Lois Pérez Leira •  Internacional •  07/08/2016

Crónicas de la revolución cubana: Los Hermanos Trigo

Servando Trigo Rouco y Francisca López Sánchez nacieron 1895 en una aldea llamada Miñotos, en la parroquia de Ourol (Viveiro) en la provincia de Lugo. Tanto Servando como Francisca, se llevaban tan solo unos días, de diferencia de edad. Eran vecinos de la aldea y habían comenzado a gustarse mutuamente. El hermano de Francisca, de nombre Ricardo, vivía ya en Cuba y fue el que facilito el traslado de Francisca y posteriormente  el de Servando, a la isla.

Crónicas de la revolución cubana: Los Hermanos Trigo

Muchos fueron los españoles y sus descendientes los que participaron en la revolución cubana.

La pareja se caso en agosto de 1924, a los 7 meses de llegar a La Habana. Al poco tiempo comenzaron a llegar los hijos.

El primero en nacer fue Julio, el 27 de mayo de 1925 en la calle Infanta Nº 40. El segundo fue Pedro que nació el 29 de junio de 1928, en San Miguel de Padrón, ambos habaneros. El primer trabajo que consiguió Servando, fue la de chofer de alquiler. Mientras que Francisca trabajaba como sirvienta de familias ricas. Con el nacimiento de Pedro, su madre quedo delicada de salud, decidiendo retornar a Galicia, para poder recuperarse en compañía de la familia. Su padre, mientras tanto se quedo en La Habana, bajo la promesa de enviar dinero. Fue pasando el tiempo y el dinero nunca llegaba. La madre tuvo más remedio que ponerse a trabajar, para sacar a la familia adelante.

Tanto Julio como Pedro, se criaron en la comarca de Viveiro y fueron a la Escuela del Carmen, que los propios emigrantes habaneros habían construido en el pueblo.

Pedro nos cuenta: “Recuerdo que mi madre había comprado una vaca, que la bautizamos “Marela”. Aquella vaca era ya como de la familia. A mí me tocaba llevarla a pastar por los prados de los vecinos, ya que mi madre no tenía tierras propias. En el camino siempre me paraba en una fuente, que tenía un agua muy fresca. Muy cerca había una carballeira donde recogíamos las castañas, para luego hervirlas con leche, que nosotros comíamos con el pan, que hacia mi madre. Ella trabajaba mucho, tanto en casa como para un hombre de buena posición, llamado Ricardo Pita. Este señor tenía una plantación de patatas. También mi madre se dedicaba a la costura, que lo hacía muy bien. Tenía una maquina antigua de manivela y le cocía a las vecinas de otras aldeas”.

Trascurrían los años treinta, Galicia vivía “la primavera” democrática de la segunda republica. Viveiro era una ciudad con tradición liberal-progresista, donde el republicanismo tenía muchos adeptos. Mientras que Servando estaba volcado en La Habana, a su actividad social, en la logia masónica. Pertenecía a la “Unión Ibérica”. Siendo nombrado maestro masón el 5 de febrero de 1930. La masonería gozaba de mucho prestigio en aquel país, el “padre de la patria” José Martí, había sido uno de los más importantes masones de Cuba. También destacados gallegos residentes en la isla, participaron de esta organización del libre pensamiento, entre ellos: García Barbón, Curros Enríquez, Fontenla Leal, Lugris Freire, Fuco Gómez etc. Servando tenía una estrecha relación con el destacado librepensador Salvador Menéndez  Villoch de ideas antiimperialista. En una oportunidad ambos masones sufrieron un atentado al salir de la logia, su coche fue baleado. Tiempo después el político Toni Guiteras, designo a Salvador Menéndez Jefe de la Marina de Guerra y posteriormente, durante el gobierno de Grau, Ministro de la Defensa Nacional.

 

Al enterarse Servando de la sublevación fascista del General Francisco Franco, decide tomar todas las medidas necesarias, para lograr que su familia pudiera regresar de Galicia. Esta misión no era fácil en medio de la propia guerra. Ya que prácticamente no se otorgaban permisos de salida para el exterior. Nuevamente recurre a la masonería y consigue el dinero para los tres pasajes y el permiso para poder trasladarse a Cuba, llegando a La Habana, en diciembre de 1936. Servando tenía una intensa actividad social. La logia a la que pertenecía estaba muy activa. Cuando estalla la guerra civil española, la masonería cubana participa en distintas actividades de solidaridad con el gobierno republicano. 

