La causa palestina
O la causa de la Humanidad, la causa de la democracia real.
Lo que está ocurriendo en Palestina pone en evidencia al mundo en que vivimos. Israel, un Estado que nació en el siglo XX gracias al reconocimiento de la ONU, alentado por la barbarie nazi que sufrió el pueblo judío, pasa olímpicamente de las múltiples resoluciones que dicho organismo internacional ha emitido durante las últimas décadas y se ha convertido en el nuevo nazismo del siglo XXI. Paradójicamente, contradictoriamente, el pueblo que sufrió uno de los mayores genocidios de la Historia humana, lo que se denominó como holocausto nazi, se ha convertido en el causante de uno de los mayores genocidios del presente siglo.
Todo pueblo tiene derecho a existir en paz, libertad y armonía con el resto de pueblos, especialmente con sus vecinos. El pueblo judío tiene derecho a ello, pero también el pueblo palestino, que estaba antes que el primero en los territorios que hoy conforman el Estado de Israel y aledaños. Hay que condenar todo tipo de violencia. Ya sea el terrorismo de ciertos grupos armados, ya sea el terrorismo de Estado, y muy especialmente la violencia planificada fríamente por un gobierno con el objetivo de exterminar cierta población. Así como hay que condenar un régimen como el nazi, que intentó exterminar al pueblo judío, también hay que condenar otro régimen, como el sionista, que está intentando exterminar al pueblo palestino.
Ciudadanos de Israel: ¿no os dais cuenta de que vuestro país se ha convertido en el verdugo que vosotros sufristeis en el pasado siglo? La causa palestina es en verdad también la vuestra, es la causa del derecho a existir de todo pueblo, de no ser exterminado. Al terrorismo no se le combate con más terrorismo, con holocaustos planificados. La paz se construye dialogando, no bombardeando hospitales, ni matando de hambre a niños, ancianos o mujeres, ni asaltando flotillas que intentan pacíficamente protestar,… Respetando los derechos humanos, y no pisoteándolos. No se puede salir de la espiral de la violencia con más violencia. El “ojo por ojo, diente por diente” no sirve para lograr la paz, al contrario. Menos aun cuando no es proporcional. ¿Qué clase de futuro os espera también a vosotros si consentís que vuestros gobiernos se comporten como aquellos que os intentaron exterminar en el pasado siglo XX? ¿Creéis que vais a acabar con el terrorismo sembrando odio por todo el pueblo palestino (y gran parte del extranjero) con las barbaridades que está cometiendo vuestro gobierno? Más bien, todo lo contrario. La mayor fábrica de terrorismo internacional actualmente es el gobierno israelí.
Pero no sólo lo que está pasando actualmente en Palestina pone en evidencia las flagrantes contradicciones de Israel, sino del mundo entero. Pone en evidencia que la ONU no sirve prácticamente para nada, no tiene poder ejecutivo para llevar a la práctica sus resoluciones. Sólo sirve como foro de debate y poco más (aunque esto ya supuso en su día un adelanto con respecto a lo que había, mejor dicho, no había, antes de su existencia). Pero está claro que ha llegado a un punto en que no sirve ya, no es suficiente, debe haber un cambio que posibilite que, además de que se tomen resoluciones, éstas se lleven a la práctica. Lo único que ha podido hacer Naciones Unidas, hasta ahora (y tarde), es denunciar verbalmente el genocidio que está cometiendo Israel, pero no pararlo. Y esto es así porque la ONU no es un foro que tenga poder para aplicar sus resoluciones. Y esto es así porque no es democrática, ciertos países tienen más poder que otros, el derecho de veto. Mientras la ONU no sea plenamente democrática, no será realmente útil. Para ello, ningún país debe contar más que otro, para ello es imprescindible que ninguno tenga derecho de veto, para que se cumpla ese principio fundamental de la democracia “una persona, un voto”, en este caso, “un país, un voto”. Asimismo, los cascos azules deben tomar el protagonismo en el mundo. La ONU debe ser quien intervenga militarmente, esta vez sí como fuerza de paz, para lograr soluciones justas y pacíficas en los conflictos. El orden mundial no debe ser responsabilidad de ningún país concreto (convertido así en imperialista) sino de todos los países. La ONU no debe ser un reflejo de la jungla mundial actual, sino que los cimientos de un mundo que deje de ser jungla, para lo cual no debe regirse por la ley de la jungla, donde el fuerte manda e impone su voluntad. De todo esto ya hablé en su día en mi libro Rumbo a la democracia, remito a él para no extenderme demasiado.
