Francisco Manuel Carballo Rodríguez •  Opinión •  04/06/2019

Bernard Manin, las democracias y el sorteo

Bernard Manin, las democracias y el sorteo

Bernard Manin visitó la democracia ateniense y sus instituciones a comienzos de la década de los noventa del siglo XX. El momento era muy relevante en la carrera académica de este autor y también, en cierta medida, en su trayectoria como militante político. Hasta entonces, ambas dimensiones habían estado estrechamente relacionadas y Manin había consagrado buena parte de su esfuerzo intelectual a la elaboración de una teoría política que respondiese a las demandas que dominaban el pensamiento político francés desde principios de los años setenta. La crisis del paradigma marxista y el fin del sovietismo orientaron las reflexiones de la filosofía política del momento hacia la democracia y los debates teóricos se mezclaron con propuestas políticas concretas. La crítica del marxismo se dirigía, en algunos casos, a la defensa de un socialismo autogestionario, tal fue la vía elegida por Cornelius Castoriadis, Claude Lefort o Miguel Abensour. En otros, se trató de rehabilitar la experiencia de los partidos socialdemócratas y su capacidad para hacer convivir el pluralismo político y el liberalismo económico, entendido este como la integración de la voluntad y los intereses colectivos —también los de la clase obrera— en una lógica de compromiso socioeconómico. Esta fue la vía elegida por Manin[1].

En lo relativo a su trayectoria académica, a principios de los noventa Manin se integraba en una red internacional de investigadores que concentraban entonces su atención en los debates teóricos que más proyección tendrían en las siguientes décadas. En el Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Chicago al que se unió en 1990, Bernard Manin encontró, entre otros, a Jon Elster o Adam Przeworski. El filósofo noruego se convertiría muy pronto en uno de los referentes teóricos de la denominada democracia deliberativa. En cuanto al politólogo polaco, este había publicado trabajos importantes sobre la socialdemocracia y se concentraba en el estudio empírico de las nacientes democracias por todo el mundo. Manin disponía ya entonces de un capital intelectual y una obra que le permitían acomodarse en un lugar destacado en dichos debates. El alcance de su artículo sobre la teoría de la deliberación[2] y un texto sobre la caracterización de los diferentes modelos de democracia representativa[3], cuestión sobre la que trabajó al tiempo que estudiaba los regímenes socialdemócratas, lo convirtieron en un interlocutor obligado para los numerosos investigadores que desde entonces se interesasen por dichas cuestiones. En lo relativo a la coyuntura política de principios de los noventa, el proyecto político de la segunda izquierda, al que Manin estuvo estrechamente vinculado desde principios de los setenta, se disolvía, paradójicamente, al mismo tiempo que Michel Rocard pasaba por el Gobierno de la República Francesa.

La crisis de los gobiernos representativos, la democracia y el sorteo

La historia del uso del sorteo en política y el contexto de la fundación de los sistemas de gobierno representativo, así como su posterior evolución hasta nuestros días, son las dos grandes cuestiones a las que Manin dedicará más espacio en su obra mayor: Los principios del gobierno representativo. Con este modo de organizar su reflexión, el objetivo general del libro se concentra en aclarar las diferencias entre dos formas de gobierno a las que la ciencia política tradicionalmente identifica como dos variantes de un mismo tipo de gobierno: democracia representativa y democracia directa. Esta decisión, nos advierte Manin desde el principio del texto, se justifica al constatar que los sistemas políticos que hoy consideramos democráticos “fueron concebidos por sus fundadores en oposición a la democracia”[4]. Para reconstruir dicho proceso, Manin se concentrará en los sistemas de selección de cargos públicos en las democracias antiguas —donde fundamentalmente se recurría al sorteo combinado con la rotación rápida en los cargos, y también, aunque en menor medida, a la elección— y estudiará, comparativamente, aquellos rasgos de la elección que la habrían hecho preferible al sorteo para los fundadores de los sistemas de gobierno representativo y que explicarían el progresivo abandono de este último.

La introducción en el libro del completo estudio histórico del uso del sorteo, particularmente en Atenas, pero también en la larga tradición republicana hasta finales del siglo XVIII, con el triunfo del gobierno representativo, acabaría por eclipsar parcialmente el núcleo de un trabajo que no había sido pensado con tal intención. A pesar de su evidente dimensión histórica, entre los propósitos de Manin no estaba el de hacer avanzar el conocimiento histórico sobre el uso del sorteo político, sino que más bien se trataba de “actualizar propiedades no evidentes y, en general, desapercibidas de instituciones y de fenómenos que creemos conocer bien”[5]. En el resultado de Los principios del gobierno representativo, el sorteo ocupa cuatro de los seis capítulos de los que se compone el libro, algo que, aún hoy, sorprende a su autor. Manin reconoce que los desarrollos dedicados al sorteo son desproporcionados en relación al espacio consagrado al análisis de las instituciones representativas. Retrospectivamente, Manin considera que la decisión pudo deberse a dos razones. La primera, a la fascinación que le produjo el propio objeto de investigación. La segunda, porque estaba convencido de que para comprender mejor el mecanismo de la elección, antes había que conocer las razones por las que esta se impuso al sorteo[6].