Por aquellos años había estado Alfonso Castelao, dando un mitin en la Cervecería Polar, ante miles de habaneros y gallegos, que manifestaban su solidaridad con el legítimo gobierno republicano. Entre las entidades convocantes estaba la Gran Logia de Cuba, donde Servando tenía un papel destacado. Tanto Julio como Pedro acompañaban a su padre, a los actos por la republica. Los dos niños ayudaban, vendiendo banderitas republicanas.  El padre de los hermanos Trigo, trabajaba en la vaquería “Munguia Alejo y Hermanos” como mecánico. Aunque hacia de todo, desde trasladar el hielo, embotellar la leche o cargar los carros, para repartirla.

El 3 de octubre de 1938 se desata la tragedia. Un compañero de trabajo fue envestido por un toro, que le llamaban “Pancho”, dándole una tremenda cornada. Al ver la situación Servando, acudió rápidamente a socorrerlo. En un descuido el propio animal excitado, cargo sobre Servando, dándole una contundente cornada, que le penetro en el vientre. Sus otros compañeros y los propietarios de la vaquería acudieron a la cuadra, trasladando a los heridos al Hospital de la Benéfica de la Sociedad Naturales de Galicia. Allí estuvo varios días hospitalizado. Falleciendo el 8 de octubre, debido a una infección generalizada, causada por una mala práctica médica.  Con la muerte de Servando Trigo, la familia se queda nuevamente en una situación desesperada. Sería otra vez Salvador Menéndez, que era Ministro de Defensa, quien los ayudaría económicamente.  “Mi madre –continua narrando Pedro- por aquel entonces cosía para la Cruz Blanca, que era una organización social que se dedicaba a hacer ropa interior. Con ese dinero que entraba y la ayuda de Salvador Menéndez, fuimos saliendo del apuro. Gracias a la Logia Masónica pudimos ir a la escuela. También Salvador Menéndez nos consiguió de la Logia una bolsa económica, para que uno de nosotros pudiera estudiar. Mi madre decidió que Julio por ser el mayor, tenía que seguir los estudios, y así fue…”

 

A Julio le gustaba de la pesca, pudo terminar sus estudios hasta octavo grado, pero aquel adolescente pronto vio frustrado su sueño de seguir estudiando hasta ser un buen farmacólogo. Este sueño se vio frustrado por la escasez de dinero y la pronta incorporación al trabajo. Empezó como mensajero en la farmacia “Mojena” de Calabazar y llegó a ser dependiente de ésta, preparando fórmulas, inyecciones, etc.

