Unión Proletaria •  Opinión •  09/06/2021

150 años después de la Comuna de París. ¿Qué nos enseña la historia del movimiento obrero y comunista?

Toda época fue pieza de un rompecabezas, para subir la cuesta del gran reino animal” (Silvio Rodríguez).

150 años después de la Comuna de París. ¿Qué nos enseña la historia del movimiento obrero y comunista?

El movimiento obrero necesita conocer su pasado para poder resistir a las insidias de los ideólogos capitalistas. Y, sin embargo, Hegel observó -según Lenin, de manera muy inteligente- que “los pueblos y los gobiernos jamás han aprendido nada de la historia, ni actuado de acuerdo con las lecciones que podrían haber extraído de ella. Cada período tiene circunstancias tan peculiares, es un estado de cosas tan singular, que sólo se lo debe y puede juzgar sobre la base de sí mismo”.[1]

Se trata de un aviso contra el pensamiento dogmático que cree posible trasladar mecánicamente los procedimientos exitosos del pasado a la política actual. En estos tiempos de derrota y retroceso del movimiento obrero, para salir del atolladero, hay que recordar que el marxismo no es un dogma, sino una guía para la acción. Como toda forma de la materia, la sociedad tiene sus leyes objetivas de desarrollo, hacia cuyo conocimiento absoluto nos encamina la praxis revolucionaria, es decir, la práctica de la clase obrera guiada por la teoría científica del marxismo-leninismo. Pero, en cualquier momento, sólo tenemos un conocimiento relativo de ese desarrollo necesario que se abre camino a través de contingencias fortuitas y contradictorias. El estudio de la historia no sustituye la política, sino que la ilumina para que sea más verdadera y, por tanto, eficaz. Éste es el alcance real de todo aprendizaje, de todo recordatorio de grandes acontecimientos pretéritos.

De lo que hemos de partir es del hecho indudable de que el número de trabajadores asalariados y la desigualdad social no dejan de aumentar y de que una parte de ellos constituye el movimiento de esta clase social en su lucha contra la explotación capitalista. Pero, a ciegas, el movimiento obrero no puede desarrollarse y llegar a buen puerto. Para que adquiera un carácter de clase y por tanto de masas, para que abarque una proporción considerable y creciente de obreros, es imprescindible que los más conscientes y activos de ellos transmitan al resto un conocimiento acertado de la sociedad y de la experiencia de lucha por cambiarla.

La Comuna de París de 1871 es una de esas experiencias importantes. Fue la primera revolución proletaria triunfante, aunque sólo durante dos meses y diez días.  Sin ella y sin las lecciones que el movimiento obrero extrajo de ella, no habría podido triunfar la Revolución de Octubre en Rusia, ni las demás revoluciones victoriosas del siglo XX, ni la edificación del socialismo en varios países. En consecuencia, tampoco los trabajadores de los países burgueses podrían disfrutar todavía de los beneficios que este histórico movimiento revolucionario arrancó a los explotadores y cuya defensa absorbe hoy casi toda la energía de los más combativos: jornada de 8 horas, días de descanso y vacaciones pagadas, seguridad social, servicios públicos, convenios colectivos, derechos sindicales y políticos, etc.

Como de todas las experiencias, de la Comuna de París hay que aprender tanto lo positivo como lo negativo. Sólo emulando lo primero y evitando lo segundo, la clase obrera puede progresar hacia su meta final: acabar con la división de la sociedad en clases, con la explotación y la opresión de unos seres humanos por otros. Pero este aprendizaje está condicionado por la influencia que ejercen sobre ella las fuerzas conscientes de las diversas clases sociales del momento presente, las cuales intervienen en él con fines prácticos: orientar las conciencias y las luchas de los oprimidos en una u otra dirección.

Así, la burguesía no ha perdido la oportunidad de recordar la Comuna de París como acontecimiento de un pasado remoto y alejado de la realidad presente, a no ser porque demuestra que es más peligroso para los trabajadores luchar por el socialismo que someterse al capitalismo. Ante esta manipulación interesada de la historia, es fuerte la tentación de caer en el extremo opuesto y pasar por alto los defectos de aquella revolución. Claro que incurrir en esta exageración contraria no es fácil para los marxistas, ya que Marx, Engels y Lenin no se limitaron a admirar a los comuneros, sino que también fueron críticos con ellos. De hecho, las revoluciones posteriores corrigieron estos errores y, gracias a eso (además de condiciones objetivas), han durado no meses sino decenios, con transformaciones sociales mucho más profundas.

A pesar de ello, han acabado sucumbiendo o retrocediendo. Para los anarquistas, trotskistas y demás revolucionarios pequeñoburgueses, esto prueba que debemos rehabilitar las conductas de la Comuna de París que fueron criticadas por el marxismo-leninismo: la indulgencia del poder obrero[2] con la propiedad privada y sus defensores, la carencia de un partido disciplinado y basado en el socialismo científico que empuñara firmemente el timón, etc.