Durante el siglo XX, la investigación histórica sobre la Grecia clásica permitió profundizar en el conocimiento del uso del sorteo en la Antigüedad, y de dichos avances se nutrirían investigaciones posteriores procedentes de distintas disciplinas[7]. Paralelamente a los avances en el conocimiento histórico de las democracias antiguas, la segunda mitad del siglo XX conoció diferentes formas de crítica a las democracias liberales, fundadas sobre sistemas de gobierno representativo, acusadas de imposibilitar, si no formalmente sí de hecho, la participación política de ciudadanos ordinarios fuera de los periodos electorales.

En dicho contexto se abrirían paso dos modelos, inspirados por ideales de mejora o de reforma —siendo estos últimos, algunos incluso de carácter radical— de los limitados sistemas de gobierno representativo. Por una parte, un modelo de democracia participativa que “subraya la necesidad de que los ciudadanos, naturalmente interesados en la política, asuman directamente la tarea de intervenir en las decisiones que conciernen a la cosa pública” y, por otra, un modelo de democracia deliberativa que se concentra en la “importancia concedida a la transformación de las preferencias en el curso de un proceso discursivo orientado a la definición del bien público”[8]. En ambos modelos se conjuga un “ideal participativo” polisémico que puede orientarse tanto hacia la ampliación de la igualdad política y a una mejora efectiva de la igualdad social, como hacia formas de legitimación de las decisiones previamente tomadas, que apenas modificará las estructuras de dominación producidas por los sistemas representativos y las lógicas del campo político[9]. Estas dos concepciones, compartiendo el mismo horizonte de ampliación de la participación política, propiciaron el desarrollo y la puesta en marcha de diferentes dispositivos como los jurados ciudadanos, las conferencias de consenso o los presupuestos participativos. En sus diferentes modalidades, en función de la orientación teórica y política de sus promotores y de su lugar de aplicación, en todos estos dispositivos aparecerá el uso del sorteo como una opción disponible para la selección de participantes.

La evolución del ideal participativo y el lugar del sorteo

El recurso al sorteo como mecanismo democrático de selección de ciudadanos para diferentes tareas de carácter político forma parte, tanto en la corriente participativa como en la deliberativa, de un proceso de renovación de ideas procedentes, en buena medida, de la democracia ateniense. Entre los primeros teóricos de la democracia participativa, Benjamin Barber (1984), con su concepción de “democracia fuerte”, incide en la idea de reforzar la participación como vía para la formación de una ciudadanía activa e informada y se muestra partidario de la selección de representantes por sorteo y de la rotación en los cargos[10]. Por otra parte, en la literatura clásica sobre la democracia deliberativa, Jon Elster, en su introducción a la obra colectiva Deliberative Democracy (1998), “propone una definición de deliberación mediante un contraste con el ejemplo de la democracia ateniense”[11].

La utilización del sorteo en los diferentes dispositivos diseñados para ampliar la participación se remonta a principios de los años setenta del siglo pasado, con experiencias pioneras en Alemania y Estados Unidos. Pero independientemente de si recurren o no al sorteo, las diferentes experiencias y dispositivos pensados para mejorar o superar las limitaciones impuestas por los sistemas de gobierno representativo que funcionan en las democracias liberales presentan límites y tensiones. Este tipo de experiencias, no obstante, se extenderían a partir de la década de los ochenta por Europa y modificarían la relación de los ciudadanos con la administración, fundamentalmente a nivel local. A pesar de sus limitaciones, los dispositivos participativos no han dejado de multiplicarse desde los años noventa y todo indica que se trata de una tendencia a largo plazo. Los profundos cambios socioculturales experimentados por nuestras sociedades, como la extensión de la educación, la crisis de las estructuras autoritarias, la experiencia de relaciones cada vez más igualitarias entre los sexos o el fracaso de modelos económicos basados en la planificación autoritaria, podrían explicar las razones de esta tendencia como síntoma del “malestar en la democracia”[12]. Los límites que presentan las experiencias participativas y su capacidad para decepcionar las expectativas que generan se deben a múltiples factores, entre los cuales cabría señalar la ambigüedad de las elites políticas ante el potencial de las distintas experiencias o al controvertido papel de los especialistas en participación. En este mismo sentido, una amplia mayoría de los enfoques teóricos sobre participación carecen de la imaginación o de la voluntad suficientes para proponer fórmulas que ofrezcan salidas solventes a la vía muerta en la que parecen encontrarse en la práctica muchas experiencias participativas y deliberativas.

No obstante, existen propuestas que teniendo en cuenta el diagnóstico anterior, observan en el sorteo mayores potencialidades. Desde el ámbito académico, Julien Talpin propone el sorteo como una herramienta útil para los movimientos sociales y como elemento de radicalización del sistema deliberativo[13]. Para esto último recupera la idea de Archon Fung y Erik Olin Wright (2003) de crear «contrapoderes deliberativos» que recuerden a las instituciones sus principios democráticos. A juicio de Talpin, los movimientos sociales y los contrapoderes podrían recurrir al sorteo para ampliar la diversidad de su base social y responder así a las críticas de falta de representatividad que se les dirigen. Por otra parte, la presencia de nuevos miembros favorecería la dimensión epistémica de dichos espacios. Por último, el uso del sorteo para la asignación de tareas y cargos dentro de los movimientos sociales moderaría la tendencia oligárquica de las cúpulas dirigentes. La propuesta, sin duda, también podría extenderse a las organizaciones políticas, en cuyo caso, a las modificaciones que introduciría el sorteo cabría añadir su capacidad para “socializar el capital político”[14].

