Marc Vandepitte •  Opinión •  04/02/2017

¿Por qué los intelectuales y políticos pertenecientes al 1% de población son hostiles hacia Cuba?

La muerte de Fidel Castro ha suscitado un intento de descalificar a la izquierda: los intelectuales y políticos pertenecientes al 1 % se han entregado a ello alborozados. Cualquiera que no participe en esta fobia anticubana corre el riesgo de ser marginado. Así pues, ¿por qué esta pequeña isla está en el punto de mira de la derecha (extrema)?

Como preámbulo: arrastrar a Cuba por el fango es un deporte eminentemente “occidental”. Resulta curioso constatar que cuanto más rico es un país, más negativamente se posiciona respecto a la revolución. Los países del Sur ven la isla de una manera completamente diferente. Se admira cómo este pequeño y vulnerable país ha logrado mantener un rumbo personal y autónomo respecto a Occidente y cómo sus mediocres recursos económicos han producido excelentes resultados en el plano social y se ha convertido en un modelo de la solidaridad internacional. Con ocasión de la muerte de Fidel, Narendra Modi, primer ministro de “la democracia más grande del mundo”, le citó como una de las figuras más icónicas del siglo XX. Cuba fue elegida por mayoría de dos terceras partes para la Comisión de Derechos Humanos de la ONU y ha presidido varias veces el Movimiento de Países No Alienados, que representa aproximadamente a tres cuartas partes de la población mundial.

¿Por qué la revolución cubana sufre las iras de los intelectuales y políticos pertenecientes al 1% en nuestros países? Encuentro al menos cuatro razones importantes, todas ellas tienen relación con el hecho de que Cuba destroza las premisas de la supremacía occidental. Las clasifico de la siguiente manera:

1. Los pobres deben aceptar su suerte y ser intachables

Si los países del sur se ponen a seguir su propia vía, ¿a dónde iremos a parar? Gran parte de la prosperidad del primer mundo se basa en unas relaciones norte-sur ventajosas para nosotros. Se debe mantener el orden del mundo a cualquier precio. Más vale eliminar o neutralizar a actores como Cuba que son los precursores de otro orden mundial.

Desde principios del siglo XIX Estados Unidos ha considerado que América Latina es su feudo, lo que suscitó mucha resistencia, aunque las numerosas revueltas fueron ahogadas en sangre. El Pentágono formaba a los militares sudamericanos y no dudaban en organizar un golpe de Estado para mantener a la población bajo su bota. Cualquier persona que se opusiera era abatida sin piedad. Ninguna salida parecía factible.

Hasta 1959. Lo que nadie consideraba posible se realizó en Cuba. Se expulsó a los norteamericanos y se abolió su dominación. A partir de entonces el país seguirá una línea independiente de la del hermano mayor. Si un país pequeño y vulnerable podía hacerlo, sin duda países más grandes de la zona también podrían lograrlo. En otras palabras, Cuba creaba un precedente peligroso en la zona. Podía ser el primer caso de una larga serie. En ese escenario Estados Unidos podía perder su control sobre todo el continente.

En 1964 el Departamento de Estado (el ministerio de Asuntos Exteriores) estadounidense lanzaba el siguiente aviso: “El primer peligro al que nos expone […] reside en el impacto que tiene la simple existencia de su régimen sobre el movimiento de izquierda en muchos países latinoamericanos. El simple hecho de que Castro logre desafiar a Estados Unidos es una negación de toda nuestra política en el hemisferio occidental desde hace casi medio siglo”. Esa es la razón por la que Cuba se ha convertido en la obsesión de todos los presidentes que se han sucedido en la Casa Blanca. El país ha sido el objetivo de decenas de atentados terroristas y de intentos de asesinato (a menudo con el apoyo de la CIA), de una intervención militar y del embargo más largo de la historia mundial.

Todo en vano. Los cubanos han aguantado. Más aún, con Venezuela crearon el ALBA (la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América). Esta alianza ha desempeñado un papel clave en la integración de América Latina y en la formación de un bloque anti-Estados Unidos en los diez últimos años. Así es como la influencia de Washington en la zona ha caído a su nivel más bajo desde principios del siglo XIX. En menor medida ocurre lo mismo con Europa.

2. “There Is No Alternative” *

La dominación de un 1 % de la población en detrimento del 99 % restante se basa en la vieja cantinela de que, después de todo, el capitalismo es la mejor forma de sociedad y que no existe alternativa. Si una mayoría crítica deja de creerlo, todo el sistema se desmorona. Por eso hay que sancionar sin piedad a cualquier país que demuestre lo contrario o al menos lo ponga en entredicho. En Bélgica un hogar de cada 10 pospone un tratamiento médico por razones financieras. Un alumno de cada 8 abandona la enseñanza secundaria sin sacar el título. En total, un belga de cada cinco está en riesgo de pobreza. E incluso en estas condiciones la elite política considera que tenemos que ahorrar en gastos sociales porque “no hay alternativa”.

