Kepa Arbizu •  Cultura •  19/10/2020

Otis Gibbs: “Hoosier National”. La voz de la otra América

Siempre ligado a los sonidos de raíces, el músico estadounidense se desvía por primera vez en su carrera de una interpretación acústica para introducir la electricidad en una propuesta que sigue firmemente aferrada tanto a la tradición como a la determinación por retratar el resultado de las desigualdades sociales.

Otis Gibbs: “Hoosier National”. La voz de la otra América

Es cierto que no podemos buscar hoy día la trascendencia que sí tuvieron en el pasado episodios en los que se optó por electrificar la interpretación de la música popular estadounidense, pero tampoco hay que pasar por alto lo reseñable que resulta que Otis Gibbs, tras 20 años de carrera y nueve discos, haya sido en este último, “Hoosier National”, concebido tras su regreso desde Nashville a su Indiana natal, cuando se ha decidido a enchufar y hacer crujir su guitarra para convertirla en el complemento esencial de su nuevo repertorio. Una elección que, al margen de por su naturaleza sorpresiva, resalta igualmente en términos artísticos por haber logrado obtener unos resultados difícilmente mejorables.

Con un perfil que le sitúa como toda una excepción en el “negocio”, este norteamericano siempre ha destacado por inyectar de un alto contenido ético a toda su obra (que abarca también la pintura), dirigiendo sus pasos a una absoluta y plácida independencia respecto a las mil cabezas de la industria musical. Actitud que completa con una adopción de los sonidos clásicos de raíces alimentada por un profundo, y literario, calado reflexivo en el plano social. Una querencia por retratar ese universo que compone la otra cara del sueño americano que, sin ánimo de ejercer de psicoanalista, no es difícil intuir su inicio durante su más tierna infancia, cuando de niño, su alcohólico y presidario tío, ejercía la tarea de cuidador llevándole por diferentes antros y tabernas, haciéndole cantar en ellas con el ánimo de obtener unas pocas monedas con las que abastecer su insaciable apego a las botellas.

Aquel joven que derrochaba habilidades artísticas en un ambiente hostil ahora se ha convertido en todo un referente a la hora de canalizar su indiscutible talento en radiografiar aquellas otras realidades que tienden a quedarse apartadas de los brillantes focos, una tarea casi didáctica que incluso completa con la realización de un más que recomendable podcast (“Thanks for Giving a Damn”) en el que tienen cabida interesantes invitados de diversos ámbitos. Por si todo esto fuera poco, y como quien queda deslumbrado por un luminoso descubrimiento, Gibbs encontró al enchufar una vieja guitarra en el amplificador la inspiración necesaria para brindarnos un excelente disco, que como es lógico por su propia naturaleza, acentúa de entre la amalgama de influencias tradicionales su cariz más rockero, siempre bajo la inmejorable guía que supone su tono interpretativo rugoso pero lleno de sentimiento y humanidad.

El delicado rasgado de cuerdas con el que escenifica “Nine Foot Problem” el bautismo eléctrico, sirve a su vez para delinear el gris contexto al que está expuesto el trabajador estadounidense, situación a la que le dedica su voz curtida pero amable que asfalta la melancolía con dulzura y empatía. Pocos minutos nos van a hacer falta para certificar que el escenario de referencias que vamos a manejar en adelante estará poblado de nombres como Steve Earle, al que no solo le unen unas cuerdas vocales tensadas sino una misma conciencia social, Tom Petty o el propio Bruce Springsteen, que no dudaría en incluir dentro de su repertorio más granado, aquel donde la épica se transforma en una nostalgia lúcida entre cortantes guitarras, el tema “Sons And Daughters”. Insuflado por el espíritu más «rockandrollero» a lomos de riffs con esencia de boogie “stoniano”, “Blood” constituye, en su concepto, un visceral y crudo trazo autodescriptivo que alargará en el emotivo cierre, “Faithful Friend”, un sobrecogedor medio tiempo sobre el que planea un evocador teclado con el que cincelar una crítica mirada global sobre los tiempos actuales.

Una de las oportunidades que te ofrece tener un timbre de voz como del que hace gala Gibbs, es la capacidad para desarrollar una cadencia recitativa y aun así obtener un dibujo melódico emocionante y con una enorme capacidad transmisora. Ventaja de la que se servirá para obtener unos esplendorosos y emocionantes réditos deteniéndose en esos episodios, pasados y presentes, que tienden a ser desoídos por la inmaculada historia oficial, ya sea el asesinato de un vagabundo (“Lord Open Road”), truculento suceso al que el tono épico que va acumulando aporta mayor rotundidad, o el deprimente escenario que ofertan las calles de su ciudad en “Fountain Square Stare”, soberbia pieza que firmarían con enorme placer los Drive-ByTruckers. Así se va conformando todo un glosario, teñido por la miseria y el -en ocasiones inaguantable- peso de la supervivencia cotidiana, al que sumará el sorprendente caso de Bill Traylor (también título del tema), esclavo de nacimiento y reconocido artista plástico con la llegada de su vejez. Un recorrido biográfico que solo podía ir acompañado de un blues minimalista y polvoriento.

Tras terminar de escuchar “Hoosier National” uno descubre que prácticamente ha obviado por completo el novedoso sonido eléctrico con el que venía aparejado. Inequívoca señal de que dicho estrenado escenario ha sido asumido por el autor de manera natural y del propio empaque con el que cuentan las canciones. Una demostración de que la personalidad del músico estadounidense está por encima de ejecuciones, interpretaciones concretas o la cantidad de voltaje utilizado, sin que eso impida al mismo tiempo destacar el sobresaliente nivel alcanzando bajo esta tesitura. Queda claro que lo suyo, como si de fotografiás de Walker Evans, Robert Frank o Helen Levitt se tratasen, consiste en colmar de belleza estampas que reflejan esa América condenada a vivir eternamente en blanco y negro, una silenciada mayoría para la que la portentosa voz de Gibbs se convierte en el único camino para imaginar un futuro en color.