En el anterior contexto, la obra de Bernard Manin ocupa un lugar destacado en los debates teóricos sobre tres cuestiones: la democracia deliberativa —a los que se incorporó su artículo de 1985—, las metamorfosis del gobierno representativo —y por extensión, la crisis de la representación— y la recuperación del sorteo político. Sobre las dos últimas cuestiones, a partir de 1995 con Los principios del gobierno representativo.

Una referencia mayor para los investigadores y también una fuente de inspiración para los militantes por el sorteo gracias a su capacidad de ampliar el canon de lo valioso en filosofía política, exponiendo de manera comprensiva el funcionamiento de dos modelos de democracia. Los componentes históricos que Manin incluye en su descripción nos ayudan a entender que democracia se ha dicho históricamente de varias maneras y la nuestra no es la única posible. En otro lugar he analizado los debates sobre dos propuestas de cómo introducir el sorteo en política[15]. Una de ellas, precisamente a cargo de Manin, quien nunca se ha mostrado hostil a la experimentación institucional ni tampoco a mirar al pasado para estimular nuestra imaginación política. Aunque a condición, eso sí, de justificar con argumentos cuánto tendría de positivo aquello que deseamos recuperar. Para dicha tarea, Los principios del gobierno representativo seguirá siendo una referencia, tanto para investigadores como para militantes.

Francisco Manuel Carballo Rodríguez (@FMCarballo) es investigador postdoctoral contratado en la Universidad de Cádiz y está adscrito al área de Filosofía Moral del Departamento de Historia, Geografía y Filosofía, donde recientemente ha defendido una tesis doctoral consagrada al estudio de la obra de Bernard Manin y a su relación con el sorteo político. Este artículo recoge una síntesis de una parte de dicho trabajo.

Notas

[1] Ver Alain Bergounioux y Bernard Manin: La Social-Démocratie ou le Compromis, París, Presses Universitaires de France, 1979 y Le Régime Social-Démocrate, París, Presses Universitaires de France, 1989.

[2] Bernard Manin, “Volonté générale ou délibération. Esquisse d’une théorie de la délibération politique”, Le Débat, 33, 1985, pp. 72-94.

[3] Bernard Manin, “Métamorphoses du Gouvernement Représentatif”, en Pécaut, D. y Sorj, B. (eds.), Métamorphoses de la Représentation Politique (pp. 31-71), París, Editions du CNRS, 1991.

[4] Bernard Manin, Los principios del gobierno representativo, Madrid, Alianza Editorial, 1998, p. 11.

[5] Ver Loïc Blondiaux, “L’idée de démocratie délibérative dans la science politique contemporaine. Introduction, généalogie et éléments critiques. Entretien avec Bernard Manin”. Politix, 15(57), 2002, p. 39.

[6] Ver Antoine Chollet Bernard y Manin, “Les postérités des Principes du gouvernement représentatif, une discussion avec Bernard Manin”, Participations, 2019 (en prensa).

[7] Sobre la importancia de la historia antigua en los debates contemporáneos sobre el sorteo político puede verse el reciente trabajo de José Luis Moreno Pestaña, “Los desafíos del sorteo a la democracia, los desafíos de la democracia al sorteo”, Daimon, 72, 2017, pp. 7-21.

[8] Ver Donatella Della Porta, Democracias. Participación, deliberación y movimientos sociales, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2011, pp. 47, 75.

[9] Ver Loïc Blondiaux, Le nouvel esprit de la démocratie, París, Seuil-La République des Idées, 2008, pp. 61-62.

[10] Ibíd. p. 40.

[11] Ver Philippe Urfalino, Cerrar la deliberación. Teoría de la decisión colectiva, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2013, p. 42.

[12] Ver Yves Sintomer y Ernesto Ganuza Fernández, Democracia participativa y modernización de los servicios públicos: investigación sobre las experiencias de presupuesto participativo en Europa. Transnational Institute, 2011.

[13] Ver Julien Talpin, “¿Democratiza el sorteo la democracia? Cómo la democracia deliberativa ha despolitizado una propuesta radical”, Daimon, 72, 2017, pp. 198-199.

[14] Ver José Luis Moreno Pestaña, “El sorteo o la socialización del capital político”, El Viejo Topo, 327, 2015, pp. 52-59.

[15] Francisco Manuel Carballo Rodríguez, “El sorteo y la sociología de las retribuciones políticas: a propósito de un debate en la Asamblea francesa”, Daimon, 72, 2017, pp. 157-171.

Fuente: https://la-u.org/bernard-manin-las-democracias-y-el-sorteo/#.XPApHLiJVuw.twitter


Opinión /