial: atacando a Chávez, reduciendo el extraordinario tránsito de su vida a un esquema de perversos estereotipos (torpe, cobarde, autoritario, violento, inescrupuloso, hambriento de poder) se abren las compuertas psicológicas para borrar su verdadera historia, esa que subyace en el corazón y en la conciencia de la mayoría del pueblo venezolano y de muchas personas en el mundo. La idea de que Chávez fue un luchador imbatible por la justicia social, que enfrentó con pasión, talento -y con la razón amorosa de los humildes- a los poderosos de todo tiempo y de todo lugar. Un hombre pleno de voluntad de poder (sí, voluntad de poder, en el sentido nietzcheano) que entendía que sólo dándole poder a los pobres podía transformarse el mundo.
Pero no siempre las historias de la maldad tienen un final feliz. El estruendoso fracaso del proyecto Naím-RCN – hecho a la medida de la feroz campaña de agresión psicológica contra nuestro país- revela un cierto hartazgo de las audiencias con respecto a ese nuevo fantasma mundial llamado Venezuela (que asusta a tantos sin atacar a nadie) sin descartar que en su patético revés comercial haya influido la pésima calidad y la piratería fílmica. No sólo el lanzamiento de la serie fue un fracaso en Colombia sino a nivel mundial. He leído de un destacado productor televisivo que ninguna cadena importante del mundo compró la serie. Un muerto audiovisual, que ahora nadie quiere echarse encima, y de cuyo fracaso RCN seguramente terminará acusando al Gobierno de Nicolás Maduro.
La lección es sencilla y la descubrieron hace tiempo los estudiosos del discurso mediático. Hay ficciones más creíbles que la realidad y hay realidades que superan las ficciones que sobre ella se tejen.
Hugo Chávez fue, y afortunadamente es, una realidad que superó la ficción. Su increíble historia podría sin duda enmarcarse en aquello que en 1947 Alejo Carpentier llamara “lo real maravilloso” y que García Márquez popularizara después como “realismo mágico”. Me viene a la memoria ahora mismo aquella frase conmovedora que le dijo a un periodista argentino, relatándole los hechos del golpe de estado de 2002 y como trágica premoción: “Mi muerte está escrita. Se escribió en Washington”.
Parafraseando a Carpentier, Chávez perteneció al “reino de este mundo”. ¿Qué otra cosa puede decirse de un niño humilde nacido en una sabana, en una casa de barro que se enamoró de Bolívar desde su más tierna infancia; un soldado que volcó el fusil contra el oligarca (como lo pedía Alí en sus canciones) y que se transformó en el campeón de los pobres y esperanza para los pueblos del mundo? Sí, Chávez fue de este mundo pero su vida, llena de logros inconmensurables y de errores humanos, nos dejó la certeza de que hay que acabar con los reinos de este mundo.
Ya puede el canal basura y el ideólogo basura rumiar su frustración antichavista. La historia no los absolverá porque esta vez la historia le ganó a la maldad. Estoy seguro de que en la tumba audiovisual, en el epitafio de ese bodrio mal escrito y peor realizado se podrá leer:” Aquí yace RCN (junto a Moisés Naím y el pobre Andrés Parra). En televisión hacen muy mal, el bien … esta vez ni siquiera pudieron hacer bien, el mal”.