Eduardo Montagut Contreras •  Memoria Histórica •  29/07/2016

Bismarck contra los socialistas

A partir de los años setenta del siglo XIX, la aceleración industrial de Alemania provocó un aumento considerable de la clase obrera. Estos hechos provocaron, como es sabido, un potente sindicalismo y, sobre todo, la creación de la organización socialista más importante de Europa, el SPD. Las actuaciones gubernamentales contra el movimiento obrero no pudieron frenar su auge. Tampoco pudieron los sindicatos amarillos, creados por la patronal.

El ascenso del socialismo en Alemania fue una de las mayores preocupaciones de Bismarck en política interior, junto con el conflicto con los católicos. El canciller consideraba a los socialistas como los enemigos de la sociedad y del Estado. Para combatirlos aprobó la Ley de Excepción en 1878, que estuvo en vigor hasta 1890. Esta disposición prohibía la existencia de los partidos obreros y ponía muchas trabas para la existencia de sindicatos. Además, otorgaba autorización a las autoridades para prohibir cualquier actividad pública del movimiento obrero y para perseguir a sus organizadores y a los militantes. El resultado de esta política no fue el deseado porque no impidió que el socialismo alemán siguiera creciendo en el último cuarto de siglo. Otra cuestión muy distinta, y que tiene que ver con las contradicciones internas, es el fracaso del socialismo a la hora de transformar políticamente el sistema alemán, con unas estructuras que, por su lado favorecían la expansión de la democracia pero, por otro, eran muy rígidas y autoritarias.

Bismarck entendió que el combate contra la socialdemocracia no podía basarse exclusivamente en la pura represión policial. Si se quería vencer al potente movimiento obrero había que adoptar algún tipo de política social, a través de la intervención del Estado en materias donde antes no había participado. Bismarck promocionó tres grandes reformas legales: la creación del seguro de enfermedad en el año 1883, del seguro de accidentes al año siguiente y, por fin, el de vejez en 1889. En este sentido fue un pionero en Europa occidental. Estos seguros se financiaban con la aportación económica de los obreros, la patronal y el Estado. Estas novedades le causaron algunos problemas políticos al canciller de hierro entre los sectores más conservadores del Reich, que le acusaron de haber creado una especie de “socialismo de Estado”. Pero estas medidas sociales no fueron acompañadas de cambios que mejorasen las durísimas condiciones laborales alemanas, con jornadas interminables. Bismarck nunca tuvo ningún interés en enfrentarse a los empresarios y tampoco accedió a la petición del descanso dominical. Al final, los obreros no se dejaron convencer por la política social emprendida desde el gobierno imperial y recrudecieron la lucha, como lo prueba el auge de las huelgas, destacando las desarrolladas en el año 1889, especialmente la de los mineros del Ruhr, seguida masivamente y duramente reprimida.


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