Estas situaciones son impensables en Cuba. Es cierto que el poder adquisitivo ahí es mucho menor que en nuestro país, pero tanto la sanidad como la educación son gratuitas. Los salarios son bajos, pero no hay paro y según la ONU el porcentaje de personas bajo el “umbral de pobreza humana”, esto es, entre un 4 y un 5 %, es uno de los más bajos del mundo. En los planos de la esperanza de vida, de la mortandad infantil, del nivel de instrucción, etc., Cuba obtiene una clasificación cercana a la de la OCDE, el club de los países ricos.

A fuerza de acierto y error, Cuba ha logrado elaborar otro proyecto de sociedad donde lo más importante no es el beneficio, sino el desarrollo social, intelectual y cultural de la población. Si América del Sur ofreciera la misma atención sanitaria y el mismo marco social que Cuba, cada año morirían 130.000 niños menos.

Actualmente unos 50.000 trabajadores sanitarios cubanos, la mitad de los cuales son médicos, actúan en más de 60 países. Desde 1998 se ha formado gratuitamente a 20.000 médicos de 123 países. Si Estados Unidos y Europa hicieran lo mismo que Cuba, juntos enviaría 2 millones de médicos por el mundo y habrían formado a más de un millón de médicos en los últimos quince años. Habrían remediado la carencia de trabajadores sanitarios en el sur.

Según los últimos cálculos del Banco Mundial, se necesitan 160.000 millones de dólares al año para remediar la pobreza más grave del mundo. Esto representa un 0,5 % de lo que se oculta en los paraísos fiscales. Cuba realiza sus logros sociales con unos ingresos por habitante al menos cinco veces menor que los nuestros. Si Cuba es capaz de hacerlo con tan pocos medios, ¿qué podríamos lograr nosotros? Simplemente, había que tomar otras decisiones de orden social, que es de lo que el 1 % no quiere ni oír hablar. Los logros cubanos hacen enrojecer a los países ricos. No se puede tolerar que Cuba nos dé lecciones.

Lo mismo ocurre en el plano ecológico. El capitalismo es incapaz de gestionar eficazmente el calentamiento del planeta. Cuba demuestra que es posible y sin perjudicar sus logros sociales. Según World Wildlife Fund (WWF) y el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo), Cuba es el único país que combina un desarrollo muy grande con una huella ecológica muy pequeña.

3. Dejar la política a los políticos

“Tenemos el mejor Congreso que se puede comprar con dinero” , dijo un día el humorista estadounidense Rogers. En efecto, nuestro sistema de democracia representativa está hecho a medida de la elite, al menos en los periodos de estabilidad económica. El ritual minuciosamente elaborado de unas elecciones sobre la base de diferentes partidos confiere al sistema la legitimidad necesaria, mientras que en realidad convierte a los electores en un pasivo ganado electoral. Cada determinados años pueden colorear un circulito en una papeleta electoral. No están implicados en las decisiones importantes ni se les consulta sobre ellas, sino que se dejan en manos de los políticos profesionales.

No se vota tanto por una gestión o un programa político ya que los diferentes programas apenas difieren entre sí. Lo que nosotros elegimos es el personal político que implementará la política preprogramada por el 1 %. Como dice muy acertadamente el profesor Jan Blommaert, “con nuestras ‘elecciones libres’ no tenemos un Estado con un partido único, no. Pero quizá sí un ‘Estado con un régimen único’, en el que se elija lo que se elija en las elecciones, el resultado será el mismo a grandes líneas. Personas diferentes, una política idéntica”.

En Cuba las decisiones políticas están dirigidas, demasiado según nuestros criterios. No es en absoluto un gobierno donde todos riñen, todo lo contrario. Pero lo que es menos sabido, lo que callan completamente los medios occidentales, es que los cubanos han elaborado un sistema de consultas populares único, además de elecciones legislativas cada cinco años. Se consulta ampliamente a la población sobre todas las decisiones importantes en busca de un consenso. Este consenso es lo que determina si una medida se aplica o no.

Así, en la década de 1990 se consultó durante meses a la población en los “parlamentos obreros” respecto a importantes reformas económicas: autorizar o no el turismo masivo, legalizar el dólar, introducir impuestos, reducir el déficit público, reformar la agricultura en profundidad, etc. Lo mismo ha ocurrido en estos últimos años con ocasión de “la actualización de la economía”. En Cuba no se toma ninguna medida sin una amplia base favorable. Esto es lo que explica que el gobierno cubano pueda contar con un amplio apoyo de la población a pesar de unas circunstancias que a veces son muy difíciles.

