Los nuevos ropajes del fascismo en el mundo contemporáneo
En antaño, durante la primera mitad del siglo XX, el fascismo como ideología política y cultural totalitaria pudo representarse en personajes históricos como Adolf Hitler, Benito Mussolini, Francisco Franco, Joseph Goebbels, Heinrich Himmler, entre otros líderes. Hoy día, tiende a diluirse y a suavizarse su representación al diseminarse sus expresiones en ámbitos tan diversos como la acción política, el monoteísmo de mercado, las redes sociodigitales, y hasta en el conocimiento sistemático impregnado de falsas ideologías.
Si el fascismo se caracterizó por una concentración extrema del poder en esos personajes totalitarios y apegados a una ideología de “extrema derecha”, hoy en día es necesario comprender los renovados disfraces que adquiere este movimiento político y los regímenes instaurados a su amparo. En principio, nociones ambiguas como “derecha” o “izquierda” son insuficientes para comprender las constelaciones del poder político y los cambios ideológicos a lo largo de los últimos 50 años. Las élites políticas experimentan una crisis de identidad y una ausencia de ideologías y de proyectos políticos que conducen a la desestructuración del espacio público y a que afloren los intereses creados, el pragmatismo y su proclividad a la corrupción y a la rapacidad; y esos flagelos son compartidos tanto por conservadores como por progresistas. De ahí que los nuevos rasgos del fascismo escapen a esas limitadas categorizaciones del espectro político y se finquen más en una diseminación o dispersión del poder en múltiples expresiones y contextos.
El fascismo se caracteriza por suprimir el disenso y el pluralismo, y por instalar un pensamiento hegemónico que inhibe toda posibilidad de aceptar la diferencia. La censura del pensamiento crítico es su expresión más acabada, hasta alcanzar niveles de intolerancia y persecución. A su vez, exalta las nociones indivisibles de pueblo, nación, patria y raza, en tanto que el individuo diferenciado es supeditado a ello hasta ser diezmado. Como régimen de gobierno exacerbó el militarismo, posturas ultranacionalistas e, incluso, racistas, siendo el Tercer Reich un ejemplo tajante al respecto. Ideológicamente el fascismo no se identifica ni con el liberalismo, ni con la socialdemocracia, ni con el anarquismo; mientras que impone una fuerte oposición al socialismo y a la democracia participativa.
La autoridad es crucial para el fascismo en aras de imponer un orden social y una estabilidad política regidos por la disciplina extrema y la obediencia a las cadenas de mando, de tal forma que los valores y actitudes de la milicia se extienden al conjunto de la sociedad en aras de procurar la unidad nacional y la homogeneización del pensamiento.
La victimización es una de sus prácticas recurrentes y desde ella se conforman enemigos imaginarios a los cuales hay que repeler y atacar por distintos medios, incluida la violencia. De ahí que la organización y movilización de la población se ciña a ello y se apegue a los dictados de un partido totalitario que impone rasgos sectarios y contribuye, bajo las órdenes de un dictador centralista, a preparar el camino para la lucha armada. Se asume que la guerra y las violencias contribuyen a una purga social y a la regeneración nacional.
