Resumen Medio Oriente •  Internacional •  03/08/2018

Ahed Tamimi: “No me dejaban vivir una vida normal, por eso elegí la resistencia a la ocupación”

La chica que expresaba con bofetadas a los soldados la rabia palestina ha madurado y ahora solo contesta con palabras juiciosas. Aturdida por las visitas de la prensa internacional, organizaciones humanitarias y diplomáticos occidentales, Ahed Tamimi empieza a tomar conciencia de que se ha convertido en un icono global de su pueblo tras cumplir ocho meses de cárcel. Reconfortada por el reencuentro con familiares y amigos después de ser liberada el pasado domingo, la activista que cumplió 17 años entre rejas confiesa su sueño de poder estudiar leyes en una universidad extranjera para hacer llegar la voz palestina ante los foros de la justicia.

Ahed Tamimi: “No me dejaban vivir una vida normal, por eso elegí la resistencia a la ocupación”

En el patio de su casa de Nabi Saleh, 50 kilómetros al norte de Jerusalén, la adolescente erigida en símbolo de resistencia frente a más de medio siglo de ocupación se divierte con las imágenes de un vídeo reproducido en un móvil junto a hermanos y primos del clan Tamimi, hegemónico en la localidad, poco antes de mantener una conversación con EL PAÍS. En ese mismo lugar se encaró a golpes el pasado 15 de diciembre con dos militares mientras su progenitora, Nariman, grababa unas imágenes que alcanzaron máxima viralidad en las redes sociales y que acabaron sentando a madre e hija en el banquillo ante un consejo de guerra del Ejército de Israel.

“La cárcel ha sido sido una experiencia difícil, que me ha cambiado”, admite de entrada en un patio decorado con fotografías que recogen escenas de su pasado activismo. “Allí todo eran restricciones para la educación”, explica esta estudiante de secundaria, que ha preparado el examen de selectividad en la celda. Ahed no se arrepiente de haber abofeteado a los soldados. En el vídeo se mostraba el visible estado de excitación de la muchacha después de que su primo Mohamed, de 15 años, hubiese recibido el impacto de una bala recubierta de caucho que le desfiguró la cara durante unos disturbios.

“Las habitaciones del penal (de Sharon, al norte de Tel Aviv) eran pequeñas y poco aireadas. Pero lo peor era el traslado desde la prisión hasta la sede del tribunal. Esto lo sufren a diario todos los prisioneros palestinos, que intentan crear un clima de humanidad cantando y bailando juntos, preparando comidas para todos para que la vida sea algo más aceptable en prisión”, recuerda Ahed, vestida con una camiseta burdeos, pantalón oscuro y deportivas multicolores.

“Ahora espero poder continuar mi educación y estudiar derecho para poder defender mejor mi causa y luchar para mantener la unidad nacional de los palestinos”, detalla su planes de futuro tras la excarcelación. “He comprobado que quienes son detenidos por las fuerzas israelíes tienen que defender su derecho a permanecer en silencio durante los interrogatorios, pese a las amenazados de recibir sentencias más duras”, explica. “En mi caso me exponía a una larga condena (la fiscalía militar presentó 12 cargos, algunos por hechos anteriores) pero gracias al apoyo popular y al respaldo internacional recibí una sentencia más leve”. Su abogada aceptó finalmente un acuerdo sobre cuatro de las imputaciones, entre ellas asalto a soldados e incitación a la violencia.

Mientras las autoridades israelíes la han descrito desde que era una niña como una provocadora profesional, instigada por un clan familiar que encabeza protestas contra las fuerzas de seguridad en Cisjordania, ella sostiene que su actitud solo responde a “la presión de la ocupación”. “Yo no elegí este camino. Cada vez que iba a la escuela me topaba con los puestos de control israelíes. No podía ir a nadar la playa (fuera del territorio palestino) sin encontrarme con los soldados”, rememora. “Todo era horrible. Me preguntaban siempre por si tenía los papeles en regla”.

Frente a aquella adolescente que mordió en 2015 a un soldado que pretendía detener a su hermano menor y la que encabezaba con su melena rubia al aire las marchas de protesta en Nabi Saleh, Ahed Tamimi trata de comprender ahora la difícil realidad palestina. “La ocupación afecta a nuestra vida cotidiana y nos mueve a ser más activos. No soy una agitadora profesional. A nadie le gusta ir a la cárcel”, reflexiona en voz alta. “Pero no voy a permanecer quieta y a guardar silencio cuando hay un soldado dentro de mi casa, o me detienen en un control a cada paso que doy. ¿Quien puede aceptar vivir así? Esto ocurre en Cisjordania, donde la gente se enfrenta cada día a esta presión. No me dejaban vivir una vida normal. Por eso elegí la resistencia a la ocupación”.

—¿Qué precio ha tenido que pagar por su decisión?

—Sabía que me exponía a perder parte de mi niñez y mi juventud cuando empecé mi actividad política, como muchos chicos y chicas de mi generación. Sé también que esto puede llevarme a perder aún más en el futuro, como cualquier otra persona que elige esta vía.

En unas imágenes grabadas de los interrogatorios policiales durante su detención, obtenidas por la defensa y difundidas por su familia, agentes del Shin Bet (agencia de seguridad interior) presionaban con fuerza para que colaborara, advirtiéndola de las consecuencias negativas que podrían tener para sus seres cercanos. “Sigo siendo la misma Ahed para mis amigos y mi familia. Por supuesto, la cárcel me ha abierto la puerta a nuevas ideas. Tengo mucha más información ahora sobre lo que pasa a mi alrededor. Pero he vuelto a casa y me encanta divertirme y bromear con mi gente más próxima”, replica para excluir posibles secuelas de su paso por la prisión. “Cuando mi hermano mayor (Waed, de 22 años, encarcelado bajo la acusación de agredir a soldados) regrese a casa también, volveré a ser de verdad la misma persona”, remacha con una sonrisa. “No pienso dejar mis aficiones: quiero seguir disfrutando, jugando al fútbol (con la camiseta de la selección de Brasil) y bailando (coreografías de música de Rihanna, que organiza con sus primas). No quiero olvidar lo que más amo”.

Ahed Tamimi, en su casa de Nabi Saleh, este lunes. RANEEN SAWAFTA REUTERS


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