Agustín Lage Dávila •  Opinión •  04/10/2016

Empresa estatal cubana socialista: diez verdades esenciales (I)

Martí escribió en 1884: Hay un cúmulo de verdades esenciales que caben en el ala de un colibrí, y que son sin embargo la clave de la paz pública, la elevación espiritual y la grandeza patria. Y así nos educamos los cubanos, en la búsqueda siempre de esas verdades esenciales sobre las que hay que construir consenso y no dejarnos confundir por lo superfluo o lo coyuntural.

Uno de los temas más debatidos hoy es el de la eficiencia y las posibilidades de crecimiento de la empresa estatal socialista.

Los conceptos están en los documentos del VII Congreso del Partido. Entre los principios de nuestro socialismo está: La propiedad socialista de todo el pueblo sobre los medios fundamentales de producción, forma principal de la economía nacional y del sistema socioeconómico, base del poder real de los trabajadores. Y al desarrollar el concepto de propiedad socialista de todo el pueblo se establece: Asume la forma de propiedad estatal, a partir de que el Estado actúa como representante del dueño, que es el pueblo. No he escuchado a nadie que cuestione este principio. El pueblo sabe que si falla la empresa estatal socialista, falla el socialismo, y se pone en riesgo todo lo conquistado en medio siglo. Los debates conciernen a las formas concretas en que podemos lograr que esa empresa crezca y sea cada vez más el motor principal de nuestra economía, el contexto organizacional en el que se expresan la propiedad social, la distribución del producto social de acuerdo con el trabajo, y la planificación en función de objetivos sociales.

No es un tema que se pueda dejar solo en manos de expertos y académicos, y por eso es importante que haya debates amplios, porque lo que finalmente incluyamos en nuestras leyes debe ser una construcción social, y será tan avanzado como lo permitan la cultura y el consenso que construyamos.

El debate tiene dos aristas: el de la empresa estatal socialista en cualquier sector y, el otro, el de las empresas de alta tecnología. Temas complejos, llenos de especificidades, cuya percepción modula la postura de cada cual, e introduce el riesgo de nublar la visión de las esencias. Por eso vale identificar las verdades esenciales sobre las cuales queremos construir las propuestas. He aquí diez:

1-La intervención del Estado en la economía es imprescindible para cualquier programa de desarrollo. El desarrollo socioeconómico es un área de “fallo de mercado”.

Las experiencias conocidas de desarrollo económico han partido de una fuerte intervención estatal. Así ha sido en diferentes momentos en Francia, Singapur, Japón, Corea, China, incluso en Estados Unidos.

El Estado tiene mecanismos de intervención en la economía, al actuar como regulador, como fisco, como cliente de las empresas, como proveedor de educación y servicios sociales, pero también frecuentemente como dueño. Funciones que se combinan en proporciones diferentes según el país y la época, pero la verdad es que no hay desarrollo económico sin intervención estatal.

La diferencia entre un sistema social y otro radica en a favor de quién interviene el Estado: de las clases dominantes o de todo el pueblo. Pero para el crecimiento de la economía, el Estado moderno interviene siempre.

2-La socialización de la producción es un proceso histórico objetivo.

La economía mundial de la primera mitad del siglo XIX era un capitalismo de pequeñas unidades, pertenecientes a personas físicas identificables, en el que los Estados confiaban en la regulación del mercado, y se limitaban a colectar impuestos; pero ya a finales de esa centuria lo que había era un capitalismo de grandes unidades, con monopolios y oligopolios, en el que los Estados intervenían más directamente.

La tecnología genera unidades productivas grandes y encadenamientos entre ellas. La contradicción fundamental que Marx identificó en el capitalismo es la contradicción entre el carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación. Es lo que terminará por hacer inviable el capitalismo. Una economía de pequeños productores privados sería un retroceso histórico, no un progreso.

3-Las figuras empresariales que separan propiedad y gestión son una consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas, y son anteriores al socialismo.