Dos años transcurrieron en esa labor cuando se le dio la oportunidad de trabajar en la fábrica TEDECA. Estaba en esa empresa cuando se le presentó por primera vez – con 16 años una hemoptisis, ingresando en el sanatorio «La Esperanza» donde la masonería tenía un pabellón propio. Con la formación martiana de ambos hermanos, poco a poco se van interesando por la política cubana. Pedro empezó su labor política en el movimiento obrero en 1944, en las luchas de los trabajadores textiles, participando en una huelga de hambre. Por ese año, en el mes noviembre, con tan solo 15 años, se afilia al Centro Gallego de La Habana, teniendo el número de socio 38.963. Con el surgimiento del Partido del Pueblo Cubano Ortodoxo, fundado el 15 de mayo de 1947 por Eduardo Chibás, los hermanos Trigo consideran que era el momento de actuar en política. Chibás era un nacionalista de ideas antiimperialistas, digno sucesor del ideario de José Martí. Es así como ambos hermanos fundan las juventudes de este partido. En la fábrica que trabajaba Pedro Trigo, hizo amistad con Pedro Gutiérrez, con Oscar Quintela y Rolando García, quienes ingresaron al Partido que lideraba Chibás. Este grupo conformo la juventud ortodoxa de la fábrica textil. En una oportunidad se convocan elecciones sindicales y el grupo lanza la candidatura de Pedro, que tenía un gran prestigio y simpatías entre los trabajadores. “Y de verdad que hicimos una promoción que íbamos a ganar las elecciones” aclara  ahora el propio Pedro Trigo: “Pero ¿qué ocurre? Muy hábilmente, el día anterior antes de las elecciones. Pascasio Lineras imprime un volante en el que decía –falsamente – que el Partido Socialista Popular felicitaba a Pedro Trigo por el ingreso en sus filas. ¿Resultado? Que todas aquellas mujeres que eran la inmensa mayoría de las trabajadoras de la textilera, que tenían una gran simpatía por nuestra candidatura ortodoxa, y que iban a votar por nosotros, nos retiraron su apoyo, ¡y perdimos las elecciones sindicales!.” En 1951 Julio y Pedro participaron en de acto del Partido Ortodoxo, que tuvo lugar en Santiago de las Vegas. Habían sido electos por el municipio donde vivían como delegados a la provincia. Cuando le toco hablar a Pedro, denuncio la falsa incineración de billetes realizadas por Antonio Prío Socarras. Aquellas palabras fueron contundentes. Pedro con voz entusiasmada y valiente. «No había que ir a las arcas del tesoro público para saber aquello», decía Pedro y habló de que por allí mismo ocurría «una de las peores inmoralidades». Se refería a cinco fincas que el Presidente había unido en una sola y se la había adjudicado con el nombre de El Rocío. Pero también habló de casos concretos de campesinos desalojados sin previo mandamiento judicial, «con ganado y todo lanzado a la calle». Luego continua: «Se me acerca un joven alto, corpulento, y me pregunta si lo que yo decía era verdad. Sinceramente pensé, de primera intención, que era un policía, pero le dije que sí. Entonces se presentó, me dijo que era Fidel Castro.  ¿Qué te parece si nos damos a buscar todos los datos, entrevistamos a esos campesinos desalojados y denunciamos el caso?.  Prío había adquirido las fincas Lage, Gordillo, Pancho Simón, Potrerillo de Menocal y Paso Seco, 54 caballerías en total,  y las unificó bajo el nombre de El Rocío. Fidel precisó que me buscaría al día siguiente en mi casa, a las ocho de la noche, para ponernos de acuerdo sobre la forma en que acometeríamos la investigación. Pero a las ocho de la mañana ya estaba conmigo. Llegó acompañado de Juan Martínez Tinguao,  valioso compañero, y después se sumaron al grupo José Luis Tassende y Gildo Fleitas, muertos más tarde en el Moncada. Como primera tarea debíamos fotografiar a los más de cien  campesinos desalojados, algunos de los cuales llevaron hasta  18 años trabajando aquellas tierras.” Recuerda Trigo que Fidel, luego de probar que aquellas fincas eran propiedad de Prío, denunció el hecho desde las páginas del periódico Alerta, y que antes, en una reunión que sostuvo con los campesinos expulsados, les habló sobre la necesidad de impulsar en el país una ley de reforma agraria que  acabara con el latifundio y diese la propiedad  la tierra al que la trabajaba. A partir de ahí no pierde contacto con Fidel y precisa que pocos días después del golpe de Estado con el que Batista derrocó a Prío, Fidel le habló de lo imperioso que resultaba crear un movimiento verdaderamente revolucionario que se opusiese a la naciente dictadura. Fue entonces que le orientó que organizara en el pueblo de Calabazar, donde vivía, una célula insurreccional que conformarían obreros, campesinos, estudiantes e intelectuales honestos, que estuvieran dispuestos a empuñar las armas para llevar la Revolución al poder. Pedro, al igual que su hermano Julio, eran en esos momentos obreros textiles. “Yo no me atrevería a afirmar que aquella fue la primera célula de lo que sería el Movimiento 26 de Julio, pero sí que estuvo entre las tres primeras, dice Trigo.  Luego continua: “Y ahí empezamos a conspirar.  Abel Santamaría, a quien  conocí por aquel entonces, me pidió un día que citara a los hombres de mi grupo para  reunirse con ellos. Se interesó por nuestro nivel de escolaridad y preguntó enseguida cuántos leíamos a Martí. Algunos lo hacían; otros, no. Y dijo Abel que todos debíamos leerlo porque él sería el guía de la acción que llevaríamos adelante y porque era extraordinaria la vigencia de su pensamiento, no solo  para aquellos momentos, sino para el futuro.” Los jóvenes revolucionarios en la primera etapa utilizaron la propia universidad como centro de adiestramiento, luego a partir de 1952 se efectuaron dos prácticas en fincas cercanas a La Habana. Una en Catalina de Gúines y otra en la pequeña finca donde vivía Pedro Trigo con su esposa y su suegro en Calabazar. En estos lugares se hacían disparos con rifles de pequeño calibre. Otro de las grandes tareas era recaudar fondos para comprar armamento durante meses fueron realizando una intensa campaña financiera, algunos de los militantes donaban todos sus ahorros. Cada peso cubano era la posibilidad de comprar balas, armas o uniformes. En una de esas campañas de recolección de dinero nos cuenta Pedro Trigo: “Una noche después de todo un día de recogidas, paso con Fidel por frente a donde este vivía. Su pequeño hijo de tres años estaba enfermo. El apartamento, a oscuras, les había cortado la electricidad. Escribió Fidel una nota para que el niño fuese visto por un medico amigo. Le pregunto a Pedro si tenía dinero encima. Los cinco pesos que Trigo pudo darle los dejo en la casa para medicinas y algún alimento y continuaron ellos sus gestiones hasta la madrugada. En el momento que esto ocurría, Fidel tenía en sus bolsillos más de 100 pesos que ya había recaudado ese día…”. Para Fidel el dinero del movimiento era intocable, y con esta anécdota lo demuestra claramente, nos dice Pedro de forma terminante y emocionado por el recuerdo. En el inicio del movimiento revolucionario los jóvenes martianos editaban un periódico llamado “El Acusador” que denunciaba la corrupción del régimen. El 16 de agosto de 1952 se realiza un acto en la tumba de Chibás. Allí se produce una anécdota simpática Fidel le entrego en medio del acto un paquete de periódicos de “El Acusador” a Pedro Trigo, quien enseguida comenzó a distribuirlo. Cuando Pedro se lo dio a una de las mujeres presentes, esta – al ver el contenido de “Recuento Critico” – comienza a increpar airadamente a Trigo, diciéndole que aquello era propaganda divisionista y otras cosas más. “Por poco hasta me da un carterazo” recuerda Pedro Trigo.  Fidel que ve el altercado, interviene y apacigua a la mujer explicándole que era bueno leerlo todo, que no se pusiera así, que en definitiva ese era el criterio del autor que lo había escrito, que era necesario analizar todos los criterios. ¡Qué lejos estaba ella de imaginar que era el propio autor quien se lo decía¡ Fue a través de Pedro Trigo que se allegó  la mayor parte de los uniformes militares que se utilizaron en el asalto al Cuartel Moncada. Un pariente suyo, Florentino Fernández, enfermero del Ejército y que terminaría por ser uno de los moncadistas,  los consiguió para el Movimiento, en tanto que en la casa de Melba Hernández, una de las mujeres incorporadas a la acción, -la otra fue Haydée Santamaría- se confeccionaron los de aquellos combatientes que como Fidel, requerían de tallas no disponibles en el lote adquirido.

