Javier Lucena •  Opinión •  04/11/2019

La irresponsabilidad política, Cataluña y la maldición de Casandra

La irresponsabilidad política, Cataluña y la maldición de Casandra

En septiembre del presente año, los partidos y los políticos alcanzaban un índice récord entre las principales preocupaciones de los españoles, según la encuesta del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), de modo que para casi la mitad de la población, el 45,3%, aquéllos constituían el segundo problema del país, sólo por detrás del paro. Cuando el CIS comenzó la serie de encuestas al respecto,  en 1985, la desafección sólo alcanzaba el 4,7%, la décima parte que en la actualidad, lo que da idea de la escalada sufrida. Sabido es que en la tradición conservadora española más reaccionaria, la política y los partidos han contado con un notable descrédito, que en el fondo revela la escasa adherencia democrática de esa tradición y su cuestionamiento del pluralismo político. Parece evidente que, a la vista de esos datos, tales planteamientos reaccionarios van consiguiendo cierta hegemonía ideológica, creando así el caldo de cultivo favorable a posicionamientos contrarios a la democracia, como los de la extrema derecha, lo que supone un serio riesgo para el país.

Claro que la clase política viene contribuyendo abiertamente a esta situación, con un despliegue de irresponsabilidad que, a mi entender, no es sino un reflejo de la crisis del régimen político e institucional que se desata en España a partir de la crisis económica del 2008 y, sobre todo, de la revuelta de los indignados del 15M de 2011. Una irresponsabilidad que explicaría en gran medida la centralidad que ha ido adquiriendo Cataluña en el debate político y de la que se pretende extraer réditos a corto plazo, aunque se hipoteque el futuro de España. Veamos.
 
Cataluña como coartada
En ese despliegue, es la derecha, el PP de Rajoy, quien más madrugó la deriva hacia la irresponsabilidad cuando, tras hablar el catalán en la intimidad, como declaraba hacer Aznar, decidió utilizar – primero para el asalto al poder, posteriormente para encubrir la corrupción que le atravesaba de raíz -, decidió utilizar, decía, el ataque a Cataluña, de modo que allá por 2006 denuncia el nuevo Estatut aprobado por las Cortes españolas y el Parlamento catalán y ratificado en referéndum, y comienza con la torticera utilización de las altas magistraturas judiciales – totalmente politizadas, en sentido partidista – como tercera cámara donde ganar lo que no consiguiera en las urnas y el Parlamento; y así llegamos al 2010, con la anulación de una parte importante del articulado del nuevo Estatut por el Tribunal Constitucional. En esa huida hacia adelante del PP, pareció importarle poco perder casi por completo su representación en una parte fundamental del país, si eso le aportaba réditos electorales en el resto de España, a pesar de advertir los problemas de fractura territorial que podría generar. De hecho, el PP ha sido la máquina perfecta de fabricar independentistas en Cataluña: cuando comienza su campaña contra el Estatut, en 2006, el porcentaje de población catalana proindependentista estaba en torno al 14%, según el Centro de Estudios de Opinión de Cataluña, mientras que en la actualidad, aún no siendo todavía mayoritario, se sitúa en torno al 45%. Como se ve, toda una gran contribución práctica del PP a la tan cacareada por él mismo unidad de España.

También atravesada por la corrupción, hizo algo parecido luego la derecha catalana, pero en sentido contrario: la CiU de Pujol sacrificaba el papel que Cataluña venía jugando en el sistema político español de bipartidismo imperfecto o asimétrico, basado en su casi obligado apoyo hacia un lado u otro – PP o PSOE, según los resultados -, para embarcarse en una deriva de nacionalismo irredento, aún sabiendo que era un viaje a ninguna parte. Esa tendencia se acentuó cuando en 2011, como expresión del 15M, una avalancha de manifestantes rodeó el Parlament en protesta por los salvajes recortes de gasto público y servicios que abanderaba el Gobierno de la Generalitat de Artur Mas, acción acompañada de fuertes enfrentamientos y que llevaría a la cárcel a un puñado de jóvenes catalanes, denunciados por su Gobierno. Si se contrasta esa situación con la actual, es fácil apreciar que la derecha catalana ha salido notablemente beneficiada con el cambio de escenario, de uno donde predominaba el conflicto social, a otro donde el monotema es el nacionalismo. Algo parecido a lo que ha ocurrido en el conjunto de España.
 
Guerra de banderas
Con tales posiciones, la guerra de banderas estaba servida, rojigualdas contra esteladas y viceversa, con graves consecuencias institucionales: puentes dinamitados entre el Estado español y Cataluña; diálogo de sordos o inexistente; judicialización de la política – que profundiza el descrédito, ya de por sí alto, del poder judicial -; bloqueo de Gobierno – que ya dura varios años -; legislativo paralizado; y la Corona, cuestionada por su papel de parte en el conflicto catalán. Todo ello en un momento en que a las secuelas subsistentes de precariedad y recortes que dejó la crisis del 2008, se suma el impacto de la recesión en marcha actualmente – que se irá acentuando en los próximos meses – y las importantes tensiones internacionales (Brexit y tendencias centrífugas en Europa; reposicionamiento geoestratégico de USA, enfrentada a China y Europa; etc.)
 