El fascismo es un aliado consustancial del capitalismo, e incluso es su expresión más degradada y perniciosa. Al respecto, Karl Polanyi argumentó que es la expresión más obsoleta de la mentalidad propia de la economía de mercado y de su mantra de la autorregulación. Aunque los propios valores de la ilustración -comenzando por la razón- son cuestionados por el fascismo. Las mismas ciencias y las humanidades se supeditan al Estado fascista que adopta al irracionalismo respecto al conocimiento. Las propias ciencias físicas fueron sustraídas de su objetividad y, en general, se impuso una cultura de la cancelación dirigida a la confusión intelectual y a la desestructuración del pensamiento. Más que a la razón, el fascismo apela al fanatismo respecto al dogma y al sentimentalismo ramplón y sensacionalista. Se desprecia a la razón y se abona al pensamiento simplificador dado por esos dogmas impuestos como incuestionables a través de la repetición ilimitada vía la propaganda. En torno a esos dogmas las masas no reflexionan ni analizan, sino que los adoptan sin reconocer su origen y sus implicaciones
El imperativo del fascismo es la utopía de una sociedad perfecta donde predomine la obediencia del pueblo y sea seducido por un líder carismático. El panóptico y la profilaxis desempeñan una función relevante al erradicar toda disfunción de ese “cuerpo social”; de ahí lo destructivo de la limpieza étnica, la eugenesia y el darwinismo social. Las masas son incentivadas a través del miedo y se apela a su frustración y resentimiento a través de la propaganda, la desinformación y la manipulación de las emociones colectivas y los sentimientos del individuo de cara a los chivos expiatorios creados artificialmente. De ahí que se aproveche la crisis social y económica para instalar un sentimiento de tragedia y de catástrofe que incentive la movilización de la población.
Sintetizados de manera breve estos rasgos del fascismo, cabe preguntarse ¿de qué manera se manifiestan en las sociedades contemporáneas alguna o algunas de las facetas de esa ideología política y cultural? Si bien no se presentan en su totalidad como ocurrió entre 1920 y 1945, ni se concentran en una forma de gobierno o en algún líder político, el fascismo se manifiesta de manera dispersa, fragmentada, suavizada o encubierta en distintos actores, agentes y circunstancias, adquiriendo ciertos nodos en múltiples sociedades, a saber:
a) La instalación de un sectarismo maniqueista en los sistemas políticos que, disfrazados de la ideología de la democracia liberal, subyace en ellos el enfrentamiento, el odio y la creación de enemigos reales o imaginarios. El espacio público se disuelve para tornarse una arena de confrontación desmedida donde no median los argumentos, sino solo las emociones pulsivas y la desacreditación o denostación de “el otro”. Lo experimentado en Estados Unidos desde el año 2015 es una muestra de ello (https://shre.ink/qGU2), reproduciéndose con sus matices en múltiples sociedades.
b) El engrosamiento de una oligarquía tecnológica que concentra altas dosis de poder, riqueza e información, y que despliega una tecno-vigilancia e intrusión consentida en la vida privada de los ciudadanos. Algunos le denominan tecno-feudalismo o capitalismo de vigilancia, y donde la concentración de los datos ensancha las desigualdades y crea una estructura de dependencia hacia las plataformas digitales. Es de destacar que en dichas plataformas la discusión pública es suplantada por un discurso de odio y la estigmatización, eludiendo en todo momento las causas de los problemas de fondo de la sociedad contemporánea, atendiéndose solo superficialidades y trivialidades. De tal modo que se conforma lo que denominamos como régimen cibercrático global (https://shre.ink/qGn7).
c) La defenestración total del liberalismo, de la razón moderna y de los principios de la ilustración europea para suplantarse por falsas ideologías como el posmodernismo (desde la década de los setenta), el eficientismo, el fundamentalismo de mercado (desde la década de los ochenta), y el wokismo (recientemente). Desde la racionalidad tecnocrática y desde el ecologismo y el feminismo se tejen dispositivos de control del pensamiento y del cuerpo, así como mecanismos de exclusión y una cultura de la cancelación respecto a quienes no conciben el mundo y la realidad como sus exponentes fervorosos. Se implanta la religión incontrastable del calentamiento global y el cambio climático, así como un mantra que estigmatiza y desprecia al varón, la familia, la pareja y la descendencia, al tiempo que pone en predicamento el principio de la propiedad privada y su transmisión intergeneracional. Este desprecio se extiende, incluso, a la cultura depositada en los libros y se les estigmatiza como machistas, patriarcales, blancos y colonialistas. Se pretende instalar un consenso en torno a esos temas, sin escuchar o aceptar el disenso y la diferencia en los argumentos y puntos de vista, y desconociendo que la historia de la ciencia se fundamenta en el cuestionamiento y la diversidad de argumentos y no en falsos consensos excluyentes y dogmáticos.