En cuanto a las organizaciones comunistas españolas, han recordado con mayor o menor fortuna los acontecimientos de la primavera parisina de 1871, las enseñanzas que de ellos extrajeron Marx, Engels y Lenin, así como su aprovechamiento por el Octubre ruso de 1917. Efectivamente, hay que ilustrar las mentes de los militantes obreros con este episodio de la historia de su lucha de clase. Pero, a estas alturas, con todo lo que ha hecho el movimiento obrero posterior, aleccionado precisamente por esta experiencia, ¿no deberíamos los comunistas emular a los fundadores del marxismo-leninismo dedicando este 150º aniversario a ofrecer a las masas obreras un balance actualizado de la historia de la revolución proletaria mundial que sirva como “un nuevo punto de partida”[3]?

Somos conscientes de que el material es mucho más rico porque abarca un mayor intervalo de tiempo, más países, más población, situaciones más complejas (Marx supo reducir la complejidad de la Comuna a las cuestiones que estimó principales para la práctica), etc. Aun así, no tenemos derecho a dejar a los obreros ahogarse en el actual mar de confusión y desesperanza, cuando las condiciones objetivas nunca han sido tan favorables para su liberación. ¡Atrevámonos a exponer y a debatir las enseñanzas de 150 años de lucha revolucionaria!

A este respecto, el programa de Unión Proletaria señala: “Las nuevas generaciones de obreros lucharán con ahínco por el socialismo en cuanto venzan los prejuicios anticomunistas que los ideólogos burgueses tratan de inculcarles a diario y desde la más tierna infancia. Para ello, es necesario que comprendan cómo el socialismo se ha llevado a la práctica hasta el presente, cuáles son sus logros y qué causas condujeron a su derrota parcial y temporal”.

Nuestro programa parte del objetivo que el movimiento obrero se ha asignado intuitivamente y que ha sido confirmado por el análisis científico del capitalismo:

– El comunismo como plena socialización de los medios de producción, la consiguiente eliminación de la división de la humanidad en clases cuya base es la división del trabajo, la consiguiente extinción del Estado como órgano de dominación de clase, la libertad como conocimiento de la necesidad, el libre desarrollo de las fuerzas productivas sociales y la relación entre los miembros de la sociedad basada en el principio “de cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades”.

– El socialismo como etapa de transición necesaria, en la que los medios de producción se convierten en propiedad social mediante la expropiación de los capitalistas y la nacionalización de sus propiedades, así como mediante la cooperativización de los pequeños productores; transición durante la cual los medios de vida todavía se tienen que distribuir de acuerdo con el trabajo aportado por cada persona (derecho burgués), bajo la autoridad revolucionaria de los obreros organizados como clase dominante (como Estado de dictadura del proletariado). Con el crecimiento de las fuerzas productivas y la lucha de clase del proletariado, se irá superando progresivamente la base mercantil de la producción social y la división de la sociedad en clases, hasta erradicar toda la vieja división social del trabajo (entre trabajadores manuales y trabajadores intelectuales; entre obreros y campesinos; entre ciudad y campo; entre mujeres y hombres), y ascenderá el nivel de vida material y espiritual de todos los miembros de la sociedad.

Hasta esta etapa socialista de transición ha llegado en su práctica histórica el movimiento obrero internacional, lo cual es mucho más de lo conseguido por la Comuna de París. Por tanto, en el presente, las masas obreras ya no pueden conformarse con deducir sus tareas del modo en que comprenden la sociedad vigente. Dicho de otra manera, no les basta el socialismo como teoría. También quieren saber del socialismo como práctica: en qué medida las tareas más generales del movimiento obrero se han llegado a realizar y por qué no han podido cuajar y desarrollarse completamente.

La máxima realización del movimiento obrero

La primera experiencia de construcción del socialismo se dio en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Aunque todas las revoluciones tienen una vocación internacional, universal, el capitalismo que ha alcanzado su etapa superior imperialista se desarrolla económica y políticamente de manera desigual y a saltos. Debido a esta circunstancia, la revolución internacional del proletariado no puede triunfar simultáneamente en todos los países. Empezó en 1917 en un solo país, la Rusia Soviética, que edificó el socialismo en solitario durante más de veinte años. Apoyándose ante todo en sus propias fuerzas, el país de los soviets ensanchó la base de la revolución mundial y ayudó directa e indirectamente a que triunfara en otros lugares: Europa oriental, Mongolia, Corea, China, Vietnam, Cuba,….

Las nacionalidades que formaron la URSS eran económicamente atrasadas, predominantemente agrarias, con un bajísimo nivel cultural entre la población y carentes de experiencia política democrática, a excepción de los breves momentos insurreccionales. Sin embargo, la clase obrera y su partido de vanguardia, pudieron llevar la revolución a la victoria, ante todo, por una condición objetiva y material: al entrar el capitalismo en su etapa imperialista, desarrolla hasta tal punto el carácter social de las fuerzas productivas a escala internacional que el monopolio se impone a la libre competencia, arruina en masa a los pequeños productores que engrosan las filas del proletariado y agudiza las contradicciones entre clases y países hacia la guerra, es decir, hacia la situación que engendró tanto a la Comuna de París como a la revolución soviética. En estas nuevas condiciones, el escaso desarrollo de un país ya no es impedimento para el paso al socialismo, porque ese mismo país está inmerso en un mundo maduro para dicho paso y se apoya en la solidaridad proletaria y democrática internacional. La URSS y China son la prueba de que sociedades atrasadas se pueden convertir en potencias industriales por medio de revoluciones socialistas.

