Jorge Capelán •  Opinión •  20/09/2019

Ecos de la gesta de Rigoberto López Pérez en Uruguay

¿Qué marca dejó en la izquierda antiimperialista latinoamericana el ajusticiamiento de Somoza por el héroe nacional Rigoberto López Pérez el 21 de septiembre de 1956? En este texto investigamos el caso del semanario Marcha, un medio uruguayo pero emblemático para el periodismo latinoamericano, entre otras cosas por su compromiso antiimperialista aun cuando eso molestase a muchas cabezas bienpensantes de la época. Marcha se publicó regularmente desde 1939 hasta 1974 y por su redacción pasaron plumas de la talla de las de Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti y Eduardo Galeano.

 

La palabra «tacho» en Argentina y Uruguay, en nicaragüense significa «perol», «pana», «lata» o algún otro tipo de recipiente metálico y bastante usado. Por eso el apodo del dictador Anastasio «Tacho» Somoza se prestaba fácilmente para todo tipo de chistes y juegos de palabras. Por ejemplo, en la caricatura de la portada del número 832 del 28 de septiembre de 1956 (entonces no había Internet y las noticias no viajaban tan rápido como hoy), se puede ver al entonces presidente de Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower, mostrarle a un escéptico nicaragüense un balde con muchos remiendos diciéndole: «Tomá viejo: Con estos remiendos podés tener ‘tacho’ para otros veinte años más».

¿Para qué un sesudo análisis político si con una caricatura basta? Los EE.UU. harían cualquier tipo de remiendos con tal de mantener a Nicaragua en su sometimiento.

 

Aparentemente, en un Uruguay con tradiciones liberales tan arraigadas, y donde las ideas socialistas y comunistas tenían mucha fuerza, la noticia del ajusticiamiento de Somoza debió haber causado cierta confusión, ya que la teoría revolucionaria de esas corrientes era totalmente contraria a atentados de individuos aislados. Probablemente por lo delicado del tema (y porque tal vez no había suficiente material escrito de calidad sobre una noticia tan candente) Marcha solo publicó una pequeña nota apócrifa sobre el ajusticiamiento de Somoza en una de las páginas interiores:
 

«No corresponde discutir si el tiranicidio (…) es o no una solución políticamente acertada; si la desaparición física de un hombre puede tener suficiente relevancia como para provocar un vuelco en la historia de un país. Cualquiera sea la opinión sobre el problema teórico, no puede discutirse el hondo sentido de solidaridad, el exaltado sentimiento del deber, la pureza de la intención con que un individuo afronta el infortunio y la muerte, en aras de un ideal, cuando busca por ese medio extremo, resolver un problema que pertenece al común.

El nombre de Rigoberto López Pérez no se borrará de la historia de nuestra martirizada y escarnecida América. Es la mano que a través del tiempo se armó para vengar el asesinato de Sandino. Algo más que respeto –acaso agradecimiento, acaso vergüenza– deben sentir frente a su gesto y a su sacrificio todos los hombres bien nacidos del Continente»

Más claridad de conceptos es imposible pedirle al autor de esa nota apócrifa, que sospechamos debió ser de puño y letra del editor de Marcha, Carlos Quijano,  un comprometido (y extraordinario) periodista que conocía muy bien la gesta de Sandino y que ya en los años 20, desde París,  había escrito una obra titulada «Nicaragua, un ensayo sobre el imperialismo de los Estados Unidos».
 

 
En el número 833 del 5 de octubre, ya con más información sobre el acto heroico de Rigoberto, Marcha abre con otra caricatura sobre el tema del «Tacho» en portada. El secretario de Estado John Foster Dulles le dice a Eisenhower, enseñándole dos latas etiquetadas «Luis» y «Anastasio» (en referencia a los hijos del tirano ajusticiado): «Nos vamos a arreglar bien, porque entre estos dos ‘tachitos’ cabe tanta basura como en el ‘tacho’ grande». ¡Cuánta clarividencia! Al pueblo de Nicaragua todavía le quedaba aguantar a los dos «tachitos» y 23 años más de sufrimiento.

En ese número, Marcha publica una entrevista que en su mayor parte vino a tratar sobre la gesta de Rigoberto López Pérez titulada «El Tiburón y las Sardinas» con el expresidente de Guatemala Juan José Arévalo, que durante el Gobierno del derrocado Jacobo Arbenz fue nombrado embajador itinerante de su país y, tras el golpe de Estado de la CIA contra Arbenz en 1953 se convirtió en embajador en el exilio del pueblo de Guatemala.

En esos momentos, Arévalo, que vivía en Chile pero seguía activamente todas las incidencias de la política centroamericana, seguramente le pareció la persona mejor informada sobre tema a Quijano.

A continuación, un extracto de la entrevista de Marcha (muy probablemente realizada por el propio Quijano) al embajador guatemalteco en el exilio:
 

«Nuestra pregunta es inevitable: ¿Qué consecuencias puede tener para Nicaragua y el ámbito del Caribe en general la desaparición de Tacho Somoza? En lo que respecta a Nicaragua, responde, baste con decir que el pueblo solo espera que se enfríen los restos de Somoza para lanzarse a la calle. El problema interno que ahora se plantea como resultado de su desaparición es sin lugar a dudas el de la sucesión. Si bien aparentemente está solucionado ya, ninguno de los delfines (Luis y Tachito) se contentará con desempeñar un rol de segunda categoría. Por el contrario, es muy posible que ambos ambicionen la suma del poder que ejercía el padre, con el agravante que uno de ellos es dueño de la Guardia Nacional –es decir, la única fuerza armada total centralizada en el organismo — mientras que el otro detenta el poder económico. Y tratándose de Somozas, acotamos, deben ser las dos terceras partes de la riqueza nacional. El litigio está planteado no solo por el temperamento de los herederos sino también por las fuerzas que pueden poner al servicio de su ambición personal.

Esa sería la oportunidad que 20 años de persecución sistemática negaron al pueblo de Nicaragua. Tal como se plantean las cosas, agrega, facilita la comprensión del problema el tener en cuenta otro factor que bien puede llamarse decisivo: ‘ninguno de los dos hijos de Somoza puede jactarse de ostentar la suma de maldad que integraba la persona de su padre’. Ni en su inteligencia, ni en su capacidad de captación psicológica lo igualan. ‘Son mediocres hasta ser lo malo’, concluye.»

 

 

 

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