 

El traslado a Santiago de Cuba.

 

Nos sigue contando Pedro -Se nos dio la orden de trasladarnos a Santiago de Cuba y ya allí nos agrupamos en la granjita Siboney, en las afueras de la ciudad. Se hablaba de la acción a la que nos abocábamos y se decía que sería a la hora cero, pero salvo Fidel y Abel, creo que ninguno de  nosotros sabíamos de qué acción se trataba ni cuándo sería. Yo me enteré que atacaríamos el Moncada pasada ya la una de la mañana del propio 26 de julio cuando Fidel me lo hizo saber en la plaza de Marte mientras esperábamos  la llegada del doctor Mario Muñoz, otro de los combatientes. Mandó Fidel a Abel a encontrarse con Muñoz en El Esperón y nosotros hicimos un recorrido por Santiago, pasamos por el cuartel  y fuimos a la casa del periodista Luis Conte Agüero, la llamada “Voz más alta de Oriente”. Fue allí donde me enteré que, ya con el Moncada en nuestro poder, yo debía tomar la Cadena Oriental de Radio para que Conte arengara al pueblo. Conte no se encontraba: había salido para La Habana dos días antes, y Fidel me dijo que no me preocupara porque él, que presentía que Conte era un cobarde, había instruido a otro de los combatientes, el poeta Raúl Gómez García, para que llamara a los santiagueros a la lucha. Cuando nos encontramos con el doctor Muñoz, preguntó a Fidel: ¿Hoy es la hora cero? Sí, doctor, hoy es la hora cero. Oye, qué día escogiste, repostó Muñoz, hoy cumplo 42 años. De vuelta a la granjita, pregunté a Abel Santamaría si todo estaba debidamente sincronizado. Sí, Pedrito, todo está sincronizado, ¿tienes alguna duda? Respondí que no la tenía, y Abel añadió: Mira, piensa lo peor, que nos maten a todos. Si es así, de todas maneras triunfamos porque salvamos la vigencia de Martí en el centenario de su natalicio. Quién iba a pensar que horas después Abel estaría muerto.