Conscientes de esta tendencia objetiva, los bolcheviques rusos supieron coronarla con la mejor preparación subjetiva para el triunfo revolucionario. Durante una veintena de largos e intensos años previos a la conquista del Poder político, construyeron una organización firmemente anclada en la concepción del mundo marxista y en las enseñanzas de que la misma había extraído de la experiencia del movimiento obrero, incluida la Comuna de París. Convirtieron así en realidad la necesidad de un partido centralizado vinculado con las masas, de la insurrección popular, de la destrucción del aparato estatal burgués, de la dictadura del proletariado, de la alianza con el campesinado en una revolución primero antifeudal y después socialista, del apoyo a los movimientos de liberación nacional, etc.

«Hasta la muerte de Stalin en 1953, la edificación socialista de la Unión Soviética se convirtió en el vivo ejemplo de que los oprimidos del mundo pueden liberarse de los capitalistas y satisfacer cada vez mejor sus necesidades».

De este modo es como el proletariado de Rusia conquistó el Poder político y lo supo defender de la contrarrevolución burguesa. Cuando en 1924 falleció el dirigente bolchevique más destacado –Lenin-, fue Stalin quien lo remplazó al frente del Partido. Hasta la muerte de éste en 1953, la edificación socialista de la Unión Soviética se convirtió en el vivo ejemplo de que los oprimidos del mundo pueden liberarse de los capitalistas y satisfacer cada vez mejor sus necesidades. Esta hazaña despertó las energías revolucionarias de las masas y las fortaleció en todos los países. La URSS obtuvo unos logros sin igual en la historia:

– La nacionalización de la industria permitió que su producción creciera a un ritmo sin precedentes: alcanzó una cifra 30 veces mayor que la de los mejores tiempos del imperio zarista; entre 1929 y 1953, se multiplicó por 13, mientras que en Estados Unidos –el país capitalista que más creció- apenas conseguía duplicarse,; como resultado, la Unión Soviética se convirtió en el segundo país más industrializado del mundo.

– La liquidación de las clases terrateniente y capitalista en el campo, y la colectivización y mecanización de la agricultura soviética permitieron acabar con las sequías y hambrunas periódicas que sufría el país, convirtiéndola en la más maquinizada del mundo.

– Estas transformaciones en las relaciones de producción y en las fuerzas productivas hicieron que, desde principios de los años 30, la URSS alcanzara el pleno empleo y acabara con las crisis económicas periódicas que el capitalismo no puede evitar.

– Puso fin al analfabetismo que atenazaba a la gran mayoría del pueblo antes de la revolución, multiplicó el número de estudiantes, de centros educativos, de ingenieros, científicos, técnicos, etc.

– Elevó el nivel de vida de los trabajadores con aumentos de salarios directos e indirectos (fondos sociales de consumo), así como con reducciones periódicas de los precios de los medios de vida.

– Estableció la igualdad de derechos entre mujeres y hombres, igual salario por igual trabajo, ayudas económicas a la crianza de los hijos (guarderías en las empresas, estudios totalmente gratuitos, comedores escolares, ropa infantil barata, etc.) y algunos avances en la socialización de las labores domésticas.

– Impulsó el florecimiento económico y cultural de sus nacionalidades antes atrasadas y oprimidas por el zarismo.

– Ayudó al desarrollo del movimiento obrero internacional, del movimiento anticolonial y de los nuevos Estados socialistas.

¡Y cuánto más habría conseguido la Unión Soviética si no hubiera sido por la hostilidad permanente de los capitalistas y sus Estados contra ella! La revolución rusa había vencido en un país desangrado y destrozado por la Primera Guerra Mundial (1914-18). Ya desde sus primeros meses, sufrió el bloqueo y la intervención armada de 14 potencias (1918-21) en apoyo a la contrarrevolución de los parásitos sociales derrocados que habían mantenido al país en el medievo y la miseria. Estas circunstancias redujeron la población en casi 30 millones de personas, algo comparable con un “desastre nuclear”[4]. Después y hasta la agresión alemana, la demografía consiguió recuperarse con creces. Este crecimiento poblacional es incompatible con una represión tan mortífera como la que los propagandistas anticomunistas atribuyen al “estalinismo”. Además de tal exageración, ocultan la violencia de los gobiernos capitalistas contra el país soviético para negarle su derecho a defenderse, su derecho a impedir otra “semana sangrienta” como la que acabó con la Comuna de París[5]. Gracias a su firmeza y a su progreso material, la URSS venció a los invasores nazis que, entre 1941 y 1945, exterminaron a 27 millones de soviéticos -el 14% de la población, la mayoría civiles- y destruyeron la cuarta parte de sus bienes de equipo, liberando así a toda la humanidad de esta peste parda.

El progreso prodigioso de la URSS, a pesar de todas estas devastaciones causadas por los explotadores del mundo que no le perdonaban su osadía democrática y revolucionaria, es la prueba definitiva de la viabilidad, de la eficacia y de la superioridad del socialismo sobre el capitalismo. Quien no lo reconozca es un ignorante o un mentiroso. De la abundancia de los primeros ya se encargan los segundos, que son pocos pero disponen de muchos medios para confundir.