Nos topamos, una vez más, con el mismo problema de fondo que nos topamos cuando analizamos cualquier problema que sufre nuestra sociedad humana, en cualquier país: la falta de auténtica democracia. Mientras no tengamos verdaderas democracias, entre otras cosas, seguirán las guerras, el hambre, la violencia sistemática, las injusticias, las desigualdades,… De hecho, a medida que la democracia mengua en el mundo, aumenta la barbarie por doquier, incluso en la “vieja” y “civilizada” Europa. No por casualidad el auge de la ultraderecha coincide con la decadencia del capitalismo y con la degeneración de las “democracias” actuales. Democracia o barbarie. He aquí el dilema trascendental al que nos enfrentamos en este siglo XXI.
Como decía, no sólo el genocidio que está sufriendo el pueblo palestino pone en evidencia las contradicciones de Israel o de la ONU, sino que también en general de todos los pueblos, especialmente de aquellos que creen vivir en democracia. ¿Qué clase de políticos nos gobiernan (o son aspirantes a gobernarnos, que acabarán gobernándonos tarde o pronto) que dan más importancia a una competición deportiva que a un genocidio, que ni siquiera se atreven a emplear esta palabra, que miran para otro lado, que sólo se preocupan de ciudadanos blancos pero no de ciudadanos árabes, de otras razas, que no se atreven a condenar claramente las barbaridades cometidas por cierto gobierno, que juzgan con doble rasero a los gobiernos extranjeros, o que condenan las actuaciones más flagrantes del gobierno israelí pero no acaban de hacer embargo de armas (o les cuesta mucho hacerlo), que no llevan a la práctica hasta las últimas consecuencias sus condenas morales,…? ¿Qué clase de políticos nos gobiernan que sólo piensan en carreras armamentísticas (por supuesto, en caso de guerra ellos no la sufrirán, los ciudadanos corrientes seremos carne de cañón, como siempre), que piensan que la paz sólo se puede conseguir con más y más armas, como si no hubiera ya suficientes para destruir nuestro planeta varias veces, en vez de estableciendo relaciones armónicas y respetuosas entre los países para que ninguno se sienta amenazado por otro, políticos que se preocupan por expandir organismos militares como la OTAN (que, en todo caso, tuvo su razón de ser cuando había bloques antagónicos en su día, pero ya no) en vez de disolverlos? Pues los políticos que nosotros, ciudadanos de a pie, elegimos. Al menos en los países donde podemos elegirlos. Porque a pesar del poco poder que tenemos los ciudadanos corrientes en nuestras “democracias”, los elegimos, votamos a nuestros verdugos.
Y es que la causa palestina es también la causa democrática. Mientras los pueblos no mandemos de verdad, mientras sigamos votando en contra de nuestros propios intereses,…, estaremos condenados, seguiremos sufriendo desigualdades, retrocesos sociales,…, y en el peor de los casos, guerras, hambre e incluso genocidios (como están sufriendo actualmente los palestinos). La verdadera democracia debe llegar a todos los rincones de nuestro planeta para que, por fin, la sociedad humana se haga verdaderamente civilizada y deje de regirse por la ley del más fuerte, es decir, por la ley de la jungla. No podrá llegar al mismo tiempo a todos lados, pero debe ir llegando progresivamente a cuantos más países mejor. Y esto sólo puede ocurrir si los pueblos despiertan, si se conciencian de verdad, si toman el protagonismo de sus destinos, con luchas persistentes, pacíficas y coherentes, dejando de votar a sus verdugos o a los hipócritas que dicen representarlos pero que en verdad no los representan, defienden los intereses de ciertas minorías opulentas,… Sólo el pueblo puede salvar al pueblo. La causa palestina es la causa de los más elementales derechos humanos, y no se pueden cumplir los derechos humanos sin democracias reales.
El genocidio que sufre el pueblo palestino sólo pueden pararlo los pueblos, los ciudadanos de a pie. Saliendo a las calles, masiva y pacíficamente. Como ya están empezando a hacer. Los gobernantes ya están sintiendo la presión desde abajo, ya empiezan a mover ficha por el miedo a que la presión popular aumente o suba demasiado. Temen que la causa palestina sea un revulsivo para que los pueblos vuelvan a tomar las calles, como pasó no hace mucho en las pasadas primavera árabe, 15-M, Occupy, chalecos amarillos,…
Asimismo, la democracia real sólo podrá llegar por la presión que ejerzamos los ciudadanos corrientes en las calles, en las urnas,…, con cuantos “15-Ms” sean precisos.
¡No a la violencia! ¡No a las guerras! ¡No a ningún genocidio!
¡Sí a la democracia real! ¡Sí se puede!
3 de octubre de 2025