Julio se traslado desde La Habana hasta Santiago con parte de la Célula de Calabazar en un moderno Plymouth negro del año 52, Ese automóvil estaba a las órdenes de Quintela. También viajaban el pintor y mecánico René Bedía, José Luis López y Argelio Guzmán. Durante el camino Guzmán empezó a quejarse de dolor en el estomago. En el camino comenzó a vomitar. Julio Trigo que por aquellos años era visitador médico tenia nociones de primeros auxilios y llevaba un botiquín. Le dio algunas pastillas y una inyección, pero no mejoro su estado anímico, tomando la decisión de bajarlo del coche.

Al llegar a El Cobre hicieron una parada para descansar y se acercaron hasta la famosa iglesia, allí el grupo se hizo una foto. Esta sería la última en vida de Julio. Los grupos se concentran en varias casas, a Julio y Pedro les toca la que estaba bajo la responsabilidad de Oscar Alcalde, la misma estaba en la calle Celda 8, era una vieja casona de una sola planta.. Julio había llegado muy cansado y fatigado del viaje. Ante esta situación se mete en el baño para darse una ducha y se le hace una hematosis. René Bedia Morales ante esta situación señalo que Julio no podía participar por este problema de salud.  Pedro nos relata: “Me dijo que se lo comunicara yo o lo haría el. Cuando llego Abel Santamaría le comento lo sucedido y le dio la orden a Julio de que volviera a La Habana.”

 

Los momentos previos al asalto.

 

En la madrugada del 26 de julio, 135 combatientes, vestidos con uniformes del Ejército y dirigidos por Fidel, precisaban el plan de ataque. Se organizaron en tres grupos, el primero de los cuales, con Fidel al frente, atacaría la fortaleza. Los otros dos grupos, mandados respectivamente por Abel Santamaría —segundo jefe del movimiento— y Raúl Castro, tratarían de tomar dos importantes edificios contiguos al cuartel: el Hospital Civil, donde se atendería a los heridos, y el Palacio de Justicia, donde radicaba la Audiencia, desde cuya azotea apoyarían la acción principal. Cuando todos estuvieron listos, se le dio lectura al «Manifiesto del Moncada», redactado por el joven poeta Raúl Gómez García bajo la orientación de Fidel. En él se caracteriza el ataque al Moncada como la continuación de la lucha histórica por la plena independencia y la libertad de la patria, se plasman los principios revolucionarios y los objetivos del movimiento, y se hace un llamado a la dignidad y la vergüenza del pueblo cubano. Gómez García leyó sus versos «Ya estamos en combate» y Fidel les dirigió esta brevísima exhortación: «Compañeros: Podrán vencer dentro de unas horas o ser vencidos; pero de todas maneras, ¡óiganlo bien, compañeros!, de todas maneras el movimiento triunfará. Si vencemos mañana, se hará más pronto lo que aspiró Martí. Si ocurriera lo contrario, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba, a tomar la bandera y seguir adelante. El pueblo nos respaldará en Oriente y en toda la isla. ¡Jóvenes del Centenario del Apóstol! Como en el 68 y en el 95, aquí en Oriente damos el primer grito de ¡Libertado o muerte! Ya conocen ustedes los objetivos del plan. Sin duda alguna es peligroso y todo el que salga conmigo de aquí esta noche debe hacerlo por su absoluta voluntad. Aún están a tiempo para decidirse. De todos modos, algunos tendrán que quedarse por falta de armas. Los que estén determinados a ir, den un paso al frente. La consigna es no matar sino por última necesidad.”

