Hedelberto López Blanch •  Opinión •  22/12/2020

La injusta deuda externa de África

A 50 años de que el líder de la Revolución cubana Fidel Castro Ruz, manifestara con fuerza en organismos y eventos internacionales que la deuda externa de los países era completamente impagable, sus denuncias hoy son más convincentes.

A principios de la década de 1970, Fidel comenzó a hablar sobre este flagelo que limitaba la soberanía económica y política de las naciones en desarrollo y en septiembre de 1979 durante un discurso pronunciado en Naciones Unidas sentenció que la deuda era “completamente impagable.

Después lo ratificó en 1983 en la Séptima Cumbre del Movimiento de Países No Alineados celebrada en Nueva Delhi y en agosto de 1985 en el evento realizado en La Habana sobre la Deuda Externa de América Latina y el Caribe enfatizó que “…no hay nada más parecido a un cáncer que la deuda externa…El imperialismo ha creado esa enfermedad…y tiene que extirparse quirúrgicamente, totalmente, no le veo otra solución”.

África y América Latina han sido los continentes donde muchas de sus naciones han estado atadas y amenazadas por esa espada de Damocles.

La problemática principal es que los préstamos otorgados por organismos como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y otros, lejos de favorecer el desarrollo de los países endeudados son proyectos que los integran en el mercado mundial para servir a los intereses de las transnacionales y de la banca.

Son programas de ajustes estructurales dirigidos, según sus discursos oficiales, a restablecer el equilibrio financiero de los países que están en dificultades, pero realmente se trata de conciliaciones que buscan ante todo, favorecer a los mercados financieros.

El BM y el FMI imponen la apertura de la economía a fin de atraer capitales lo que trae consecuencias negativas para la población y la economía. La pobreza se generaliza con rapidez, los criterios macroeconómicos privilegiados por las instituciones financieras no permiten de ningún modo mejorar el bienestar general de la población pobre, por eso se considera que la deuda es un elemento circunstancial con el funcionamiento de la economía capitalista, es un mecanismo por el cual todos los Estados, desarrollados o no, pierden soberanía frente al sector financiero.

El Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG) detalla que los ajustes financieros suelen ser la gran amenaza porque la deuda aumenta mientras avanzan los desequilibrios comerciales y la fuga de capitales lo que compromete la estabilidad externa de las economías.

En el caso de África donde se encuentran 38 de los 45 países más pobres del mundo, la situación se agrava porque además sufre con fuerza el cambio climático con sequías y el brote de plagas que destruyen sus cultivos; robo de sus riquezas por compañías transnacionales; tráfico de personas, terrorismo religioso y otras secuelas dejadas e impulsadas por las ex potencias colonialistas que hacen todo lo posible por mantener el control en la región.

La mayoría de sus naciones poseen enormes recursos naturales estratégicos pero sus riquezas no mejoran la vida de sus ciudadanos porque la mayor parte de las ganancias se las llevan las compañías transnacionales y en menor parte por algunos gobiernos corruptos.

Esas situaciones han llevado a que las estructuras económicas africanas sean altamente dependientes del exterior, con programas de ajustes estructurales impuestos por las naciones occidentales que las obligan a abrir sus mercados para que entre productos de los países más ricos, a no subvencionar las producciones locales y sobre todo pagar una deuda externa que colapsa la economía del continente.

Varios estudios de organizaciones internacionales indican que el proceso de formación de la deuda en África tuvo su origen durante la descolonización al dejar las metrópolis fuertes endeudamientos que aun afectan a esos pueblos.

Después de la Segunda Guerra Mundial las naciones imperialistas europeas (con el objetivo de reconstruir sus colonias destruidas por una guerra que ellos propiciaron) solicitaron cuantiosos préstamos al Banco Mundial y colocaron como deudores a los países africanos.

Mediante esa tramposa fórmula, los anticipos adquiridos por Bélgica serían cancelados por Zaire (hoy República Democrática del Congo), Ruanda y Burundi; los de Francia por Argelia, Gabón, Mauritania, Senegal, Malí, Guinea Conakry, costa de Marfil, Níger, Burkina faso y Benin, mientras que los de Gran Bretaña los sufragaría Uganda, Kenia, Tanzania, Zimbabwe, Zambia y Nigeria.

Otra estrategia impuesta por organismos financieros internacionales fue prestarles dinero a cambio de que posibilitaran la explotación de los recursos por compañías transnacionales.

Una “solución” salomónica para tratar de aliviar el peso de la deuda fue propuesta recientemente por los países ricos integrantes del Grupo de los 20 (G-20) la cual consiste en permitir a los países más pobres del orbe posponer el pago del servicio de la deuda.

Como se desprende, aplazar los cobros no es una solución pues la deuda permanece e incluso si los gobiernos del G-20 muestran una mayor flexibilidad, los acreedores privados (bancos, fondos de pensiones, fondos de cobertura y los vigilantes de bonos) continuarán exigiendo sus partes.

La iniciativa del G-20 va dirigida a solo 46 países de los 73 que eran elegibles para aplazar 5 600 millones de dólares en pagos de intereses en 2020.

Inobjetable resulta que la deuda externa del orbe y en este caso la africana amenazan con generar otra crisis económica con efectos mundiales.

Por eso cada día se hace más real la visión de Fidel cuando señaló que las recetas impuestas a muchas naciones en el mundo por los organismos financieros occidentales, y acatadas por gobiernos neoliberales, solo han acentuado la situación de pobreza y hambre en el planeta.


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