Sin embargo, de pronto, el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética celebrado en 1956 bajo la dirección de Jruschov denigró a Stalin, fallecido tres años antes, y comenzó a revocar los principios políticos que emanaban de la historia del movimiento obrero y que habían permitido las realizaciones socialistas. Con represión, pero sobre todo con engaño (sustituyendo el marxismo-leninismo por un sucedáneo revisionista), los nuevos dirigentes soviéticos consiguieron neutralizar la resistencia del proletariado soviético a esta involución y, treinta años después, sus vástagos -Gorbachov, Yeltsin y otros- desmembraron la URSS y restablecieron la explotación capitalista. Los 30 a 40 últimos años de existencia de la Unión Soviética son los de un socialismo en transición hacia el capitalismo, con una economía cada vez menos eficiente y con un ambiente social cada vez más apático y menos atrayente para los oprimidos del mundo. Éste es el ejemplo práctico que utilizan los ideólogos burgueses para “demostrar” el presunto fracaso del socialismo: en realidad, ya no era socialismo en construcción, sino socialismo en descomposición.

Condiciones objetivas de la derrota

Además de defender y difundir el éxito histórico del socialismo hasta ahora llevado a la práctica, los comunistas también debemos averiguar qué causas contribuyeron a que se impusiera en el PCUS una línea política revisionista de restauración capitalista.

A diferencia del aplastamiento armado de la Comuna de París, la URSS y Europa centro-oriental han sufrido un proceso principalmente pacífico, paulatino e interno de restauración del capitalismo. No obstante, también en estos casos ha sido decisiva la injerencia y agresión del cerco capitalista que había exterminado a muchos de los mejores comunistas -sobre todo durante la II Guerra Mundial- y había sostenido a la oposición interna al socialismo, obligando a la dictadura del proletariado a reforzar su aparato coercitivo y, con ello, la propia división social del trabajo, fuente del antagonismo de clases. Y en los países capitalistas, las fuerzas democráticas, obreras y comunistas –que son los apoyos exteriores de los países socialistas- se veían salvajemente descabezadas por el fascismo y, después de este terror traumático, “compensadas” por la corrupción del período de prosperidad capitalista que había resultado de las dos guerras mundiales. Estas desgracias, hasta cierto punto no eran evitables, ni lo serán en un futuro. Pero los revolucionarios debemos evitar que deformen nuestra perspectiva.

El paso del capitalismo a su etapa imperialista y la devastación de la Primera Guerra Mundial hacían presagiar una rápida sucesión de revoluciones proletarias triunfantes después de Octubre de 1917. Pero el capitalismo internacional logró aplastarlas, estabilizarse y pasar al contraataque. Durante más de veinte años, la URSS tuvo que sobrevivir como único Estado socialista cercado por un mundo capitalista que se preparaba para destruirla. Además, su atrasado punto de partida le obligaba a afrontar tareas que eran históricamente propias de revoluciones burguesas y que no podían por menos que dejar su impronta no específicamente proletaria en la conciencia social: industrializar, proporcionar una instrucción básica a los trabajadores, desarrollar un sistema político representativo, etc. Finalmente, el desarrollo desigual del movimiento comunista internacional –corolario inevitable del imperialismo- alimentó tendencias nacionalistas centrífugas que lo irían debilitando.

Éstas son (algunas de) las condiciones objetivas que influyeron en la ideología de los partidos comunistas de masas, incluido el más destacado y prestigioso de todos: el Partido Comunista de la Unión Soviética. Analicemos cómo éste evaluó la situación de su país y las consecuencias de sus acciones; en definitiva, cómo se posicionó subjetivamente como dirigente de la clase obrera.

Condiciones subjetivas de la derrota

En cuanto pudo, allá por los años 30, la Unión Soviética dio un gran paso hacia el comunismo suprimiendo los últimos vestigios de propiedad privada capitalista y sustituyendo, en lo fundamental, la pequeña propiedad individual campesina por la propiedad colectiva. Es, hasta la fecha, la realización más cabal del programa de emancipación de la clase obrera esbozado por Marx y Engels en El manifiesto del Partido Comunista. En un contexto internacional de contraataque fascista por parte del imperialismo, el Poder Soviético necesitaba tomar estas medidas sin demora para procurar un rápido desarrollo material que le permitiera sobrevivir a un ataque militar masivo. De paso, los éxitos prácticos de esta ofensiva revolucionaria también se convertirían en la esperanza viva por la que lucharían heroicamente los obreros del mundo capitalista sometidos a una brutal degradación de condiciones materiales, de derechos, de libertades e incluso de la paz más elemental.

No obstante, el Partido Comunista (bolchevique) de la URSS exageró el alcance de este paso histórico, en el sentido de reducir la importancia de las contradicciones de clase subsistentes, aunque siguiera combatiendo las tendencias burguesas manifiestas en el seno de la sociedad soviética. Este sesgo es fácilmente explicable por el contexto político de preparación una nueva guerra mundial que los capitalistas habían propiciado, tanto para acabar con el único país socialista, como para pugnar por un nuevo reparto del mundo entre ellos. En aquella situación, la prioridad de los bolcheviques era unir el mayor número de fuerzas frente a una agresión inminente, aun a costa de concesiones que entrañaran un riesgo a más largo plazo. La lucha de clase del proletariado debía circunscribirse a extirpar la “quinta columna” fascista. No era el momento de movilizar a las masas para combatir a los sectores de la sociedad soviética que pudieran tener cierto interés objetivo en frenar el progreso de la revolución (aun así, se intentó reducir la centralización excesiva de las instituciones estatales en manos del aparato de funcionarios del Partido[6]). No era un momento de amplia lucha de clases dentro del país, sino de unidad patriótica. Después de la victoria sobre los ejércitos fascistas en 1945, aunque hubo luchas contra esos sectores, la prioridad era reconstruir la economía y hacer frente a la guerra fría declarada por las potencias occidentales desde 1947.

