Redacción •  Cultura •  10/05/2019

Presentación del libro Arrestados, de Can Dündar

  • Jueves, 16 de mayo a las 18:30 horas. Fundación Anselmo Lorenzo. C/ Peñuelas 41 (Madrid).
  • Divendres, 17 de Maig a les 18:30 h. Lleialtat Santsenca. C/ Olzinelles, 31.
Presentación del libro Arrestados, de Can Dündar

Notas de un periodista desde una prisión turca

Prólogo

El seis de mayo de 2016 noté algo extraño cuando salía de casa. Mi guardaespaldas, mi compañero inseparable durante una temporada, no estaba en el coche que venía a recogerme. Oficialmente, le había contratado por el aumento de amenazas que recibía. Pero por alguna razón, esa mañana se había quedado dormido.

Y se trataba de un día importante. El tribunal anunciaba su decisión sobre el caso en el que nos enfrentábamos a dos cadenas perpetuas. Le llamé y le dije que viniera a los juzgados. Así lo hizo.

Entramos en la sala, en silencio por la prohibición de la entrada de público. Hicimos nuestras declaraciones finales, reiterando que juzgar un artículo periodístico, cuya veracidad y valor para los lectores habían sido probados, suponía un ataque evidente a la libertad de expresión y un atropello a la justicia.

El juez decidió realizar una pausa antes de anunciar su decisión. Salimos del edificio. Mientras abandonábamos los juzgados para esperar en una cafetería cercana, me di cuenta que mi guardaespaldas -por alguna razón- volvía a estar ausente. Me acompañaban mi mujer y un parlamentario del Partido Republicano del Pueblo (CHP). Mientras esperábamos a la salida, charlábamos con otros periodistas. Fue en ese momento cuando vi un rostro siniestro que se abalanzaba precipitadamente hacia mi.

Vi el destello del cañón y a continuación olí la pólvora de la bala que acababan de disparar. En ese momento le escuché gritar: ¡“Traidor”! Ese era el mismo atributo que el presidente Erdoğan se empeñaba en asignarme. La bala tenía que ser el “alto precio” que quería hacerme pagar…

En teoría nos encontrábamos en la explanada más segura de Turquía, como dice el refrán: “ni a los pájaros se les permite volar aquí”, pero no pasaba nada si entrabas con una pistola. El reportero de televisión que nos acompañaba me protegió del impacto, mi mujer, reaccionó instintivamente y le cogió el brazo al asaltante mientras que el parlamentario que estaba con nosotros le agarró por el cuello.

Unos agentes de paisano se acercaron en ese preciso instante y detuvieron al hombre que había disparado. Mi compañero periodista tenía un pequeño rasguño en la pierna. Salí de esa tan fácilmente gracias al heroísmo de los que me rodeaban en ese momento. Pero entonces se hizo evidente que la amenaza no iba dirigida solo al periódico que yo dirigía, tampoco al periodismo o a la libertad. Era mi propia vida la que estaba amenazada ahora.

Poco después, tras despedirnos de un grupo de amigos que se acercaron cuando se enteraron del ataque, entramos de nuevo en los juzgados para conocer la decisión del juez.

El juez empezó con un: “Lo siento por el ataque”, antes de dictar sentencia: “Cinco años y diez meses de cárcel por difundir secretos de estado”.

Mientras salíamos del los juzgados, dije: “En una hora, hemos sido testigos de dos intentos de asesinato, uno físico y otro judicial”. Añadí que nunca nos harían callar.

El asaltante relató en su primera declaración que su intención era asustarme por el reportaje que había publicado.

El tribunal me devolvió el pasaporte el mismo día que terminaba mi condena.

¿Con ello querían decirme: “Mantente lejos del país”?

Mientras este libro se dirige a la imprenta seguimos pendientes de la decisión del tribunal de apelación. La condena a prisión cuelga de nuestros cuellos y el olor a pólvora nos ha quedado marcado en la memoria.

* * *

2016 fue uno de los años más traumáticos de mi vida, pero también lo fue para la historia de Turquía. Justamente diez semanas después de mi ataque, la democracia turca sufría también un grave ataque armado.