La socialización de la producción comenzó desde el siglo XIX a requerir complejos medios de trabajo, y demandó una transformación de las instituciones. A partir de determinado tamaño, surgieron sociedades anónimas “por acciones” en las que la propiedad se comparte entre muchos “accionistas” que ponen en ella dinero, pero no participan de la administración cotidiana de la empresa, la cual se confía a un “administrador profesional”, un director ejecutivo. Este director ejecutivo recibe un salario usualmente alto, pero es esencialmente un asalariado. Este tipo de estructura empresarial se desarrolló en Estados Unidos y otros países a partir de la masiva construcción de ferrocarriles en la década de 1840, inversión que por su tamaño no podía ser asumida por ningún capital privado aisladamente. El esquema se repitió en la construcción de sistemas de distribución de electricidad y en otras industrias caracterizadas por alta demanda inicial de capital y altos costos fijos.

A partir del año 1900 las grandes empresas adoptaron mayoritariamente la forma de sociedades anónimas, lo que le confirió a la propiedad capitalista cierto carácter colectivo y consolidó la separación entre propiedad y gestión. La propiedad es de los accionistas (representados por una “junta de accionistas”), mientras que la administración cotidiana de la empresa, es ejercida por un director ejecutivo contratado.

La intervención del Estado como dueño comienza frecuentemente con la adquisición de una fracción de las acciones. La empresa completamente estatal es la consecuencia natural de ambos procesos: la socialización de la producción, y la separación entre propiedad y gestión. La propiedad socialista de todo el pueblo es una continuación de estos procesos, ya sin las trabas derivadas de la propiedad privada. Es lo que Marx previó al intuir que las formas básicas de un sistema socioeconómico maduran dentro del sistema que le precede.

En Cuba nuestras empresas estatales pudieran considerarse como empresas con 11 millones de accionistas, y esos “accionistas” que son el pueblo todo, son representados por el Estado. Nuestro socialismo está en la propiedad, que es de todo el pueblo, y en las formas socialistas de distribución lo cual es consecuencia de un proceso político que nos distingue del capitalismo.

En la empresa estatal todos recibimos ingresos según nuestro trabajo, pero las rentas derivadas de la propiedad de la empresa pertenecen a los 11 millones de cubanos, a través del Estado. Las formas concretas de gestión administrativa son otra cosa, y es un proceso esencialmente técnico. No podemos confundir propiedad social con gestión centralizada, ni mucho menos intentar dinamizar la gestión mediante la privatización de la propiedad. Ya en otros países se cometió ese error, y sabemos las consecuencias.

4-Hay empresas estatales en muchos países y funcionan bien.

El discurso ideológico neoliberal “vende” la idea de una empresa privada juvenil, dinámica, eficiente, generadora de ideas, en contraste con una empresa estatal envejecida, burocrática, ineficiente y estancada. Ese es el spot publicitario, pero no es la verdad.

Entre las empresas catalogadas como las mayores del mundo en 2011, son estatales el 47 por ciento para los países Brics (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica), el 20 por ciento para Noruega, el 13 por ciento para Bélgica y Suiza. Estas empresas estatales son especialmente importantes en las industrias “de redes” como la energía, las telecomunicaciones, el transporte, así como en las industrias que necesitan planificación a largo plazo. China creó en 2003 la Comisión de Supervisión y Administración de Activos del Estado que agrupa más de 100 grandes empresas estatales. Las de los sectores no-bancarios se estima aportan más del 33 por ciento del PIB de China. En Vietnam hay 1 300 empresas estatales. En Singapur el sector de la energía fue estatal hasta 1995. En los años 50, durante la recuperación de la postguerra, los gobiernos de Francia y Alemania eran propietarios del 30 por ciento del capital, aunque después, en la ola de privatizaciones de los años 80 esa fracción se redujo y se retrocedió en el “estado de bienestar”. En Francia, en 1948 estaba nacionalizada la mitad de la industria y las empresas de la banca y los seguros. En Argentina Yacimientos Petrolíferos Fiscales fue la primera petrolera estatal en 1922. Y la lista de ejemplos pudiera ser mucho más larga.

El mensaje es que las empresas de propiedad estatal han existido y existen en muchos países, y que su necesidad es especialmente percibida en los períodos de dificultades económicas o de despegue del desarrollo. Sin ellas, ni se sale de las crisis, ni se desarrolla el país. Así ha sido en los países hoy industrializados, y así es mucho más para los países subdesarrollados.

La privatización de las empresas estatales que insistentemente se recomienda a los países del sur, es otra de las trampas ideológicas del neoliberalismo, encaminada a perpetuar la dependencia.

Continuará…

Agustín Lage Dávila es Doctor en Ciencias cubano. Director del Centro de Inmunología Molecular de La Habana.

Fuente: Bohemia


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