En nuestra opinión, las decisiones de los dirigentes bolcheviques fueron justas, pero las fundamentaron de manera unilateral: minimizando o ignorando los riesgos futuros que entrañaban. Es posible incluso que no fueran lo bastante conscientes del reverso de las mismas, toda vez que la conciencia -también la de los comunistas- está siempre condicionada por la existencia. Ahora que hemos experimentado el ascenso del revisionismo y sus consecuencias, es más fácil recordar tal o cual reflexión científica o filosófica de Marx, Engels y Lenin que hubiera evitado el desastre. Y no sólo es más fácil, sino que restaurar la integridad de la doctrina de éstos es una obligación de los auténticos revolucionarios para que la clase obrera pueda continuar cumpliendo su misión revolucionaria hasta completarla. Pero, en aquel entonces, no era evidente el impacto de ciertos olvidos políticos sobre la relación entre las clases sociales existentes en una URSS que progresaba a todo vapor y salía vencedora de todos los retos.

«restaurar la integridad de la doctrina de Marx, Engels y Lenin es una obligación de los auténticos revolucionarios para que la clase obrera pueda continuar cumpliendo su misión revolucionaria hasta completarla».

Al haber minusvalorado el Partido las contradicciones de clase, las masas obreras soviéticas se encontraban desorientadas y mal armadas frente a las demás clases que no eran enteramente antagónicas: los aparatos de funcionarios necesarios para enfrentar la creciente agresividad externa, los intelectuales que todavía no eran mayoritariamente elitistas y los campesinos que eran cooperativistas pero con cierta mentalidad de propietarios privados todavía ligada a su existencia social.

En estas condiciones, el Partido Comunista gobernante no podía afianzar su genuina naturaleza como unión del socialismo científico con el movimiento obrero. Y esta tendencia a negar la persistencia de las contradicciones de clase en el socialismo se acabó imponiendo cuando la muerte de Stalin hizo bascular la correlación de fuerzas en la organización. La colusión de algunos cuadros del Partido con los residuos de las viejas clases explotadoras liquidadas dio nacimiento a una dirección política aglutinadora de una capa pequeñoburguesa a partir de la población no proletaria. Este embrión de burguesía fue aprendiendo a desviar la edificación socialista hacia la realización de sus intereses particulares. Primero, amplificó aquel error de la vieja dirección bolchevique hasta una revisión del marxismo-leninismo que revocó sus principios revolucionarios. Una vez suprimido el derecho de la clase obrera a luchar y ejercer su dictadura contra ella, prosperó como clase burguesa, se posesionó de facto de los medios de producción y acabó restaurando las relaciones sociales capitalistas.

El carácter contradictorio del proceso de avance hacia el comunismo

Analicemos un poco más a fondo el error que se cometió a partir del éxito en la ofensiva del socialismo a mediados de los años 30. El socialismo es una necesaria etapa de transición entre el capitalismo y el comunismo; o, más concretamente, es una etapa de comunismo inmaduro. “De lo que aquí se trata –explica Marx- no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino, al contrario, de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede”.[7]

Esto obliga a que la edificación de la sociedad socialista tenga un doble carácter. Por una parte, un carácter directamente revolucionario, es decir, de sustitución de las viejas relaciones sociales por otras nuevas que concuerden con el carácter social de las fuerzas productivas. Por otra parte, un carácter conservador en cuanto a algunas de las viejas relaciones sociales que sólo podrán sustituirse cuando las nuevas hayan obrado un cambio suficiente en las condiciones de vida de la población. Marx y Engels sintetizaron así el mecanismo que necesita accionar la clase obrera después de conquistar el Poder político: “mediante una acción despótica sobre la propiedad y el régimen burgués de producción, por medio de medidas que, aunque de momento parezcan económicamente insuficientes e insostenibles, en el transcurso del movimiento serán un gran resorte propulsor y de las que no puede prescindirse como medio para transformar todo el régimen de producción vigente”.[8]

Efectivamente, en la URSS del período de Lenin y Stalin, la nacionalización y colectivización de los medios de producción liberaron a la población trabajadora de la explotación capitalista y pusieron en sus manos la producción, haciendo de la iniciativa y empoderamiento de las masas la palanca principal del desarrollo económico. Molótov explicaba que “el crecimiento de la potencia de la URSS está basado en la actividad de las masas, en la participación de los obreros y trabajadores campesinos en toda la edificación socialista”[9]. Véase también cómo Stalin describe el movimiento estajanovista: “Son principalmente obreros y obreras,… libres del tradicionalismo y de la rutina de ciertos ingenieros, técnicos y científicos… completan y rectifican constantemente a los ingenieros y técnicos, frecuentemente les enseñan algo nuevo y los  empujan hacia adelante… Ante todo, es evidente que este movimiento ha comenzado, por decirlo así, por sí solo, de manera casi espontánea, desde abajo, sin presión alguna de parte de la administración de nuestras empresas. Aún más. Este movimiento se ha desarrollado, de cierta manera, contra la voluntad de la administración de nuestras empresas, incluso en la lucha contra éstas”.[10]

       “el crecimiento de la potencia de la URSS está basado en la actividad de las masas, en la participación de los obreros y trabajadores campesinos en toda la edificación socialista”. (Molótov)

Tal es el factor principal que permitió a los pueblos revolucionarios de la URSS mejorar sus condiciones materiales, defender su modo de vida de las agresiones extranjeras, elevar su preparación intelectual: en definitiva, progresar hacia una situación que hiciera innecesaria la división de la sociedad en clases.