Hubo gente que se negó a participar en la acción cuando se enteró de que el objetivo sería el Moncada. Fidel solo les pidió que abandonaran la granjita Siboney una vez que todos los combatientes hubieran salido. No le hicieron caso, lo hicieron al mismo tiempo que nosotros y ocasionaron que tres de nuestros automóviles, siguiéndolos sin saber que  volvían a La Habana, se desviaran de su ruta. Ese fue mi caso. Iba ya por  los Elevados de Quintero cuando escuché los disparos e intenté reorientarme. ¿Dónde queda el Moncada?, pregunté a un santiaguero corpulento que, calzado con chancletas de palo, venía bailando pues Santiago celebraba en esos días sus fiestas de carnaval. Vea, me dijo el hombre, coja por ahí y siga los tiros. Cuando llegué a la posta tres del cuartel ya Fidel había dado la orden de retirada…”

Los grupos comandados por Fidel ante algunos fallos de coordinación y la imposibilidad de tomar el cuartel después de intentarlo por la armas, decide retirar sus heroicos combatientes y continuar la lucha en la sierra.. En el camino se queda perdido el grupo de  Pedro Trigo, que a pesar del percance  intenta llegar hasta la fortaleza militar para combatir. Abel con su grupo llego con dos automóviles tomando por asalto el hospital. A los pocos minutos comienzan los disparos. Fidel envía al combatiente y destacado fotógrafo Fernando Chenard Piña (hijo de madre gallega oriunda de Tuy) con la orden de retirada. Su misión era llegar hasta la Audiencia Nacional y al hospital. En el camino fue interceptado y asesinado en el Moncada. Este trágico percance hace que Abel desconozca las indicaciones de Fidel. Mientras tanto llegan al hospital Melva y Haydée que habían salido en el último coche. En ese momento, sin que se supiera de dónde venía Julio Trigo surgió entre ellos, alto, buen tipo, un poco pálido. Miraba sus uniformes con una mezcla de estupor y de desprecio. Sus propios compañeros tuvieron que explicarle que a los combatientes se les había vestido así por astucia de guerra, y que se atacaba el Cuartel Moncada. Cuando se dio cuenta que eran de los suyos se sumo al combate. Melba Hernández recordaba que un sargento, empuñando la ametralladora, avanzo cuatro o cinco pasos en el vestíbulo del hospital y al caer mortalmente herido rodó su arma y fue Julio Trigo, ansioso por combatir, quien inmediatamente la tomo. Él había estado disparando con la escopeta de Julio Reyes Cairo a partir del momento en que este combatiente fue alcanzado por el impacto de una de las balas disparadas por el ejército. La bala había roto un cristal del Cuerpo de Guardia y los fragmentos alcanzaron a Reyes Cairo en el Rostro; su herida no era grave, pero le produjo abundante sangramiento, por eso Trigo pudo sustituirlo en su posición de combate.  Cada insurgente cumplía con su misión dentro del hospital, desde las ventanas intentaban en vano responder a los militares que habían concentrado todo su poder militar contra aquel objetivo. Abel sabía que aquel lugar encontraría la muerte y se fue preparando para recibirla en cada minuto que permaneció en aquel lugar. Cuando todo estaba perdido intento que sus compañeros pudieran salvar sus vidas. Se fueron sacando las ropas de combate, intentaron hacerse pasar por enfermos. Dentro del hospital todo era nerviosismo los militares estaban a punto de entrar. Había varios minutos que no se escuchaban disparos de balas de pronto nos cuenta Melba: “Se sintió una nueva ráfaga de ametralladora. Era Trigo que todavía tenía parque para su arma y hacia una ultima resistencia a la orden de terminar el combate, hasta que fue convencido de la necesidad de tomar medidas para salvar la vida y accedió. En ese momento Trigo llevaba uniforme (seguramente se puso el de alguno de los heridos) al dejar el arma volvió a vestirse con su guayabera blanca.”

Cuando se acabaron las balas rebeldes, los soldados entraron al hospital bajo la dirección del Comandante José Izquierdo Rodríguez. En pocos minutos fueron encontrando a los rebeldes camuflados como supuestos enfermos. Luego llegara al establecimiento el sanguinario Teniente Piña, quien se ocupo del traslado de los detenidos hasta el Cuartel Moncada. En la guarnición militar fueron despojados de sus ropas y metidos por grupos en los calabozos. Después de unas horas los iban sacando y los trasladaban al paredón de la caballeriza, donde los asesinaban. La crueldad fue tal con los prisioneros, que Abel Santamaría antes de ser asesinado, uno de los soldados le clavo la bayoneta en un ojo. Con el grupo de Abel fueron sacados también para ser asesinados José Manuel Ameijeiras y Raúl Gómez García, conocido como “el poeta de la revolución”.

 

La huida.

