Verónica Espinosa •  Opinión •  04/02/2020

México. Viaje al epicentro de la violencia: Celaya

México. Viaje al epicentro de la violencia: Celaya

En el estado más violento del país, que en estos dos años ha sido Guanajuato, hay una zona donde la violencia no da tregua a la población ni a la policía. Es el corredor industrial, y particularmente Celaya, donde los asesinatos y los tiroteos dejan pocos días sin sangre.

CELAYA, Gto. (proceso).- El ventarrón tira una veladora y levanta la tierra que los vecinos regaron para tapar la sangre que quedó en el arroyo de la calle y el camellón de la Avenida Tresguerras, a la altura de la casa con el número 700, pintada de verde claro.

Esa noche del 25 de enero mataron allí a siete personas, entre ellas una pareja y su hijo pequeño. Fue uno de los fines de semana más violentos que ha vivido esta ciudad, donde muchas calles lucen vacías y silenciosas.

Si los dos últimos años fueron particularmente difíciles para Celaya y otras ciudades del corredor industrial de Guanajuato –el estado a la cabeza de la violencia homicida en el país durante 2018 y 2019–, este mes de enero el miedo se volvió terror, y los asesinatos, casi una costumbre.

Todavía sin conocerse la cifra del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) correspondiente al mes que terminó, los recuentos periodísticos y los reportes diarios de la Fiscalía General del Estado (FGE) arrojan números alarmantes.

El periódico AM contó 421 personas asesinadas violentamente en 28 de los 31 días de enero; 60 de esos homicidios se cometieron en Celaya, 65 en Irapuato, 56 en León y 55 en Salamanca, todas ciudades del corredor industrial.

El fin de semana entre el 24 y el 26 de enero se reportaron 60 víctimas de homicidio doloso repartidas en 14 municipios, de acuerdo con los reportes de la FGE y los partes policiacos de esas demarcaciones. En Celaya fueron jornadas sangrientas, con 18 casos.

Desde la noche del 25 no volvió a verse más el carrito del taquero que se colocaba afuera de la casa del 700 en la avenida Tresguerras.

Cuando los peritos de la FGE se llevaron los cuerpos, los vecinos sacaron veladoras y las encendieron. Hay una en la banqueta de la casa del 700; siete sobre el camellón; otra enfrente, junto a una vieja camioneta; una más a pocos metros, muy cerca del remolque del Dragón, un juego mecánico que permanece en la calle. Ya todas están apagadas.

Esa noche, las primeras versiones oficiales apuntaron a que algún grupo de sicarios les disparó a algunos de hombres que estaban en esa cuadra, entre el puesto de tacos y la banqueta. Supuestamente las balas habían alcanzado a personas que por diversas circunstancias estaban en el lugar y agentes de la Guardia Nacional (GN) que patrullaban cerca llegaron cuando los sicarios todavía disparaban. Se dijo incluso que un vehículo de la corporación federal recibió algunos balazos.

Pero no fue así. Fuentes policiacas aseguran a Proceso que los siete civiles muertos en la avenida Tresguerras quedaron en medio del tiroteo durante una persecución de agentes de la GN contra sicarios. Las siete víctimas estaban conviviendo, platicando en la banqueta, cenando tacos, iban a la tienda…

Brayan Herrera Cuevas tenía 23 años y era despachador en una gasolinera; Fabiola, ama de casa de 25 años, era su esposa y llevaba con ella a su hijo de cuatro años Brayan Antuán, quien quedó sin vida sobre ella. Rogelio Torres Medina era panadero. Todos ellos vivían en la zona.

Los vecinos escucharon disparos, un instante de silencio y luego otras ráfagas.

Ese sábado el dueño del Dragón no estaba en su casa. Levó otros juegos mecánicos a un rancho vecino que tenía fiesta “porque iba a llegar la Virgen”. Salió temprano a reservar su lugar para la celebración del día siguiente.

El domingo en la noche, lo primero que vio fueron las veladoras en la calle. Luego, las marcas de los balazos en la camioneta que dejó estacionada frente a su casa.

Su esposa se había quedado para cuidar a un hijo enfermo. La recámara tiene ventana a la calle; veían la televisión cuando escucharon las detonaciones y alcanzaron a meterse bajo la cama. Cuando llegó el silencio, corrieron a casa de una vecina y se quedaron allí hasta que el marido regresó.

“Teníamos la cama en la puertita, pegada a la pared, atrás de la ventana. Ya la cambiamos –relata a la reportera–. Si la camioneta no hubiera estado enfrente no sé qué hubiera pasado. Mire cómo quedó la fachada”. Ya decidió no mover el vehículo: “Es una protección. Ya hasta tengo ganas de comprar una de esas viejas, de las bimberas”, dice.

Ante esta violencia siempre atribuida a los cárteles, recrudecida –como ha ocurrido en otros estados después de 2006– ante la incursión de policías federales, marinos y militares, predomina el miedo. “Estoy curando a mi muchacho de espanto; a las cinco de la tarde salimos a comprar lo que falte y ya nos encerramos”, dice el dueño de los juegos mecánicos.

También dejó de ir todos los días a los ranchos y las colonias con sus artefactos; ahora sólo sale dos días de la semana, para irla pasando.

“Está muy canijo donde quiera. Antes íbamos a todos los ranchos, los de Apaseo el Grande, el Alto, de aquí. El año pasado me robaron en uno de los ranchos de Apaseo el Grande. Fui al Ministerio Público a denunciar, regresé como cinco veces, a vuelta y vuelta, y no pasó nada. Me cansé”.

Fragmento del texto publicado en la edición 2257 de la revista Proceso, actualmente en circulación.

Fuente: Proceso


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