Al lado de esta palanca principal, todavía era necesario y beneficioso para el desarrollo económico de la Unión Soviética mantener algunas viejas relaciones sociales como palancas secundarias:

– La revolución había triunfado en un país mayoritariamente campesino y, por tanto, de pequeños propietarios. Era una revolución de obreros y campesinos. Aunque a demanda de éstos había sido nacionalizada la tierra, el resto de sus medios de trabajo y su producción era propiedad individual suya. Era imposible desposeerlos de estos bienes para convertirlos en propiedad de todo el pueblo. Costó una década larga que formaran cooperativas y que trabajaran con máquinas arrendadas por el Estado obrero. Este resultado fue un paso importante hacia el comunismo, pero su producción pertenecía en exclusiva a la cooperativa y una parte menor, a los koljosianos individuales. Como consecuencia de ello, los medios de vida de la población seguían teniendo el carácter de mercancías (germen de los antagonismos individuales y de las crisis económicas).

– En la industria, los medios de producción eran propiedad de todo el pueblo, pero la distribución de los productos para el consumo de los trabajadores no podía realizarse todavía según las necesidades de cada cual. Todavía era necesario mantener el derecho burgués, es decir, la retribución a cada trabajador según el trabajo que aporta a la sociedad, hasta que todos se acostumbraran a aportar el máximo de su capacidad y hubiera abundancia de artículos de consumo. Como dice Marx: “estos defectos son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal y como brota de la sociedad capitalista después de un largo y doloroso alumbramiento. El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado. En una fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!”[11]

– Como bien deduce Lenin[12], si hay derecho burgués, debe haber un Estado que vele por su cumplimiento y, en este sentido, el propio Estado socialista ejerce de Estado burgués, aun sin burguesía. Esta función particular suya alimenta una conciencia burguesa en sus servidores.

– El Estado socialista en la URSS no era un Estado puramente obrero, sino que, como Lenin advertía, “La dictadura del proletariado es una forma especial de alianza de clase entre el proletariado, vanguardia de los trabajadores, y las numerosas capas trabajadoras no proletarias (pequeña burguesía, pequeños patronos, campesinos, intelectuales, etc.) o la mayoría de ellas,… alianza de los partidarios resueltos del socialismo con sus aliados vacilantes, y a veces con los ‘neutrales’ (en cuyo caso, de pacto de lucha, la alianza se convierte en pacto de neutralidad); es una alianza entre clases diferentes desde el punto de vista económico, político, social y espiritual”.[13]

– Además, están las contradicciones entre la masa obrera y sus funcionarios, que son una parte de la sociedad especializada en una actividad necesaria pero no productiva, la cual cristaliza en una capa social con una conciencia que está determinada en última instancia por su propia existencia y no por la de la clase obrera.

Al analizar la sociedad soviética resultante de las transformaciones revolucionarias realizadas, Stalin y el PC(b) hablan con razón de dos clases -los obreros y los campesinos koljosianos- y una capa de intelectuales. Destacan también acertadamente la amistad y comunidad de intereses entre ellos, pero analizan poco las divergencias de intereses que se desprenden de su separada existencia social. Al final de su vida, Stalin las abordará en su obra Problemas económicos del socialismo en la URSS[14] y en el Informe al XIX Congreso del Partido, alarmado por el rumbo que toma el pensamiento de ciertos intelectuales (que se convertirá en línea oficial del PCUS en los años 50). De hecho, el proceso posterior de restauración capitalista consistirá en abandonar la principal palanca empleada anteriormente y en potenciar las viejas palancas: las relaciones monetario-mercantiles y la división social del trabajo.

Como verdadero revolucionario proletario, Stalin habla en este último trabajo suyo de la necesidad de acercar la propiedad koljosiana a propiedad de todo el pueblo frente a quienes pretendían alejarla vendiendo los tractores y demás máquinas a las cooperativas campesinas (medida que se realizó en 1958). También se opone a quienes tratan la economía como una cuestión técnica negando la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción y, por tanto, la lucha política en que se expresa. Habla asimismo de combatir los restos de la ideología burguesa por medio de “la autocrítica y, particularmente, la crítica desde abajo”[15].

Lo que subyace a la división en clases es la ley de la división del trabajo (Engels)[16]

El criterio de Stalin sobre las relaciones de producción y la división social del trabajo es más ambiguo y menos correcto. Stalin examina las relaciones de producción únicamente como relaciones de propiedad, sin preguntarse hasta qué punto la propiedad estatal era expresión jurídica de unas relaciones de producción plenamente sociales; es decir, hasta qué punto se interponía la división del trabajo en la posesión de la producción por parte de la sociedad entera.

