José Haro Hernández •  Opinión •  10/11/2020

Gastad, gastad, malditos

Danzad, danzad, malditos es una excelente película que Sidney Pollack rodó en 1969.   Recrea un maratón de baile que se organiza en plena época de la Gran Depresión norteamericana a fin de otorgar un premio de 1.500 dólares a aquella pareja que, forzando los límites de su resistencia física y psíquica, más tiempo aguante bailando ininterrumpidamente.

Con la misma intensidad con que en la obra del cineasta norteamericano se conmina a la juventud a bailar hasta la extenuación para poder comer, los organismos internacionales, otrora baluartes del dogma austericida, urgen a los países ricos a invertir como si no hubiera un mañana. Efectivamente, aquella troika(FMI, BCE y Comisión Europea) inspiradora de duros recortes, ahora abandera la implementación de políticas muy expansivas. Se ha arrojado a la basura lo que el economista Santiago Niño-Becerra califica como modelo de oferta(prioridad a la reducción de costes y a los beneficios empresariales), y se resucita un modelo corregido de demanda con la misma finalidad que tuvo el de 1945: salvar el capitalismo.

Por este razón, quienes hace unos años imponían la lógica del sálvese quien pueda, en estos momentos llaman a rebato a gastar sin preocuparse por el crecimiento exponencial del endeudamiento. El Banco Central Europeo anuncia una nueva batería de compras de la deuda en poder de los bancos para hacer frente a este segundo rebrote del Covid. Ello propicia que países como España se estén financiando a tipos de interés cero, incluso negativos.

Aún más: la OCDE pide subidas tributarias a la propiedad y a las ganancias del capital. En la misma línea, el FMI insiste en gravar a los más ricos y a las grandes empresas. La Comisión Europea se ha descolgado con una propuesta de Directiva que resulta un alegato contundente contra la devaluación salarial que han sufrido los trabajadores españoles y europeos a lo largo de estos años. Sostiene el gobierno comunitario que los salarios mínimos deben ser adecuados para garantizar una vida digna; que resulta inadmisible que un 10% de los trabajadores europeos(en España es mayor el porcentaje)vivan en la pobreza a pesar de tener un empleo; y, quizá lo más relevante, que hay que fortalecer la negociación colectiva, sobre todo en aquellos países, como el nuestro, donde presente una cobertura inferior al 70%. Es una enmienda a la totalidad a la reforma laboral española, por cuanto ésta gravita sobre la idea de debilitar la capacidad negociadora de la clase trabajadora haciendo bascular las relaciones de poder en las empresas hacia la patronal.

Nuestra derecha radicalizada se opone tanto a la propuesta fiscal como a la revalorización salarial que auspician esas instancias supranacionales. Está adscrita a esa corriente internacional de extrema derecha que sigue anclada en la idea de que la recuperación de la tasa de ganancia del capital pasa por recuperar la economía neoliberal, con salarios e impuestos reducidos, y bajo un marco político autoritario que posibilite la restricción de derechos asociada a su alternativa socioeconómica.

En este contexto se elaboran los primeros presupuestos del gobierno de coalición progresista. Se trata de unas cuentas que reflejan la tendencia dominante descrita, por cuanto  avanzan hacia un incremento de la capacidad de compra y la reformulación del modelo productivo en el sentido de lo que van a ser los futuros nichos de negocio: la digitalización y la transición energética. Pero en esos números se visualiza la vigorosa resistencia del sector conservador español, expresión de su poder, a que se avance hacia una fiscalidad realmente progresiva, siquiera parecida a la que tienen en Europa, así como a que se superen los obstáculos que impiden la recuperación de los salarios(retraso continuo de la derogación de la reforma laboral).

Efectivamente, el gasto que hay en estos presupuestos bordea el 50% del PIB, algo histórico sin duda. Pero fía a los fondos europeos su financiación de manera casi exclusiva, tocando muy poco los impuestos: sólo hay 6 mil millones adicionales de ingresos. La presión sobre quienes más ganan arrancan en las lejanas cifras de 300.000 euros para las rentas del trabajo y 200.000 euros para las del capital. Se aparca el límite de un tipo efectivo mínimo del 15 y 18% para grandes empresas y bancos, respectivamente.

Evidentemente, la estructura de nuestra tributación tiene que sufrir una revisión en profundidad. Por dos razones. Primero, porque ese gasto público, que asciende a la mitad de la riqueza nacional, ha venido para quedarse dentro del nuevo paradigma, por lo que hay que recaudar recursos suficientes que equilibren ese desembolso. Segundo, porque la enorme deuda que esta crisis va a generar no se va a resolver sólo con crecimiento económico. Hay que ingresar 100.000 millones más. Y en España hay dinero de sobra para ello. Es cuestión de un mejor reparto. Sin éste, no podremos atender los angustiados requerimientos a que gastemos.

joseharohernandez@gmail.com


Opinión /