Lois Pérez Leira •  Opinión •  02/02/2022

Ernesto Guevara y el Delta del Paraná

Ernestito realiza en el Delta del Paraná (en la zona de Tigre), una primera preparación, que le será de gran utilidad cuando años después se convertirá en  el Che. 

Ernestito Guevara o “Tete” como lo llamaban de niño estuvo desde sus primeros meses de vida muy ligado al Rio Paraná y a los deportes náuticos. Los dos primeros años  vivió en Caraguatay (Misiones) frente al Paraná.

Don Ernesto Guevara tenía un gran espíritu aventurero. Durante sus primeras décadas de casado realizó numerosos viajes especialmente desde Buenos Aires hasta la provincia de Misiones. Hacia largos recorridos por el rio Paraná, o con su antiguo Ford “La Catramina” donde cargaba a toda la familia rumbo a Entre Ríos, Portela o Mar del Plata. Durante una larga temporada vivieron en San Isidro próximo al rio de la Plata y muy cerca de la zona del Delta del Paraná.

“Poco después de casarme trabaje en sociedad con mi amigo Germán Frers en el astillero Rio de la Plata. (San Fernando) En este astillero me habían construido una lancha tipo planeador de mar y continuamente solíamos navegar por el Rio de la Plata y por el Delta del Paraná…”  Nos cuenta don Ernesto Gevara Linch.

La madre de Ernesto era una audaz nadadora. No le temía a los ríos más peligrosos. Fue ella la encargada de enseñarle a nadar a Ernestito y a que este como ella, fuera un nadador temerario.

“Recuerdo que un día, -Comenta don Eduardo Guevara- estando anclados en el medio del Paraná de las Palmas, apareció Celia en la cubierta del barco con su traje de baño decidida a lanzarse al agua. Había muchos invitados a bordo, entre ellos mi cuñado Martínez Castro, considerado como un gran nadador, quien trato de hacerle ver el peligro que corría si lo hacía allí, pero fue inútil y se zambullo en el rio.

Apenas comenzó a dar unas cuantas brazadas, comprobamos que su velocidad era menor que la corriente del rio, y esta la iba arrastrando. Nos dispusimos a efectuar su salvamento, pero para eso teníamos que levar el ancla…mi hermana María Luisa, sin titubear, le lanzo  una cuerda, que apenas alcanzo a tomarla por una punta… Toda esta escena se desarrollaba ante mi hijo Ernesto que tenía alrededor de cinco años”.

El rio Paraná es navegable la mayor parte de su recorrido. Los Guevara lo utilizaron en varias oportunidades para realizar largos recorridos en barco semejantes a los que surcaban el Misisipi,  hasta la provincia de Misiones. Otras veces hicieron ese recorrido en la lancha que tenían.

“Teníamos una lancha llamada “Kid”- nos cuenta don Ernesto Guevara-  con su pequeña cabina. Con ella remonte todo el Paraná desde Buenos Aires hasta Caraguatay (aproximadamente 2.700 kilómetros), y en ella Ernestito comenzó a conocer los deleites de la navegación. Muchas veces navegamos por el Paraná buscando las corredoras para pescar el dorado. A todos los niños les encanta pescar o ver pescar. Les fascina la operación de enganchar el pez y sacarlo del agua coleteando. Otras veces entrabamos en el King en los arroyos que desembocan en el  Paraná, y en estos arroyuelos, que atravesaban regiones totalmente despobladas, podíamos observar aquellos bosques vírgenes que llegaban hasta sus orillas y podíamos ver animales salvajes que no miraban con curiosidad pero sin miedo, seguramente porque nunca vieron gente.”

Don Ernesto Guevara Linch nos describe gráficamente como era la orografía de la zona:

“Dos grandes ríos corren paralelos de norte a sur, formando lo que se llama la Mesopotamia argentina. Son el Paraná y el Uruguay. El primero, después de cruzar inhóspitas regiones  del Brasil, sirve de límite entre la Argentina y el Paraguay. Este caudaloso rio, antes de desembocar en el mar, forma con el río Uruguay el famoso estuario conocido como Río de la Plata, que llega a tener un ancho de doscientos setenta kilómetros cuando desemboca en el mar.

El Paraná y el Uruguay forman antes de su confluencia lo que se llama el Delta. Es una V enorme que abraza una gran extensión de islas e islotes, zonas inundables y boscosas, atravesada por un verdadero dédalo de pequeñísimos arroyos y arroyuelos, intrincado laberinto que sólo conocen bien los prácticos del lugar. Es el Mekong argentino. Y mientras más se adentra el viajero en estas maravillosas tierras, más despobladas están; y sus moradores, dada la seguridad que tienen de escapar a la policía, son muy a menudo delincuentes con cuentas pendientes con la justicia. Viejos cuatreros o gente pendenciera buscada por los milicos se internan en esas zonas donde se ocultan con bastante seguridad. Algunas veces las grandes avenidas de agua que cubren todo el delta obligan a los pobladores a guarecerse en otros lados.

Allí abunda la caza y la pesca y las islas están cubiertas de bosques naturales y de plantaciones. Sus pobladores se dedican especialmente al corte de madera y al cultivo de frutales y se les llama isleros o isleños.