Lenin deduce de su definición de las clases sociales que, para suprimirlas por completo, “no basta con derrocar a los explotadores, a los terratenientes y a los capitalistas, no basta con suprimir su propiedad, sino que es imprescindible también suprimir toda propiedad privada sobre los medios de producción; es necesario suprimir la diferencia existente entre la ciudad y el campo, así como entre los trabajadores manuales e intelectuales. Esta obra exige mucho tiempo. Para realizarla, hay que dar un gigantesco paso adelante en el desarrollo de las fuerzas productivas,…”[17]

“no basta con derrocar a los explotadores, a los terratenientes y a los capitalistas, no basta con suprimir su propiedad, sino que es imprescindible también suprimir toda propiedad privada sobre los medios de producción; es necesario suprimir la diferencia existente entre la ciudad y el campo, así como entre los trabajadores manuales e intelectuales». (Lenin).

Marx y Engels habían advertido que “dentro de la división del trabajo, las relaciones personales siguen desarrollándose necesaria e inevitablemente hasta convertirse y plasmarse en relaciones de clase…”. Y sostenían que “la abolición de la independencia de las relaciones frente a los individuos y de la supeditación de la individualidad a la casualidad, de la subsunción de sus relaciones personales bajo las relaciones generales de clase, etc., está condicionada por la supresión de la división del trabajo…, igualmente, que la propiedad privada sólo puede abolirse bajo la condición de un desarrollo omnilateral de los individuos, precisamente porque el intercambio y las fuerzas productivas con que se encuentren sean omnilaterales y sólo puedan asimilarse por individuos dotados de un desarrollo también omnilateral, es decir, en el ejercicio libre de su vida”.[18]

Stalin es consciente de que la división social del trabajo no puede suprimirse de golpe, que es necesario continuar elevando la productividad del trabajo y reducir la jornada laboral del trabajador manual para que se capacite intelectualmente. Es lo que se está haciendo entonces en la Unión Soviética. Pero, precisamente para progresar en esta dirección, hay que evitar que se interpongan en ella los perjuicios de la división del trabajo. Hay que evitar que ésta cristalice en clases. Tanto la elevación de la productividad del trabajo como la contención de los inconvenientes de la división social del trabajo exigen la movilización revolucionaria e independiente de la clase obrera.

Sin embargo, Stalin no lo ve y plantea que, al haber desaparecido la explotación del hombre por el hombre en la URSS y al provenir los nuevos intelectuales de la clase obrera y del campesinado, también ha desaparecido la oposición y la vieja enemistad entre los trabajadores intelectuales y los trabajadores manuales. Además, limita el objetivo revolucionario a la desaparición de la “diferencia esencial” entre unos y otros, en vez de la desaparición de toda diferencia, “aunque sólo sea porque las condiciones de trabajo del personal dirigente de las empresas no son las mismas que las condiciones de trabajo de los obreros.”[19] No tiene en cuenta la larga experiencia de degeneración burguesa de los aparatos de las organizaciones obreras, ni la indicación de Engels de que el hombre debe desarrollarse “de un modo universal mediante una ocupación práctica universal, y el trabajo tiene que recuperar el atractivo perdido por la división; a ello contribuirá por de pronto la variación y la correspondiente brevedad de la ‘sesión’ (ésta es la expresión de Fourier) dedicada a cada trabajo particular”.[20]

En definitiva, la dirección y la ejecución de los trabajos deben llegar a ser practicadas por todos y cada uno de los miembros de la sociedad por turnos rotatorios. El desarrollo del socialismo ha de orientarse hacia este objetivo para asegurar la eliminación de las clases.

Por supuesto que ni la URSS ni ningún otro país socialista se han llegado a desarrollar hasta el punto de hacer posible esta supresión de la actual división del trabajo. Pero, 1º) sólo se puede avanzar hacia ella si se reconoce y se propaga su necesidad; y 2º) mientras no se alcance, hay que contener las consecuencias contrarrevolucionarias de la división del trabajo. Ambas cosas -avanzar y no retroceder- sólo son posibles movilizando a las masas obreras para la lucha de clases.

Incluso bajo el socialismo, suponer “que todos los ‘trabajadores’ están igualmente capacitados para realizar esta obra, sería –según Lenin- decir la frase más vacía o hacerse ilusiones de socialista antediluviano, pre-marxista. Porque esta capacidad no se da por sí misma, sino que se forma históricamente y solo en las condiciones materiales de la gran producción capitalista… Solo una clase determinada, a saber, los obreros urbanos y en general los obreros fabriles, los obreros industriales, están en condiciones de dirigir a toda la masa de trabajadores y explotados en la lucha por derrocar el yugo del capital, en el proceso mismo de su derrocamiento, en la lucha por mantener y consolidar el triunfo, en la creación del nuevo régimen social, del régimen socialista, en toda la lucha por la supresión completa de las clases”[21].

El viraje revisionista en la URSS lo capitanearon ciertos individuos moralmente reprochables. Pero el surgimiento constante de este tipo de individuos es inevitable mientras la humanidad no alcance el comunismo. Lo importante es que esta categoría de individuos se salió con la suya porque tuvieron el apoyo activo de una amplia capa social de intelectuales, técnicos, funcionarios y campesinos interesados en conservar su posición diferenciada y ventajosa respecto del proletariado como clase; y también porque se aprovecharon de que las masas tenían una conciencia insuficiente de su verdadera relación con las demás clases y capas de la sociedad socialista.