Si tuviéramos un sistema semejante en Bélgica se aplicaría desde hace mucho tiempo la tasa de los millonarios, no se habría recurrido al salto del índice y la edad de jubilación no se había aumentado a 67 años. Y sin duda ya tendríamos una semana laboral de unas 30 horas. Son unas medidas que apoya una gran mayoría de la población, pero que, curiosamente, no obtienen un apoyo mayoritario en los parlamentos, si es que se abordan.

En cierto modo el sistema cubano es la imagen inversa del nuestro. Aquí se introduce toda una serie de filtros para impedir que la población que trabaja opine en el parlamento (basta con pensar en el porcentaje ridículamente bajo de “obreros” en los parlamentos occidentales). En Cuba ocurre exactamente lo contrario, en el parlamento se encuentra un reflejo de la población. Nuestra economía y nuestro sistema político están dominados por las multinacionales y los grandes grupos capitalistas. En Cuba se ha roto esta potencia y ha sido sustituida por la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), que reagrupa a los diferentes sindicatos. Una verdadera pesadilla para la derecha…

4. Dejen debatir a los grandes medios

En todas partes las elites en el poder tratan de obtener el consentimiento activo de la mayoría de la población, si es necesario con violencia, si es posible bajo presión ideológica. La fabricación de este consentimiento, también calificado de “pensamiento único”, requiere hoy más medios y energía que nunca. Es tanto más necesario cuanto que actualmente la población está mucho más instruida y es mucho más capaz de informarse. Los medios de comunicación de masas se han vuelto cruciales para este pensamiento único.

En los países occidentales el debate público se lleva a cabo principalmente en los medios de comunicación. Pero sería mas justo afirmar que el debate lo llevan a cabo los medios de comunicación. Ellos son quienes fijan las orientaciones de este debate. La mayoría de estos medios están en manos de grandes grupos de capital. Sus móviles son en primer lugar comerciales, aunque cumplen al mismo tiempo una importante función ideológica.

La industria cultural, que tiene un volumen de negocios anual de 3.000.000 millones de dólares, ha adquirido unas proporciones gigantescas. El capital gasta en bombardear nuestras mentes lo mismo que el mundo entero consagra a la enseñanza, es decir, casi el doble de lo que se gasta en armamento.

Tanto en el continente americano como en nuestro país todos los medios importantes están en manos de grandes grupos de capital, pero además casi todos son claramente pro-Estados Unidos o están en manos de capital estadounidense. Imaginen que nuestros principales medios de comunicación estuvieran controlados por Rusia. Nos parecería un horror. Y, sin embargo, esa es prácticamente la situación de América del Sur con los medios de comunicación estadounidenses. Además, Estados Unidos incluye cada año en su presupuesto millones de dolares que deben servir para difamar la revolución a través de unos subsidios a periodistas, redactores, cadenas de televisión, etc.

Cuba ha acabado con el dominio de la industria cultural y sus medios de comunicación de masas están en manos de organizaciones sociales o de las autoridades, lo que no impide, por ejemplo, que la Iglesia católica edite varias revistas y publicaciones al tiempo que tiene sus propias páginas web, donde se encuentran visiones muy diferentes de los puntos de vista oficiales. Sin duda se puede preguntar si Cuba no debería organizar en la televisión o en los periódicos más debates que contradigan el punto de vista oficial. Pero hay que tener en cuenta que allí el debate social no está orquestado en los medios sino que se lleva a cabo en los barrios, en los puestos de trabajo, en los sindicatos, en las asociaciones de mujeres y de jóvenes.

En todo caso, en Cuba la industria cultural occidental tiene poco o nada de influencia sobre la población y, por lo tanto, tampoco tiene ingresos publicitarios ni impacto ideológico. Si otros países de la zona siguieran este ejemplo, tendría graves consecuencias para esta industria, pero también para el control ideológico de las poblaciones del Sur. Por consiguiente, last but not least**, es la cuarta razón por la que el 1 % es tan hostil con la revolución cubana.

(*) “No hay alternativa”, en inglés. (N. de la t.)

(**) “Por último pero no menos importante”, en inglés. (N. de la t.)

Traducido del neerlandés al francés por Anne Meert, Investig’Action.

Traducido del francés por Beatriz Morales Bastos

Marc Vandepitte es filósofo y economista. Su último libro publicado en castellano, escrito junto con Katrien Demuynck, es El factor Fidel. El pensamiento político del Comandante, 2016, publicado en papel por Boltxe Liburuak.

Fuente: Investig´Action


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