A todas estas islas se llega fácilmente por medio de lanchones y lanchas. El tránsito en las grandes vías de agua es permanente y en los días de verano mucha gente turista re- corre parte del delta del Paraná con sus yates.”

La numerosa familia Guevara en el verano se subían a la lancha y se la pasaban todo el fin de semana recorriendo las islas del Delta. Algunas veces bajaban a los múltiples recreos para comer y seguir el viaje. Por aquellos años era una zona poco poblada y con una zona fauna de selva subtropical inclusive tropical.

“Por estos ríos, arroyos y arroyuelos, en las lanchas “Alan” y “Kid”, hemos cubierto en familia grandes distancias, acompañados de mi hijo Ernesto y de mi hija Celia. Allí aprendió él a manejar el timón, a remar, a pescar, a orientarse entre las arboledas. Para él siempre fueron un deleite las excursiones que a veces duraban varios días en los alrededores de San Isidro y dentro siempre del delta del Paraná. Eran excursiones de fin de semana, pero suficientes para poder descansar del nerviosismo que impone la ciudad de Buenos Aires.

Solíamos navegar también con mi cuñado Martínez Castro, mi hermana María Luisa y sus hijos. Con ellos nos hemos internado en muchos lugares vecinos del rio Paraná. Algunas veces, cuando disponíamos de tiempo, llegábamos hasta cerca de la laguna de San Pedro, distante doscientos kilómetros de la capital. Cuando salíamos con mi barco llamado “Alan” lo hacíamos cómodamente, porque era una embarcación de doce metros de eslora y un camarote con cinco camas, pero cuando lo hacíamos en el «Kid, o en el barco de mi cuñado íbamos siempre mucho más apretados. Estas lanchas tenían una sola cabinita con cuatro camarotes y a veces allí teníamos que dormir ocho personas. Pero estos inconvenientes, para los chiquillos eran parte de la diversión. La vida al aire libre, las tormentas, las alternativas de la navegación no exentas de peligro, la arboleda, la pesca, los cantos de los pájaros y los baños en el río. Todo esto formaba una trama que para los Grandes se hacía inolvidable, pero para los niños llegó a ser un factor más en su formación.” Nos cuenta don Ernesto Guevara en su libro de Memoria “Mi Hijo el Che.”

Para Ernestito los paseos en lancha era una gran aventura. En esa época aprendió a navegar, a pescar, convirtiéndose en un excelente nadador.

“La vida a bordo tiene algo muy atrayente para quien se acostumbra a ella. No olvidaré con qué entusiasmo los chicos preparaban sus anzuelitos para pescar desde el barco y con qué alegría sacaban algún pescado del agua. Ernesto era muy chiquito, pero cuando conseguía que le prestasen el timón del crucero se sentía orgulloso y feliz. De más está decir que todas las faenas que se hacen a bordo le fascinaban. La limpieza del barco, el armado de las carpas, la preparación del chinchorro, el ordenar cabos y anclas, el preparar salvavidas y, especialmente, ver cómo se cocinaba en aquellas extrañas cocinitas giroscópicas.

El tambucho con todos sus cachivaches, el camarote con sus mil recovecos, los planos, la brújula, los farolitos de posición, la mesa extensible, el wáter closet especial; todos eran detalles que alucinaban a los niños.

En ocasiones, después de esquivar obstáculos buscando canales y evitando la varadura, nos metíamos por alguno de los tantos canalitos que dividen las islas y bajábamos a tierra en cualquier lugar de la costa y allí montábamos un picnic o simplemente nos echábamos a dormir.

Cuántas veces, atracado el barco a la orilla, comenzaban las zambullidas en las aguas de los ríos o la toma del sol en la cubierta.

Los paseos acuáticos fueron para Ernesto parte de su niñez, como lo fueron para mí de mi juventud. No podré olvidar nunca los gratos momentos pasados navegando, como tampoco creo que mi hijo habrá olvidado jamás los ratos felices pasados surcando las aguas del delta del Paraná.

Creo que todo aquello que fuera un deleite en la vida de una criatura no sólo no se olvida, sino que supone los pilares en que se apoya la formación psíquica del hombre. Por eso me detengo en estas narraciones, porque creo que como fueron para mi, factores importantes en mi formación de adulto, también lo fueron para Ernesto. Inconscientemente jamás quise desligarme de los barcos y de la navegación, a pesar de que tuvimos que irnos muy lejos del mar y de los ríos navegables a vivir en sitios donde las montañas imponían su grandeza. Como compensación, cada vez que bajábamos a Buenos Aires, con algún pretexto, volvíamos a dar unas vueltitas por el rio Luján, el Capitán o el Paraná.” Nos relata Don Ernesto Guevara.

El vínculo tan estrecho de Ernesto con el rio le valdrá como experiencia durante su juventud. Es importante recordar su proeza de cruzar a nado un gran afluente del Rio Amazonas en Iquitos o trasladarse en una balsa de troncos de madera por la selva brasilera. Pareciera que desde niño el destino lo iba fogueando para convertirse en el Guerrillero Heroico. El mítico Che.


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