 

Cuando Pedro Trigo ya tienen la certeza que Fidel ordeno la retirada, el grupo intenta salir lo antes posible de la zona. Sabían que si los detenían, seria todos asesinados de inmediato.  Los ocho combatientes iban a bordo del vehículo. Trigo comprendió que así no llegarían  a ninguna parte. Algunos tendrían que seguir a pie, buscar otra vía de escape, pero nadie quería abandonar el automóvil hasta que él y dos compañeros lo hicieron. Trigo deambuló por Santiago, sin conocer la ciudad, y se quitó el uniforme militar que llevaba puesto, al igual que casi todos los combatientes, encima de la ropa de civil. Para su suerte vio venir un ómnibus. Lo hizo detener y preguntó a dónde se dirigía. La Habana era su destino. Ya en su asiento, el conductor le facilitó un peine. Péinese y arréglese la guayabera, le dijo, que ya veremos cómo salimos de esta. A la altura de El Cobre otro moncadista abordó el vehículo. Vestía de pantalón militar y la camisa que le había facilitado un campesino. La camisa más chillona que he visto en mi vida, recuerda Trigo. “En Calabazar – nos cuenta Trigo- me esperaban agentes del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) con orden de detenerme. Me llevaron a la sede de ese cuerpo represivo y me encerraron en un calabozo. Allí, acobardado,  estaba Juan Bosch, el futuro presidente de la República Dominicana. Bosch había sido asesor del Prío y le escribía sus discursos y la dictadura quería vincular al ex presidente con el asalto al Moncada. Pidió Bosch que le trajeran una aspirina y una gaseosa y cuando  se las llevaron en una bandejita, le rogué que me dejara dos dedos del refresco. Hacía tres días que no ingería líquido y tenía la boca y la garganta totalmente secas. Me lo negó mientras que,  aún más amedrentado, me gritaba: No me hable, no me comprometa, no se me acerque. Poco después lo liberaron. Ni él ni Prío tenían nada que ver con Fidel ni con  lo del Moncada.” Fue llevado al Cuartel Columbia donde fue golpeado. En forma constante le preguntaban por su hermano. Le insistían en dónde estaba. Mientras que Pedro le decía que como era viajante podía estar en Pinar del Río o en Matanzas. El interrogador era el teniente Prospero Pérez Choumón, quien le pregunto a Trigo – ¿O no será que está en Santiago de Cuba?-. La policía ya sabía que Julio había estado junto a los Moncadistas y había sido asesinado. Ahora los agentes de inteligencia intentaban saber si Pedro, también había estado entre los atacantes.

Como Pedro negaba su participación, el represor le mostró una foto de él, su partida de inscripción de nacimiento y un giro de 5 pesos, que fueron encontrados en el bolsillo de un moncadista.

 “Cuando vi aquella prueba tan contundente, -nos cuenta Pedro- dude en mi respuesta. No tuve más remedio que decir parte de la verdad. Le dije que le había dado esos documentos a un compañero del Partido, para que me renovara el carnet de conducir. Con este tema me tuvieron varias horas de indagatoria, argumentando que no sabía quién era el compañero. Les conté que dada la cantidad de personas que pasan por el partido me era difícil saberlo. La realidad es que Fidel me había pedido que renovara el carné de conducir y el compañero Boris Luis Santacolona, sería el encargado de hacerlo. Lejos estaba yo de pensar que este compañero llevaría encima mi documentación, que tanto me podría comprometer.”

A pesar de los intentos de involucrarlo a Trigo no se le pudo probar su participación en los hechos. Un taxista  batistiano de su localidad, confundido, aseguró haberlo tenido como pasajero aquel domingo 26 de julio. Por tanto, si estaba en Calabazar, no podía haber estado en Santiago.  Lo dejaron en libertad con la advertencia de que no saliera de Calabazar y que en la localidad no hiciera más movimientos que los de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. Pero cuando Melba y Haydée quedaron libres, luego de cumplir su condena, se puso a disposición de esas valerosas mujeres, y lo mismo haría con Fidel tras  la amnistía de 1955.  Luego de la partida de Fidel hacía México siguió dentro del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, hasta que tuvo que salir al exilio.

 

Pedro tuvo que vivir desde 1953 hasta 1958 en la clandestinidad. En ese año decide exiliarse en Viveiro, regresando a Cuba con el triunfo de la revolución. Posteriormente ocupo destacadas responsabilidades diplomáticas, en el gobierno revolucionario.

 


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