El 15 de julio, la congregación Gülen, socios de gobierno de Erdoğan durante años, intentaron dar un golpe de estado. Hubo un motín en el ejército: bombardearon el parlamento, las tropas se enfrentaron a la policía, y en algunas regiones, se enfrentaron entre ellas. A pesar de la enorme cantidad de sangre que se derramó, afortunadamente, fue un golpe de estado fallido.

Los ciudadanos turcos habían sufrido tanto con los golpes de estado a lo largo de la historia que, esta vez, salieron a las plazas y se tumbaron enfrente de los tanques para evitar que el país se sumiera en una terrible catástrofe.

Desgraciadamente, una de las consecuencias de este brutal intento fue que el gobierno turco escogió incrementar la opresión, en lugar de utilizar una oportunidad de solidaridad ante el golpe de estado. Se declaró el estado de emergencia. Se suspendió la Convención Europea de los Derechos Humanos. Se instauró el gobierno por decreto, eludiendo de forma efectiva el parlamento. Se alargaron los periodos de detención. Se lanzó una campaña para volver a implementar la pena de muerte. En una purga que se extendía por todo el país, se arrestaron miles de periodistas, escritores, académicos, jueces, fiscales, soldados, policías y funcionarios públicos. Se cerraron docenas de periódicos y páginas web, mientras que muchos otros medios fueron intimidados. La reacción de Occidente ante estas medidas tensó aún más las relaciones y parece ahora que hemos llegado a un punto de inflexión.

El golpe militar terminó en un intento, sin embargo, el golpe civil suspendió las libertades.

* * *

Sobre las consecuencias personales del golpe…

Los primeros funcionarios suspendidos en los rangos más altos del sistema judicial fueron los jueces del Tribunal Constitucional que habían ordenado nuestra liberación. Más tarde fue el turno del tribunal de apelaciones que tenía que decidir sobre nuestro recurso, sus miembros fueron sustituidos. El fiscal que había pedido nuestra detención y había redactado el auto de procesamiento fue nombrado fiscal general de Estambul. Un nuevo caso apuntaba que con la publicación de mi artículo original, objeto de mi detención, yo había colaborado con la organización de Gülen, presuntamente los artífices del golpe de estado. El tribunal al que le habían asignado el caso ordenó la retirada de mi pasaporte incluso antes de que empezaran las vistas.

2016 había empezado en una celda; a mediados del año sigue el olor a pólvora, las condenas a prisión, las nuevas causas de enjuiciamiento y la posibilidad de otro arresto.

Como yo, la debilitada democracia turca buscaba la salida, buscaba respirar y crear esperanza para el futuro, esperanza entre intentos de golpe de estado, purgas, campañas de arresto y políticas opresoras.

* * *

Cualquier frase que se escriba en un país que cambia por completo de la noche a la mañana está sentenciada a perecer rápidamente… Sin embargo, mañana me gustaría poder leer estas líneas en mejores condiciones, para así poder decir que “era una época de tinieblas que forma parte del pasado ahora”, cuando documentemos la era en la que se escribió este libro.

Presentando Arrestados a los lectores europeos, me gustaría hacer un llamamiento no solo como periodista que lucha por la libertad de prensa, sino también cómo ciudadano de una nación que intenta apuntalar la democracia en un peligroso péndulo oscilando entre los cuarteles militares y las mezquitas: apoyad la lucha por la subsistencia de los poderes democráticos en Turquía.

Este apoyo es igual de vital para Europa que para Turquía.

Turquía sin Europa se convertirá en un país excluido, antioccidental y totalitario, pero una Europa sin Turquía será un continente monocromático, insular e inoperante.

Convenced a Turquía de que Europa no es un club cristiano, sino una alianza de principios contemporáneos. De este modo, Europa será capaz de derrotar la creciente amenaza de la islamofobia acogiendo al país más laicista del mundo islámico. Es la única manera de parar esta guerra que ya mancha el islam con terrorismo. La única manera de terminar con la escalada ultranacionalista en Occidente.

Can Dündar.

Septiembre de 2016.