Algunas conclusiones de utilidad inmediata

– Hay que procurar el desarrollo internacional más homogéneo posible del movimiento obrero y comunista. Para ello, hay que desplegar simultáneamente la unidad y la lucha con los demás partidos comunistas y democráticos, tanto de los países socialistas como de los países capitalistas.

– Si la tarea de superar la división entre trabajadores manuales e intelectuales todavía no podía completarse en la Unión Soviética de mediados del siglo XX, ni siquiera puede comenzarse en los países donde los obreros están sometidos a la dominación de los capitalistas. En ambas situaciones, para que la clase obrera pueda avanzar hacia su emancipación, necesita generar un poderoso aparato de agitadores, propagandistas, teóricos y organizadores profesionales; necesita, por tanto, desarrollar una división del trabajo en su seno. Pero también la experiencia histórica acredita que la continuidad del carácter revolucionario de las organizaciones obreras exige que la masa obrera disponga de una autonomía suficiente en sus organizaciones para combatir y desbaratar la inevitable tendencia a la degeneración burguesa de una parte de su aparato. Unión Proletaria propone a tal fin que los órganos de control internos de los partidos comunistas se constituyan exclusivamente por obreros industriales y, además, no funcionarizados, no “liberados”. La amarga lección del socialismo avanzado resulta pertinente incluso bajo el capitalismo.

– Saber que el socialismo fue efectivo y saber prevenir que involucione hacia el capitalismo no es suficiente para que el movimiento obrero recupere su independencia, su iniciativa y su potencia. Pero sí es imprescindible, sobre todo para que su parte más avanzada tenga la claridad de ideas, la convicción y la energía necesarias para impulsar a la masa a luchar contra un enemigo burgués imperialista absolutamente despiadado. Hoy día, las masas obreras resisten defensivamente a los ataques más brutales de los capitalistas y se suman a las batallas democráticas bajo la dirección de los partidos pequeñoburgueses. Carecen de la conciencia e independencia política suficientes para movilizar como clase la enorme fuerza que ésta encierra objetivamente. Es trágico que las naciones oprimidas como Palestina, el Sáhara Occidental y otras sufran en sus carnes toda la enorme potencia de fuego de los imperialistas, sin que la clase obrera se levante contra éstos, sobre todo desde el interior de los países agresores. Recuperar y desarrollar el marxismo-leninismo con las lecciones de la historia, no sólo es necesario para volver a abrir camino al socialismo, sino que también lo es para que los pueblos agredidos puedan liberarse de sus agresores.

– Importantes dirigentes marxistas-leninistas denunciaron algunos aspectos del proceso contrarrevolucionario en la URSS. Los más destacados fueron los de China y Albania. En el aspecto positivo, defendieron muchos de los principios revolucionarios atacados por el revisionismo moderno, reconocieron la existencia de contradicciones sociales en el socialismo, abogaron por continuar la lucha revolucionaria de clases hasta el comunismo y lo intentaron en su práctica de edificación socialista. Pero, a la vez, y ésta es la enseñanza negativa principal, bascularon metafísicamente hacia el extremo opuesto, hacia una revisión del marxismo-leninismo de carácter idealista, dogmático, ultraizquierdista. Perdieron de vista que el atraso de sus propias sociedades proporcionaba una base endeble para el éxito de su contraofensiva revolucionaria, a la vez que le imprimía a ésta un sesgo radical-pequeñoburgués. Exageraron el alcance de sus propias iniciativas, así como la crítica hacia la Unión Soviética al acusarla de social-imperialista o incluso de social-fascista cuando todavía se hallaba en un proceso reversible de restauración capitalista. En la legítima lucha contra el revisionismo moderno, rechazaron la táctica leninista de frente único antiimperialista con la URSS. Esto los llevó a aislarse de las masas trabajadoras dirigidas por el PCUS y otros partidos comunistas afines, a enfrentarse luego entre sí antagónicamente, a coludirse de hecho con el imperialismo yanqui y, finalmente, a debilitar la influencia del marxismo-leninismo sobre un movimiento obrero internacional en retroceso. Aprendamos de sus aciertos, pero no repitamos sus errores. En definitiva, acometamos la síntesis superadora de las concepciones y experiencias particulares de las diversas corrientes en que se separaron los marxistas-leninistas desde los años sesenta del siglo XX.

Unión Proletaria.

[1] Cuadernos filosóficos, Lenin. Obras Completas, tomo XLII, pág. 289. Akal Editor.

[2] “¿La Comuna de París habría durado acaso un solo día, de no haber empleado esta autoridad del pueblo armado frente a los burgueses? ¿No podemos, por el contrario, reprocharle el no haberse servido lo bastante de ella?” (De la autoridad, Engels. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/1873auto.htm)

[3] Carta de Marx a Kugelmann de 17 de abril de 1871https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/m17-4-71.htm

[4] El desarrollo económico soviético 1917-1970 – Historia y planificación, libro 1, Raymond Hutchings, Ediciones Istmo, pág. 78.


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