Armando B. Ginés •  Opinión •  11/10/2025

El espíritu del desencanto

Cae ante mis ojos un libro que no está a la venta por decisión propia del autor, no-autor desde ahora mismo. Digamos que se  titula Life & Colour y que lo ha escrito Steven Paul Jazzman.

En sus 600 páginas, que abarcan un lapso temporal de 70 años desde la dictadura franquista a nuestros días, el no-autor desgrana su interacción con la vida, un tercio crónica histórica, otro memoria y otro más a modo de terapia testimonial e introspectiva personal.

Life& Color cabalga entre las películas El espíritu de la colmena (1973), del director Víctor Erice, y El desencanto (1976), de Jaime Chávarri. Tal vez el no-autor no haya sido consciente de ello, pero ambas historias permean el decurso de su peripecia vital.

El franquismo y la democracia vistas y vividas por un hombre de clase media, a mitad de camino de la socialdemocracia y el naturalismo ácrata y utópico de Rousseau. El libro está narrado con tiento y exquisitez, de forma sencilla y primorosa. No se trata de coincidir con sus opiniones sino de entrar en su modus vivendi para dialogar serenamente con sus vivencias.

El no-autor, huyendo de individualismos estériles, siempre ancla sus experiencias en colectivos o contextos más amplios: la familia, sus parejas, el barrio, la universidad, la religión, la política, las costumbres, el mundo laboral, etc. Parece querer decir que sin lo social el yo no es nada. Comparar esas interacciones desde la perspectiva del tiempo resulta curioso y aleccionador. Hoy en día, en nombre de una presunta libertad individual, los nexos con el entorno cada vez son más débiles. Un sobredimensionamiento del yo nos convierte en islas alejadas del continente de la realidad social. 

Más allá del texto, la obra me suscita pensamientos alrededor de los conceptos autoria, mercancía, memoria, opinión y conciencia de sí y del mundo.

¿Qué siginifica ser autor de algo? ¿Existe el autor fuera de la interacción social? Actualmente el autor es una marca o emblema comercial para mejor vender cualquier mercancía, echando en olvido que los autores no emergen del vacío absoluto, antes al contrario se van haciendo en las interacciones sociales de todo signo.

No se trata de renegar de la genialidad de Aristóteles, Simone de Baeuvoir, Einstein, Shakespeare, Leonardo da Vinci, Virginia Woolf, Cervantes o Antonio Machado, solamente creemos necesario señalar que la genialidad surge en contextos históricos y socioeconómicos determinados por causas de todo tipo y que sin interacción intrapersonal y social, la autoria puede quedar en mero brote abortivo.

Más allá de quien firme una obra dada de la naturaleza que sea, artística o científica, toda autoría es colectiva. La autoría intrínsecamente individual es pura egolatría.

Vayamos ahora a la idea mercancía, esto es, todo aquello que se presenta en el mercado con un valor y con un precio de adquisición. Valor y precio no son coincidentes y dependen de factores muy diversos. Sobre el valor hay ingentes estudios de filosofía y economía, si bien no hay una teoría precisa al respecto. Acerca de los precios se puede aducir algo similar.

Si se tiene dinero suficiente, toda mercancía es susceptible de comprarse pero en todo momento interviene el principio de oportunidad de adquirirla o no: si compro algo debo dejar de comprarme otra cosa. 

El valor tiene que ver con el deseo, la mayoría de las veces manipulado a conveniencia del vendedor para otorgar valor a cualquier objeto o bien transformado en mercancía. Incluso en los artículos de primera necesidad, el deseo puede sufrir alteraciones imperceptibles para el sujeto deseante o potencial comprador. ¿Siempre compramos lo que tiene valor? El valor, como podemos deducir, es un tanto veleidoso.

Adentrémonos en la memoria. Es sabido que el cerebro distorsiona los recuerdos a su antojo en función de la etapa de la vida en que nos hallemos inmersos. La memoria es plástica y va tomando los contornos de nuestra perspectiva actual. No es que la memoria sean mentirosa sino que se va adaptando a nuestra forma de pensar aquí y ahora. Toda memoria viaja entre la autojustificación y el juicio crítico de lo que valoramos al recordar, ya sean experiencias propias o sociales.

La memoria, en definitiva, interactúa con todo nuestro ser. Nunca está fija, siempre está en movimiento, como la vida misma, igual que las opiniones, que fluctúan al amparo de las experiencias de toda índole. Aunque dé la sensación de que mantenemos incólumes opiniones a través del tiempo, siempre existen matices que las transforma en diferentes, no digamos ya cuando habitamos crisis personales que nos abocan a abismos de pensamiento, creencias o estilos de vida.

Terminamos con un comentario breve sobre la conciencia de sí y del mundo, o sea, la capacidad de reconocerme como un ser distinto a los demas a la vez que interpretamos el caos mundanal que nos rodea y nos contiene. Fuera del mundo no existen nadies.

Al respecto dice Steven Paul Jazzman: “Nos guste o no, el carácter no es innato, no se nace con él. Es más, se debe poner un especial ahínco en conseguirlo con el tiempo porque, de no ser así, probablemente seamos presa del de otro o, lo que es peor, de las circunstancias. El carácter se va forjando día a día, y se basa, por un lado, en la definición de nuestro rol determinado en la vida, pero también en la renuncia de todo aquello que impida o se interponga en el camino hacia nuestra madurez. Y la madurez llega en ese momento en que el mundo no va a ser como nos hubiera gustado, sino de forma muy diferente.”

Una vez me dijo el no-autor una frase lapidaria: “Yo no soy Spielberg.” Ni falta que hacía, eres Steven Paul Jazzman, un ser hecho en diálogo permanente con tus propias circunstacias, deseos, éxitos, frustraciones y responsabilidades.

Terrible paradoja: el libro al que venimos haciendo referncia para pergeñar estas apresuradas líneas únicamente cuenta con la firma del prologuista. Infamia que jamás tendrá perdón.


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