También en el contexto del 15M del 2011 y de toda la crisis económica y social, surge con el apoyo de los poderes económicos y mediáticos el “nuevo” Ciudadanos, para contraponerlo a Podemos, que había irrumpido en 2014 como una clara amenaza para esos poderes, quienes veían en peligro sus intereses oligárquicos y sus enormes privilegios. Y a partir de ahí, Ciudadanos, que había nacido en Cataluña, decide jugar también la baza de la guerra de banderas y entra en una dinámica pirómana para extraer réditos electorales. Y no sólo en Cataluña; ya puestos, también en todos aquellos puntos donde su presencia pudiera entenderse por la población local como una provocación y convertirlos así en un plató de su supuesta valentía política al enfrentar a pecho descubierto a los antiespañoles: Alsasua, Rentería… convertían a Rivera en el Rey de los parques temáticos del conflicto y el enfrentamiento. Cuando, además, Rivera se cree con opciones de liderar la derecha y se desentiende del mandato de los poderes que lo habían aupado, negándose a pactar con Sánchez, a la irresponsabilidad sumará la inutilidad política, asunto que explicaría la profunda caída de sus expectativas electorales. Para colmo, sobre la estela incendiaria de Ciudadanos y su propia caída quienes a la postre prosperarán serán los pirómanos genuinos, Vox, a quienes Rivera ha servido de catapulta.
 
Una vez el PSOE, tras sufrir la convulsión del enfrentamiento interno entre Susana Díaz y Pedro Sánchez, resuelve al fin el conflicto con la victoria de éste, cabalgando por la izquierda la ola Podemos, y llega – a su pesar y gracias a ese mismo partido, vía moción de censura – a convertirse en Presidente del Gobierno, en abril de este año acude a elecciones con una supuesta apuesta de izquierdas, progresista, donde ambas fuerzas, PSOE y Unidas Podemos, pasarían a conformar un gobierno de cambio sobre  leves principios socialdemócratas. Pero celebradas las elecciones y recuperada buena parte del espacio político que le había comido Unidas Podemos, Sánchez decide que es el momento de rematar la faena y, tras un paripé de negociación fake, fuerza una nueva convocatoria electoral, con un mensaje de estabilidad y orden, previendo que coincidirá con la exhumación de Franco, para hacer un guiño a su izquierda – guiño algo truncado por esa escenografía devaluada de funeral de estado en que se terminó convirtiendo el acto –; pero sobre todo previendo que las elecciones coincidirían con un escenario de inestabilidad que favorecerá ese mensaje: un Brexit salvaje – previsión errada – y , especialmente, la sentencia del juicio a los líderes catalanes, una combinación explosiva con unas elecciones que denota una grave irresponsabilidad: la salida al conflicto catalán requiere de inteligencia, diálogo, matices, acuerdos, de estrategia y proyecto de país; mientras la propia lógica electoral suele ser, por su propia naturaleza, de confrontación y banalización, lo opuesto a todo aquello. Es posible que además, esa jugada de aprendiz de brujo, made in Iván Redondo, su jefe de Gabinete, un publicista, esto es, un tacticista que dirige la campaña de Sánchez, acabe saliéndole mal – el conflicto catalán está bastante descontrolado, a pesar del intento de algunos por imprimirle determinada dirección –  y al final Sánchez puede estar llevando al país hacia la derecha, la misma que en abril no tenía ninguna posibilidad de gobernar y que hoy se sitúa a un tiro de piedra de lograr hacerlo. Tanto mirar a la derecha, como hace Sánchez, el Sánchez postabril, es lo que tiene: que, torpemente, terminas abriéndole pista y dejándole el gobierno en bandeja al adversario. Hoy parece claro que Sánchez ha pasado por la derecha a Susana Díaz.
 
Por una vez, hagamos caso a Casandra
En esta combinación de múltiples crisis – institucional, de régimen; crisis económica y social;  crisis de la articulación territorial del Estado; y crisis de las relaciones internacionales -, combinación oculta bajo la guerra de banderas en marcha, lo peor de todo es que quienes representan las posiciones de sensatez y cordura, como a mi entender ocurre con Unidas Podemos y gente como Pablo Iglesias o Alberto Garzón, pueden quedar, bajo el peso de sus propias crisis internas y de la demonización sufrida desde los poderes económico-mediáticos y sus cloacas, pueden quedar, decía, presos del síndrome de Casandra, ese personaje mitológico que, conocedora por anticipado de los acontecimientos por venir, sufría la maldición de los dioses para que nada de lo que dijera fuese creído.
Sólo en Unidas Podemos, con todas sus limitaciones, aprecio un diagnóstico con cierto rigor de la situación de España y unas propuestas sólidas para enfrentar la desigualdad y la crisis social, con una apuesta por una fiscalidad más progresiva, donde los ricos contribuyan con los impuestos que les corresponde, donde se garanticen las pensiones y la subsistencia de la mayoría y donde se refuercen los servicios públicos; una apuesta por abordar la crisis territorial, abriendo causes de racionalidad y diálogo en Cataluña, que desarmen los planteamientos más radicales; una apuesta por una despolitización partidista de la justicia; etc.; etc. En definitiva, un proyecto serio de país, más justo, igualitario e integrado. Y una clara advertencia sobre el pacto del PSOE con el PP que se avecina, bajo el pretexto – una vez más – de Cataluña; una gran coalición para revitalizar al moribundo bipartidismo y mantener los privilegios de los poderosos, pacto del que hay muy claros indicios, aunque Sánchez y Casado lo desmientan públicamente, con escasa credibilidad. Ahí están, si no, las declaraciones recientes en tal sentido de Rajoy, Felipe González y Cayetana Álvarez de Toledo en apoyo de la gran coalición.
Haríamos bien, por una vez, en escuchar a Casandra. Y hacerle caso.
 
Fuente: http://colectivoprometeo.blogspot.com/2019/11/la-irresponsabilidad-politica-cataluna.html?m=1

Opinión /