Kepa Arbizu •  Cultura •  09/12/2025

“Hermana Leonor, 20.000 kilómetros de confesión”, Diego Paqué. El mapa de la infamia religiosa

Estrenado el pasado 28 de noviembre en la plataforma Filmin, este documental sitúa a la periodista y escritora vasca Leonor Paqué recorriendo la geografía peninsular para recoger testimonios, como el suyo, sobre abusos sexuales infantiles llevados a cabo por representantes religiosos.

“Hermana Leonor, 20.000 kilómetros de confesión”, Diego Paqué. El mapa de la infamia religiosa

Para que una realidad tome presencia en el imaginario colectivo no solo debe existir, también necesita hacerse visible y atravesar la restrictiva frontera que delimita la experiencia particular. Una tarea en la que el arte tiene un papel decisivo, porque su condición de herramienta comunicativa le otorga la facultad, no exenta en muchas ocasiones de una obligatoriedad moral, de convertirse en altavoz y espejo de ciertas circunstancias necesitadas de abandonar el silencio histórico y habitar el relato social. Un proceso al que se han visto sometidos los casos de abusos sexuales sucedidos en el entorno religioso, que en paralelo a su paulatino conocimiento y esclarecimiento también han ido adquiriendo mayor presencia en las pantallas. Desde un planteamiento documentalista, como en “Spotlight”, o bajo el cuento de terror que es “El club”, la podredumbre escondida entre sotanas asoma con mayor frecuencia en una lista de producciones a las que hay que añadir “Hermana Leonor, 20.000 kilómetros de confesión”, donde la ruta emprendida por la periodista y escritora vasca Leonor Paqué, dirigida por su hermano, Diego, se vuelve más estremecedora todavía al tratarse ella misma de una niña sometida a vejaciones, convirtiéndola al mismo tiempo en reportera y víctima.

A modo de road movie, donde un Renault Clio ejerce de precario estudio de grabación sobre ruedas, cruzando la geografía peninsular en busca de testimonios pertenecientes a ese casi medio millón de casos de abusos infantiles contabilizados por un informe del Defensor del Pueblo, dicho itinerario es, en paralelo, un retrato desgarrador y un emotivo abrazo entre espíritus magullados. Con inicio en Las Médulas, y haciendo paradas en Madrid, Barcelona, Zaragoza o Bilbao, las carreteras que unen esos y otros muchos enclaves, son el mapa donde se convocan diversas voces, que todavía temblorosas rememoran escalofriantes episodios, para contestar principalmente a una sencilla pero trascendente cuestión: quiénes son hoy en día esas personas que hace años vieron su infancia golpeada por la infamia y la violencia.

“Tengo muchísima rabia”. Ésa es la frase con que se inicia la cinta y una aplastante declaración de principios en toda su reducida extensión. Porque el catálogo de verdugos, tildados sin tapujos durante el metraje como asesinos por ser responsables de derrumbar el transcurso lógico de tantas existencias, expuesto durante unas escasas dos horas no puede ser visto únicamente como renglones torcidos de Dios, significan la representación de una estructura que pese a tener sus aspiraciones en un ámbito celestial se arropan en los peores vicios del poder terrenal, como es el de resguardar y dar protección por medio de una omertá gremial a confesos abusadores. Sin distingo de confesiones marcadas por el oprobio, desde Maristas a Pasionistas pasando sobre toda por un muy señalado Opus Dei, su histórico y abusivo intento de control mental se desplaza en ocasiones hasta el corporal, convirtiendo los cuerpos de niños y niñas en un vulnerable terreno sobre el que comportarse como abyectos depredadores sexuales agazapados en despachos, centros de salud o incluso en el propio hogar familiar. Una condición que asumida por quienes predican palabras de amor y paz sobrepasa la definición de hipocresía para asomarse a uno de los estados de mayor inmundicia moral conocidos.

Pese a la variedad, ya sea de sexo, clase u origen, de los testimonios englobados en esta cinta, muchos son los aspectos compartidos y mostrados como eje vertebrador de todas las historias. Y es que a pesar de que se pueden observar perfiles más “sanados” que otros, siendo estos segundos -y por supuesto quienes encontraron en el suicidio su única vía de escape- los que inyectan un escalofrío difícilmente soportable, ninguno está exento del rastro tóxico que aquellos hechos han depositado en su carácter y en las anómalas formas de tejer relaciones afectivas y/o sexuales, algunas veces todavía hoy delineadas por aquellas mudas lágrimas. Silencios que incluso sus intentos de ruptura se topaban no ya sólo con la displicencia de la Iglesia, sino con un entorno social, e incluso familiar, que por vergüenza o incredulidad se mostraba reacio a cualquier signo de solidaridad. Comportamiento que todavía pervive hoy en el propio Parlamento español, manifestado en VOX y su negativa a poner en marcha una investigación oficial, encarnando una de las múltiples caretas con la que se puede presentar el verdugo.

El respeto y la sensibilidad utilizado en el formato de las entrevistas de este documental no evita que las declaraciones expuestas impacten en el espectador con dureza. Escuchar en las voces de los afectados que todas esas vejaciones, sepultadas en su memoria, aunque fermentando dolor y tristeza, despiertan repentinamente casi cual revelación a través de una noticia, un gesto o incluso viendo una película, haciendo uno de los intervinientes mención expresa a “La mala educación», de Almodóvar, solo pueden dejar indiferente a quien esté dispuesto a anteponer sus fabulaciones y creencias a la vida de sus semejantes. Tampoco la formulación de los casos concretos pretende arremolinarse en el amarillismo o lo escabroso, pero, al margen de los ya intolerables actos de abuso y violencia física, el relato narrado en primera persona sobre penetraciones por orificios impensables o la nauseabunda ofrenda en una cuchara del semen, necesita ser resaltado como temperatura del carácter sádico de los agresores. Vivencias lo suficientemente extremas como para no comprender el premeditado aislamiento, fruto de la desconfianza nacida en el prójimo, que muchas de esas personas escogieron. De ahí que el entorno natural y la reiterada presencia de animales junto a los portadores de estas pesadillas acabe por representar una metáfora perfecta de esa búsqueda emprendida lejos del pecado humano.

Como si se tratase de cerrar un círculo, el destino de esta cinta llega en su tramo final al kilómetro cero, que no es otro que el centro sanitario de Santa Marina, en Bilbao, lugar donde Leonor Paqué sufrió hace décadas abusos durante su convalecencia. Momento especialmente trascendente que verse aupado por una desgarrada banda sonora, elemento que hasta ese momento había servido como interludio entre episodios, compuesta por su hermano aumenta el factor dramático. Asistimos así al origen de la herida, individual pero también el impulso necesario para dar forma a un emocionante e indispensable documental, porque cada una de las palabras, demasiado tiempo amordazadas, son un clamor de justicia y desagravio. Pero incluso más allá de la reclamación legalista, el esfuerzo y la valentía de sus participantes no sería completamente compensado si no advirtiésemos del desmesurado poder adquirido por una institución, la religiosa, que incluso durante décadas ha logrado esquivar la responsabilidad de haber desintegrado, y seguir haciéndolo, la inocencia infantil en tantos casos, convirtiendo sus versículos de supuesta fraternidad en la puerta de entrada al infierno.

Kepa Arbizu.


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