d) El miedo como dispositivo de control del cuerpo, la mente, la conciencia y la intimidad se instala de distintas formas en las sociedades contemporáneas. Amparado ese miedo en la identificación o creación de un enemigo real e imaginario, se aspira a combatirlo desde un discurso de guerra e instalando estados de excepción con distintos matices y alcances. El macro-experimento social y el confinamiento global ejercidos durante la pandemia del COVID-19 es solo una muestra de esa política del miedo gestada desde los gobiernos, magnificada por las corporaciones privadas y difundida por los mass media (https://shre.ink/qGUY).
e) En sociedades subdesarrolladas como la mexicana, asediadas por la crisis de Estado, son cuatro las tenazas que despliega el fascismo: el crimen organizado creado, controlado y territorializado desde el Estado; y la creciente militarización que aprovecha la cultura del miedo instalada entre una población maniatada y que en no pocos casos padece el desplazamiento forzado. Ambas facetas son engranajes de los procesos de acumulación del capital que se fundamentan en una economía clandestina de la muerte, la desaparición y el exterminio que lo mismo expolia territorios, mercados, recursos naturales y drena sangre y muertes (https://shre.ink/qGUj). Una tercera pinza es un discurso político que aboga a favor del “pueblo” y que en su nombre lo mismo militariza e instaura un estado de excepción permanente en los territorios, precariza y hunde en el desempleo y la pobreza perpetua a la población. Una cuarta tenaza la cierra la ideología woke instalada en el mismo discurso oficial y que tiene como fundamento la exclusión y el ataque a la familia cristiana como mecanismo de cohesión social.
A grandes rasgos, las manifestaciones contemporáneas del fascismo no son personalizables, como en el pasado, en líderes políticos al estilo Donald J. Trump, Vladimir Putin, Xi Jinping, u otros que convencionalmente son calificados por la prensa como fascistas. El fascismo tiene múltiples rostros y viste diferentes ropajes que adquieren distintos matices según las sociedades nacionales y las circunstancias políticas, económicas y culturales. Su rasgo central hoy día es la sutiliza y el soterrado perfil en que se manifiesta. Lo mismo pueden ejercerlo gobiernos autoproclamados de “izquierda” o “progresistas”, que gobiernos conservadores. Otro rasgo es la dispersión de sus actores y agentes y del poder desde el cual ejercen el control social; lo cual significa que no solo gobiernos autoritarios despliegan al fascismo entre la población, sino que puede ejercerse desde la corporación privada, las universidades, los mass media, las redes sociodigitales, la banca y las finanzas, entre otros que apuntalan las estructuras de dominación.
De ahí la necesidad de precisar el concepto de fascismo y actualizarlo a las circunstancias históricas de las sociedades contemporáneas. Identificando sus manifestaciones y prácticas por muy sutiles e imperceptibles que sean. Reconocer que si bien no se presenta como durante la primera mitad del siglo XX, como ideología y como práctica no desaparece, sino que adquiere múltiples rasgos que tienden a confundirlo y a asumir su inexistencia. Un primer bastión en el cual se cuela el fascismo es a través de los discursos y las narrativas que apelan a consensos y que instalan el sectarismo en la plaza pública; aun aquellas que apelan a los derechos de las llamadas minorías o de los sectores populares. Lo urgente es desactivar esas posturas desde una reivindicación del pensamiento crítico sin incurrir en los mismos vicios y paranoias. Si la universidad pública y el periodismo de investigación no se reinventan al margen de modas anti-intelectuales esta labor sería prácticamente imposible y continuará despejándose el camino al capitalismo rentista, extractivista y criminal. Académico en la Universidad Autónoma de Zacatecas, escritor, y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios prospectivos.
Twitter: @isaacepunam
